viernes, 13 de junio de 2025

LA OFRENDA DEL PRIMOGÉNITO (*) (6 de 12)

Por Roberto Sotolongo (**)

Un improvisado y voluntario médico.

Y aquel que también vaticinó que: «La verdadera medicina no es la que cura, sino la que precave», se vio forzado a convertirse en un sanador, por aquello de que es casi imposible prevenir las consecuencias físicas y espirituales de los embates de una guerra.

Ante la presencia de Martí, o desde el conocimiento de su vida y de su obra, la estupefacción es inevitable; no es posible quedar impasible ante la grandeza enmascarada en aquel cuerpo aparentemente endeble. Una de las niñas que le conocieron en su andar por los montes de Oriente, Mariana, ya anciana, recuerda: «Y fue más que nada por eso, por lo que Modesta, aunque Martí no era un hombre muy físico, se impresionó con él». Lo que sorprende a todos, en especial a la adolescente Modesta y a Mariana era que: «A Martí no le daba pena preguntar como nosotros decíamos los nombres. (Se refiere a los nombres de las pequeñas criaturas del bosque) Apuntaba en una libretica. Lo agarraba un entusiasmo cuando descubría algún saber. Quien iba a decirlo, siendo él el que era aquilatado, sapiente. ¡Habrase visto!».

Asombro ante la sencillez de aquel sabio, que sin proponérselo quedó para siempre sembrado en las entrañas de aquella tierra y en la memoria de los que gozaron del privilegio de sentir su respiración y su palabra. Mucho y diverso pudiéramos contar al respecto; sin embargo, nos gana el interés de atraer la mirada hacia una de las más elevadas manifestaciones de la conducta del Apóstol: la que lo llevó a hacer de médico y enfermero de las huestes insurrectas.

Sabemos que al desembarcar por Playita de Cajobabo, Martí cargaba, además de su mochila, con un revólver Smith and Wesson, un fusil Winchester, dos mil cápsulas y un machete de hoja curva. La mochila contenía, entre otras cosas, sus libros y los imprescindibles medicamentos.

El pensador, el escritor, el estratega de la guerra necesaria y de la futura república, el fundador de un partido nuevo, el soldado que rompía monte como cualquiera, el traductor, el periodista y el Mayor General, devino en un improvisado y voluntario médico. Mas, no un improvisado cualquiera. Como leyó y estudió de todo, no podía hurtarse a la curiosidad por la medicina.

No es este el momento de escribir sobre sus vastos conocimientos al respecto. Me limito sólo a remitirlos a los siguientes tomos de sus Obras Completas: 1, 2, 3, 21, 22, 23 y 28; y para mayor facilidad en la búsqueda, al Diccionario del pensamiento martiano, en sus páginas de la 426 a la 430. En estas fuentes podrá el interesado descubrir hasta donde llegó la sapiencia martiana en lo tocante a este menester.

Sin embargo, me complace ponerlos al tanto de lo que él meditaba en 1875, con sólo 22 años de edad, acerca del rol de la medicina en la sociedad humana, y su admiración por los que ejercían esta sagrada profesión. En un texto publicado en la Revista Universal, decía: «Es la medicina como el derecho, profesión de lucha; necesítase un alma bien templada para desempeñar con éxito ese sacerdocio; el contacto de las diarias miserias morales y materiales, el combate con la sociedad y con la naturaleza, hacen mal a las almas pequeñas, mientras que es revelación de cosas altas en almas altas y hermosas.

Y aquel que también vaticinó que: «La verdadera medicina no es la que cura, sino la que precave», se vio forzado a convertirse en un sanador, por aquello de que es casi imposible prevenir las consecuencias físicas y espirituales de los embates de una guerra. Y él asumió el reto con hidalguía, porque justamente fue también y siempre un hombre de alma alta y hermosa.

Veamos, en sus anotaciones del día 25 de abril como se ocupaba de los heridos:

25.__......Hamacas, candelas, calderas, el campamento duerme; al pie de un árbol grande iré luego a dormir, junto al machete y el revólver, y de almohada mi capa de hule, __ahora hurgo el jolongo, y saco de él la medicina para los heridos. Cariñosas las estrellas, a las tres de la madrugada.

A las 5, abiertos los ojos, colt al costado, machete al cinto, espuela a la alpargata y a caballo. __¿Y a dónde, al acampar estaban los heridos? Con trabajo los agrupo, al pie del más grave, que creen pasmado, y viene a andas en una hamaca, colgando de un palo... Bebe descontento un sorbo de Marrasquino. ¿Y el agua, que no viene, el agua de las heridas, que al fin traen en un cubo turbio_ ¿Y el practicante, dónde está el practicante?, que no viene a sus heridos? Los otros tres se quejan, en sus capotes de goma.

 Al fin llega, arrebujado en una colcha, alegando calentura. Y entre todos, con Paquito Borrero de tierna ayuda, curamos la herida de la hamaca, una herida narigona, que entró y salió por la espalda: en una boca cabe un dedal, y una avellana en la otra: lavamos, iodoformo, algodón fenicado. Al otro, en la cabeza del muslo: entró y salió. Al otro, que se vuelve de bruces, no le salió la bala de la espalda: allí está, al salir, en el manchón rojo e hinchado; de la sífilis tiene el hombre comida la nariz y la boca; al último, boca y orificio, también en la espalda:... A Antonio Suárez de Colombia, primo de Lucila Cortés, la mujer de Merchán, la misma herida. Y se perdió a pie, y nos halló luego. 

Tres son las décimas en las que Ramón Guerra evoca aquellos instantes de curación bajo el cielo de la manigua:



35

Hacemos alto, a esperar

a los de los pies llagados,

que se acercan rezagados

y mi deber es sanar.

Desde el apacible altar

nos custodian las estrellas,

murmurando, triste y bellas

mientras busco en mi jolongo

y medicinas dispongo

al piadoso uso de ellas.

36

En la necesaria guerra

a Alcil Duvergie, el valiente

un mal plomo dio en su frente

y cayó a abonar la tierra

que ahora lo mira y lo encierra.

Traen el agua turbia, oscura;

no hay otra para la cura.

Los heridos ya me esperan

y, algunos, se desesperan.

Borrero a ayudar se apura.

37

Aplico el desinfectante

a una herida narigona;

entró y salió por la zona

de la espalda el plomo errante.

¿Y dónde está el practicante

que no viene a sus heridos?

Afriebrados y dolidos,

penden de la hamaca herida

y no poder con mi vida

aliviar a estos sufridos.

(*) Los 12 artículos que conforman esta serie fueron publicados por su autor en su página de Facebook entre el 1 y el 19 de mayo de 2025, como un homenaje de recordación a la caída en combate de José Martí.

(*) Tomado de Facebook. Publicado el 9 de mayo a las 5:18 am  

Otros Artículos de Roberto Sotolongo en este blog:

La mujer de su vida.

José Martí: El asta contra el hacha.

La reseña como parte de la crítica literaria.

Roberto Sotolongo (1957)
@AGS



(**) Roberto Sotolongo (Aguada de Pasajeros 1956) Es graduado en Filosofía por la Universidad Lomonósov de Moscú. Narrador, poeta e investigador. Miembro de la Sociedad Cultural «José Martí». En 1976 Obtuvo el Premio Nacional de Narrativa. En 1987 obtuvo Primer Premio en el Concurso Provincial «Raúl Aparicio». Ha publicado cuentos, poemas y artículos en Conceptos, Creación, Revista cultural Ariel y en el Boletín Literario Mercedes Matamoros.

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