CUBA: ENTRE FANATISMOS Y DISCORDIAS


02.01.1959 Ayuntamiento de Santiago de Cuba

Fidel Castro no es comunista

El 2 de enero de 1959, Fidel Castro habló a sus compatriotas desde el balcón del Ayuntamiento de Santiago de Cuba. Aquel discurso fue su primer ejercicio de la Palabra en el Poder y a partir de entonces su voz lo cubrió todo. Fue en sus palabras que el Universo se volvió a construir, su elocuencia comenzó a ser proverbial, convencía con palabras o vencía con poder, su verbo escamoteó las razones a todas las disidencias, conformó todas las consignas, todas las normas, instauró el Gobierno Tribunicio más largo del que se tenga memoria.

Ser revolucionario

Cómo ser “revolucionarios” fue el primero y gran conflicto de quienes creían en su doctrina, porque estos conceptos: revolución y contrarrevolución, apuntados por él, se tambalean entre la Dialéctica y el Dogma, la razón y la idolatría.



El 15 de enero de 1959, asistió a la sesión del Club Rotario de La Habana y allí respondió algunas preguntas y dejó clara su posición política: “Yo no soy comunista”. Así dijo y lo repitió una y mil veces, y quien lo acusó entonces de comunista fue severamente castigado, y el estigma de contrarrevolucionario le cayó encima; sin embargo, el 16 de abril de 1961 proclamó el carácter socialista de la “revolución” cubana.

Unos años después, durante la zafra azucarera 69-70, la misión más noble de un revolucionario fue cumplir y hacer cumplir el compromiso de producir 10 millones de TM de azúcar; entonces, el Ministro del ramo se adelantó a los acontecimientos y en un análisis profesional demostró lo impracticable del propósito. El visionario estudio le costaría el puesto al ministro, el anonimato perpetuo y el peligroso estigma de contrarrevolucionario. Unos meses después, Fidel Castro declararía ante una multitudinaria concentración que, “los 10 diez millones”, no iban.

En 1975, se inició en Cuba un período de cambios en el Sistema de Dirección y Planificación de la Economía (SDPE). El Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) había aprobado una serie de medidas que apuntaban a retomar la Ley del Valor y las Relaciones Monetario-Mercantiles como mecanismos económicos. El II Congreso, en 1980, reconoció que el sistema arrojaba resultados positivos. Ser revolucionario por entonces era apoyar al SDPE que él defendía y que le había sido diseñado por un eminente Dr. en Ciencias Económicas y Filosóficas, graduado de la Universidad de Lomonosov.

Pero, en 1985, cuando producto de la aplicación del SDPE comenzaron a fluir algunas riquezas y a acumularse en otras arcas que no eran las del Estado, él comenzó, desde la tribuna, a desprestigiar el hasta entonces revolucionario instrumento, calificó de “aprendices de brujo” y “mercachifleros” a quienes lo habían diseñado –como si él no hubiera participado en nada-. Martirizó tanto con el tema hasta que soltó uno de esos epigramas o epitafios de los que está lleno su discurso: “Lo único que creció con el SDPE fue el consumo”.

Ya por entonces el insigne Dr. en Ciencias había sido removido de su cargo, descontinuado su talento y almacenado entre muchas otras cosas sin importancia. Ser revolucionario era desollar al Dr. y su Sistema, era reconocer lo pernicioso de sus efectos y el daño moral que causaron los sueños de acumular riquezas en arcas privadas, por modestas que éstas fueran.

Y todo volvió a lo mismo de las dos décadas anteriores, a la economía castrista que propició la adhesión de un sólo hombre al poder y la subversión de todos los valores sociales y económicos, continuó creciendo la pobreza, y la división de la sociedad en clases se trocó definitivamente en una división de la sociedad en clases políticas.

Bienvenido Juan Pablo II

Cuando el 21 de enero de 1998 el periódico Granma, Órgano Oficial del PCC, publicó en su primera plana la noticia de la llegada ese mismo día a La Habana del Padre Universal, la tolerancia y el respeto a la Iglesia Católica, la fe cristiana y el proselitismo religioso se habían convertido en una misión para revolucionarios. Habían pasado casi 40 años de combativa, permanente y vigilante contención revolucionaria a todo acto de fe cristiana.

Para el 21 de enero de 1998, a quien se le hubiera ocurrido decir en Cuba que la “Encíclica Laborem Exercens”, de 1981, es un agudo manifiesto antimarxista, encaminado a darle a los trabajadores un fundamento cristiano, hubiera estado en graves problemas. Quien hubiera hecho referencia a las censuras que hizo la Sagrada Congregación para Defensa de la Fe, donde se reprocha a los teólogos de la liberación por usar “de modo insuficientemente crítico, conceptos tomados de diversas corrientes del pensamiento marxista”, hubiera estado haciendo contrarrevolución. Si a alguien se le hubiera ocurrido apelar al texto de Carl Berstein y Marco Politi (Doubleday, 1996) “Su santidad Juan Pablo II y la Historia Oculta de Nuestro Tiempo”, lo hubiera lamentado porque en él se lee: “La cumbre Reagan-Wojtyla cimentó la idea compartida de que cada hombre utilizaría el enorme poder de que disponía para propiciar un cambio fundamental en el mundo que, en opinión de ambos, estaba inspirado en Dios: el eclipse del comunismo por los ideales cristianos”.

Hay que esperar la seña

De esto no habló Fidel Castro en ninguna de sus referencias al Papa. En las varias ocasiones en las que abordó el tema para que la población cubana fuera cogiendo “tamaño de bola”, apuntó otras virtudes de Wojtyla. Fue conformando la imagen mientras todo el mundo estaba “quieto en base”. Incluso, la comparecencia del Arzobispo de La Habana, Cardenal Jaime Ortega Alamino, por el canal Cubavisión la noche del martes 13 de enero convocando a los cubanos para recibir a su Santidad, no tuvo la menor resonancia en los medios locales ni en la ciudadanía. Había que “esperar la seña”. No sería hasta tres días después que el “fervor revolucionario” se volcara, “entusiasta y combativo”, a cumplir la nueva tarea asignada por la Revolución: Recibir al Sumo Pontífice.

Durante la noche del 16 de enero de ese año, Fidel Castro compareció ante las cámaras y micrófonos de la televisión cubana. Habló en principio –por más de tres horas- sobre las elecciones parlamentarias realizadas el día 11 del mismo mes; y fue entonces, en las primeras horas de la madrugada, y como quien no quiere las cosas, como un “coge ahí” o un “vayan llevando” que comenzó a hablar sobre la visita papal.

En primer término dejó “esclarecido” que con eso el Gobierno cubano no buscaba beneficios políticos o económicos y dejó sentado que es la contrarrevolución quien describe al Papa “como alguien cuya visita pudiera ser perjudicial para Cuba y para la revolución, lo presentan –dijo- como una especie de ángel exterminador de socialismos, comunismos y revoluciones”.

Quedaba dicho que quien reconociera en Wojtyla a un anticomunista y expresara en palabras o actos su sentir usando las viejas reglas sería clasificado entre los contrarrevolucionarios; en ese momento, ser revolucionario era recibir al Papa como a un Jefe de Estado. “Recibir al Papa con todo el respeto que merece el Jefe de una Iglesia que ejerce la mayor influencia en el mundo occidental...” -fue lo que él dijo-, y ésta sería la nueva misión de los revolucionarios.


Más adelante hizo la clásica polarización revolución-exilio, recurso eficaz que pretende colocar en Cuba sólo a quienes profesan el castrismo y en el exterior a todo opositor. “Algunos –dijo- no entienden y están descontentos de que el mensaje religioso del Papa haya salido en la primera página de Granma”. Y más adelante precisó: “Hay gente por allá por Miami tan confundida porque vieron eso en Granma o porque escucharon las palabras del Cardenal en la Televisión, que se preguntan si es que no se estará cayendo el comunismo en Cuba”. Quedaba dicho que sólo los contrarrevolucionarios dudaban de la justeza de la visita papal, y que los cubanos respondían al llamado de la Revolución, no al de la Iglesia, respondían a Fidel Castro, no a Dios.

Así fue y así será mientras respire. Así dijo: “Yo no soy comunista”, y mandó a cortar toda disidencia al respecto. Así dijo: “Los 10 millones van”. Así dejó a la Iglesia Católica cubana amordazada durante décadas para después llevar al Papa Juan Pablo II por toda la isla en un inigualable tour... de force. Así, para quienes tienen oídos, Fidel Castro ha dicho durante casi medio siglo: “Yo no soy comunista, yo soy la revolución cubana”.

El ángel de la discordia

Los clásicos del marxismo legaron a la Humanidad un sistema filosófico científicamente estructurado con la esperanza de que en los siglos venideros el Hombre fuera capaz de obtener de la Naturaleza las riquezas que ella brinda y repartirlas del modo más equitativo y justo posible; sin embargo, los intentos por llevar a la práctica tan sabia y altruista teoría se han visto frenados por factores fundamentales; entre ellos, la feroz oposición del Capitalismo, la inconsistencia de sus métodos económicos, y el ansia desmedida de poder de quienes han tomado el marxismo como base doctrinal.

Así, registra la Historia épocas en las que líderes como V. I. Lenin, J. Stalin, Mao Tse Tung, Josip Bros Tito o Fidel Castro, en nombre de Carlos Marx y Federico Engels, ejercieron el poder absoluto, desfiguraron la teoría, y se erigieron en padres, cada uno de ellos, de una nueva interpretación del marxismo, crearon sus propias sectas y engendraron fanatismos políticos temporalmente inexpugnables.

Fanatismo en las dos orillas

El Castrismo creó apasionamientos tanto en sus acólitos como en algunos de sus opositores. Tanto es así, que en ese encarnizado choque, lamentablemente, el estribillo casi siempre lo canta Fidel Castro.

Algunos dirigentes del exilio, por lo general, hacen oídos sordos a las señales que la oposición interna cubana lanza en sus difíciles contiendas y opacan la visión que debiera tenerse en el mundo acerca de lo que sucede realmente dentro Cuba.

Los intereses y las estrategias de un lado y otro a menudo andan por su cuenta, y, peor aun, se ha propagado con mucha fuerza, entre algunos grupos de la emigración cubana, un obnubilante rechazo a todos los que se ven obligados, por razones elementales, a quedarse en Cuba, a sufrir en su patria y en carne propia la tragedia, se ha propagado un cegador rechazo hacia esos más de diez millones de cubanos que nadie sabría donde acomodar si por un milagro pudieran salir todos de la isla.

Es poco atinado pensar que sean castristas todos aquellos a quienes el destino y la realidad le impidieron escapar de la miserable vida que se vive en Cuba, de la irremediable frustración de haberse visto como profesionales calificados y no poder salir de la miseria.

En un país donde toda actividad está prevista y sancionada por la ley debe ser cosa de gigantes tener alguna esperanza. Incluso, los usufructuarios del régimen merecen ser comprendidos, merecen un ramo de olivo. Ser usufructuario del sistema es para algunos la diferencia entre existir o no. Arduo es el trabajo de los líderes de la oposición en Cuba para poder enfrentar tales entuertos, para poder enfrentar un régimen que desbrozó todo derecho a disentir.

Un estrecho muy ancho

Pretender que sólo desde el exilio se puede confeccionar la estrategia para el derrocamiento del castrismo es nocivo. Desde una buena mesa sólo es posible dolerse del déficit alimentario que sufren las familias en Cuba. Allí, en la isla, con el G2 en la puerta, es como se sabe exactamente qué es lo que se puede hacer.


Uno de los grandes desconciertos entre el exilio cubano y la oposición interna cubana estuvo marcado en época reciente con el sello de “El BALSERITO”. Ríos de tinta corrieron desde el 26 de noviembre de 1999, fecha en la que milagrosamente un niño y dos adultos, sobrevivieron a una tragedia, una de tantas que se viven en las fronteras que separan países pobres de países ricos. Una tragedia Humana cotidiana, que en el Estrecho de la Florida adquiere el matiz que a Fidel Castro más le conviene. Allí, en el estrecho más ancho de la geografía del planeta tierra, ese hecho se ha vuelto motivo de encarnizadas refriegas entre los gobiernos de EE.UU. y Fidel Castro.

La patria es de todos

Para el 26 de noviembre de 1999, fecha en la que se conoció del Balserito, la oposición en la isla tenía a cuatro de sus más connotados dirigentes cumpliendo una condena por haber publicado un documento titulado LA PATRIA ES DE TODOS, un documento contundente en su contenido, explícito y absolutamente susceptible a ser apoyado por todos los cubanos, tanto los de la diáspora como los de la isla. Un documento que amenazaba con ser un punto de encuentro entre las fuerzas opositoras, un excelente manifiesto para realizar una campaña internacional que pusiera a Fidel Castro a la defensiva.

El documento, que contiene un análisis de la realidad cubana, apenas si fue conocido a fondo. Para el 26 de noviembre de 1999, casi dos años después de su publicación, los medios internacionales de prensa lo habían divulgado tímidamente, y aunque en las páginas de Internet (http://www.cubanet.org/) existe toda la información, esos aun son medios de difusión restringidos. LA PATRIA ES DE TODOS fue un toque a fondo contra el castrismo, pero pocas voces se alzaron fuera de Cuba para defender a sus firmantes. Algunos líderes de la emigración cubana, con los medios a su alcance, ponían el acento en otros temas.


La voz del Santo Padre

La visita del Santo Padre a La Habana, en enero de 1998, fue un temporal que Fidel Castro supo capear. Las voces que se alzaron con fuerza en todos los actos de homenaje al visitante y que pusieron el acento en los reales males cubanos y en los medios para eliminarlos, se fueron gastando en el ámbito internacional, y cuando la noticia pasó de moda, las súplicas del Cordero de Dios quedaron perdidas en el tiempo, retumbando sólo en las plazas, en las calles y en los corazones de algunos cubanos. Sin embargo, algo quedó en el ámbito material, objetivo, un derecho arrancado con astucia: un feriado por navidad.

Esa fecha volvió a ser festiva para los cubanos de la isla en 1999, y mucho más que eso, se le permitió al Vaticano incluir a Cuba en la celebración que a escala mundial se hizo del Año del Jubileo. Roma, con el Papa en la Basílica de San Juan de Letrán; Washington, desde la Inmaculada Concepción, y Jerusalén quedaron unidas con La Habana por unos minutos en un acontecimiento sin parangón en la Historia reciente de Cuba.

El 25 de diciembre de 1999, en la Plaza de la Catedral de La Habana, se entonaron villancicos y canciones que durante años estuvieron prohibidos en Cuba; sin embargo, las voces que más alto sonaban en la isla y en Miami clamaban por ELIAN y eso era lo que a Fidel Castro más le convenía. Todo aquel interés del Santo Padre porque Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba, quedó oculto entre reclamos de otro tipo. Fidel Castro ocultó todo detrás del humo de una contienda que se peleaba en su terreno y con sus armas, se parapetó en “EL BALSERITO”, y los líderes del exilio cubano también. Esa contienda obstruyó el trabajo de la oposición interna cubana cuando ésta había alcanzado cohesión y una posición política ofensiva ante el castrismo.

Elián volvió


El 28 de junio de 2001, luego de largas contiendas legales en las cortes estadounidenses, Elián González regresó a su patria. Pasarán muchos años para que ese niño comprenda la tormenta que a su alrededor se desató, y le tomará mucho tiempo entender la trascendencia que tuvo su naufragio en el estrecho más ancho de la geografía universal.

Si el 25 de noviembre de 1999 Fidel Castro tenía serias dificultades, el 28 de junio de 2001 las condiciones habían cambiado de una manera alarmante. Mientras Elián faltó, Cuba vivió largos meses de esquizofrenia y jingoísmo castrista, los amiguitos de Elián y más de diez millones de cubanos, quienes se volvieron también amiguitos delirantes del balcerito, estuvieron inmersos en una de las más obnubilantes campañas de masas que pueblo alguno ha sufrido en la Historia Moderna. Elián dejó una patria empobrecida, dirigida por un dictador errático y desgastado y se encontró a su regreso un pueblo en pleno delirio, en el arrebato del fanatismo, en el tope de la adhesión al salvador, un pueblo agobiado por tanta o más pobreza, pero con una programación de secta impecable.

Elián González regresó a una patria en la que todas las disputas verdaderas fueron olvidadas tomándolo a él como motivo, la secta castrista tapó con un manto la desvencijada economía cubana y la pujante cohesión de la oposición interna. Durante los meses en que Elián estuvo ausente poca oportunidad tuvo la oposición interna para alzar su voz en los medios internacionales; sin embargo, siempre estuvieron sus líderes de acuerdo en que al niño había que sacarlo del ruedo político. Pero esas razones no fueron escuchadas a su debido tiempo.

La magia de Fidel Castro

Las autoridades gubernamentales españolas han sido en varias oportunidades blanco de las críticas de Fidel Castro y motivo de contiendas. Está fresco aun el incidente de la cumbre de Panamá, donde le echó fuego a los Presidentes de España y El Salvador en una misma andanada, y poco después convirtió en toda una batalla la cabalgata de reyes que un grupo de funcionarios de la Embajada de España representaron el día 5 de enero de 2001 en La Habana,


Los magos de Oriente, en la víspera del día de reyes, desfilaron en coches tirados por caballos por la capital cubana en una actividad que autorizaron por tercer año consecutivo las autoridades competentes. Y si en las dos ocasiones anteriores poco o nada se dijo del suceso en los medios cubanos, esta vez la algazara rebosó las costas de la Antilla Mayor y se difundió por todo el mundo a través de los medios locales.

La magia de la TV

En esa oportunidad, los medios presentaron la diminuta parada como una afrenta a la dignidad del niño cubano. Según el periódico Juventud Rebelde, en el que se insertó todo el texto del reportaje que la televisión cubana trasmitió, el locutor afirmó que “los Reyes Magos estuvieron de paso por La Habana” y que los reporteros de la televisión “siguieron el cortejo hasta el final y tuvieron el raro privilegio de apreciar todo lo ocurrido”. El locutor describió y calificó el suceso diciendo que: “A lo largo del trayecto los míticos personajes con gran entusiasmo lanzaron caramelos y otras golosinas a los niños, que entre asombrados y sorprendidos se agolpaban a su alrededor, sin comprender bien el inusitado espectáculo de aquellos extraños e irreconocibles payasos”.

Con estas prestidigitaciones lingüísticas, el locutor fue convirtiendo la fiesta en tragedia, los caramelos en escarnio y los niños en tontos que nunca antes vieron a los Tres Reyes Magos. Y más adelante hincó el hechizo hasta el fondo. “En su desenfreno caritativo, los monarcas importados no repararon en los peligros a que se veían expuestos los niños, que corrían a su lado por el medio de las céntricas calles. Las imágenes hablan por sí solas. Pero los Reyes Magos españoles parecían disfrutarlas. A estas alturas del paseo tanta bondad resultaba sospechosa”. Así quedó plantada toda la brujería necesaria para hacer creer, a quienes en Cuba no tienen otra opción de criterio, que todo aquello fue una humillación y un riesgo para las vidas de los infantes.

¿Dónde se pueden reunir niños y caramelos sin que se arme el barullo? ¿Por qué si era peligroso el trayecto las autoridades que legalizaron el evento no tomaron las medidas de lugar, las mismas medidas de seguridad que han sido probadas en multitudinarias marchas ”del pueblo”? ¿Y cómo es posible que una actividad no autorizada, como divulgó después otro vocero, fue escoltada por la policía, no fue suspendida como otras tantas que con gran eficiencia disuelven los órganos represivos de la isla, y las cámaras de la televisión cubana estuvieron allí puntualmente, grabaron editaron, y sacaron al aire el reportaje horas después? ¿Y si las imágenes hablan por sí solas, por qué las calza el locutor con sus ensalmos? ¿Cuál era la sospecha? ¿Y quién dijo que a los niños cubanos les son extraños e irreconocibles los Tres Reyes Magos? ¿Y si es verdad que ya los padres y los hijos olvidaron esas tradiciones, por qué las tiendas que vendían solamente en US dólares ofertaban juguetes con tanta profusión por esas fechas? ¿Por qué, si es cierto que los niños cubanos desconocen a los Tres Reyes Magos, no son ilustrados a través de esas magníficas Universidades Populares que rigen los destinos del conocimiento en Cuba? ¿Por qué la televisión cubana no trasmite alguno de los tantos desfiles que cada año se hacen con ese motivo en diversos lugares del mundo? ¿Por qué es que los cubanos en la isla, niños, adultos y ancianos, no tienen derecho a conectarse a la Internet, y a la televisión por cable de manera privada y enterarse, por su cuenta y riesgo, de quienes son los Reyes Magos y de muchas otras cosas?

Castrismo v.s Capitalismo

Más adelante la narración continúa por los trillados caminos del nacionalismo castrista y contrapone el simple suceso de la cabalgata con el inusual despliegue de actividades festivas que ese año se programaron para los días primero y dos de enero y así lo dice: “Lo ocurrido durante esos 90 infaustos minutos contrasta con la belleza, calidad artística y estética de los espectáculos que a lo largo de todo el país tuvieron lugar el día 2 de enero como regalo de la cultura cubana a nuestros niños. Estas escenas que hemos visto marcan la diferencia entre la concepción capitalista y la concepción socialista sobre el respeto y la dignidad con que deben ser educados los niños”. Sin embargo, el locutor no subrayó que “los espectáculos que a lo largo del país tuvieron lugar” ese y todos los 2 de enero desde 1959 fueron la celebración del aniversario del ascenso al poder de Fidel Castro y no lo que casi todo el mundo celebra en esos días: el advenimiento de un nuevo año. Lo que se le dio en esos días a los cubanos fue la oportunidad de alabar, una vez más, a su “líder” y sus hazañas. Esa es también una diferencia entre el capitalismo y el castrismo.


La magia de la prensa

Allanado el camino con tan contundente truco audiovisual, le tocó el turno a la prensa escrita y entonces el mismo periódico Juventud Rebelde puso a hablar “al pueblo”. Por supuesto que no hablaron quienes disfrutaron del suceso, sino quienes quedaron atrapados en la magaña echada a rodar por los fascinadores.

La periodista de Juventud Rebelde aseguró que alguien llamó por teléfono y dijo que no dejaran de denunciar el “espectáculo asqueroso”, y que otro declaró que eran unos “reyes picu’os” –ridículos-. Mas adelante, en su denuncia, la columnista apunta las declaraciones que hiciera a la televisión cubana uno de los diplomáticos españoles, quien dijo que el papel del Centro Cultural de la Embajada de España era compartir las tradiciones. Para enfrentar esos argumentos la articulista utilizó la definición que da la Real Academia Española de la palabra “tradición”. Y es verdaderamente una incuestionable maravilla el argumento. Según el diccionario, cita la vocera- "tradición es doctrinas, ritos, costumbres, hecha de padres a hijos al correr los tiempos y sucederse las generaciones.// Doctrina, costumbre, etc., conservada en un pueblo por transmisión de padres a hijos". Y enseguida, ante esta definición de la palabra, la proveedora de orientaciones castristas en letra de molde, concluye que, “a menos que se haga como en los tiempos de la Colonia —arcabuz y siglos mediante—, no se puede imponer a un país una costumbre que, sencillamente, no posee, o que ha quedado de otro modo en el recuerdo de sus ciudadanos”. Este razonamiento, “tan preclaro”, debió incluir también que las tradiciones no se pueden imponer, a menos que se haga como en épocas recientes, con la hoz y el martillo, castrando doctrinas, reprimiendo ritos y mutilando costumbres trasmitidas de padres a hijos durante más de cuatro siglos. Esto fue lo que sucedió en Cuba hace tres décadas. El castrismo eliminó las celebraciones de navidad, pascua y año nuevo, y muchísimas otras, condenó al ostracismo a quienes tuvieron la osadía de armar un arbolito en navidad, encarceló a quienes pusieron un altar el día de Santa Bárbara y convirtió en fechas patrias las supuestas hazañas de quien atrapó el poder para llevar a Cuba al sitial en el cual hoy se encuentra, donde ofrecer caramelos a los niños en día de reyes es una ofensa nacional.

Cuestión de sintaxis

Para finalizar, la articulista del Rebelde citó las palabras de un lector quien dijo que la cabalgata “parecía una función armada más para las cámaras de la televisión y los periodistas, que para los niños”. Y creo que ese casi le coge el truco. Sólo era cuestión de ordenar la sintaxis. Allí estaban las cámaras y los periodistas, por primera vez en tres años, más para armar la función del mago Fidel Castro que para los niños. Y es que hay que prestidigitar ideas a las mil maravillas, para cada día prolongar la función un poco más. Cuando le tocó hablar al Comandante, casi todo estaba hecho. Los pases y las palabras encantadas estaban dichas, y era cosa de condenar un “ultraje”, y amenazar con responder adecuadamente ante toda provocación o insulto, era cosa de desacreditar a los “pepes”.

Sin embargo, lo que nunca ha sido noticia en los medios de la isla es el reconocimiento al derecho a no estar de acuerdo que tienen todos los seres humanos del planeta, lo cual expresan claramente las autoridades españolas al escuchar y reconocer a los grupos que en Cuba integran la oposición interna, todo lo cual es la causa verdadera de los encontronazos de Fidel Castro con los representantes del gobierno español. El reconocimiento del gobierno español a los grupos opositores fue la causa del agravio que sufrieron los Reyes de Oriente a su paso por la ciudad de La Habana en enero de 2001, y la causa por la cual, entre otras cosas, en 2003 fuera expulsado de la isla el Centro Cultural Español.

Los mejores aliados

Entre los días 12 y 17 de mayo de 2002, el expresidente norteamericano Jimmy Carter realizó una importante visita a la Habana, Cuba, y allí dijo palabras y realizó acciones en público que nunca antes los cubanos habían conocido por la radio y la televisión locales, lo cual sin dudas marca una línea indeleble en el estado de cosas dentro de la isla.

Durante años han existido en Cuba grupos que se oponen a la política oficial, grupos que enfrentan la prohibición de asociarse libremente y que a duras penas se organizan y que en la actualidad han logrado tal envergadura que constituyen el surgimiento de una real y abierta oposición al gobierno de La Habana, un régimen, que en sus bases políticas y legales no da cabida a la discrepancia.

Estos movimientos de ideas contrarias al régimen han tenido lugar en medio de la represión y la cárcel y han sufrido el ostracismo dentro y fuera de la isla. Una de las más provechosas estrategias del gobierno de La Habana ha sido anular mediante el silencio a los grupos de oposición interna y descalificar a sus integrantes en los casos en que se hizo imposible ocultarlos ante la vista y los oídos de los ciudadanos. En este empeño de negar, descalificar y silenciar a la oposición cubana los mejores aliados del Gobierno de Cuba han sido los gobiernos de los EE.UU, y muchas de sus cabezas capaces de crear estados de opinión.

El caso es que ambos extremos del diferendo fundamentan su beneficio político en el embargo. El gobierno de La Habana, es capaz de permitirlo casi todo por tal de escuchar una queja contra el “bloqueo”, esa es su ganancia política. Los gobernantes de Norteamérica, son capaces de permitirlo casi todo por tal de recrudecer el embargo, esa es también su ganancia política.

En los EE.UU los gobiernos vieron en la poderosa comunidad cubana que en aquel país se asentó a partir de la década del sesenta del siglo XX, la piedra filosofal para, con el pretexto de derrocar al gobierno de La Habana, adquirir jugosos beneficios políticos.

Los extremos se unen

Ambos extremos se unen en cuanto sus acciones contribuyen, inevitablemente, al deterioro de la economía cubana, y sumergen a los ciudadanos de esa nación caribeña en una crisis económica profunda.

Del lado Norte, suponen que a más dificultades se provocará una explosión social contra el gobierno de la isla. Del lado Sur, se supone que la sociedad cubana aborrezca al capitalismo como gestor de todos las dolencias de Cuba y el mundo y que soporte al gobierno de la isla y lo engrandezca.

Por supuesto, que el embargo no es la causa principal del deterioro sufrido por la economía cubana durante el último medio siglo, y eso lo saben perfectamente los gobiernos de ambos bandos; pero así, por una parte, se lo hace creer a la gran mayoría de la población cubana el casi infalible sistema de adoctrinamiento y fanatización de masas del que dispone el gobierno de La Habana.

Un ligero repaso al sistema de dirección y planificación de la economía que rigió en Cuba durante las últimas cinco décadas prueba que el mal manejo de los medios fundamentales de producción, la ineficacia productiva, la incapacidad para abrirle paso a los productos cubanos en el mercado interno y externo, y la abolición de la propiedad privada llevan el mayor peso en las causas de la prolongada crisis económica cubana.

Estos temas se debaten de manera brillante y clandestina por miles de cubanos, a quienes se les veda el acceso a los medios de comunicación y se les aplican leyes que en ocasiones contradicen la propia constitución de la República de Cuba. Pocos son los grupos contestatarios que en Cuba sobreviven a la represión; pero, peor aun, en el diferendo entre el Norte y el Sur también quedan, en esencia, excluidos. No hay más que ver dos acontecimientos recientes: El caso del Balserito y el conjunto de sucesos que confluyeron con la visita de Carter a La Habana.

En el primer caso, la mayoría de los líderes de la oposición cubana abogaban por el regreso a Cuba del niño Elián, pero Washington luchó por su permanencia en territorio de EE.UU. El final es conocido: Victoria para el Palacio de la Revolución, castigo para Clinton y premio de carambola para George W. Bush.

Por aquellos días de mayo de 2002, se dieron en Cuba condiciones excepcionales para que los cubanos y el mundo tomaran contacto con ese movimiento de ideas alternativas y Washington volvió a dar la nota. Antes de que el expresidente Jimmy Carter terminara su visita, el portavoz de la Casa Blanca, Ari Fleisher, afirmó que “el embargo comercial (contra Cuba) es parte vital de la política estadounidense”. Esa fue la respuesta ante un conjunto de medidas que propusieron 40 legisladores -20 republicanos y 20 demócratas-, quienes consideran que “el embargo ha fracasado en la medida en que no produjo un cambio político o económico de importancia en Cuba.”

Con esto queda dicho una vez más que ni en Washington ni en La Habana se escuchan las voces de la oposición interna cubana, una historia que se repite desde hace más de dos siglos. Si Carter propició que se conociera en toda Cuba y el mundo la existencia de un grupo opositor que acababa de dar un importante paso con el llamado Proyecto Varela, el que utilizando como base legal la propia constitución cubana, solicitaba un referendo popular que reafirmara o revocara a los gobernantes de la isla, por su lado, George W. Bush hacía fuegos de artificio para desviar la atención de la opinión pública internacional del verdadero centro del asunto.

Si la Comisión de Derechos Humanos, mediante la resolución 2002/18 -que aprobó tras duro cabildeo de EE.UU en su 58º período de sesiones-, invitó “al Gobierno de Cuba, [...] a realizar esfuerzos para obtener [...] avances en el campo de los derechos humanos, civiles y políticos, [...]”; sucede que, en Washington, se hacen malabares para propiciarle al Presidente cubano una salida intempestiva de la Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo -que se celebró del 18 al 22 de marzo en Monterrey, México-, y que con ese exabrupto desvíe la mirada de la opinión pública internacional de la invitación hecha por la CDH al gobierno de Cuba y la centre en el flagrante manoseo de influencias que con tanta promiscuidad se practica en los Estados Unidos.

Si los opositores en Cuba se niegan a recibir fondos de Washington porque esto les estigmatiza, la Casa Blanca decide proveerles de mayor ayuda incluyendo dinero.

Con la visita de Carter a Cuba, apareció la posibilidad excepcional de divulgar dentro y fuera de la isla la solicitud que durante años se le hace al gobierno de La Habana por la reiterada violación de las libertades ciudadanas. Esta visita debió permitir que se divulgaran las actividades de quienes a pesar de las restricciones políticas se enfrentan al gobierno. Esta visita debió propiciar que se conociera un proyecto de referendo que a diferencia de los múltiples intentos de ese tipo que le precedieron, llegó al menos a ser depositado con más de 11,000 firmas en la Asamblea cubana. De todo esto, los grandes titulares del Norte y del Sur se centraron en la cuestión del embargo. Nada de lo esencial quedó subrayado y volvieron a unirse, ambos polos, en un abrazo perverso.

Mientras estos contendores pretendan que el destino de los cubanos está en alinearse con la unilateralidad del imperio del Norte o con la unilateralidad de la secta marxista del Sur estarán, ambos inclusive, negando a un sector de la población cubana que aboga por una República independiente y plural, ambos contendores seguirán siendo los mejores aliados. Fidel Castro conoce muy bien que cuando deja de fustigar a sus sectarios corre gran peligro. Sabe que su peor enemigo es la desprogramación de secta, su peor fantasma es que lo dejen sin una buena razón para contender, sin una buena razón para fanatizar, sin un buen enemigo, que sea, como él lo necesita, su mejor aliado.

Los derechos ahumados de Fidel Castro

El objetivo de Fidel Castro es fanatizar y dominar a sus coterráneos, todo lo demás es hojarasca. Desde las tribunas y las mesas redondas manda a sus prójimos. Las ideologías, las filosofías, las políticas económicas, la guerra antiimperialista, la globalización, la lucha armada, la liberación de los pueblos, el narcotráfico, Maradona o el fútbol, Gabriel García Márquez, el arte y los deportes, la creación de uno, dos tres, muchos Viet Nam le importan un bledo, absolutamente todo es mero instrumento para fanatizar y amordazar a todo aquel que por fortuna y desgracia –ambas a dos-, vieron la luz primera bajo el cielo de Cuba.

En mayo de 2004 Fidel Castro se coló de nuevo en los medios, desde CNN hasta Granma, y emprendió una nueva contienda para poner al gobierno de México en la picota pública. Puso a jugar otra pieza contra el Presidente mexicano (Recordar la grabación y posterior publicación en La Habana de la conversación telefónica entre F. Castro y el mandatario V. Fox), y expuso ante el mundo el caso Ahumada.

Y así comenzó a borrar de las primeras planas la resolución de la ONU que en abril de 2004 volvió a deplorar el estado de los Derechos Humanos en Cuba. Una condena más que justificada, incluso sin tomar en cuenta los informes y nos fijamos únicamente en la máxima consigna de la revolución cubana: CON LA REVOLUCIÓN TODO, CONTRA LA REVOLUCIÓN NINGÚN DERECHO.

Con esa frase Fidel Castro ordenó, desde los primeros días de su dictadura, la abolición de todos los derechos: el derecho a disentir, a no estar de acuerdo, a protestar, a expresar ideas diversas, a vivir en la puñeta y regresar sin permiso, tan sólo utilizando la figura delictiva: contrarrevolucionario, la cual es definida de acuerdo al momento y las necesidades políticas de Fidel Castro.

Él puede condenar a penas de más de veinte años por publicar artículos en medios “contrarrevolucionarios”, por recibir, de “agentes enemigos”, donaciones tales como computadoras, radios, accesos a Internet, libros y otros objetos que su justicia revolucionaria encuadra en figuras tales como “propaganda enemiga”, “penetración ideológica”, “mercenarismo” y otros delitos “contrarrevolucionarios”.

El régimen de Fidel Castro, junto al derecho inalienable de todos los seres humanos de poseer propiedades privadas, abolió el derecho a tener derechos ajenos a los intereses del castrismo. Eso hizo quien, por organizar y llevar a cabo el asalto a una de las más importantes fortalezas militares de la isla, en 1953, con todos los derechos, fue hallado culpable, juzgado y condenado a quince años de privación de libertad. Los jueces, “amaestrados por la tiranía batistiana”, lo condenaron en un juicio público, en el cual él mismo escogió su propia defensa, y en el que según su propia versión de los hechos lo dejaron hablar lo suficiente como para salvar la vida.

Eso hizo quien, a los pocos meses de comenzar a cumplir la pena, resultó beneficiado, junto a sus compañeros de aventuras, por una amnistía que los puso a todos en la calle. Eso hizo quien con el beneficio de la precaria justicia de la época y asistido por sus derechos civiles salió amnistiado y gritando a voz en cuello que volvería a cometer el mismo delito. Eso hizo quien fuera “incomunicado” en la enfermería del Presidio Modelo, en el que según cuenta la historia pudo llevar al papel el alegato de su defensa, conocido como la “Historia me Absolverá” -¡Soberano aislamiento al que le sometieron a él y a sus compañeros de aventura, quienes en las mañanas salían al patio interior a tomar clases de Marxismo Leninismo, soberana dictadura la de Fulgencio Batista!-.

Sus VIOLACIONES A LOS DERECHOS HUMANOS, en Cuba, se convierten en ley, y quien no pueda creerlo léase un contundente libro titulado: “Los disidentes”, de Rosa Miriam Elizalde y Luis Baez, (que también aparece íntegro en Internet) donde espías del gobierno de Fidel Castro cuentan cómo crearon la trama para que un grupo de 75 periodistas fueran juzgados y condenados en 2003 a penas de más de veinte años por informar. En este libro, los espías se vanaglorian de los horrores que debían avergonzarse, de hechos que constituyen flagrantes VIOLACIONES A LOS DERECHOS HUMANOS.

El golpe esperado

Pero es que para hacer tamañas diabluras Fidel Castro cuenta con buenos aliados. Cuando el titular que informaba sobre la condena de las Naciones Unidas al régimen de La Habana tomaba vuelo en los más importantes medios de prensa, el buen vecino del Norte, con su gran garrote, asestó el golpe que Fidel Castro estaba provocando, y como otras tantas veces esperaba y necesitaba para enardecer, fanatizar y lanzar a las calles a sus famélicos idólatras. George W. Bush, hizo los aspavientos previstos y puso a volar un montón de razones para que en La Habana, su enemigo predilecto, fuera feliz una vez más.

Bush, el 6 de mayo de 2004, interesado en retener el poder, amenazó con recrudecer las medidas contra Cuba; Fidel Castro, interesado en retener el poder, amenazó con enfrentarse al imperio. Así, con anunciar medidas que quizás nunca podrá tomar, por el intríngulis legal que debería observar, George W. Bush colocó a los pies de Fidel Castro todos los argumentos para contender, fanatizar, y de paso hacerle creer al lobby cubano en Washington que es este Bush quien meterá en cintura al dictador, cuando todo no es más que pura humareda, porque este Bush, con más torpezas que sus predecesores –lo cual es mucho decir- es quien le ha permitido maniobrar con mayor libertad.

La libertad emana del comercio

Como contramedida, Fidel Castro ordenó el cierre temporal “por inventario” de los comercios cubanos en los que la moneda de cambio es el dólar. Eso, estoy seguro, a este Bush no le dice absolutamente nada, pero vamos a ver. La economía cubana quebró en pesos hace ya varias décadas, y más recientemente en dólares. El sistema castrista es incapaz de ser eficiente y producir las riquezas necesarias, tanto en dólares como en pesos –dado que no es la moneda la que hace el sistema-, y es lo suficientemente escabroso como para engendrar todo tipo de corrupciones, propiciando la fuga de dólares hacia manos privadas y la acumulación de pequeños capitales, que originan una relativa libertad económica en los individuos que los poseen. El comercio, que es la fuente más importante de todas las libertades, ha sido sistemáticamente bloqueado por el régimen castrista, porque estas libertades son las que verdaderamente ponen en peligro el poder absoluto, por lo que esta vez Fidel Castro repetirá lo que en muchas otras oportunidades: desbrozará del ámbito nacional cualquier posibilidad de acumular capitales, por pequeños que estos sean y todo lo volverá a hacer echándole la culpa al “imperialismo yanqui.”

Fidel Castro accionará para que los cubanos de la isla pierdan la libertad que tienen hoy (15 de junio de 2004) de acumular dólares, y este Bush ni siquiera se dará cuenta de qué se trata. Porque hay un detalle, que aunque parezca nimio es la médula del problema cubano. El embargo contra Cuba, donde no existe la propiedad privada, ni vestigios de democracia, lo único que proporciona es pobreza en la población, miseria que jamás condiciona la ingobernabilidad y mucho menos estallidos sociales, porque cuando el gobierno siente que peligra su control político absoluto, provoca olas de represión o éxodos masivos que nada ni nadie puede impedir. El embargo económico contra Cuba, en una sociedad fanatizada y sin derecho a protestar, provoca el odio contra el embargante, así lo demuestran las consecuencias de su aplicación durante casi medio siglo.

Los cubanos de la isla, muy probablemente, amanecerán un día de estos con la prohibición de utilizar el dólar como moneda de cambio, y se desvanecerá en sus mentes, una vez más, la esperanza de alcanzar ciertos márgenes de libertad. Cuba continuará su triste periplo de padecimientos entre discordias y fanatismos, hasta que el designio divino, o un rayo de luz, en alguna encrucijada, cohesione a los opositores y fulmine al fanatizador.

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