Y dale otra vez con la Ma´Teodora
«Si un hecho histórico fundamental para la evolución de la Humanidad no hubiera dejado ningún resto, tal hecho no existiría para el historiador».
Alberto Beltrán. Foto: Fuente externa |
Ninguno de aquellos cuatro musicantes del supuesto génesis de la música cubana llegó de África. Ellos, según la crónica, eran «Pedro Almanza, natural de Málaga, violín; Jácome Viceira, de Lisboa, clarinete; Pascual de Ochoa, de Sevilla, violón; Micaela Ginez negra horra, de Santiago de los Caballeros, vigüelista; los cuales llevan generalmente sus acompañados para rascar el calabazo y tañer las castañuelas». (Sic)
Después de la incontestable tesis de Alberto Muguercia, que demostró la inexistencia de tales músicos en la fecha y el lugar señalados, ese objetivo blanquista de la época fue más evidente, pero ahora, cuando al parecer el fantasma de las hermanas Ginez continúa recorriendo el Mar de las Antillas en un barco de papel, otro gazapo axiomático se desprende de tal mención en la historiografía cubana.
Y este consiste en la falta de fuentes escritas que sustentaran el suceso, y por supuesto que no me refiero a la crónica de marras ni a las tantas y copiosas menciones que desde el siglo XIX hasta hoy se hicieron de aquellos cuatro músicos, sino al único documento que probaría la existencia de aquella música: la partitura escrita en el siglo XVI.
En sus afanes por blanquear la cultura cubana, algunos intelectuales -al igual que sus herederos antillanos que hoy vuelven a enarbolar la bandera de la blanquitud en un territorio en el que la africanía se lleva en el rostro-, incurrieron en el error de prescindir de la partitura para probar la existencia de la música.
Y ya veo que existe una, como seguramente el lector avezado conoce, pero es del todo apócrifa, «igualitico» que la crónica de Hernando de la Parra, es una partitura que por su análisis morfológico pertenece indudablemente a los cánones de composición musical del siglo XIX y no del XVI, absolutamente distinta a la que los músicos renacentistas escribieron, por lo que insistir hoy, a pesar de las irrefutables razones que se han expuesto, en la paternidad dominicana de la música cubana basándose en la existencia de unas «negras horras» que en el siglo XVI la llevaron de una isla a otra, es como cantar de oído, es insistir en desconocer que para estudiar la Historia de la Música, el único documento que existe es la partitura, y después de 1898 el fonograma. Pretender historiar sin partitura o sin registro fonográfico es como cantar de oído.
En sus primeras páginas, un libro muy utilizado por los estudiantes de bachillerato dice:
La historia estudia la vida del hombre en el tiempo, utilizando toda clase de restos del pasado. Estos restos, llamados fuentes históricas, pueden ser:
a) Objetos relacionados con el hombre: son las llamadas fuentes arqueológicas (instrumentos, vasijas, pinturas, construcciones…),
b) Documentos escritos que reflejan aspectos de la vida humana: son las fuentes escritas. [1]
Por más que los arqueólogos se empeñen en resucitar artefactos que hace miles de años fueron instrumentos musicales, jamás podremos saber cómo sonaban si no tenemos la partitura original, o se descubren restos en civilizaciones que en la actualidad mantengan vivo por tradición oral (de oído) el uso de dicho instrumento. Jamás podremos saber cómo sonaba el primer merengue, porque allá por 1844 nadie lo escribió; sin embargo, existen muchísimas otras partituras, que sí nos cuentan la historia de nuestra música mestiza, pero estas hay que saber leerlas, para analizarlas hay que saber leer y escribir la música, no es posible hacer un análisis musical como se memoriza de oído una criolla.
Y dice además el mencionado libro de Historia: «Si un hecho histórico fundamental para la evolución de la Humanidad no hubiera dejado ningún resto, tal hecho no existiría para el historiador». [2]
O lo que es lo mismo, pretender historiar la música sin partitura es como cantar boleros de oído; sin embargo, lo primero se puede hacer magníficamente, pero lo segundo es, como diría Zumbado, una verdadera «cagástrofe».
PD.: Y por si todo esto fuera poco, el significado que en el siglo XVI tenía la palabra son no es ni por asomo el mismo que tendría a finales del siglo XIX. Si tomamos como referencia la obra cumbre de la literatura española, Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes, publicada por primera vez en 1605, es decir, muy poco tiempo después de los supuestos andares de las Ginez por Cuba, la palabra son significaba sonido, así se puede leer; entre otras, en el capítulo XIV, en uno de los versos de la Canción de Grisóstomo:
[…] Escucha, pues, y presta atento oído,
no al concertado son, sino al ruido […]
Y en la nota al pie de la página 120 de la edición de Francisco Rico, en Punto de Lectura de 2007, aclara el significado de la palabra son y dice: «al armónico sonido».
Si el texto del conocido Son de la Ma´Teodora hubiera sido escrito realmente a finales del siglo XVI, la palabra son no se hubiera referido ni por asomo al género musical que se conoció en Cuba a finales del siglo XIX; por tanto, ni siquiera la lengua propicia la posibilidad de que Teodora Ginez, hubiera participado en la génesis de algún género musical y mucho menos, desde tan temprana fecha, en un proceso tan complejo como lo ha sido el de la conformación de la música cubana, proceso que se desarrolló aparejado al surgimiento de la Nación y la Nacionalidad Cubana.
[1] Fernández, Antonio et al. 1996. Historia de las civilizaciones y el arte. Occidente. Primer Curso de Bachillerato Unificado Polivalente. Barcelona. Vicens-vives. 5
[2] Ídem. 4
A continuación usted puede comprobar como se encamina una investigación cuando de música se trata
[1] Fernández, Antonio et al. 1996. Historia de las civilizaciones y el arte. Occidente. Primer Curso de Bachillerato Unificado Polivalente. Barcelona. Vicens-vives. 5
[2] Ídem. 4
A continuación usted puede comprobar como se encamina una investigación cuando de música se trata
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