domingo, 28 de septiembre de 2014

RUBÉN GONZÁLEZ AVILA: GUITARRISTA, PEDAGOGO Y PROMOTOR (2 de 3)

… algunos estaban muy escépticos conmigo, porque yo era muy joven, muy delgado y a algunas personas no les pareció que, por mi apariencia, yo fuera un músico respetable, pero eso comenzó a cambiar….

 El primer concierto en Santo Domingo: los prejuicios y los juicios

AGS: ¿Cómo fue que llegaste a la República Dominicana?

RGA: Bueno, fue idea de la profesora Nereida Sánchez Tío, quien daba clases de guitarra en el Conservatorio Nacional de Música (CNM), en Santo Domingo. Entonces ella era la única profesora que había aquí. En ese centro de estudios, que estaba en esa época en la calle Rosa Duarte, esquina a Cesar Nicolás Penson, en Gazcue, también trabajaban, desde 1991, los Maestros cubanos Reinaldo Pérez, oboísta y Roberto Medina clarinetista, quienes vinieron contratados en 1991 para tocar en la Orquesta Sinfónica Nacional. La profesora Nereida les pidió que le recomendaran algún profesor que pudiera colaborar dando clases aquí y le hablaron de mí, entonces se hicieron los trámites de lugar y vine por primera vez en el año 1993.

Vine invitado por el CNM, en la persona de Floralba del Monte, quien entonces era la Directora, y el objetivo era que yo impartiera algunas Clases Magistrales a los estudiantes del Conservatorio y a todos los que se quisieran sumar, fueran o no alumnos de la institución. Recuerdo que daba esas clases nada más que los miércoles, desde las dos de la tarde hasta la noche y aquello se llenaba, al punto que llegué a tener hasta treinta estudiantes en una clase. Entonces comenzaron a llegar personas mayores, profesionales de muy variadas carreras, pero que tenían la guitarra como afición y que no eran alumnos del Conservatorio… muchos de esos me han seguido hasta el día de hoy, algunos son mis amigos y siguen tomando clases conmigo.

Recuerdo que llegué a Santo Domingo un 21 de febrero de 1993, y el día 1 de abril, cuando llevaba aquí mes y medio hice mi primer concierto. Hasta ese momento, algunos estaban muy escépticos conmigo, porque yo era muy joven, muy delgado y a algunas personas no les pareció que, por mi apariencia, yo fuera un músico respetable, pero eso comenzó a cambiar cuando toqué en la Sala de la Cultura del Teatro Nacional, donde estuvo presente don Julio Ravelo de la Fuente, profesor del Curso de Cultura Musical que ofrecía entonces el Teatro Nacional; Rafael Villanueva, director de la Sinfónica Nacional; doña Floralba y todas las autoridades de Bellas Artes. La sala estaba repleta y toqué un programa tremendo, muy fuerte, que resultó un éxito rotundo, una actuación de la que don Julio Ravelo escribió:

Sin duda alguna Rubén González Ávila es un guitarrista que hace honor a su patria, Cuba, posee todas las condiciones de un gran artista: Logra sacar a su instrumento una sonoridad de gran belleza y calidad; explota con destreza los recursos expresivos de la guitarra; utiliza los matices muy artísticamente; sus armónicos son brillantes y afinados; posee una depurada técnica que le permite ejecutar con gran nitidez los más difíciles pasajes de las obras que ejecuta. Si a todo esto le agregamos su gran sensibilidad musical, ¿qué más podría pedirse de un artista? 

Después comenzaron a mirarme de otra manera. Fue a partir de ahí que también surgió la idea de que yo viniera a tocar con la Sinfónica. Villanueva y Ravelo se ocuparon de hacer los trámites para que yo viniera a tocar con la Sinfónica, así que me fui en julio de 1993 para Cuba, y la idea era regresar en 1994, pero sucedió que unos refugiados cubanos se metieron por la fuerza en la Embajada de México y ese suceso lamentable enturbió los trámites para mi visado. Entonces don Julio Ravelo habló para que se re programara el concierto y se cambió la fecha para septiembre de 1996, cuando finalmente se hizo efectivo mi viaje. Vine a tocar el Concierto Elegíaco, de Leo Brouwer, y el director invitado fue Álvaro Manzano.

El concierto fue el 18 de septiembre de 1996, y estando aquí, tuve una entrevista de trabajo con doña Floralba, quien me propuso un contrato como profesor del Conservatorio, ya no para dar clases magistrales como en años anteriores sino como profesor de la cátedra de guitarra. Porque ella necesitaba impulsar la guitarra, pero no tenía un profesor graduado, y el único que estaba como profesor en ese momento era Eulogio, porque ya en ese momento Nereida se había ido a los Estados Unidos a estudiar, porque ella también estudiaba chelo. Floralba necesitaba que alguien graduara a Eulogio. También estaba Scalfullery, quien también se fue a estudiar al extranjero.

Yo acepté la propuesta, pero antes de comenzar formalmente como profesor de la cátedra de guitarra del Conservatorio se reactivaron las clases de los miércoles con el auspicio de la entonces Secretaría de Educación que era la que atendía las instituciones culturales, y volvieron muchísimos estudiantes, por lo que me quedé aquí hasta noviembre o principios de diciembre, cuando me fui a Cuba y regresé a Santo Domingo en enero de 1997 para firmar un contrato como profesor del CNM, y desde esa fecha hasta la actualidad he mantenido esa plaza.

AGS: ¿Qué te encontraste en el Conservatorio?

Al llegar me dieron dos estudiantes, uno que estaba por graduarse: Carlos Smith, a quien gradué y es profesor en la Escuela Elemental de Música y el otro que no terminó. Pero al primero que gradué fue a Eulogio, quien estaba como profesor de guitarra antes de que yo llegara.

Entonces comenzó la captación de estudiantes, también comencé a trabajar en la Academia Diná, comencé a hacer conciertos, el público que me había conocido en los viajes anteriores se enteró que yo estaba de regreso y los conciertos se llenaban. Los conciertos en el Conservatorio se llenaban siempre, y por otra parte mi clase también, incluso llegué a crear una orquesta de guitarras, que no existía, y era la base para la práctica de conjunto que no se daba como asignatura, no se daba tampoco Historia de la Guitarra y comencé a darla también como asignatura que se imparte hasta el día de hoy.

Tuvimos una orquesta de dieciséis guitarras, aunque había veinticinco estudiantes en la cátedra, pero los que podían tocar en la orquesta eran dieciséis. En estos años, 98, 99 también comencé a trabajar en el ICA en Santiago de los Caballeros, y lo mismo que hacía en la capital lo hacía en Santiago, tanto desde el punto de vista docente como mis conciertos, y todo eso ayudó a promocionar la guitarra. En total estuve ocho años trabajando en el ICA, y en el año 2000 me di a la tarea de crear el Primer Concurso Nacional de Guitarra.

AGS: Antes de que me hables del Concurso. ¿Cuántos estudiantes graduaste de guitarra en todos esos lugares en los que trabajaste? 

RGA: Al primero lo gradué en 1999, fue como te dije, Eulogio de Jesús Fernández, quien sigue siendo profesor del Conservatorio; y al año siguiente a Carlos Smith. En Santiago tenía muchos estudiantes y de ellos gradué a cinco. Allá sucedió que había un profesor cubano, Huber Ellis, quien se fue a vivir a otro país y antes me recomendó para ocupar su plaza. En el ICA gradué a Oscar Almonte, que hoy es profesor de ese mismo centro de estudios. Carlos Zapata, quien se fue a los Estados Unidos donde también terminó sus estudios de guitarra, y trabaja en el ICA actualmente como profesor y es especialista de música en el Centro León de Santiago. Isidro Ureña, que lo envié a estudiar a Ámsterdam, al Conservatorio de Holanda y se graduó. Isidro es un caso muy peculiar, él no pasó el examen teórico pero hizo un examen de guitarra tan bueno que lo admitieron, así que esa es una de las cosas que me llenan de orgullo. Jesús María Rodríguez, a ese lo mandé a estudiar en La Habana, y hoy es músico profesional, toca con varias agrupaciones populares y también fue profesor. 

Aquí en Santo Domingo he graduado, además de a Eulogio y Smith, a Felipe Báez, quien también se pudo graduar en una universidad en New York. Anthony Ocaña, quien está haciendo carrera como guitarrista en el extranjero. Karel Kalaff, que vive en Inglaterra y Eduardo Domínguez, que es profesor en varias academias de música. Esta es más o menos la lista de los estudiantes que he graduado.

AGS: En Cuba también trabajaste en la enseñanza, ¿llegaste a graduar a algún estudiante?

RGA: Sí, trabajé en la enseñanza, dos años en Holguín y después me fui a Matanzas como ya te dije, pero no gradué a nadie porque trabajaba en el nivel elemental y en la Escuela de Superación Profesional, aunque sí varios estudiantes míos obtuvieron premios en concursos.

AGS: Entonces, resumiendo, has graduado a diez estudiantes, con tu trabajo propiciaste que aumentara la matrícula en la cátedra, a tal punto que pudiste crear una orquesta de guitarras, incluiste en el currículo del Conservatorio las asignaturas Historia de la Guitarra y Práctica de Conjunto, y además, el método que has utilizado es el de la Escuela Cubana de Guitarra, me refiero a los métodos, las metodologías, el repertorio, con lo que te conviertes también en el promotor de esa manera de tocar en la República Dominicana. ¿Es así?

RGA: Así es. Continuará…




miércoles, 24 de septiembre de 2014

SE HA IDO MATEO SAN MARTÍN, UN DISQUERO DE FÁBULA

Con Mateo San Martín en Casa de Campo
Según la nota de prensa, el disquero y empresario cubano-americano Mateo San Martín falleció el pasado lunes 22 de septiembre, a las seis de la tarde a la edad de 84 años en la Ciudad de Miami.
A Mateo me llevó el interés por sus discos, por lo que el sello Kubaney fue capaz de tener en sus colecciones. Un día entré en la tienda Incredible CDs, una de sus últimas aventuras mercantiles en Santo Domingo, y quedé gratamente sorprendido al encontrar mucha música cubana de la que fue borrada en la isla junto con sus autores e intérpretes, cuando estos se fueron al exilio.
Allí en la tienda conocí Mateo San Martín y me atreví a proponerle la idea de reseñar sus discos en los periódicos en los que entonces me publicaban, y sin pensarlo dos veces agarró media docena y me dijo: “Empieza con estos”.
A partir de entonces pude charlar con él alguna que otra vez y comprendí que había sido un hombre de negocios, sin grandes conocimientos musicales, pero con gran tino para convertir el disco en una mina de oro. En su libro Disquero pone en blanco y negro muchas de sus historias en el negocio, en una época en la que el mercado de la música era muy competitivo, pero quien sabía hacer bien sus tareas podía obtener resultados millonarios.
A continuación, reedito la reseña que le hice al mencionado libro y que se dio a conocer en el periódico El Siglo hace ya catorce años.
UN DISQUERO DE FÁBULA
Una curiosidad bibliográfica salió al mercado y anda por los anaqueles de algunas tiendas de discos en la ciudad de Santo Domingo. Es un libro que seguramente llamará la atención de quienes de algún modo están ligados a la música, los músicos y el mercado del disco. Es un libro que tiene en sus páginas información de primera mano y que lleva por título: “Disquero”.
El autor de esta novedad es un pionero en su oficio, un hombre que se inició en la vida laboral cuando los fonógrafos y fonogramas comenzaban a llegar a los mercados del mundo. El autor de esta rareza es el señor Mateo San Martín, nacido en La Habana, Cuba, allá por el año 1930, quien comenzó a bregar en el negocio del disco cuando se comenzaban a vender los primeros artilugios capaces de reproducir la música con alta fidelidad, allá por los últimos años de la década del cuarenta.
Ya desde entonces, Mateo San Martín, quien apenas recién se había graduado de bachillerato y daba sus primeros pasos en el negocio, fue capaz de imaginar un mecanismo para incrementar las ventas de la compañía en la que estaba empleado, fue capaz de imaginar y poner en práctica algo muy común en el mercado moderno y que conocemos hoy como “especiales”. La anécdota está narrada en el libro “Disquero” con toda modestia y dicha así, como de paso, pero este suceso es una muestra del hombre visionario y del empresario sagaz que ya desde su juventud era Mateo San Martín. Visionario fue también cuando en 1959 pudo entender que, en Cuba, nunca más el disco volvería a ser lo que en la década pasada, tuvo la premonición de que ese artículo dejaría de formar parte de la vida cotidiana de los cubanos en los años por venir, y no se equivocó. Ya para entonces KUBANEY era un sello prestigioso fundado por Mateo San Martín, con un catálogo de más de veinte títulos. Fue en esa época y bajo esas premisas que el disquero cambió su residencia a los Estados Unidos y desde allí trabajó con lo más importante de la música bailable de América Latina.
En “Disquero” hay también anécdotas en las que se cuentan las andanzas de personajes protagónicos en el quehacer musical dominicano; anécdotas puramente de farándula, escándalos, amoríos, adoraciones, desplantes y todo tipo de sucesos acaecidos alrededor de Mateo San Martín.
Están contadas, con mucho amor y dolor, las frustrantes conductas adoptadas por el ídolo de multitudes Fernando Villalona, su proverbial informalidad, su relación con las sustancias tóxicas y cómo se convirtió en “El Mayimbe”. Están también contadas las estrecheces económicas del joven Johnny Ventura y sus resonantes triunfos por todo el mundo. Se narra también de cómo Cuco Valoy, ya en su segundo álbum, sufrió un ataque de “vanidad”. De los Hermanos Rosario y la tragedia de Pepe, quien fue apuñaleado por una admiradora. De cómo Pochy Familia y su Cocoband dio origen a Kinito y la Rokabanda.
“Disquero” es un cuento contado por el abuelo, es la historia de una vida y un oficio que nacieron y crecieron en la misma época. “Disquero” es una curiosidad bibliográfica que pasará, de los anaqueles de algunas tiendas de discos,  a las bibliotecas de estudiosos de la música americana,  a las bibliografías de futuros estudios sobre la música bailable americana. “Disquero” es un trabajo que, por su contenido, circulará tanto en manos de especialistas como de faranduleros.
Disponible en Incredible CD’s, Calle El Conde, Santo Domingo.
En Internet: http://www.kubaney.com
Publicado en Santo Domingo, el 22 de enero de 2000 en el periódico El Siglo 

viernes, 19 de septiembre de 2014

RUBÉN GONZÁLEZ ÁVILA: GUITARRISTA, PEDAGOGO Y PROMOTOR (1 de 3)

“Hiciste un papel tremendo y a mi entender debiste obtener un premio, pero así son los concursos" María Luisa Anido.

Niño que no llora… 
Durante más de dos décadas, el guitarrista Rubén González ha dedicado su talento pedagógico a la formación de instrumentistas profesionales en la República Dominicana. Profesor del Conservatorio Nacional de Música desde 1994 hasta la actualidad, ha conseguido que sus estudiantes alcancen niveles nunca antes experimentados, e incluso que algunos de ellos resultaran premiados en prestigiosos concursos internacionales, algo absolutamente inédito en la historia pretérita de la guitarra local.

Ha introducido la Escuela Cubana de Guitarra en el país y esto, por los resultados obtenidos, debe ser anotado, documentado y divulgado. Pero además de su labor como pedagogo, su persistente y sólida calidad como guitarrista de concierto le ha ganado un extenso público, y como para no dejar espacios vacíos, su capacidad organizativa la ha encaminado a la creación del Concurso y Festival de Guitarra de Santo Domingo, escenario en el que se han presentado importantes figuras del arte de las cuerdas pulsadas, y que ha servido fundamentalmente como plataforma para que los guitarristas noveles se abran paso en el difícil arte de la música de conciertos.

Y para que tan brillante labor no permanezca oculta, olvidada y sin documentar, aquí comparto, con todo el que esté interesado en la vida musical de esta media isla, una extensa entrevista que le hice al Maestro González y donde rememora algunos de los hitos más importantes de su vida profesional.

Antonio Gómez Sotolongo: ¿Cómo conociste la guitarra?

Rubén González: Mi abuelo por parte de padre tocaba algo de tres y guitarra, pero yo nunca lo vi tocar, ya él estaba muy viejito cuando yo lo conocí y no tocaba, pero un tío mío sí, un hijo de él tocaba guitarra. Además, todos en mi familia por parte de padre eran muy afinados, era una familia muy grande y se reunían a hacer fiestas en las que cantaban rancheras mexicanas, boleros cubanos, canciones popularizadas por los tríos puertorriqueños y toda esa música que entonces estaba de moda. Y fue con ese tío con el que comencé a fijarme en la guitarra. En realidad la guitarra que compraron mis padres era para mi hermano, pero a él no le interesó mucho y el tío comenzó a darme algunas clases a mí.

Todo esto sucedió en Holguín, en los primeros años de la década del 70, en el pasado siglo XX cuando yo era un niño de unos nueve años más o menos. Después de estos primeros pasos con mi tío, mi papá me puso a tomar clases privadas con un señor que se llamaba Guillermo Sánchez, quien era uno de los mejores profesores que había en Holguín, y aunque no leía música era muy bueno tocando la guitarra y enseñando.

No tengo idea de cómo lo logró, pero me enseñó mucho y llegó un momento en el que le dijo a mi papá que yo había aprendido todo lo que él me podía enseñar, y le recomendó que me llevara a la escuela de música, y mi padre le hizo caso, así que hice mi examen de admisión en la Escuela Provincial de Arte de Holguín y fui admitido, pero con tan mala suerte que entonces había un solo profesor de guitarra, que era Aldo Rodríguez, y no tenía cupo para darme clases, entonces me pusieron a estudiar saxofón con el objetivo de que al año siguiente me cambiaran, pero eso no me gustaba y duré solamente un mes, después no aguanté, no me gustaba el profesor, le hice rechazo.

Un día llegué llorando a mi casa y mi mamá habló con Aldo y consiguió que me admitiera, pero con la condición de que me haría una prueba de aptitud, resultando de todo esto que a pesar de que comencé el curso de guitarra casi dos meses después que los demás, fui el primero en terminar el método de Isaac Nicola, que era el que entonces se llevaba. Así que como dice el refrán: “Niño que no llora… no hubiera sido guitarrista”.

Después de terminar los estudios en Holguín me fui a Cubanacán (Escuela Nacional de Música ENA), en total pudimos pasar a La Habana tres de los estudiantes de mi grupo: Alejandro Puente, Lilliam Rodríguez y yo, y de esos tres el único que llegó al ISA (Instituto Superior de Arte) fui yo, y de todos los de mi grupo inicial el único que ha hecho carrera como guitarrista y profesor he sido yo.

Resumiendo, estuve en Holguín tomando clases con Aldo un año porque él terminaba el servicio social y se regresó a La Habana, entonces vino Alina Quesada, una profesora también de La Habana quien me dio clase por dos años. Después de eso, por algún problema que no recuerdo ahora tuvimos que continuar los estudios en La Habana, donde terminé el nivel elemental justamente con Aldo Rodríguez, el profesor con quien lo había comenzado, y con quien continué todo el nivel medio hasta que me gradué.

AGS: ¿Durante estos años de estudio participaste en algún concurso?

RG: Sí, estando en Holguín participé en concursos y en La Habana gané el Primer Premio del concurso Amadeo Roldán en 1982, en el que había obtenido un Tercer Premio en años anteriores. Terminando el Nivel Medio me fui a trabajar a Holguín donde estuve desde 1982 hasta 1984, después fui a Matanzas a trabajar y estuve allí desde 1984 hasta 1991. En 1985 ingresé al ISA y tomé clases con el Maestro Efraín Amador y en 1986 participé en el Concurso de Guitarra de La Habana, en el que no obtuve ningún premio. Pero en 1988 repetí la experiencia y obtuve el Premio a la Mejor Interpretación de una obra de Leo Brouwer.

El concurso de La Habana, en 1988, fue una experiencia muy bonita; entre otras cosas, porque aunque en casi todos los concursos está prohibido al público aplaudir, en el de La Habana siempre lo permitieron. Y por eso me sucedió algo inolvidable durante mi participación en la primera y la segunda vuelta de ese concurso, algo que yo no recuerdo haber visto nunca, creo que lo más parecido lo vi en el Primer Concurso cuando Pellegrini tocó una pieza de Barrios Mangoré, muy rápida, y la gente aplaudió muchísimo, pero no recuerdo que se pusieran de pie; sin embargo, en mi caso, en la primera y la segunda vuelta, el público del Teatro Nacional aplaudió de pie. Entonces yo no me daba cuenta de lo que estaba pasando, no me daba cuenta. Entonces llegué a la final, donde toqué el concierto de Giulliani con la Camerata Brindis de Salas, bajo la dirección de Tomás Fortín, que fue mi primera experiencia con orquesta, y tengo que subrayar que Fortín fue muy gentil conmigo y me ayudó mucho.

Ese concurso fue para mí uno de los más fuertes, porque ahí estuvieron guitarristas que hoy en día son de los mejores del mundo. Con la excepción de Per Skaren, de Suecia, que no sé dónde se ha metido, todos los demás finalistas de aquella edición han hecho carrera y se mantienen activos; ellos son, Aniello Desiderio, de Italia; Antigoni Goni, de Grecia; Alexander Swete, de Austria, Jozsef Eotvos, de Hungría; Joaquín Clerch, y yo. Éramos siete finalistas.

Tengo muchos recuerdos bonitos de ese Concurso… te digo lo que me pasó: después de aquella presentación muchos amigos míos vinieron al camerino, recuerdo a Miguelito Núñez, el que después fue pianista de Pablo Milanés; Anabel, la que entonces era esposa de Miguelito, y otros más vinieron a saludarme y algunos venían llorando a abrazarme y yo no sabía por qué, y era de la emoción que sintieron al ver ese espectáculo… ahora comprendo que era muy fuerte ver aquel Teatro Nacional repleto aplaudiendo de pie… Pero yo estaba ahí, y no tenía consciencia plena de lo que estaba pasando. Recuerdo que también vino Aldo y me dijo: “Óyeme, Costas Cotsiolis ha hablado maravillas de ti”. Y Cotsiolis estaba en el jurado.

Finalmente pasé, pero en la última vuelta me sucedió algo. Como era mi primera vez con orquesta, le presté mucha atención al director y para eso tenía que mover mucho el ángulo de la guitarra y al desviarla, el micrófono no recogía lo suficiente, no sé, pero no me dieron ningún premio; sin embargo, recibí elogios muy importantes de figuras como María Luisa Anido, quien integraba también el jurado en esa oportunidad. Ella me dijo: “Hiciste un papel tremendo y a mi entender debiste obtener un premio, pero así son los concursos”.

A  pesar de todo, aquel concurso me abrió puertas y fue mi primer encuentro con algunos de los guitarristas más importantes de mi generación, y que, como te dije, hoy están entre los más destacados del mundo. 

En 1991 me gradué del ISA con el Maestro Efraín Amador, y en 1992 participé otra vez en el Festival de La Habana . Entonces estrenamos el Concierto Andaluz de Joaquín Rodrigo. En aquella oportunidad estuvo la hija de Rodrigo como invitada de honor del Festival y tocamos la obra Aldo Rodríguez, Jorge Luis Zamora, Jesús Cantero y yo, con el acompañamiento de la Orquesta Sinfónica de Matanzas, bajo la dirección de la Maestra Elena Herrera. Eso fue en la Sala Avellaneda y fue un éxito tremendo, incluso la grabación está en Youtube. Después seguí haciendo mis conciertos, ingresé en la Agrupación Nacional de Conciertos y paralelamente trabajaba dando clases de guitarra en la Escuela de Arte de Matanzas. Continuará…

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