martes, 4 de enero de 2011

LA POLÍTICA EN LA AZUCARERA Y LA ECONOMÍA EN LA FOSFORERA

A propósito del VI Congreso del Partido Comunista de Cuba

En una caja de fósforos caben la mano de obra barata, los costos de producción irreales, los subsidios incalculables y la propaganda política en lugar del valor de mercado, el «sistema económico socialista» en lugar de la Ley de Oferta y Demanda.

Cajas de fósforos con fotos del teatro Amadeo Roldán. ©ags
Si la política cabe en la azucarera, según Varela, la economía habrá de caber en la fosforera o por lo menos en una caja de fósforos. Esta afirmación que pudiera parecer rocambolesca viene a cuento porque hace unos días me obsequiaron un par de bellísimas cajas de fósforos compradas en Cuba, unos artículos normados por la libreta de abastecimientos, ese inimaginable mecanismo de distribución «igualitaria» que, medio siglo después de su implementación en la isla, se rumorea está a punto de desaparecer.

El recuerdo que guardo de los fósforos que llegaban a la bodega por la libreta es un cajón enorme, de cartón horrible y barato con el diseño más ordinario que pueda existir en el mercado. Por eso y como las que me regalaron sobrepasan la calidad del artículo doméstico funcional, y califican perfectamente como suvenir coleccionable –fíjese que me refiero a las cajas porque los fósforos, los meros cerillos designados a proveer flamas amaestradas no aciertan en su gestión pirotécnica-, me venció la curiosidad y fue tan extenso el interrogatorio que le hice a mi amable obsequiante, que supe hasta el precio del regalo: ($00.20) cero pesos (cubanos) con veinte centavos. Esa cantidad, sin darle muchos rodeos, en una economía normal no cubre el costo ni de la impresión a todo color (full color), ni de la cartulina, y ni hablar del costo de los cerillos, que aunque como está dicho son de baja calidad pero algo valdrá producirlos.

Por una cara de la cajetilla aparece la imagen del Teatro Auditorium «Amadeo Roldán» y por la otra la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba. El Amadeo fue para mí durante muchos años el lugar habitual, mi primera vez en muchas cosas. Donde vi por primera vez una gran orquesta, donde toqué con una sinfónica por primera vez y donde escuché conciertos inolvidables. La OSN fue la institución a la que pertenecí por ocho años y donde aprendí buena parte de lo que hoy conozco, donde disfruté de la altísima calidad artística y humana de muchos de los músicos que la integraban entonces y donde me fui haciendo un músico profesional.

En estas dos cajas de fósforos, como en toda la economía cubana, afloran las pérdidas, el disloque entre precios, costos y ganancias, el vínculo entre el valor político del producto y el desprecio por su valor en el mercado. En una caja de fósforos caben la mano de obra barata, los costos de producción irreales, los subsidios incalculables y la propaganda política en lugar del valor de mercado, el «sistema económico socialista» en lugar de la Ley de Oferta y Demanda. En estas bellísimas cajas de fósforos aparece lo que no se toca ni de pasada en el proyecto de lineamientos del VI Congreso del PCC: la incapacidad productiva de un sistema que abolió la propiedad privada, la incapacidad productiva de un sistema conformado íntegramente por el ideario económico castrista.

Por eso entiendo que si para el trovador cubano Carlos Varela la política cabe en la azucarera, la economía cubana cabe perfectamente en una caja de fósforos. No es necesario decir lo contrario en las mesas retontas y acusar a los perezosos cubanos y al “imperialismo yanqui” como los culpables del desastre.

Hoy es el futuro que prometió Fidel Castro hace más de medio siglo y, a pesar de que millones de cubanos cumplimos al pie de la letra con las tareas que él en nombre de «la revolución» nos impuso, a pesar de que el futuro encontró trabajando a millones de cubanos –más bien arando en el mar-, hoy somos más pobres, tenemos menos libertad, nos hundimos en una crisis sin salida y ni por asomo hemos llegado al estadio de riqueza colectiva que nos vaticinaron.

Pero como si fuera poco nuestro desastre doméstico, el «imperialismo yanqui» sigue en pie, saliendo renovado de otra crisis, demostrando la capacidad que tiene el sistema capitalista para emerger de todos los trances, una posibilidad que tiene sus causas en la plena libertad de sus ciudadanos, tanto para oponerse efectivamente a los dislates de sus políticos, como para llevar adelante las iniciativas económicas individuales. El socialismo, como secta marxista, ha demostrado fehacientemente que es un sistema incapaz de superar ninguna crisis económica y que más temprano que tarde se irá por el escusado. Ojalá que en este Congreso alguien hale la cadena, ojalá pase algo que lo borre de pronto.

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