domingo, 19 de febrero de 2012

LA ENTREVISTA


Las cosas de Baldomero

Siempre lo he dicho, las cosas de Baldomero no dejarán de sorprenderme, incluso después de su muerte. Parece que lo conocí para eso, para que de cuando en cuando me lleguen noticias de su paso por este mundo. Hace un par de días encontré -en una de esas limpiezas periódicas que uno debe hacer para no ahogarse entre objetos inservibles-, un casete de audio. ¡Increíble! Era una cinta que tenía escrito en una de sus caras: “El revolver”. The Beatles. Baldomero.

Ahí estaba en uno de los cajones, como esperando su momento de fama. No puedo recordar los pormenores, pero supongo que Baldomero me lo regaló cuando ya aquel fonograma formaba parte de mi colección de discos compactos y nunca antes se me ocurrió escuchar el casete. El caso es que lo puse en un aparato que milagrosamente también se había salvado del tiempo y sonó Taxman, la primera canción del disco, claro, en bastante mal estado, pero la soporté hasta el final, y luego unos compases de la segunda: Eleonor Rigby, pero entonces sonó una voz. Escuché hasta el final y pude comprobar una vez más que Baldomero anduvo por mil caminos.

Es casi imposible determinar los detalles de esta grabación, esta pieza arqueológica no da más datos que los que se registran en ella, datos que pudieran caerle a muchos lugares de este mundo, por eso la transcribo íntegramente.

Entrevistador: ¿Cuándo emigró usted a esta ciudad capital y por qué?

Baldomero: Emigré cuando era un mozalbete, y por los mismos motivos que emigran todas las especies, para encontrar un lugar mejor.

E.: ¿Y lo encontró?

B.: Por supuesto que no, me pasó como al personaje de Balzac en las Ilusiones Perdidas. Vine buscando algo que en mi mente casi infantil imaginaba, algo que con el tiempo viví en otras ciudades del mundo… vine a la capital a convertirme en un ciudadano y a conquistar un lugar prominente en la sociedad, pero no lo conseguí…

Mi excusa ante mis padres para venir fue el estudio, en mi pueblo no había ni siquiera bachillerato y ellos me apoyaron, sobre todo mi padre, cuando les dije que iba a hacerme médico en la capital se alegraron… pero nada salió como lo planifiqué.

E.: ¿Y qué fue lo primero que le llamó la atención al llegar?

B.: Durante los primeros días me deslumbraron algunos edificios altos, la pulcritud de todo, pero a los pocos días de estar aquí, ¿sabes lo que me despertó en la mañana?... ¡Pues el cantío de un gallo!... eso fue para mí el acabose, se me unió el cielo con la tierra…

E.: Pero, ¿y eso por qué?

B.: ¿¡Cómo que por qué!? Te digo que venía buscando la ciudad, el cosmopolitismo de una urbe como lo que había leído en tantas novelas, y me topo con que aquí los gallos cantan como en el medio del monte… eso fue un gran choque. Fue posiblemente el primero.

E.: ¿Y finalmente se graduó de medicina?

B.: No, nada de eso, mi afición a las artes me sacó por un tiempo de la Universidad y fui a dar a Nueva York, donde me encontré casi la misma historia que aquí. Allá nuestros paisanos tienen un auto aislamiento, no se sacan el campo de las costumbres, y como allá sí que la ciudad manda, cuando intentan hacer lo mismo que en sus campos, pues vienen los choques con los gringos… y hasta con los que no lo son, chocamos con todos aquellos que la ciudad domó y le inculcó sus costumbres.

Yo traté y conseguí apropiarme de muchas de las costumbres de la gran urbe, incluso pude trabajar con norteamericanos de pura cepa, llegué a dominar el idioma muy bien, sin acento latino, pero entonces el monte me dio un tirón, mis padres se enfermaron, los dos al mismo tiempo, y tuve que venir a cuidar de ellos, después murieron y cuando todo lo tenía listo para volver, esta vez a Boston, pues derrocaron al dictador y creí que la ciudad capital tomaría verdaderos aires cosmopolitas... que se convertiría en una urbe cosmopolita, moderna y libre, pero todo fue peor, la emigración aumentó y todos los campesinos trajeron sus costumbres y las impusieron, comenzamos a sumar millones, y los libertadores no fueron capaces de aprovechar la libertad para forjar a ciudadanos de costumbres, a individuos capaces de llevar la convivencia en paz y armonía.

E.: Pero hoy usted es un sociólogo muy prestigioso y sus criterios son tomados en cuenta.

B.: No, eso no es así, en definitiva la vida me puso en el camino de la sociología, pero hubo quien menospreció nuestro trabajo y las universidades cerraron la carrera, y me quedé sin el título, y traté de llenar mis lagunas con mucho autodidactismo, un método que solamente le da resultado a algunos genios, pero yo no he llegado a ser más que un aficionado, tan aficionado a la sociología como lo soy de la música, nada más… y lo que yo diga o deje de decir no le interesa a nadie. Pero más triste aun, se hacen las leyes y no aparece quien las haga cumplir… y entonces podemos ver que nuestra capital es un sitio rural, donde la gente anda sin costumbres, atropellando al prójimo, colocando epítetos por encima de las leyes.

E.: ¿Cómo es eso de los epítetos?

B.: Claro, en cuanto se anota una mancha en la conducta de un gremio, y algún novato jefe de policía hace un operativo para poner orden, allá va el epíteto de “padres de familia”… entonces, como son padres de familia tenemos que permitirles que circulen en chatarras que no cumplen con las normas técnicas requeridas por la Ley, pueden desplazarse en carretones de tracción animal por las grandes avenidas, porque tienen esos padres de familia que vender las frutas, los víveres, a otros padres de familia que los necesitan…

Alguien habló, y no fui yo, de complicidad social, no lo mencioné, no se me ocurrió a mi tal definición, pero vivimos en tal complicidad con los malhechores que cada vez se hará más difícil alcanzar una sociedad altamente organizada, es decir, una civilización… y como veo que a usted ya esto que digo no le está gustando, porque no se salva nadie, nadie quiere escuchar la verdad… ese es el problema más duro de la sociología, que analiza las heces de los conglomerados humanos, que son en definitiva las que dicen el estado del paciente… Yo veo que, ninguno de los gobernantes que pasaron por aquí después de los dictadores, han sabido qué hacer con la libertad, y eso es una gran pena.

Cuentan los más viejos que en época del tirano no había quien tirara un papel en la calle, que todos los carros debían estar en perfectas condiciones y que la gente aun seguía ciertas normas… incluso cuando los gallos cantaran en la capital igual que en el monte…

E.: Bueno, Baldomero, le doy las gracias por sus respuestas y espero que algún día podamos tener una ciudad como la que ha soñado.

B.: Gracias a ti por permitirme decir estas cosas, por las que ninguna autoridad me meterá preso, pero que tampoco le pondrá el menor caso. Gracias. 

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