Por
Ana V. Casanova (**)
Aún
hoy se mantiene la ignorancia pública con relación a que La Guantanamera fue
ideada en música por Julián Orbón con los textos poéticos de Martí, y en
conjunción con el conocido estribillo de la guantanamera que había sido
utilizado y popularizado con anterioridad por Joseíto Fernández
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Julián Orbón (1925-1991) @Fuente externa |
Si
algún cubano no adiestrado en el arte de la música, le fuera enunciado que Julián
Orbón de Soto fue uno de los más importantes compositores de Cuba durante la
segunda mitad del siglo XX, acaso no mostraría asombro alguno porque no se
considera un experto en el tema. Sin embargo, si a aquella afirmación añadimos que
Julián Orbón fue el autor de la muy famosa canción La Guantanamera con texto de los Versos sencillos de José Martí, de seguro su semblante se tornaría estupefacto
y entonces sobrevendría un invariable cuestionamiento: ¿Quién es Julián Orbón?
Hoy
día en el contexto cubano la situación hipotética descrita, no es una extraordinaria.
Y ese hecho se complica aún más en su significación cultural si consideramos que
esas mismas informaciones dirigidas a especialistas cubanos en música ‒entiéndase
musicólogos, intérpretes y compositores‒ acaso también obtengan la ignorancia y
el asombro por respuesta. No hay lugar a dudas en el hecho de que varias
generaciones de cubanos desconocen y por ello son incapaces de valorar la obra
y los aportes a nuestra historia de compositores y ensayistas como Julián Orbón,
cuyos puntos de vista creativos y de pensamiento han sido silenciados en Cuba
tras su exilio en 1959.
Es
de amplio dominio público, que el discernimiento de los aspectos históricos es substancial
para el desempeño actual y futuro de la nación, y esto también se hace extensivo
a nuestra cultura, y en especial a la música. La propagación de saberes en
cuanto a tradiciones y acontecimientos históricos debe definirse por su carácter
integral y no por la exposición de un devenir parcializado, ideado bajo
criterios ahistoricistas como argumentos para su historicidad, concepciones que
son a la vez irremediablemente
transitorias; porque, de todas maneras, al final y más temprano que tarde -como señala una conocida frase- la historia
pasará de manera inevitable su propio recuento.
La
música, como una parte esencial del alma y el espíritu de los pueblos, tiene la
posibilidad de viajar más allá de las contingencias de sus propios creadores.
Muchas veces, como con lo ocurrido en el caso de la famosa Guantanamera, la ironía puede convenir una mala jugada en los
caminos insospechados de los símbolos en la historia. En el caso particular de
esa obra y su autor, me viene a la mente una frase que es popular entre muchos
cubanos: «Dios traza líneas rectas sobre sendas curvas...», y otra propia del
folclore popular: «al que no quiere caldo, dos tazas»…. Y para ilustrarlas, en
una apretada síntesis, contaré solo una pequeña parte de una larga y enjundiosa
historia.
El
compositor, pianista, ensayista, y pedagogo Julián Orbón de Soto es un músico
hispano-cubano, por orígenes y pertenencias culturales. Mitad asturiano, por su
padre el pianista y compositor Benjamín Orbón; y mitad cubano por la parte
materna, la también pianista Ana de Soto, ex discípula de Benjamín.
Su
padre, un joven y talentoso intérprete con una incipiente pero prometedora
carrera, decidió instalarse en la isla después de realizar varias giras por países
de América a inicios del siglo xx.
Continuó su carrera artística en Cuba y con rapidez se dio a la tarea de fundar
su propia institución pedagógica, el Conservatorio
Orbón uno de los más prestigiosas centros dedicados a la enseñanza de la
música durante los años republicanos, que llegó a tener más de doscientas filiales
en todo el país y jugó un rol significativo en las tradiciones y la memoria identitarias
de la enseñanza musical en Cuba, como «expresión estética-ética de su tiempo
[…] [y] fuente nutricia del patrimonio tangible e intangible de nuestro
archipiélago».
No
obstante la seguridad económica que brindaba este plantel privado para la
familia Orbón, Julián fue uno de los pocos casos de descendientes de un
matrimonio de padre asturiano y madre cubana, nacidos en Asturias y no en Cuba,
hecho acontecido de tal manera por circunstancias de índole familiar. El
nacimiento de Julián se produjo en Avilés el 7 de agosto de 1925, y su niñez y
primera adolescencia transcurrió en su pueblo natal y posteriormente en Gijón.
Al quedar huérfano de madre a los seis años y mientras Benjamín seguía
establecido en Cuba y viajaba esporádicamente a Asturias; su tío también
llamado Julián, periodista y ensayista, y su abuela paterna se ocuparon de su
crianza.
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Algunos miembros del Grupo de Renovación Musical. De izquierda a derecha: Serafín Pro, Edgardo Martín, Julián Orbón, Hilario González, Virginia Fleites, Harold Gramatges, el pianista Alberto Fernández y Juan Antonio Cámara. Lyceum y Lawn Tennis Club del Vedado, La Habana, 1943. Fondos del Museo Nacional de la Música, La Habana. @Fuente Externa |
Con 15 años Julián el músico fue
traído a Cuba por su padre. En el conservatorio habanero de la familia se
graduó como profesor de piano, y de teoría y solfeo en 1941. Realizó estudios posteriores
de composición en el Conservatorio Municipal de La Habana (hoy Amadeo Roldán)
en la clase de José Ardévol, profesor de origen catalán establecido en la isla.
Alrededor de ese maestro se nucleó un círculo integrado por sus más aventajados
discípulos, conocido como Grupo de
Renovación Musical (1942-1948) entre los que se hallaba el propio Orbón y
también Harold Gramagtes, Edgardo Martín, Argeliers León, Hilario González,
Serafín Pro, Gisela Hernández, Juan Antonio Cámara, y Enrique Bellver. Fue en
este contexto que Julián comenzó a expresarse por primera vez a través de sus
creaciones musicales.

Paralelo
a ello se destacó en su labor como conferencista y como crítico musical en el
periódico Alerta, y escribió varios
ensayos que aparecieron en Orígenes, revista
en torno a la cual se nucleaba el grupo homónimo al que también perteneció y en
el que encontró a algunos de sus más entrañables amigos; entre ellos, Lezama
Lima, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Eliseo Diego y el Padre Gaztelu. A la
par mantuvo fuertes relaciones de amistad con otros intelectuales y artistas cubanos
como Alejo Carpentier y la filósofa exiliada española María Zambrano. Sus
actividades como pedagogo se intensificaron tras la muerte de su padre, Julián
con solo 19 años enfrentó la dirección del Conservatorio
Orbón con todas sus academias en el interior del país y prosiguió la encomiada
labor iniciada por Benjamín desde hacía más de tres décadas.
Tras
el triunfo de la revolución cubana en 1959, Julián decidió establecer su
residencia fuera de la isla como consecuencia de sus profundas convicciones
católicas y anti marxistas-leninistas, sustentadas en los amargos y traumáticos
recuerdos de su niñez durante la Revolución asturiana de 1934 y en los inicios
de la Guerra Civil española.
A
finales de la década de 1950, en Cuba Julián ya había alcanzado la madurez,
gran estabilidad e independencia, había contraído matrimonio con la cubana Mercedes
Vecino y habían nacido sus dos hijos. De nuevo, y esta vez por decisión propia,
se lanzó a un segundo exilio cuyo destino se evidenciaba incierto. Primero
viajó a México, invitado por el gobierno de ese país como profesor asistente
del Taller de Composición Musical del Conservatorio Nacional y después se
trasladó hacia Nueva York, Estados Unidos, país donde falleció el 21 de mayo de
1991.
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Eugenio Florit, Julián Orbón, Fina García Marruz y Cintio Vitier. NY 1980 @Fuente externa |
De
Cuba se marchó solo con lo puesto y las más imprescindibles pertenencias. En
este nuevo exilio, al desarraigo y la tristeza se sumaría la incertidumbre de una
situación económica insegura, dilema que no padeció a su llegada a La Habana. Ahora
perdía todo su patrimonio, sus libros, su hogar, sus partituras, sus discos, los
manuscritos de casi todas sus obras compuestas durante sus años en Cuba y además
sus más entrañables amistades. Todo ello incrementó sus desequilibrios
emocionales pues era entonces responsable máximo de la familia que había creado
y llevaba consigo.
Mientras
vivió en la isla no faltaron polémicas con relación a sus identidades personal
y creativa. Muchos lo criticaron por su hispanidad y no vieron, por incapacidad
o porque sencillamente no quisieron, la trascendencia de las obras de Orbón, primero para nuestra música y después para la
música de América Latina. Julián fue un peculiar caso de transculturación entre
lo hispano y lo cubano, entre España y América y esto lo demuestran composiciones
como Preludio y Danza para guitarra y
su Cuarteto de cuerdas, ambas de 1951;
además de sus Tres versiones sinfónicas,
obra con la que como representante de Cuba obtuvo el Premio Landaeta en el Primer Festival y Concurso de Composición de
Caracas en 1954. En todas esas creaciones están presentes junto a su hispanidad
muchos rasgos de su otra mitad identitaria: la música folclórico- popular
cubana, con especial presencia del son cubano y la guaracha.
Con
posterioridad empezó a aflorar en su creación desde su residencia en Cuba, la presencia
de rasgos musicales de otras culturas americanas, como ocurrió tras su visita a
Venezuela con las melodías de los llanos venezolanos, inspiradoras en
particular del último movimiento de sus Danzas Sinfónicas; una obra que prueba la voluntad consciente del compositor de asimilar
la cultura americana más allá de lo cubano.
Pero
si alguien tenía alguna duda de la cubanidad de Orbón la respuesta más notoria
y concluyente está en su Guantanamera.
A partir de 1963, mientras Julián residía en el exilio en los Estados Unidos,
su obra y nombre habían sido borrados de la historia de la música de Cuba tras
su decisión de trasladarse a residir fuera del país, aquella canción inundaba los
medios de comunicación masiva nacionales y del mundo.
Solo
dos años antes de esos acontecimientos se había evidenciado una consecuencia
directa del exilio de Julián con relación a la difusión de su obra en Cuba. Y
esto aparece en un informe oficial de José Ardévol, que en una de sus partes
responde el cuestionamiento de la omisión de la música de Orbón del programa
del Primer Festival de Música Cubana realizado en junio de
1961. Ardévol en su rol de Presidente de la Comisión Nacional de Música y
máximo responsable de la organización del evento, contestó en aquella ocasión: «Orbón […] está fuera de Cuba, y en los presentes
momentos no sabemos con exactitud cuál es su posición con la Revolución».
Este
enfoque es solo una pequeña evidencia de la política de censura que desde 1959
y durante varias décadas, vedó y desapareció el nombre y la obra de aquellos
intelectuales o artistas disconformes con las medidas y métodos de aquel
proceso revolucionario. Y esa censura fue aplicada tanto a aquellos que se
encontraban dentro del país, como los que lo habían abandonado la isla, como
era el caso de Orbón.
Imprevista por la reprimenda política, otra fue la
vía a través de la cual llegó algo de la música de Orbón a Cuba y se divulgó de
manera indetenible, pues venía con gran fuerza desde los predios
internacionales que apoyaban las protestas contra la guerra en Vietnam y los
movimientos revolucionarios de izquierda, como era la revolución cubana. Y esa
fue una canción popular, representante de una ínfima parte de la creación orboniana,
pero no por pequeña deleznable en su significación cultural y simbólica, como se
evidencia en los siguientes hechos.
Es
conocido que la música popular por su forma de comunicar tiene mayor cantidad
de consumidores que la música de concierto o académica. Y la canción La Guantanamera
de Julián Orbón, conocida por el músico y cantante folklórico estadounidense
Pete Seeger a través del compositor cubano Héctor Angulo, discípulo de Orbón y por
aquellos momentos en los Estados Unidos, se generalizó en la voz de Seeger en su
país, el resto del mundo y en Cuba, como una de las muestras de los ideales más
revolucionarios, nacionalistas y raigales de la música y cultura cubanas.
En
nuestro país, no pudo detenerse una popularidad llegada de los escenarios
internacionales más progresistas, pero nunca se mencionó a Orbón. Él formaba parte de la lista de desafectos y traidores, y
por tanto era uno de los innombrables. Aún hoy se mantiene la ignorancia
pública con relación a que La Guantanamera fue ideada en música por
Julián Orbón con los textos poéticos de Martí, y en conjunción con el conocido
estribillo de la guantanamera que había sido utilizado y popularizado con
anterioridad por Joseíto Fernández para alternar con sus décimas cantadas. Orbón
fue quien creó la melodía adecuada a los Versos
sencillos, escritos en cuartetas; una nueva estructura musical para ello; y
realizó los cambios armónicos pertinentes para yuxtaponer los versos de Martí con
la música creada por él, al ya conocido estribillo. La canción creada de tal
forma por Julián es la que hoy reconocemos como la popular Guantanamera y la que se hizo célebre en el mundo.
Y esto quizás puede hacerse evidente para cualquier persona no enterada en
música, solo por el simple hecho de reconocer la diferencia entre las
estructuras poéticas de las décimas, empleadas por Joseíto; y las cuartetas de
los versos de Martí, utilizadas por Orbón.

Un testigo presencial de la adecuación de los versos martianos, la creación de la melodía y el empleo del estribillo, en la versión realizada por Orbón, fue su entrañable amigo, el poeta y ensayista cubano Cintio Vitier, quien plasmó su testimonio sobre aquel hecho ocurrido en la casa de Julián en 1958: «Una noche […] él nos dijo que había descubierto cómo se podían cantar los versos de La Guantanamera, y aquella noche la tocó por primera vez en Cuba».[4] Este acontecimiento lo refirió también como una «experiencia inolvidable, verdadera iluminación poética» en su libro Lo cubano en poesía. Fue por esto que la práctica de esa canción se hizo habitual en los asiduos encuentros de amigos en el hogar de Julián ‒al que todos denominaban «el palacio Orbón»‒, en los que participaban los integrantes del grupo Orígenes entre otras amistades. Todas esas reuniones terminaron a partir de entonces «con un gran coro loco cantando La Guantanamera […]».
El
desconocimiento de la creación orboniana en Cuba es una de las consecuencias de
la censura política tras su exilio. Orbón nunca más regresó a suelo cubano. En
la isla, su nombre y obra musical, sus ensayos y puntos de vista musicológicos
fueron borrados de la historia y como consecuencia son desconocidos por varias
generaciones de músicos y estudiosos cubanos, así como por la población en
general. Sin embargo, su obra como un relevante exponente de la música cubana;
constituye sin duda alguna y a más de dos décadas de su fallecimiento, uno de
los más grandes enigmas en cuanto a la real trascendencia para nuestra
historia.
Las composiciones de Julián Orbón creadas tras su salida
de Cuba estuvieron permeadas por una constante sensación de desarraigo,
incrementada aún más a partir de su residencia definitiva en los Estados
Unidos, país al que nunca pudo adaptarse. Julián cayó en una gran crisis
creativa que solo le permitió concluir algunas pocas obras hasta su
fallecimiento. El período de mayor fecundidad creativa de su no extenso
catálogo había ocurrido durante su residencia en la isla. Con relación a ello,
su sobrino el guitarrista español Armando Orbón comentó durante una visita a La
Habana: «… el exilio lo marcó de una forma absoluta y definitiva. Toda su
música posterior se volvió más desquerida, como si no aceptara la pérdida, y
que se me perdone la redundancia, del paraíso perdido que era para él Cuba».
No
fue hasta la década de 1990 que uno de sus más entrañables amigos, el poeta y
ensayista cubano Cintio Vitier, tras el fallecimiento de Julián, pudo
convertirse en su principal promotor. No obstante la destacada presencia internacional de la música de
Orbón durante de la segunda mitad del siglo xx,
en Cuba, en todo caso, transcurrieron numerosos años hasta que fuera
quebrantado el total silencio con relación a su obra, gracias al denuedo de
Vitier y la participación posterior de artistas e intelectuales cubanos.
Durante la conmemoración del cincuentenario del Grupo Orígenes en 1994, fue estrenado su Cuarteto
de Cuerdas por el cuarteto
Brindis de Salas, y tuvo también su premier las Tres versiones sinfónicas interpretadas por la Orquesta Sinfónica
Nacional, bajo la dirección de Iván del Prado, en 1997.
A finales de la década de 1990 se develó una placa
conmemorativa como homenaje a Orbón, en la fachada del edificio donde radicó el
último de los tres locales habaneros del antiguo Conservatorio Orbón, sito en Calzada no. 1010, entre las calles 10
y 12 en el Vedado, lugar en el que también vivió Julián por un corto tiempo y
donde acontecieron algunas de las primeras reuniones con sus amistades. El
reconocimiento fue auspiciado por Ión de la Riva, en ese momento consejero
cultural de la embajada de España en Cuba, en conjunto con los miembros de la
revista Orígenes, entre ellos Cintio
Vitier y Fina García Marruz.

A inicios
del 2000, se gestó en Cuba un proyecto discográfico
dirigido y concebido por el pianista y compositor Ulises Hernández, para la
Casa discográfica Producciones Colibrí del Instituto Cubano de la Música, que
estaría integrado por varios Cds, cuyos objetivos estaban dirigidos a rescatar,
grabar y difundir la música de todos los integrantes sin excepción del Grupo de Renovación Musical. En el año
2013, algún tiempo después de haberse iniciado la serie y tras la edición de
varios de sus discos, se realizó la grabación del CD Grupo de Renovación. Julián Orbón, primer fonograma dedicado por un sello discográfico cubano a la creación
musical de ese compositor.
Todas las
obras fueron grabadas por jóvenes intérpretes cubanos. El disco inicia con
la última composición de Orbón, un ciclo de piezas para voz y piano escrito en
Nueva York en el año 1987, cuya
partitura se obtuvo gracias a la colaboración del músico e investigador
avilesino José María Chema Martínez
Sánchez, uno de los principales promotores de la obra y personalidad de Orbón
en Asturias, quien la enviara a la autora de este escrito con ese propósito. La
composición en cuestión se titula Libro de Cantares (De un Cancionero Asturiano) y fue
interpretada por la soprano Bárbara Llanes y la pianista Ana Gabriela Fernández
de Velazco. Prosigue el CD con la Toccata
(1943) para piano ejecutada por Fidel Leal, y concluye con las Tres versiones sinfónicas tocadas bajo
la dirección de José Méndez por la
Orquesta Sinfónica del Instituto Superior de Arte, adscrita al Liceo Mozartiano
de La Habana y a la Oficina del Historiador de la
ciudad.
No solo por las excelentes
interpretaciones de los músicos cubanos sino también por el elevado nivel
artístico de las obras de Julián Orbón, ese disco compacto fue Nominado y obtuvo el Premio Cubadisco en la categoría Música de Concierto en el año 2014. No
obstante, a esta fecha el CD no ha sido producido y aún no se oferta en el
mercado nacional ni internacional.
(*) Tomado de Revista Espacio Laical No.2 - 2016. [En línea] [Fecha de consulta 2 de jun. de 2025] Disponible en: https://espaciolaical.net/julian-orbon-y-el-silencio-del-exilio/
(**) Ana Victoria Casanova Oliva (La Habana,
23-12-1959). Musicóloga y profesora. Obtuvo el Premio de Musicología Casa de
las Américas en 1986 con su libro Problemática Organológica Cubana. Es
una de las autoras principales de la obra Instrumentos de la música
folclórica popular de Cuba. Atlas que obtuvo Mención Honorable en el Premio
Robert Stevenson (1999). Decenas de artículos, ensayos, monografías y trabajos
de investigación de su autoría sobre música cubana y caribeña integran diversos
proyectos enciclopédicos, compendios y revistas nacionales y extranjeras. Ha
realizado varias producciones discográficas y notas especializadas a Cds que
han sido galardonas en varias ocasiones con el Premio Cubadisco. Ha impartido
clases magistrales y conferencias en numerosos congresos y eventos de
musicología así como en distintas universidades en Cuba y otros países.