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martes, 27 de mayo de 2008

GABRIEL DEL ORBE, UN GENIO ANTILLANO DEL SIGLO XX

Gabriel del Orbe 
Música y músicos

El 18 de marzo de 1888 nació en Moca Gabriel del Orbe, quinto hijo de los esposos Manuel y Carolina. El padre ya había demostrado para entonces un talento artístico y una perseverancia que hoy pudiera parecernos hiperbólica: él construyó un piano con su voluntad como principal herramienta, un instrumento que mereció fervientes elogios. Con el mismo cuidado, amor y obstinación educó a sus hijos.

Cuando Gabriel tenía tres años de edad, comenzó sus estudios de violín guiado por su padre, y transcurridos sólo cinco de aquel inicio, el 9 de marzo de 1896 debutó en el Centro de Recreo, de Santiago de los Caballeros. Y no fueron simples piezas infantiles o grandes obras arregladas, ni piezas con los escollos borrados. El Carnaval de Venecia, de Paganini, compás por compás, nota por nota, fue interpretado de tal modo por el párvulo instrumentista que el público prorrumpió en aplausos y no supo detenerse hasta que el muchacho atacó de nuevo la espectacular obra.

Quiso la casualidad, que pocos meses antes, el genio trotamundos que fue Brindis de Salas, el Paganini Negro, anduviera de visita por la isla caribeña; pero más aun, el 11 de enero de aquel año de 1896, en el poblado de Moca, donde transcurría la infancia de quien iba a ser uno de los genios antillanos del siglo XX, tuvo lugar uno de tantos conciertos que hizo El Rey de las Octavas en inusitados lugares. Fue aquel, indudablemente, un encuentro que dejó marcado para siempre al gran violinista dominicano. Según testimonios, Brindis tocó aquella memorable noche en Moca con un instrumento propiedad de Don Manuel, instrumento que pasaría años después al invaluable arsenal de violines que poseyó Gabriel del Orbe. También sucedió que Dionisia, hermana mayor de Gabriel, fue quien acompañó al piano al Rey de las Octavas. Existe también el testimonio de que el chevalier Brindis regaló algunas de las piezas arregladas por él, y escritas de su puño y letra, a aquella familia de músicos que enorgullecía a toda la región.

Un año después de aquel premonitorio encuentro, el niño Gabriel hizo su debut internacional presentándose en Caracas, en el Teatro Nacional de La Habana, en el Palacio de Gobierno de San Juan y en Puerto Príncipe. En aquellas primeras apariciones ante el público de otras latitudes Gabriel fue conocido como El Prodigioso Niño y recibió sus primeras condecoraciones ultramarinas. Tal genio escalaba a pasos largos la empinada cuesta del aprendizaje y cuando en su tierra natal se bebió todo el saber, se fue al Real Conservatorio de Música de Leipzig, en Alemania, donde ingresó en 1907.


Diploma otorgado a Gabriel del Orbe por el Real
Conservatorio de Música de Leipzig
Allí, el eminente violinista y pedagogo Arnol Hilf lo tuvo entre sus pupilos favoritos, hasta que en 1909 lo graduó con las más altas distinciones; Entonces, la Real Academia de Música y Declamación de Berlín acogió al señor del Orbe como alumno. El violinista antillano continuó fortaleciendo su acervo y es en la clase del francés Henri Marteau donde sin dudas consolidó su magnífico dominio del arco, arco de fina técnica francesa.

Cursado este cuidadoso, metódico y riguroso sistema de estudios y aprobadas de manera sobresaliente todas las asignaturas, el violinista antillano, se hizo poseedor de una formación académica soberbia, la cual tuvo oportunidad de demostrar a su paso triunfal por las salas de conciertos en las que dejó su impronta ante un público que le comparó con los más grandes de aquel tiempo.

El repertorio que interpretó durante su carrera el virtuoso violinista dominicano Gabriel del Orbe, fue muy elogiado siempre por los críticos, quienes solían destacar muy a menudo que él era capaz de alcanzar la «comprensión exacta» de la Sinfonía Española de Laló; Insistían en lo «magnífico y enérgico de su arco» y en el «brillante spiccatto» exhibido al interpretar los conciertos en fa sostenido menor de Wieniawski y el de Re Mayor, de Nicolo Paganini. También resaltaban «la singular destreza» con la que abordaba la obra Tambourin Chinois, de Kreisler; y su interpretación de la fantasía Fausto, de Sarasate, les provocaba escribir que: «las melodías que hacía brotar del divino instrumento dejaban en el ánimo de los oyentes huellas dulcísimas…».

El nombre del dominicano Gabriel del Orbe figuró junto al de los grandes instrumentistas durante las primeras décadas del siglo XX. En el catálogo de artistas y calendario de conciertos XIX de la temporada 1912-1913, de la Dirección de Conciertos Eugen Stern, de Berlín, aparecen junto al mocano el profesor Leopoldo Auer -quien fuera maestro de Heifetz entre otros grandes-, Misha Elman, Jan Kubelik y Joan Manen.

Su infinita capacidad musical dejó una estela también en la composición. Gabriel creó varias obras, entre las que se destacan las escritas para violín solo, para violín y piano, para piano solo y un libro de canciones para el cual los poetas Fabio Fiallo y Ramón Emilio Jiménez y Derop escribieron los textos. Muchas de estas obras eran incluidas con frecuencia por Gabriel en los programas de sus conciertos y nunca faltaron elogios para ellas, tanto de los auditorios más exigentes como de la crítica especializada. De su Rapsodia, el Musical Courrier, de New York, publicó: «… es una obra que debía ser oída con frecuencia en nuestras salas de conciertos», y de Tropical, el diario Excelsior, de México, dijo: «sus notas son apasionadas y tiernas como los idilios que tienen por templo las frondas nevadas del azahar…».

El célebre dominicano se presentó en las salas de concierto más importantes de su tiempo; así, su portentoso talento fue paseado por el Carnegie Hall de New York y por la sala Bluthner, de Berlín, en la que actuó acompañado por la orquesta del mismo nombre, entonces bajo la dirección del eminente Edmund von Strauss. México, Venezuela, Cuba, Haití, París, Hamburgo supieron de sus espléndidas manos.

El 5 de mayo de 1966, en la ciudad de la Vega, en la República Dominicana, expiró el Maestro que había nacido en Moca 78 años atrás. La carrera del brillante músico llegaba al fin, su prodigioso arco no volvería a frotar las cuatro finísimas cuerdas de su legendario instrumento.
Entonces su alma, su genio y su infinita humildad, quedaron como paradigma del hombre antillano del siglo XX, y ahí estará su figura por los siglos de los siglos.

Santo Domingo, Listín Diario 6-II-99 / Revisado para El Tren de Yaguaramas 2da. época.

martes, 20 de mayo de 2008

MENTALIDAD CINQUECHENTA EN PLENO SIGLO XXI

Las cosas de Baldomero
“Baldomero murió hace mucho”. Fue lo único que dijo el abogado cuando me llamó por teléfono. Ni siquiera tuve capacidad en ese momento para formular alguna pregunta, porque fue parco, directo y cortante cuando concluyó la frase: “Soy su albacea y tengo una herencia que entregarle a usted”. Después me hizo anotar la dirección de su oficina y “hasta luego”.

Nunca tuve la menor idea, de cómo se las arregló el doctor para dar con mi paradero, porque Baldomero lo único que dejó escrito fue: “Para el contrabajista de la sinfónica: ….”. No conocí a nadie de su familia, y a ninguno de sus amigos, siempre él acudía solo a los conciertos y era en esos eventos donde nos encontrábamos algunas veces, y aunque luego podíamos desplazarnos a cualquier lugar público, el punto de partida siempre fue un concierto. Por eso, la infausta noticia la tuve mucho tiempo después de sus funerales. “Un infarto al miocardio”, comentó el doctor como si tal cosa cuando acudí a rescatar mi herencia.

Nunca recibí nada igual, nunca fui citado para algo parecido, así que las expectativas me hicieron soñar. Más bien fueron ideas lúdicas, que me pasearon por intrincados recovecos de otras vidas, sobre todo de personajes de novelas y películas de Hollywood. No negaré que me vi millonario, lleno de dinero y comprando músicos para hacer una orquesta y meterla en un teatro mandado a hacer a mi gusto. Me sentí como un nuevo Wagner.

Claro, que todo era derrumbado por la razón, por la experiencia de haber conocido a Baldomero y suponer que él no pertenecía a la aristocracia dominicana, sino que trató de ascender y mantenerse en la clase media a fuerza de mucho batallar.

Pero no somos capaces de dominar las ilusiones, y ante esas razones anteponía claras sinrazones. El conocerle, aparentemente fuera de su contexto cotidiano, me daba un margen para creer en lo imposible, a las diez de última, yo nunca conocí a Baldomero… Pero ese era otro tejido, otra trama que se abría ante mí. Quizás fui la única persona que conoció a Baldomero, al que me dejó la herencia, y no a quien se firmaba en documentos y contratos con un nombre bien distinto… Thomas Macmillan Sainte-Beuve.

He aquí tamaño argumento, para entrarle de lleno a la idea de que en cuanto firmara algunos papeles, recibiría una millonada de mi casi amigo Baldomero… pero a su vez esta tesis me llevaba a todo lo contrario. Él fue un tipo que no amasaría dinero y propiedades para al final regalárselas a un desconocido.

En eso pasé las veinticuatro horas que le precedieron a mi llegada a la oficina del albacea, donde por supuesto la realidad y la razón me volvieron a situar sobre la tierra. Sin mucho protocolo, me fue leído un párrafo del largo documento y luego recibí, de manos de una joven secretaria, un libro de tapa dura y forrada en hilo verde, que adiviné alguna vez tuvo sobrecubierta, porque nada decía en la portada, donde sólo tenía una lira dorada bajo un ramo de olivo, y en el lomo una inscripción: L. Stokowski MÚSICA PARA TODOS NOSOTROS.

Supongo que mi cara debió ser concluyente, porque nada más se dijo, fue cerrado el expediente y llevado otra vez a uno de los cajones del escritorio. Fui conminado a llegar hasta la puerta, que con un “hasta luego” mediante se cerró a mis espaldas.

Así, me vi al rato en la calle, hojeando un libro editado en 1954, por Espasa-Calpe, S.A., en Madrid. Tenía en mis manos, la cuarta edición de un libro muy citado por mis profesores y que nunca pude ver “en persona”, porque durante mis años de estudiante, el único que se publicó en Cuba, de ese tipo, fue CÓMO ESCUCHAR LA MÚSICA, de Aaron Copland… vaya usted a saber por cuáles motivos. Ambos, son libros para amantes de la música, para cultivar a aquellos que de una forma u otra están interesados en comprender y disfrutar con mayor intensidad los sonidos.

Recuerdo que el de Copland lo leí casi de una sentada, con muchos deseos, en una edición HURACÁN que me fue imposible conservar, por la impertinencia de sus páginas de papel “cartucho”, insistentes en deshojarse como margaritas al mínimo contacto, y que terminaron calcinadas, no por el fuego, sino por la humedad y el calor del trópico habanero después de muchos esfuerzos por atesorarlas.

Pero ahora tenía en mis manos una edición de Music for all of us, traducida al español por Antonio Iglesias, la herencia de Baldomero, el libro escrito por uno de los más rutilantes directores de orquesta que conoció el siglo XX, el hombre que contó con la producción de Walt Disney, y la dirección de Jamas Algar y Samuel Armstrong para grabar la música de la película Fantasía, la que hasta hoy, según mi modesto entender, sigue siendo el paradigma de la filmografía didáctica en la enseñanza de la música…

Leopold Stokowski, había sido nuestro tema de conversación muchas veces, y si mal no recuerdo, Baldomero me comentó que lo había visto dirigir una vez en el Carnegie Hall, algo que me pareció mentira, y que la Fantasía la había visto unas veinte o treinta veces… lo que creí exagerado.

Al descubrir esto en mis recuerdos, encontré algún motivo para que Baldomero decidiera regalarme el libro, que a todas luces había leído hasta la saciedad. Me descuidé entonces en la búsqueda de otras razones para ser merecedor de una herencia de tales magnitudes, y al no encontrar un parque con bancos aparentes, para sentarme a leer con tranquilidad mi nuevo libro, tomé mi auto y busqué la sombra de un árbol en una calle de Gazcue, y ahí comencé a descubrir, mediante los subrayados hechos a todas luces por Baldomero, algunos de los conceptos que él vertía con frecuencia en sus conversaciones y que dominaba al dedillo.

En eso estaba, cuando creí encontrar por fin la clave, el verdadero motivo de que el difunto se acordara de mí cuando concibió lo efímero de nuestros cuerpos, y decidió dejar por escrito sus últimos deseos.

En el capítulo 23, había pegado un papelito azul que decía: “El subrayado de la página 160 es mío, y ¿sabes qué?, eso es lo que tenemos todavía. Pura y rampante mentalidad cinquechenta en pleno siglo XXI”.

En realidad volví a quedar completamente despistado en la búsqueda de los motivos de mi herencia, porque si bien es cierto que fuimos hurgoneros, críticos y revisionistas en nuestras conversaciones, jamás Baldomero hizo mención de este subrayado, que al parecer había hecho poco antes de su muerte, bajo el subtítulo: “La colocación oportuna de los instrumentos de la orquesta, desde el punto de vista de la sonoridad y su empaste”.

Descubrí que el subrayado no era muy antiguo, porque estaba hecho con un marcador azul, el mismo que un día me pidió prestado en un ensayo y jamás volví a ver, era una suposición endeble, pero la asumí como una verdad parcial, porque de que era un marcador azul no tenía la menor duda… ese artículo salió al mercado hace menos de veinte años... y aunque esta pudiera ser otra razón canija, así lo dejé.

No sé por qué me desbarranqué en otro montón de especulaciones, que me llevaron a recordar el calificativo que recibí, de un aplaudido director de orquesta mientras sosteníamos una plática escabrosa: “Eres un librepensador”, me dijo, y como nunca capté el pleno significado de aquel apelativo, intenté buscarle nuevamente su “quinta pata”, me metí a resolver, a esa hora, el sentido de lo dicho, traté de comprender si había sido como ditirambo o me estaba colocando un estigma…

Cosas de las entendederas, fue el mismo personaje quien comentó: “Dirige muy bien, este país le queda chiquito”, refiriéndose a un director extranjero que posiblemente sería nombrado como Titular de la OSN. Entonces, entendí perfectamente que era una mácula muy elegante, que le estaba colgando al forastero con refinada mala intención; sin embargo, cuando se refirió a mí no logré captar el mensaje justo…

Quizás, debí leer el subrayado antes de entrar en disquisiciones acerca de alcances de otro tipo, y estarle buscando la “quinta pata al gato”, como dicen a veces quienes tienen que lidiar con la oposición de “razones inconvenientes” ante sus órdenes y sinrazones.

Pero nada, antes de leer traté de descubrir lo superfluo, la hojarasca y demoré el entendimiento mirando la calma relativa de la calle y escuchando el ruido de las avenidas Bolívar y 27 de febrero, lejanas y paralelas, que seguramente a esa hora estaban colmadas de vehículos de todo tipo, con sus bocinas a todo pulmón, perpetrando un cluster magnífico y sostenido, como un pedal infinito.

Repasé, para saber si tenían relación o no con las cosas de Baldomero, las últimas cartas cruzadas entre los músicos de la OSN, y un Subsecretario de Estado, que se hicieron públicas en diversos medios periodísticos de Santo Domingo, en las que; por una parte, los músicos demandaban mejoras en los sueldos y se declaraban en vigilia; y por la otra, el funcionario oficial, aseveraba que, como se avecinaba un proceso electoral, algunos de los miembros de la Orquesta querían pescar en el río revuelto, como ya es costumbre de ellos… (¿¡)
Pero nada de esto alcanzó a conocer Baldomero, porque la parca se lo había llevado algunas semanas antes. Aunque ciertamente, esta más o menos, había sido la historia de la OSN, una obra con muchos dacapos y en diversos tempos, así que esta situación no la tomé en cuenta, por manida, y continué en mi anodina búsqueda.

Anduve por tantas elucubraciones, que en uno de los estadios comencé a admitir, que el amigo daba señales oscuras para hacerse el importante desde el más allá, para convencerme de que fue un tipo más sabio de lo que aparentaba… pero Baldomero no era de ese material, descarté la hipótesis y seguí por otros derroteros hasta que por fin, sin otra alternativa, comencé a leer el subrayado de la página 160.

“En Europa, en los siglos XVI y XVII, la orquesta, tal y como la concebimos en nuestros días, evolucionaba lentamente. […] Los […] aristócratas y príncipes-mercaderes del siglo XVI. […] Explotaban a los pintores y la pintura, a la música y a los músicos, como un medio de exhibición de sus riquezas, en lugar de intentar la comprensión de las artes. Estaban ciegos ante la esencia eterna, escondida bajo los aspectos exteriores de las artes”.

Hay autores que afirman que la risa es la medida de la inteligencia, pero nunca sabré con certeza por qué tuve que reír por tanto tiempo, incluso ahora, al escribir esta crónica me sigo riendo… no sé por qué.

lunes, 19 de mayo de 2008

HA MUERTO LA ORQUESTA, VIVA EL REY

Las cosas de Baldomero
-No sé por qué, a donde quiera que voy me preguntan por la Sinfónica… ¡Ni que yo fuera músico…! Hoy mismo, sin ir mas lejos, volvió mi esposa con la pregunta… “¿Y cuándo empieza la Temporada Sinfóonicaaa?” Ja ja, tuve que responderle…

Así comenzó la descarga de Baldomero cuando nos encontramos después del concierto que dirigió Álvaro Manzano en el Monumento de Santiago de los Caballeros. Fue para celebrar la restauración de la República y la del propio Monumento. Habíamos tocado algunas piezas heroicas de un programa que se confeccionó a petición de la Secretaría de Cultura, y que finalizó con la obertura 1812, de Pieter Ilich Tchaikovsky.

-Para esto quedaron ustedes los profesores de “la primera institución musical del país”, de retreta en retreta y de desconcierto en desconcierto –dijo en su segunda ráfaga sin darme tiempo a pensar, y continuó-. Temporada ciclónica… esa es la única temporada que tenemos desde hace más de dos años… hoy es 17 de agosto de 2007… saca cuenta… y el último concierto de Temporada fue ni se sabe cuando. Dizque hubo Temporada de Otoño, o de no sé qué… para niños o para no sé quien… eso no es Temporada, eso es un trámite, una marca en un informe de gestión administrativa… nunca volvió a llenarse el Teatro Nacional con un concierto de la Sinfónica, más nunca hubo campañas publicitarias, brochures, programas decentes… todos quieren ser David contra Goliat… sector público versus privado… ¿será imposible concertar…? y nunca más hubo algo semejante al concierto de Placido Domingo y Ana María Martínez-.

-Bueno Baldomero, espérate ahí un momento, ¿es que hoy no me dejarás poner una? -Debí decirle aprovechando que respiraba-.

-Ni una, eso es, ni una… -Y me interrumpió casi con rabia-. Mucho menos que las notas que pudieron poner en esa tarima, tan costosa como inapropiada para semejante uso… las luces en la cara de los músicos para que no puedan leer los papeles, sin techo ni paredes, a merced de los elementos… sobre todo la lluvia y el viento de un ciclón que pasaba anunciadamente cerca… y una amplificación vergonzosa… pero siento más rabia aun porque esa obertura 1812 se hizo muchas veces en este país con todas las de la ley… Mira, te voy a contar, tú no estabas aquí todavía… si, ya imagino que me vas a decir que lo leíste… que no tienes que haber estado en un sitio para conocer su historia… a veces pienso que me tomas el pelo con eso… bueno el caso es que la estrenó aquí, como manda el espectáculo, Carlos Piantini cuando era un mozalbete, con esta misma orquesta, si mal no recuerdo en el Estadio Quisqueya, después de eso se ha tocado con decoro… algunas veces… el mismo Manzano la hizo en uno de los conciertos altagracianos en condiciones bastante adecuadas frente a la basílica de Higüey… pero esto de hoy, como dicen los cubanos, fue una miedd…-.
Aquí fui yo quien le pisó el bocadillo, no quería que semejante palabrota desluciera el siempre elegante lenguaje de Baldomero, y le dije:

-Creo que estás un poco ácido, te invito a la cena que nos ofrecerán en el Teatro-.

Pero esa noche, nada ni nadie podría calmarlo, estaba como nunca antes lo había visto, llegué a pensar que había bebido. Sufría quizás la inestabilidad espiritual que produce en algunos humanos la ruptura repentina de algunos hábitos… quizás los conciertos de la Sinfónica eran para él una adicción. Claro, que ninguna de estas reflexiones las pude hacer mientras me hablaba, porque en cuanto tuve que respirar me arrebató la línea.

-Claro, acepto alimentar al menos el cuerpo… Es común que cada cual quiera lucir, aunque sea haciendo el peor de los papeles, aunque, como el perro del hortelano, ni coma ni deje comer. Tú no me digas que lo sabes, porque tengo por seguro que vas olvidando cada concierto, así que debo decirte que, aunque cualquier orquesta del mundo hace más de cincuenta conciertos en un año y hasta cien, ustedes… “la primera institución musical del país”… sólo hicieron 25 en 2005, y 29 en 2006… ¿Cuántos harán en 2007?

-Espera Baldo, pero lo que pasa es que ahora las cosas están difíciles -le dije tratando de recordar una cifra que había leído recientemente- Hubo una vez en que se tocaron… -Y me volvió a dejar sin palabras-.

-Como cincuenta, eso sucedió en diferentes épocas, sucedió incluso durante el primer año que Manzano estuvo aquí como Director Musical. Pero entonces, la institución privada “sin fines de lucro” que estaba a cargo de programar los conciertos, aunque escogía caprichosamente el repertorio, los solistas y directores invitados, aunque obviaba muchas veces los intereses artísticos de la Orquesta, y muchísimos otros peros que siempre ponen ustedes los músicos, organizó Temporadas de más de diez conciertos, y presentaciones extraordinarios, incluidas funciones de ópera y zarzuela… teníamos casi siempre un concierto semanal… y lo más duro de todo… y… aunque los músicos nunca estuvieron de acuerdo con la distribución de las ganancias… convirtió la Orquesta, que había sido un pesado fardo para el presupuesto del Estado, en una empresa rentable -.

Por fin Baldomero hizo una larga pausa, estábamos subiendo las escaleras que llevan al lobby del Gran Teatro del Cibao, se escuchaba el trajinar de platos, cubiertos y copas y una mezcla de olores apetitosos nos salió al paso. Cuando entramos al restaurante nos incorporamos al bullicio y a la larga fila en la que se mezclaban los funcionarios del Estado con los músicos de la Orquesta Sinfónica Nacional de la República Dominicana. Baldomero no habló en largo rato, y cuando volvió a hacerlo dijo algunas cosas dispersas sobre las carnes, nada coherente, mencionó también el torneo electoral del próximo año, de las pocas opciones, de los males que aquejan las democracias en todo el continente, y finalmente, poco antes de despedirnos dijo una frase que aun sigo sin comprender: “Ha muerto la Orquesta, viva el Rey”.

LA MÚSICA ES POLVO EN EL VIENTO

Las cosas de Baldomero

Su nombre de pila es Thomas Macmillan Sainte-Beuve, pero le dicen Baldomero. Eso lo supe mucho tiempo después de conocerlo, me lo dijo, como la cosa más natural del mundo, en la pausa de uno de los ensayos para el estreno de la ópera 1492, de Antonio Braga, que estaría en escena para celebrar el quinto centenario del descubrimiento de América.

Lo primero que Baldomero me dijo esa noche, cuando nos encontramos en el Teatro Nacional, haciendo alusión a mi comentario acerca de su nombre el día en que nos conocimos, fue que él no era un tipo tan raro como el “Baldomero” de Virgilio Piñera, y que, aunque algunas veces había sentido deseos casi incontenibles de agarrar a alguien por el cuello y estrangularlo, jamás se lo había tomado completamente en serio, esos momentos de ira no pasaban de ser tormentas pasajeras, tempestades o vaguadas que se deshacían como el sonido y el tiempo... y repitió: “el sonido y el tiempo...” y con esa frase comenzó el ciclón, uno de esos huracanes de ideas en los que usualmente Baldomero y yo nos metemos cada vez que nos ponemos a conversar. Pero antes, volviendo a su genealogía, me dijo: “Soy un mestizo puro... y todas sus consecuencias... mi madre nació en Basse-Terre, capital de Guadalupe, mi padre, en Road Town, en la isla Tórtola, capital de Islas Vírgenes... y yo en Puerto Plata... que tú sabes donde está y...” y ahí mismo saltó para otra cosa, inmediatamente se viró para la obra de Braga: “... no me gusta nada, pero por ahora son los ensayos, vamos a ver el día del estreno, ya veo que el Maestro Carlos ha tenido que hacerle algunas podas a la orquestación original, pero por ahora no hay nada que concluir, el tiempo dirá... si acaso... bueno sí... por ahora puedo pre-concluir que los momentos que más me gustan suenan a Verdi, Puccini, o Mascagni...”.

Él estaba siguiendo el montaje de la ópera, y según me dijo no se había perdido ninguno de los ensayos, pero en esos días andaba complicado con unos negocios y siempre tenía el reloj encima, por eso no había ido a saludarme, se sentaba en una butaca cerca de la puerta y al terminar el ensayo se iba corriendo. Ese día, como el tiempo estaba a su favor, después que se acabó todo, guardé mi instrumento y nos fuimos al restaurante Maniquí, que está justo detrás del teatro, y allí nos sentamos a “conversar” unas cervezas y a cenar.

“Fíjate bien –me dijo a quemarropa después de ordenarle al mozo que nos trajera dos Presidente... pequeñas y heladas-, ¿vez aquella foto?, es una mujer bella ¿verdad? ¿Quién la recordaría hoy si esa imagen no estuviera ahí, colgada en la pared, justo a la entrada del baño de las damas, como para recordarle a todas cuan bella puede ser una mujer? Nadie, absolutamente nadie en el mundo recordaría el nombre, la obra y la belleza de María Montez, nuestra Sara Bernhard, si nosotros no la hacemos perdurar... en el tiempo... se esfumaría como... la pobre música nuestra de cada día, hace tiempo que ella comenzó a vivir tan sólo el momento, a existir nada más que en el efímero presente, dejó de tener quien la eternice, quien le dé carta de presentación ante la posteridad...

Yo, como siempre, trataba de ir atando los cabos que Baldomero dejaba sueltos en su conversación. Él podía traer temas de otros encuentros, ideas que quizás debatió, conmigo o con otros amigos, hacía muchos días... o mucho tiempo... y colocarlos en medio del diálogo como si nada, él podía unir en un solo párrafo elementos inconexos, podía ser muy surrealista, mencionar temas y dejarlos a su libre albedrío, sin la menor explicación y... que entienda quien pueda. Otras veces era muy explícito, claro, preciso, y redundante, pero este día de octubre, en las vísperas del quinto centenario, mi amigo era todo un lío, iba de las parrafadas más ininteligibles hasta el más pedagógico y didáctico modo de hablar, y yo trataba de comprender.

“Desde que los periódicos comenzaron a eliminar a los críticos musicales de su nómina, la música aquí se pierde con la brisa. De lo que suena nada quedará para después, nadie sabrá mañana lo que hicieron hoy, nadie sabrá absolutamente nada, y quedarán en el olvido más hermético todos los que pusieron su empeño en tocar esas obras, todos serán olvidados. No se salvarán tampoco ni mecenas, ni ministros, y cuando pasen veinte, cincuenta o cien años, no habrá manera de demostrar que en Santo Domingo, durante la última década del siglo XX, se hacía música de calidad... nadie sabrá si era bueno o malo lo que aquí sonaba, nadie sabrá si hubo buenos o malos músicos, si la orquesta sinfónica sonaba bien o mal, si fueron buenos o malos los directores, no se les recordará porque nada quedará registrado, no habrá en el futuro críticas ni fonogramas fidedignos, esta será una época silenciosa para nuestros nietos y tataranietos, nadie recordará siquiera a los mecenas que con tanta pompa aparecen cada día en las páginas de “sociales”. De nada valdrá que se conserven por ahí cientos de imágenes, cientos de discursos, y programas de mano, no servirán de referencia las alabanzas oficiales, o la crónica de farándula. Esta época en el arte musical de Santo Domingo está condenada al olvido... Todo lo que se escuchó, si no se grabó en discos o relató debidamente, será silencio. Mientras no se recojan los sonidos de algún modo, ellos desaparecerán en el tiempo. Un concierto es como un arco iris después del temporal, y desparece como polvo en el viento... se pudre bajo las hormigas, como diría tu compatriota Emilio Ballagas... se muere si no hay quien relate debidamente su existencia.

Baldomero terminó así uno de los monólogos más largos que le había escuchado hasta entonces, pidió otra Presidente, y el mozo se llevó con los platos el recuerdo de una cena exquisita.

LA SINFÓNICA Y LAS GRANDES LIGAS.

Las cosas de Baldomero

Cuando dijo que se llamaba Baldomero algo debió sucederle a mi cara, quizás una traición del inconsciente porque enseguida me preguntó: “¿No le gusta ese nombre?”.

En realidad no supe contestar en seguida, se me enredaron las ideas y no encontré quizás la mejor forma de ser amable, acababa de conocerlo, era mi tercer día en un país extraño, yo era un forastero recién llegado y no podía, bajo ningún concepto, ser descortés, y mucho menos con una persona que a todas luces formaba parte del público habitual de los conciertos, alguien que me había visto sobre el escenario y acababa de felicitarme. Así que tuve que explicarle como pude.

Se trataba simplemente de que yo nunca había conocido personalmente a nadie que se llamara Baldomero, y que, casualmente, por esos días estaba leyendo un cuento de Virgilio Piñera que se titula El caso Baldomero; eso, provocó que al escuchar su nombre me sorprendiera.

Con esa explicación, un tanto floja, intenté hacer desaparecer cualquier duda, cualquier sospecha de que yo me burlaba de su nombre. “Pero no se piense que lo digo porque me preocupe mucho el asunto –me dijo-, le pregunto simplemente por preguntar, porque en realidad lo que quiero es mantener la conversación con usted”.

Esto me reconfortó un poco y entonces traté de llevar el diálogo por los cauces trillados, traté de preguntarle dónde trabajaba, si le había gustado la primera parte del concierto -esto último muy poco inteligente de mi parte puesto que si me acababa de felicitar era de suponer que le había parecido bien- si era músico y otras naderías... pero Baldomero es un hombre... raro... raro es lo único que se me ocurre por ahora, en otra oportunidad –si es que hay otra oportunidad- le daré tintes más claros, trazos que resalten algunas de sus cualidades poco comunes, sus buenas y sus malas virtudes, por ahora no diré más, ni una palabra más sobre él... por falta de espacio.

Baldomero es raro y no me contestó nada de lo que le pregunté. Esa es una de sus virtudes, no sé cómo se las arregla para no responder, así que aquel día en que nos conocimos en el vestíbulo del Teatro Nacional no pude saber absolutamente nada acerca de su persona; sin embargo, él supo que yo era uno de los músicos recién llegados de Cuba, uno de los ocho instrumentistas reclutados para completar la Orquesta Sinfónica Nacional durante la Temporada 1991 y otros detalles que supo sacarme con mucha astucia sin que yo me diera cuenta. En esas exploraciones andábamos cuando él decidió darle un giro a la conversación.
-Poco antes de que usted llegara aquí al vestíbulo del teatro, estuve discutiendo, un poco acaloradamente para mi gusto, con un amigo, otro melómano empedernido igual que yo, pero con quien tengo la suerte de no estar de acuerdo jamás. Él entiende que hay muchos extranjeros en la Orquesta... ¿Y Usted que piensa?

Ahí si que me dejó completamente sin respuesta, no tuve ni la menor idea de cómo ubicar ese tema, por eso dije lo primero que me vino a la mente:

-Bueno, también en Grandes Ligas...

Y como si esa fuera la respuesta que Baldomero estuviera esperando de mí, me interrumpió para terminar a su manera la frase que yo había comenzado.

-...hay muchos extranjeros sobre todo dominicanos y no nos molesta.

Baldomero me dejó mudo, yo acababa de llegar a Santo Domingo, venía a desempeñarme en un puesto para el cual, según fuentes oficiales, no había nadie capacitado en el país para ocuparlo. En eso avisaron que el concierto iba a continuar y debimos separarnos. Muchas veces, en los últimos años, hemos vuelto sobre ese tema, y las observaciones de Baldomero son extremadamente interesantes, pero como ya dije, él es un poco raro y no tengo espacio para contar nada más.

EDUARDO BRITO: LA VOZ PERDURABLE DE UNA CORTA VIDA

Música y músicos
En un lugar remoto, al nordeste de la isla de Santo Domingo, cuando el siglo XX cumplió su primer lustro, nació Eleuterio Álvarez Aragonez en cuna humildísima. Uno de cuatro hermanos que a tropezones crecieron bajo el peso de las limitaciones económicas y alejados de los medios de transmisión de la cultura artística y literaria.

No es hasta después de cumplidos los 10 años de edad que Eleuterio, como consecuencia de la separación de sus padres, va a vivir a Puerto Plata y unos años después, cuando ya ha descubierto el don de su prodigiosa voz, se escapa del lado de su madre y se le comienza a conocer en Santiago de los Caballeros como “el limpiabotas que canta”. Allí, su voz le lleva al encuentro de músicos de reconocido prestigio en la región y canta en el “Café Yaque” obteniendo gran éxito.

Cuando apenas ha cumplido 17 años de edad la capital de la república lo acoge y, después de debutar en el Coney Island, fue contratado para presentarse en el “Hotel Fausto”, la plaza más codiciada entonces por los artistas del género, en el “Trocadero” y en el “Café Arriete”. Su andar por el país ya no se detendrá y entre serenatas, fiestas y los más diversos empleos transcurrirá su vida hasta que en 1924, con la canción “Amar, eso es todo”, gana el primer premio del concurso que en Santiago de los Caballeros patrocinó el jabón Candado, que por esa fecha se importaba desde Cuba y para promocionarlo se realizaban tales eventos. Salvador Sturla, prestigiosa y autorizada figura, reconoce públicamente el talento de quien muy pronto dejaría de ser Eleuterio para inmortalizarse con el nombre de Eduardo Brito.

Para la educación musical del cantante resultó ser de gran importancia la amistad que surgió entre éste y el Maestro Julio Alberto Hernández quien tutelaba el “Cuadro Artístico”, un grupo en el que se reunió importantes voces que con frecuencia se presentaban en Santiago, San Pedro de Macorís y Santo Domingo.

La crisis norteamericana de 1929 no fue causa suficiente para impedir que Eduardo Brito y su esposa Rosa Elena, con quien había contraído matrimonio un mes antes, y un grupo de artistas partiera en diciembre de ese año rumbo a New York donde grabarían un gran número de piezas de autores dominicanos.

Brito y su esposa, cumplidos los compromisos que le habían llevado a los Estados Unidos, decidieron no regresar y cumplir con los nuevos contratos que les proponían. El gran salto, el verdadero cenit de la carrera del barítono le llegó en los años posteriores. En 1932 las cualidades del cantante impresionaron gratamente al compositor cubano Eliseo Grenet quien al frente de su compañía de zarzuelas estaba de paso por New York rumbo a España.

Grenet solicitó entonces a Brito sus servicios y fue así que el público español le conoció, le aplaudió hasta el delirio y lo adoró. Fueron estos los años de máximo esplendor en la carrera del gran barítono, querido por el público que mejor sabía apreciar el dominio vocal de Eduardo.

Durante esos cuatro años fue tanta la bonanza para el divo, que pudo crear su propia compañía. Y aquel avance sólo pudo ser detenido por la apocalíptica conflagración mundial que tuvo como preludio la Guerra Civil Española. Después de un cuatrienio de divina claridad, la luz comenzaba a declinar para Eduardo Brito y los años por venir fueron difíciles.

De España debió salir y, antes de regresar a la patria, en 1937, recorrió algunos países de Europa actuando en París, Praga, y Roma. Pero el frenesí que causó su voz allende los mares parece que no se escuchó en la tierra que le vio nacer y, cuando se le debió recibir como al astro que en ese momento era, Brito se encontró con la parquedad hermética de sus paisanos.

Hasta 1944 estuvo girando con frecuencia a Puerto Rico, Cuba, Colombia, Venezuela y Panamá. Su voz se fue perdiendo y su mente descontrolando. Para esa fecha no había cumplido aun los cuarenta años de edad. La vida había transcurrió muy velozmente para él, sus dones naturales le hicieron traspasar estratos sociales y elevarse muy por encima de la educación que recibió, su capacidad autodidacta lo hizo saltar por sobre su modesta formación académica y su brillante imaginación le proveyó de gran fortuna en las tablas. En la madrugada del 5 de enero de 1946 el singular barítono dejó de existir, había nacido el 2I de enero de 1905.

LOS SONETOS DE LAS CUATRO ESTACIONES, DE ANTONIO VIVALDI

Música y músicos

Antonio Vivaldi, por François
Morellon de la Cave (1723)


Los cuatro conciertos que escribió Antonio Vivaldi y que conocemos hoy con el título de Las Cuatro Estaciones, están escritos originalmente para violín, orquesta y declamador, pero muy raras veces los sonetos, que según algunos autores creó el propio Vivaldi, se escuchan en las salas de conciertos. Esta es la versión al español de los sonetos, originales en italiano, que realizó el escritor y poeta cubano DAVID CHERICIÁN.







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LA PRIMAVERA
Llegó la primavera y de contento
las aves la saludan con su canto,
y las fuentes al son del blanco viento
con dulce murmurar fluyen en tanto.

El aire cubren con su negro manto
truenos, rayos, heraldos de su adviento,
y acallándolos luego, aves sin cuento
tornan de nuevo a su canoro encanto.

Y así sobre el florido ameno prado
entre plantas y fronda murmurante
duerme el pastor con su fiel perro al lado.

De pastoral zampoña al son chispeante
danzan ninfa y pastor bajo el techado
de primavera al irrumpir brillante.

EL VERANO
Bajo dura estación del sol ardida
mústiase hombre y rebaño y arde el pino;
lanza el cuco la voz y pronto oída
responden tórtola y jilguero al trino.

Sopla el céfiro dulce y enseguida
Bóreas súbito arrastra a su vecino;
y solloza el pastor, porque aún cernida
teme fiera borrasca y su destino.

Quita a los miembros laxos su reposo
el temor a los rayos, truenos fieros,
de avispas, moscas, el tropel furioso.

Sus miedos por desgracia son certeros.
Truena y relampaguea el cielo y grandioso
troncha espigas y granos altaneros.

EL OTOÑO
Celebra el aldeano a baile y cantos
de la feliz cosecha el bienestar,
y el licor de Baco abusan tantos
que termina en el sueño su gozar.

Deben todos trocar bailes y cantos:
El aire da, templado, bienestar,
y la estación invita tanto a tantos
de un dulcísimo sueño a bien gozar.

Al alba el cazador sale a la caza
con cuernos, perros y fusil, huyendo
corre la fiera, síguenle la traza;

Ya asustada y cansada del estruendo
de armas y perros, herida amenaza
harta de huir, vencida ya, muriendo.

EL INVIERNO
Temblar helado entre las nieves frías
al severo soplar de hórrido viento,
correr golpeando el pié cada momento;
de tal frió trinar dientes y encinas.

Pasar al fuego alegres, quietos días
mientras la lluvia fuera baña a ciento;
caminar sobre hielo a paso lento
por temor a caer sin energías.

Fuerte andar, resbalar, caer a tierra,
de nuevo sobre el hielo ir a zancadas
hasta que el hielo se abra en la porfía.

Oír aullar tras puertas bien cerradas
Siroco, Bóreas, todo viento en guerra.
Esto es invierno, y cuánto da alegría.


CANTINFLEAR O IMPROVISAR

Música y músicos

La capacidad de improvisar la adquieren aquellos individuos que por su constancia en el estudio y su cultivado talento alcanzan un alto grado de perfección en la especialidad a la cual se dedican. Entonces, para desenredar la lengua, la Real Academia admitió un término que retrata de cuerpo entero la acción de aquellos que hablan sin decir nada.

A menudo, quienes carecen de la debida capacidad para desempeñarse en un cargo, ejercer un oficio o simplemente expresarse coherentemente son tildados de improvisadores. Sin embargo, improvisar es algo bien distinto.

Mario Moreno, en el papel de Cantinflas
El castellano es sin duda uno de los idiomas más ricos que la humanidad conoce y es por eso, quizás, que su gran caudal de palabras a veces se nos vuelca encima y nos enreda la lengua. Según algunos diccionarios, improvisar, es hacer alguna cosa de pronto y sin preparación. Pero sucede que, sin preparación, se magnifica en su errado significado de sin conocimiento, o sin saber, cuando preparación y conocimiento no son sinónimos.

En música, el arte de la improvisación fue durante siglos el eje central de la composición. Fue el modo en que autores e intérpretes concebían la creación musical. En época de Bach y Handel se anotaban, sobre todo en los preludios de las suites, sucesiones de acordes solamente y todo lo demás era responsabilidad del intérprete. La Cantata de Handel, Il pensiero, tiene espacios en blanco en su partitura original con la simple nota: organo ad libitum, lo que indica que en ese fragmento el solista es el órgano y de las cualidades musicales de su intérprete dependerá el éxito en esa parte de la pieza.

Durante el siglo XVIII y las primeras décadas del XIX, la improvisación en los instrumentos de teclado tuvo un gran esplendor. Mozart, podía crear arias o variaciones sobre cualquier tema mientras tocaba frente al público. Beethoven, según su discípulo Czerny, era conmovedor en sus invenciones y ante ellas nadie quedaba con los ojos secos y prorrumpían en sollozos, y Franz Liszt, desde niño fue famoso tocando fantasías que creaba ante el auditorio.

Si bien es cierto que hacia fines del siglo XIX y durante el XX la improvisación en la llamada música culta dejó de ser fundamental, en el jazz sigue siendo la esencia, y la esencia de la improvisación sigue siendo el conocimiento. La capacidad de improvisar la adquieren aquellos individuos que por su constancia en el estudio y su cultivado talento alcanzan un alto grado de perfección en la especialidad a la cual se dedican. Entonces, para desenredar la lengua, la Real Academia admitió un término que retrata de cuerpo entero la acción de aquellos que hablan sin decir nada, a quienes nos bombardean con largas parrafadas sin sustancia, a esos que no logran hilvanar dos oraciones con sentido lógico.

La Real Academia Española, para enriquecer nuestro idioma, acuñó un término que califica a esos individuos ineptos y falsificadores que nos disparan atronadores dislates en forma de discursos, en forma de obras chuecas, en infinitas formas. Un término que califica la acción de quienes carecen de la debida capacidad para desempeñarse en un cargo, para ejercer un oficio o simplemente para expresarse debidamente.

Para esos prójimos la Real Academia Española admitió el verbo: cantinflear, en un justo homenaje a Cantinflas, el personaje creado por Mario Moreno. Y cantinflear es lo que hacen quienes no pueden improvisar, quienes carecen de la debida capacidad para actuar o expresarse de un modo culto, cantinflear es el recurso de los incapaces. Improvisar es de Maestros.

MI AMIGO EL BEATLE

Música y músicos

Hoy es ocho de diciembre, y a pesar de todo, recuerdo que asesinaron a Lennon.

Aún me duele el disparo que le sacó del juego.
Me duelen todavía los recuerdos y me acomodo en la nostalgia.
Hoy vuelvo a vivir toda mi historia. AGS.

Estos discos conformaron la cultura de la generación 50-60
en medio mundo y en Aguada de Pasajeros también.
Los Beatles llegaron a Cuba en la dotación de los viajeros, a horcajadas sobre la honda corta, traídos por el éter. Enseguida que los vimos en aquellas flamantes carátulas, y al escuchar aquellos sonidos distintos, los muchachos del barrio nos enrolamos en la legión de aspirantes a melenudos y por supuesto, aquella propensión a imitar a los inglesitos nos llevó a enrostrar algunas quejas familiares. Pero no fueron sólo los padres quienes se alarmaron, hubo también una alarma en las filas gubernamentales. Las esferas ideológicas del gobierno revolucionario, detectaron de inmediato la peligrosidad del mensaje «burgués» que aquellos muchachos de Liverpool andaban distribuyendo.
Como ya para entonces el mercado del disco en Cuba era un celaje de lo que había sido en décadas pasadas, no fue necesario incautar los fonogramas en tiendas o almacenes, a donde nunca llegaron, sino que fueron censurados con un simple susurro. Fue cosa sólo de silenciarlos en la radio y la televisión, únicamente estatales, y someter a un fuerte «gardeo» a quienes se sobrepasaran en la tenencia y divulgación de aquella música.

Así fue que una noche, debió ser a mediados de la década del 60, en Aguada de Pasajeros, mientras nos solazábamos en la celebración de una «fiesta de quince», y mientras bailábamos And I love her, del disco A hard day’s night, cesó la música abruptamente, y tras el chirriante sonido que produjo la aguja al ser arrastrada por los surcos del acetato, se escuchó una voz autoritaria que decretó: «¡¡¡Esto se acabó aquí mismo y todos están presos!!!».

Fue aquel el principio de una dura noche. Toda la legión de chiquillos fuimos a dar a la Jefatura de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) y el cuerpo del delito eran un fonograma con canciones de los Beatles y un tocadiscos de fabricación soviética.

Ignacio, auto nombrado El Beatle (*)
Aguada de Pasajeros 1967 o 1968 ©ags
Fuimos reprendidos, por «diversionistas» y «penetrados culturales», y cada padre debió presentarse a buscar a su hijo, y sin pasar a mayores, eso fue todo. Sin embargo, mi papá y el de mi amigo Ignacio tomaron la decisión, supongo que aconsejados por la salomónica prosapia del oficial que atendió «el caso», de agregarnos una pena más. Al día siguiente fuimos llevados, a punta de tijera, a un estado calamitoso. Nos pelaron al rape.

Yo tuve una simple rabieta que se me pasó enseguida, pero mi amigo Ignacio sí se la tomó en grande. Él, dejó de firmar con su apellido paterno. Se despojó del que con tanto orgullo vivió aquellos primeros trece o catorce años de su vida, y se convirtió, en cuerpo y alma, en el «quinto» inglesito. Entonces, ya no hubo forma de acercarlo nuevamente a una barbería, y su melena lacia sobrepasó con creces el largo de quien más larga la tuvo nunca. Él, ya no estaría más en el bando de los «desviados», «penetrados» y «diversionistas ideológicos». Él, abandonó el linaje que le habían dado sus ancestros para ser el otro, después de George, John, Paul, y Ringo. Él fue entonces el «quinto» Beatle. Y para que todo el mundo lo supiera, estampó su nueva firma en los árboles, las paredes, los pupitres, los bancos del parque, y hasta en la lona del Circo Montalvo cuando pasó por el pueblo. Mi amigo fue, a partir de entonces, IGNACIO EL BEATLE.

(*) Me atrevo a publicar por primera vez esta foto, porque estoy seguro que los pocos que podrán reconocerlo estarán al tanto de esta historia. Ignacio se fue del pueblo igual que yo y no nos hemos vuelto a ver en los últimos 40 años. Espero que no se enoje, pero esta es una de las anécdotas de mi infancia que con más cariño atesoro, y él fue el protagonista, no contarla y no darle un rostro a la historia sería un egoísmo de mi parte. 

LAS TRANSFORMACIONES EN CUBA O EL CUENTO DE LA BUENA PIPA

Los cambios en Cuba 

Desde que sucedió lo inexorable hace más de un año, los analistas de temas cubanos tienen nuevas y briosas esperanzas. Más cargadas de deseos que de realidades. Más visionarias que objetivas.

Raúl Castro
@ Fuente externa
El freno más contundente que se interpone en el examen ponderado, de cualquier cosa que suceda en Cuba, es el simple y llano hecho de que Cuba no se rige, desde hace más de medio siglo, por ningún modelo económico, político o social conocido. De hecho, en el párrafo anterior, cuando Ud. leyó “analistas de temas cubanos”, dio por sentado que me refería a quienes miran la isla desde afuera, porque dentro no está permitido comunicar, por ningún medio, otro análisis que no sea el oficial. Tampoco valen historias comparadas, y aunque no pretendo fundamentar en pocos caracteres las múltiples y profundas causas que provocaron esta situación, vale decir que las premisas más importantes están casi en nuestras narices.

Castro, no dejó piedra sobre piedra en ningún segmento y subvirtió de tal modo sus predios, que anuló el significado de los parámetros que valen para analizar cualquier suceso en el resto del mundo.

El desastre económico, que se vislumbraba en cada acción del castrismo desde el primero de enero de 1959, y que medio mundo vaticinó que no admitirían los cubanos, y mucho menos los socios comerciales de la isla, fue la piedra angular de la victoria del castrismo, fue precisamente mediante el desastre económico, que Castro consiguió la permanencia vitalicia en el poder, y los cubanos y sus socios comerciales se cogieron el dedo con la puerta.

Tales catástrofes, en cada una de sus campañas, le permitieron un amplio espectro de ganancias políticas, colocándolo siempre en posición de impulsar cambios, de revolucionar. Pero cuidado, todos y cada uno de los virajes fueron promulgados por él, y quien se adelantó o atrasó fue decapitado literal o metafóricamente.
Se declaró anticomunista hasta abril de 1961, y quienes le acusaron de comunista antes de esa fecha fueron molidos, como también lo fueron quienes se negaron a compartir esa doctrina a partir de entonces. Quienes no estuvieron al tanto de sus decretos, comenzaron a ser estigmatizados con el epíteto de “contrarrevolucionarios” o “gusanos”.

Esta no fue una acción aislada, sino el modo de operar durante casi medio siglo. Luego vinieron infinitas campañas, en las que el estatus de “revolucionario” pasó por tantos meandros que se convirtió en castrismo; entonces, en consecuencia, ser anticastrista se hizo sinónimo de “contrarrevolucionario” y “contrarrevolucionario” se convirtió en una figura jurídica, prevista y sancionada por la ley.

Durante la preparación y realización de la zafra azucarera de 1970, conocida como de los 10 Millones, quienes se opusieron a semejante dislate y acusaron las calamidades que provocaría en la población, fueron eliminados; sin embargo, cuando sucedió lo inexorable, nadie fue restituido. Entonces, anunció nuevos planes y nuevas proezas, que nuevamente encontraron opositores, que él volvió a desbrozar.

Cuentos sin fin, tantos que algunos se quedan en la memoria, como el Mercado Libre Campesino, la Operación Pitirre en el Alambre, el Cordón de La Habana, La Campaña de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas, la penalización y despenalización de la tenencia de dólares, y el antológico: “¡Ahora sí que vamos a construir el socialismo!”, una consigna que profirió en un altruista discurso, cuando apenas unos días antes, todos creíamos que era eso lo que se había hecho en la isla durante los treinta años anteriores.

Queremos que Cuba sea otra y a veces no podemos dominar nuestras ilusiones, pero si nos ajustamos a la cordura y a una visión sensata de las noticias que nos llegan desde allá, todo no es más que el mismo cuento sin fin, o cuento de la buena pipa, porque nada trascendental sucederá en Cuba hasta que no se restituyan la propiedad privada, la democracia pluripartidista y exista una Moneda Nacional capaz de pagar justamente el trabajo de los cubanos.

Nada mejorará en Cuba, mientras el poder siga en manos de quienes la devastaron.

CACHAO DESCARGA EN EL INFINITO

Música y Músicos 

Israel López, Cachao, nació el 14 de septiembre de 1918 en La Habana, Cuba, en la misma casa donde 65 años atrás había visto la luz el apóstol cubano José Martí. Vino al mundo en el seno de una familia de músicos, en la que casi todos sus integrantes se apasionan por el contrabajo. 

Israel López (Cachao)
@ Fuente externa
Desde sus primeros años de vida tocó ese violín gigante y siendo muy joven integró la Orquesta Filarmónica de La Habana, una institución de muy alto prestigio que se fundó en 1924, y que estuvo bajo la dirección de distinguidos Maestros; entre ellos, su fundador, el español Pedro San Juan, y el extraordinario violinista, director y compositor cubano Amadeo Roldán. 

Allí, Cachao ocupó un puesto junto a algunos de los más prestigiosos músicos académicos de su época –entre los que también estuvo su hermano Orestes- lo cual prueba la sólida formación que alcanzó a tan corta edad. Integró simultáneamente innumerables agrupaciones entre las que se destacan la orquesta Maravilla del Siglo, de Orlando Collazo, y posteriormente la Maravilla de Arcaño -que terminó por conocerse con el nombre de Arcaño y sus Maravillas-, donde creó, junto a su hermano Orestes, decenas de danzones con nuevas estructuras y contenidos tomados del son, a los que llamaron “de nuevo ritmo”; entre ellos, el titulado “Mambo” (V 23-4345), compuesto en 1938 y grabado para la Victor en 1951, en los que podemos encontrar la génesis de dos importantes géneros de la música popular bailable cubana: El Mambo y el Cha cha chá.

En 1940 la Orquesta Maravilla de Arcaño grabó para la Victor (V 83132) la pieza Canta contrabajo, canta, un danzón compuesto -según registra la placa-, por Orestes López (1908). En la pieza se sustituye el solo de violín, que tradicionalmente se tocaba en el segundo danzón, por un solo de contrabajo que entonces interpretó Cachao. La pieza está basada en la obra Chanson Triste Op. 2 para contrabajo y piano, de Serge Koussevitzky (1874-1951) contrabajista, compositor y legendario director de la Orquesta Sinfónica de Boston entre 1924 y 1949. En esta grabación príncipe, el danzón conserva todas sus partes aunque el tempo es mucho más acelerado, como lo mandaba entonces el danzón de “nuevo ritmo”, pero cuando en 1959 Cachao volvió a grabar la pieza con su propia agrupación, suprimió el primer danzón y el tempo se contuvo un poco -eran los años en que el Cha cha chá y el Mambo habían “cuajado” como géneros-. Ambas grabaciones, muestran la maestría de Cachao como contrabajista y su capacidad como renovador de la música cubana. Pero además, podemos deducir que ambos hermanos, Orestes e Israel, componían en comandita ya que en este nuevo fonograma, que salió en el Lp. “Cachao y su típica Vol. 2” (Lp. Duher 1611) la placa registra a Cachao como autor de la pieza. Canta contrabajo, canta, según la documentación que aparece hasta hoy, constituye el primer solo para contrabajo que se registra en la discografía cubana, algo realmente importante si tenemos en cuenta las pocas posibilidades que ofrecían las técnicas de grabación para amplificar y registrar con fidelidad y presencia el sonido de este instrumento; pero además, nos da una clara idea de lo bien que conocían los contrabajistas cubanos el repertorio clásico para ese instrumento. 

Canta Contrabajo canta, por sus dificultades técnicas no aparece con frecuencia en las producciones discográficas. Quizás, el último registro de esta pieza data de 1982, cuando el hijo de Orestes, Orlando López, Cachaito (1934), la grabó con el grupo Los Amigos, que dirigía el desaparecido Frank Emilio Flynn. Cachao integró muchas de las agrupaciones que amenizaban las películas silentes en los teatros, que tocaban en los centros nocturnos o en las decenas de salas de bailes que había entonces por toda Cuba, y también se vinculó desde muy joven con agrupaciones de jazz; entre ellas, el Quinteto de Música Moderna que dirigió el pianista Frank Emilio, y en el que participaron algunos de los más virtuosos músicos cubanos. Por la vía del jazz, Cachao fue también un importante eslabón y sus descargas, nacidas en las reuniones de amigos, se convirtieron en sesiones de improvisación que pasaron a formar parte del quehacer de los músicos en Cuba y luego en el mundo del llamado jazz latino. En 1957 salieron al mercado sus primeras descargas en discos de 78´´ que luego fueron recopiladas en el Lp., “Cuban jam sessions in miniature: Descargas, Cachao y su ritmo caliente”, y en 1958 se comercializó el Lp., “Jam session with feeling - Descargas cubanas - Cachao y su orquesta”. Entre 1958 y 1959 grabó para el sello Duher los Lps., “Camina Juan Pescao – Cachao y su Típica”, y “Cachao y su Típica Vol. 2”, en los que aparecen 24 danzones antológicos. En 1961 viajó a España con un contrato de trabajo por dos años, luego emigró a los Estados Unidos, donde se radicó y continuó su labor como músico. En New York, Cachao participó en numerosas grabaciones con los más importantes músicos del género bailable; entre ellos, Charlie Palmieri, Tito Puente y Machito. En Las Vegas tocó en el Caesar’s Palace, Sahara, Egipto y otros. Al principio de la década del 70, cuando la música cubana tuvo el gran boom en el mercado con el nombre de salsa, allí estuvo Cachao con algunas de las agrupaciones más importantes del movimiento. 

En 1976 participó junto a Charlie Palmieri en el Lp., “Descarga Vol.1” del sello Salsoul. En Miami, donde se radicó desde 1978, grabó el Lp., “Maestro de maestros: Israel López ‘Cachao’ y su descarga 86”, que salió al mercado en 1986 y en el que participó el flautista José Antonio Fajardo, con quien había trabajado infinidad de veces en Cuba. En 1993, mientras vivía diluido en descargas aquí y allá, en la cotidianidad de la existencia simple y anónima, el actor Andy García lo redescubrió, y Cachao, en las postrimerías de una brillante carrera, reapareció en primer plano. El documental “Cachao... como su ritmo no hay dos,” producido por García, y el fonograma “Cachao Master Sessions, volumen I”, que fue merecedor de un premio Grammy en 1994, permitieron que Cachao volviera a la carga -y sobre todo a la descarga-, y que fuera solicitado en los escenarios con tanta asiduidad como en sus años juveniles. Para Cachao, se abrieron otra vez las puertas de la fama y una nueva época de esplendor se inició en su carrera artística, el veterano contrabajista inició un nuevo coro en su descarga, y en 1995 la saga continuó con el fonograma “Cachao Master Sessions Volumen II”, y en 2000 se dio a conocer “Cachao Cuba Linda”. En 2004, cuando parecía que eso iba a ser todo en la vida del longevo músico cubano, apareció el disco “Ahora sí”, una producción que le valió a Cachao otro Premio Grammy, y un nuevo tema para continuar sus descargas por todo el mundo -excepto Cuba-. 

La incidencia de Israel López, Cachao, en la historia de la música popular cubana durante la segunda mitad del siglo XX y los primeros años del siglo XXI es imperecedera, su obra creativa, experimental y renovadora se apuntala en la cultura americana, y la enriquece. El día 22, de marzo, de 2008, en la ciudad de Miami su ser material dejó de existir, se fue, dio un paso al infinito y desde entonces y desde allí, Cachao inició una nueva ronda en su descarga, un nuevo ciclo de improvisaciones que no terminará nunca, que permanecerá eternamente en la urdimbre de la música cubana y universal.

ANDRÉS ALÉN, CANCIONES DE NAVIDAD

Música y músicos
Un disco para todos los diciembres

Dirección musical, arreglos musicales y piano, Andrés Alén; dirección de coro, Carmen Rosa López; contrabajo y guitarra bajo, Jorge Reyes; percusión, Inor Sotolongo y Roberto Hernández; flauta, saxos sopranos, alto y barítono, Javier Zalba; cuatro y guitarra de doce cuerdas, Jorge Chicoy; clarinete, Vicente Monterrey; guitarra, Osnel Rodríguez; tres, Julio Martínez; laúd, Edwin Vichot; producción musical, María Dolores Novás; productor, UNICORNIO; Producciones Abdala. UN-CD8006.

Un fonograma sorprendente se publicó el 23 de diciembre de 2000 en La Habana, Cuba. La pieza, desde su título, es todo un acontecimiento histórico. Luego de tres décadas de ser censuradas por el gobierno y condenadas al ostracismo, las celebraciones navideñas volvieron a hacerse públicas en la Antilla Mayor desde el 25 de diciembre de 1997.

A solicitud de Su Santidad Juan Pablo II, quien viajó a la isla en enero del 98, el régimen de Castro volvió a declarar feriado el 25 de diciembre. Y, desbordando tanto deseo contenido, el talento de un músico excepcional creó un disco con trece de las más emblemáticas piezas que cantan al advenimiento del niño Jesús, villancicos que durante siglos se arraigaron en Cuba como en toda América.

Andrés Alén, es un artista dotado como pocos para crear en los géneros musicales más disímiles. Su capacidad para expresarse en los diversos lenguajes le permiten andar con desenfado tanto en la belleza simple de un son, como en el universo sonoro del jazz, o en el más deslumbrante virtuosismo del repertorio clásico. Y en este disco compacto pone a prueba esa extraña virtud. En estas trece versiones, Alén elabora melodías navideñas con un exquisito refinamiento técnico, propio del lenguaje de la llamada música clásica, en un entramado de ritmos populares.

Los géneros cubanos del cha cha chá (Jingle bells, Corte-1), la Guajira (The First Noel, C-2), la Contradanza (Deck the halls, C-3), la Rumba (Gloria in Excelsis Deo, C-3), el Danzón (Adeste Fideles, C-6), la Criolla-Bolero (Arbolito, C-7), la Habanera (Hark! The Herald angels sing, c-9), y el son (Los peces en el río, C-11); los ritmos dominicanos de la bachata (White Christmas, C-12) y el merengue (Campana sobre campana, C-13); los aires de la zamba argentina (Silent Night, C-5), el Joropo venezolano (Pastores a Belén, C-8), y el samba brasileña (Joy to the world, C-10) le sirvieron al maestro Andrés Alén para crear un delicioso mestizaje de esquemas rítmicos y formas musicales.

El tono, en todas las piezas, tanto en las voces como en los instrumentos, es bello, pleno, técnicamente perfecto, pero además lleno de sabor popular. Por obra de la inteligente mano de quien escribió arreglos de tan altos quilates, los timbres se mezclan y producen una extensa gama de colores que impresionan los sentidos. Arreglos que son interpretados de una manera brillante por instrumentistas que gozan de gran prestigio en la arena internacional, y por un coro infantil y niños solistas con voces bellísimas, trabajadas al punto de la maestría.

Andrés Alén Rodríguez y un grupo de brillantes músicos cubanos crearon una pieza fonográfica que sin dudas dará mucho de qué hablar, de qué disfrutar y de qué cantar en esta y todas las navidades futuras. Trece piezas que sin duda serán incluidas en la discografía que escucharemos con asiduidad en la Navidad de los años por venir, trece piezas que por su belleza artística volverán para hincharnos el espíritu en cada Navidad.
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«ERNESTO LECUONA HIZO CANTAR AL MUNDO»

Música y músicos

Cada 29 de noviembre se cumple un año más de la desaparición de Ernesto Lecuona Casado, prolífico compositor y virtuoso instrumentista. Su padre, Ernesto Lecuona Ramos, emigró a Cuba procedente de Santa Cruz de Tenerife, donde había nacido en 1834. En la ciudad de Matanzas, alcanzó notoriedad en el periódico La Aurora de Yumurí, y fue en esa misma ciudad donde contrajo matrimonio con Elisa Casado Bernal el 7 de noviembre de 1885.

Ernesto Lecuona (1895-1963)
Al año siguiente, Lecuona Ramos fungía como Director del periódico El Comercial, en la capital cubana y nueve años después, el matrimonio esperaba su decimosegundo hijo. Entonces los esposos decidieron establecerse en la ultramarina villa de Guanabacoa. Allí nació el 7 de agosto de 1895, quien, por la magnitud de su obra musical, se colocaría entre los más importantes compositores de América.

Cuando tenía apenas un año, ya jugaba a tocar el piano. Con sus manos colocadas en el alfeizar de la ventana en actitud de tocar, le vieron sus padres más de una vez, y ya a los tres años, parado sobre un cajón, porque su estatura aun no le permitía estar sentado en la banqueta, fue sorprendido repitiendo algunas melodías populares en la época.

A los cinco años de edad tocaba de oído el Himno Nacional cubano, La Marsellesa y fragmentos de zarzuelas que fueron muy populares en aquellos días. En 1903, comenzó a estudiar formalmente el piano con su hermana Ernestina, y al año siguiente ingresó en el Conservatorio Carlos Alfredo Peyrellade. En 1908, publicó su primera obra musical, titulada Cuba y América, un two-step, ritmo que se puso de moda en Cuba por los días de la segunda intervención norteamericana.

El ciclo de estudios formales tuvo desde 1907 algunas fisuras. Las precariedades económicas de la familia, compulsaron al joven a emplearse tocando en los cines de barrio, creando obras para el teatro, dirigiendo orquestas y haciendo de todo cuanto su talento le permitía. Aun no había cumplido los quince años de edad y ya tenía estrenadas un puñado de obras en el teatro Martí de La Habana, lugar en el que subían a escena piezas de los más prestigiosos compositores cubanos, y por donde pasaban en cada temporada un sinnúmero de compañías extranjeras.

Ernesto Lecuona pudo interpretar todos los géneros y estilos de la música, podía crear o tocar números llenos de ingenuidad artística, pero era también un gigante al abordar obras de gran dificultad. Estuvo siempre entre los más importantes artistas del musical cubano, sin abandonar las salas de conciertos.

En 1912, Hubert de Blanck le organizó su primer recital en el que interpretó, junto a obras de Schumann, Gottschalk, Chopin, Liszt y Penderewsky, sus Seis Danzas Cubanas. A este recital le siguieron muchas otras presentaciones en las más importantes salas de conciertos de Cuba.
En 1916, Lecuona viajó por primera vez a los Estados Unidos, donde tocó durante cuatro semanas en el teatro Capitol, en 1924, viajó por España en unión de la violinista, también cubana, Marta de la Torre, quien fuera primer premio del Conservatorio de Bruselas. París, lo recibió en 1928, año en el que otros cubanos habían triunfado en la Ciudad Luz; entre ellos, Sindo Garay, Rita Montaner, Carmita Ortiz y Julio Richard.

En la sala Gaveau de París lo presentó su compatriota Joaquín Nin, quien por entonces llevaba muchos años en Europa. Fue una audición privada, pero entre los asistentes se encontraban Maurice Ravel, Joaquín Turina, José Iturbi y otros grandes músicos, quienes aplaudieron largamente al artista. Fue en esa audición que le escucharon decir a Ravel, refiriéndose a Lecuona: “¡Eso es más que piano!”. Poco después, Lecuona se presentó ante el gran público en dos conciertos en la sala Pleyel de París. Allí, el programa incluyó obras para piano solo, y piezas suyas para voz y piano, que fueron interpretadas por la soprano cubana Lidia de Rivera.

En 1931, viajó a México con un espectáculo musical cubano integrado por renombrados artistas del género. En el mismo año lo contrataron para trabajar en la musicalización de la película Love song, de la Metro Goldwin Mayer, que fuera protagonizada por el barítono Lawrence Tibbet y Lupe Vélez. Al año siguiente, volvió a España, donde se presentó tanto en recitales como con su orquesta. De allí siguió por toda Europa y en el Lido de Venecia un empresario le cambió el nombre a la orquesta Lecuona por Lecuona Cuban Boys.

En ese incesante ir y venir, creaba y daba a conocer la música cubana por todo el orbe, y sus canciones, zarzuelas, y obras para piano eran de gran popularidad. María la O, Rosa la China, Niña Rita, El Batey y tantas otras eran aplaudidas en teatros de toda América.

“Ernesto Lecuona hizo cantar al mundo con acentos cubanos”, escribió Joaquín Aristigueta, en 1952, en un artículo desbordado de admiración por el artista. Ninguna otra frase sintetiza con tanta precisión el significado de la labor musical de un autor que atrapó en sonidos el alma de toda una cultura. Nada más justo para definir a un artista imprescindible en la historia de la música cubana.

En 1959, Lecuona regresó a la patria, ansioso por conocer los importantes sucesos que estremecieron la isla. El 6 de enero del siguiente año, justo doce meses después de su llegada a La Habana, visto el caso, retornó a los Estados Unidos. Fue su último adiós a Cuba. Allá quedó todo su amor. Allá quedaron sus ancestros. Trashumante hasta el final, viajó en septiembre de 1963 a Santa Cruz de Tenerife, lugar de origen de su familia paterna, y allí le sorprendió la muerte en el Hotel Mencey. Era la noche del viernes 29 de noviembre de 1963.

ALAIMA GONZÁLEZ URRELY EN CONCIERTO

Música y músicos

El sábado 27 de octubre se presentó en el Gran Teatro del Cibao, en Santiago de los Caballeros, República Dominicana, la flautista cubana Alaima González, quien contó con el acompañamiento de una orquesta de cuerdas. El programa estuvo integrado por Divertimento en fa Mayor para cuerdas, de W. A. Mozart; Suite en si menor para flauta y cuerdas de J. S. Bach; Concierto en Do Mayor, para piccolo y cuerdas de A. Vivaldi; La bella cubana, de J. White; La bikini, de R. Fuentes (Arr. J. A. Guibert); Vida mía, de O. Fresedo (Arr. J. A. Guibert); El choclo, de A. G. Villoldo; Serenata, de J. A. Hernández; Alma, corazón y vida (Arr. J. A. Guibert), de A. Flores; y El bodeguero (Arr. J. A. Guibert), de R. Egües.

Alaima González
La señora González es una gran profesional, el sonido que consigue tanto en la flauta como en el piccolo es bello y culto, algo que ya he anotado en otras oportunidades. En su presentación, abordó con gran solvencia tanto los pasajes escabrosos y centelleantes, como los cantabiles. Conservó la plenitud del sonido en todos los registros, y una gama de múltiples colores sin los molestosos escapes de aire que muy a menudo traicionan a los ejecutantes de esta familia de instrumentos. En las piezas del repertorio bailable, también la solista fue muy acertada en la dicción, el ritmo y el concepto, sobre todo en el montuno de El bodeguero, donde afloró la cubanía en las improvisaciones y flotó en el escenario el espíritu de sus ancestros.

El conjunto instrumental que la acompañó sin director, fue un buen soporte, y a pesar de la crisis que atraviesa la música de conciertos en la República Dominicana, consiguió la excelencia artística propia de un conjunto de avezados profesionales, todos integrantes de la Orquesta Sinfónica Nacional. Seguramente que si estos conciertos fueran cosa habitual, tendríamos en esta isla muchísimos mejores momentos de buena música, pero cada vez son menos las personas que, como la Lic. Gina Rodríguez, Directora General y Artística del Teatro del Cibao, propician estas veladas.

La presentación, a pesar de las fuertes lluvias que preludiaron la tormenta Noel, contó con un numeroso público que se manifestó entusiasmado, y pidió a voz en cuello que conciertos como este se realicen más a menudo en La Ciudad Corazón.