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viernes, 22 de junio de 2018

EL PRIMER CONCIERTO DE LA TEMPORADA SINFÓNICA 2010

(Este artículo lo escribí hace ocho años, pero se quedó fuera de este blog por algún motivo que aún no descubro; sin embargo, forma parte de la Historia de la OSNRD, así que está tan actualizado como si lo hubiera escrito hoy)

Foto: Fuente externa
10.02.10. Santo Domingo, R.D. Sala Carlos Piantini del Teatro Nacional Eduardo Brito. A. Ginastera, Danzas del Ballet “Estancia” IV Danza Final (Malambo). G. Gershwin, Concierto en Fa para piano y orquesta. J. A. Molina, Fantasía Merengue. Xiayn Wang, pianista. José Antonio Molina, Director Titular. Orquesta Sinfónica Nacional. Concierto No. 1812. Temporada Sinfónica 2010. Aforo: 90%.

Los discursos

La Gala, dedicada al Maestro Carlos Piantini, comenzó aproximadamente a las 8:30 pm con la interpretación del Himno Nacional. El Ministro de Cultura, José Rafael Lantigua, elogió a quien fuera Director del Teatro Nacional y Titular de la OSN, se proyectaron dos videos; uno, con una breve reseña biográfica del homenajeado y; otro, en el que Piantini agradeció los honores desde su casa en los Estados Unidos, donde permanece por quebrantos de salud. Los hijos del Maestro recogieron el pergamino que le extendiera el Ministerio de Cultura y agradecieron al auditorio las muestras de cariño expresadas hacia su padre.

La música
Si bien es cierto que el Malambo de Ginastera se ha escuchado aquí en múltiples oportunidades, conducida por Invitados y Titulares, esta vez lució más enérgica, a un tempo chispeante y virtuoso, rústica como lo pide su origen, enervante y lúdica.

También el concierto en Fa es de los favoritos del público y ha sido escuchado varias veces en esta misma sala. La pianista Xiayin Wang hizo una interpretación académicamente correcta, culta en todos los sentidos, con la dicción jazzística que piden los temas y con una buena dosis de swing. El sonido de ella es perfecto; sin embargo, no alcanza los fortes necesarios para llenar la sala Carlos Piantini del TN, que no tiene la mejor acústica para conciertos sinfónicos, pero que otros han podido llenar con un toque más robusto.

El final fue una fiesta dominicana, un destello seguro de sinfonismo nacional. La obra de Molina, que también pertenece al repertorio de la OSN desde su estreno hace casi dos décadas, estuvo trabajada esta vez con minuciosidad por el propio autor. Los múltiples elementos que la hacen lucir en todo su esplendor como una verdadera obra sinfónica dominicana salieron a flote y, lejos de quedarse en el superficial bamboleo del baile popular, destacaron los complicados vericuetos por los que se desplazan los temas harto conocidos, argumentos que se entrelazan como mosaicos y que por momentos adquieren, por la maestría en la orquestación, aires que festejan explícitamente la obra de otros compositores: Prokofiev, Haydn, Copland o Rachmaninof.

Mención aparte merece el dúo de güira y tambora que a manera de cadencia o descarga interpretaron los percusionistas invitados Juan de la Cruz (Chocolate) en la tambora y Rafael (Yapo) en la güira. Exuberantes polirritmias interpretadas con la íntima complicidad de dos virtuosos, capaces de alcanzar la perfección en el ensamble y arrancarle una gama extensísima de colores a dos instrumentos acústicamente limitados.

El concierto número 1812 de la OSN, fue un centelleo más en el camino que transita la institución desde que la administra el Ministerio de Cultura. La sala estuvo llena, y el público disfrutó la velada; sin embargo, aun los novatos siguen dando la nota mala, aplaudiendo antes de tiempo, en el lugar equivocado con el consiguiente trastorno en el ritmo del espectáculo, en la concentración de los músicos. Hace falta que en los programas se anoten las normas de conducta en un concierto, que no son tantas ni tan difíciles de adoptar y que pudieran resumirse en sólo dos: Una, permanecer en silencio mientras suena la música; y dos, aplaudir solamente cuando el director y el solista se vuelvan hacia el público y se inclinen en señal de agradecimiento a quienes escucharon la obra.

Por fin volvemos a tener Temporada Sinfónica en Santo Domingo, con buenos conciertos, buenos programas y un nutrido público. Ojalá que la gerencia no vuelva a trastabillar nunca más y de las altas cumbres no se despeñe tanto esfuerzo y entrega de la institución cultural más antigua del país.

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