jueves, 30 de agosto de 2018

LA MUJER DE SU VIDA (*)

Por Roberto Sotolongo[1]

Es común el criterio de culpar de manera absoluta a Carmen Zayas Bazán por el creciente descalabro de sus relaciones con Martí. Sin embargo, no disminuye en nada las virtudes de este si llegamos a decir que ambos fueron responsables del fracaso. 

José Martí, José Francisco y Carmen
Unos dicen que conoció a la camagüeyana en un baile; otros señalan el momento del encuentro en la propia casa del padre de esta, durante una visita hecha por Martí. No importa en qué lugar, desde el primer instante Martí se vio invadido por un sentimiento nuevo, grato y avasallante. Ante ella experimentó una mezcla de admiración y deseo, que el tiempo haría crecer.

Fueron las circunstancias, originadas un tanto por la casualidad y la necesidad, las que pusieron en un mismo camino a Martí y a Carmen. Al morir Ana, hermana de Martí, su familia se vio precisada a cambiar de domicilio, residiendo a partir de entonces en la casa de don Ramón Guzmán. Precisamente gracias a esto es que Martí conoció a Francisco Zayas Bazán, un acomodado abogado cubano a quien no le importaba nada más que su fortuna, su familia y la paz que se había forjado.

En aquel remanso -una de las pocas y pequeñísimas treguas que le concedió el destino a Martí- el Apóstol anuló temporalmente sus desvelos por Cuba. Se le vio alegre en sus conversaciones con las hijas del abogado e inmerso en las partidas de ajedrez con don Francisco.

Y fue durante aquella breve intermisión el tiempo del nacimiento de los amores de Martí y Carmen. Primero Carmen se sintió atraída por la impresión que dejó en ella el hombre de «frente despejada, ojos soñadores y bigote romántico». Y luego la subyugó su voz apasionada, sus maneras galantes y su rara fe, tan rara como incomprensible para algunos.

La Zayas Bazán era una típica camagüeyana, de piel blanca sin exageración, pies pequeños, elegante, mesuradamente delgada, enérgica y dulce a la vez. Así la vio Martí: «tiene el color blanco anacarado, los labios de un punzó natural, con la suavidad del terciopelo, los ojos pardos y rasgados con mirada angelical, y el cabello de ese color castaño dorado, como lo pintaba Ticiano, muy apreciado y poco común»[2].

Pero también su exquisito espíritu quedó tocado por la «inteligencia natural y culta conversación de Carmen». Y allí quedó sellada la última relación amorosa de José Martí. Surgió en contra del padre de Carmen, para quien era una locura verla unida a un hombre sin futuro claro.

Lo curioso es conocer que esta vez Martí está pensando más en la definitiva construcción del hogar, su hogar, que en los destinos de Cuba. Así lo confiesa:

La voz de la mujer amada
habló de amor con sus acentos suaves,
y las rebeldes aves,
en trémula bandada
las alas que su cárcel fatigaron
en mi cráneo y en mi pecho reposaron.
Aquel noble intento habla de la grandeza de espíritu, tantas veces demostrada, de José Martí. Su afán por darle oportunidad a su vida íntima no respondía a la ambición natural de todo hombre de tener esposa, trabajar por ella y por sus hijos, y aspirar al progreso personal y al de su familia. Ese instante de vacilación, en que peligró su batallar por la patria, fue hijo del deseo de alegrar a sus padres -que tanto penaban por el incierto porvenir del hijo- y de satisfacer los deseos de Carmen. No hay dudas de que, de todas maneras, aún habiéndose anulado como luchador, Martí hubiera ocupado un lugar notable en la vida de América. Y no hay por qué no suponer que Carmen y él habrían sido felices. Entonces la historia no sería esta que hoy nos ocupa y no tendría sentido el interés de reflexionar sobre aquella relación inestable, maltratada, dolorosa y desafortunada.
No pudo Martí mentirse a sí mismo, no pudo impedir que las alas de las rebeldes aves batieran al viento. ¿Y cómo reaccionó entonces Carmen y qué esperaba de ella Martí? Aquella que, al decir de Toledo Sande, fue la mujer de su vida, ¿cómo se condujo ante la decisión de aquel que una vez llamaron Cristo inútil?
Es común el criterio de culpar de manera absoluta a Carmen Zayas Bazán por el creciente descalabro de sus relaciones con Martí. Sin embargo, no disminuye en nada las virtudes de este si llegamos a decir que ambos fueron responsables del fracaso. Veamos por qué, y hagámoslo señalando los momentos claves de aquel sendero de frustración.
-I-
Comienza a incubarse con la relación de Martí ante la amenaza anticonstitucional del general Porfirio Díaz. Desde 1878, cuando apareció en La revista universal la candidatura de Lerdo para la reelección, Martí se erigió, aunque de manera discreta, por su condición de extranjero, a favor del presidente mexicano y de la Constitución; los preferiría al militarismo ambicioso de Porfirio Díaz y cuando en noviembre el general entra triunfante en la ciudad de México, José Martí se proyecta prácticamente como un verdadero opositor: publica en El Federalista su artículo «La situación», que fustiga la conducta del nuevo gobierno, contrario a las libertades públicas. Y el 16 de diciembre de ese mismo año da a conocer su trabajo «Extranjero». En él da argumentos que justifican su decisión de abandonar México.
Y es aquí donde se inician las borrascas a que hacemos referencia: el hombre que había en Martí no podía convivir en aquel mundo de mando y tiranía; ni siquiera Carmen podía hacerle quedar callado y estático. Entonces asume a Cuba como su destino inmediato para después saltar a Guatemala. Terminó el equilibrio mexicano para ambos pretendientes. Y cuando enrumba a Cuba le acompaña un presentimiento: «la que ha de ser mi esposa ha comenzado a sufrir». En efecto, ella quedó con lágrimas en los ojos y con un brazalete, entregado por él, donde se podía leer: «Espérame».
-II-
Tras casi un mes de incansable peregrinar llega a Guatemala con el propósito de buscar trabajo y armar un apacible nido en esta tierra de cambios. Sueña con hacer feliz a Carmen brindándole la holgura y el sosiego que merece. Por ello se hace profesor de la Escuela Normal y catedrático de la Universidad de Guatemala. Su prestigio crece, su popularidad desborda las aulas, se extiende por toda la tierra del Quetzal. Su entusiasmo le hace optimista. Otra mujer se le instala, desde la belleza y la ternura, en sus sentimientos, abiertos siempre a lo hermoso y a lo grande. Pero lo que flamea en sus aires de hombre agradecido es la bandera de la amistad. Puede que María García Granados no lo comprendiera, pero él no olvida su compromiso con la camagüeyana. Por él regresa a México. Y el 20 de diciembre de 1877 la parroquia del Sagrario Metropolitano de México asume la responsabilidad del casamiento. Y hubo fiesta en casa de Mercado. José Martí y Carmen Zayas Bazán inician su trayecto matrimonial sin sospechar las sinuosidades del camino.
En enero del 78 ya está de vuelta en Guatemala, esta vez con su Carmen. La dicha le abre los brazos: él, adquiriendo cada vez más prestigio como maestro, escritor y orador; ella orgullosa de su hombre; ambos agradecidos de las bondades de aquel país… Sin embargo, el rebelde que nunca dejó de existir en él no duerme: el 8 de marzo tomó una determinación irreversible: se marchará del país porque en las esferas oficiales ya no es simpático. Y al ser destituido su amigo José María Izaguirre del cargo de director de la Escuela Normal, renuncia él mismo a las cátedras que atendía en dicha institución. Abandona Guatemala porque «con un poco de luz en la frente no se puede vivir donde mandan tiranos»[3]. Quedan rotos los sueños de estabilidad y ventura. El dolor lacera a Carmen; la amargura a él; mas aún ella le sigue.

-III-
Para entonces ya Cuba vivía la paz del Zanjón, que provocó el regreso a la patria de muchos cubanos que andaban desperdigados por Estados Unidos y el resto de América. Martí, entre ellos, se deja llevar por los ruegos de su esposa y obsequie a Cuba con su presencia. ¿Qué anidaba en el pensamiento del gran cubano en aquel instante de tristeza? No entraba a una tierra vencedora ni cagado él de glorias. Sin embargo, ya en suelo cubano se sabe que realizó las siguientes acciones en busca de trabajo:
-       Hizo una solicitud de habilitación para trabajar como abogado.
-       Presentó solicitud para dar clases de segunda enseñanza en colegios privados.

Sin duda tal manera de proceder expresa su voluntad temporal de consagrarse a su ideal matrimonial. Ahora no solo escucha el reclamo de Carmen: piensa también en su hijo, nacido el 22 de noviembre.

Pero al mismo tiempo el hombre público no se da tregua y por ese camino se adentra en el mundo de la conspiración contra la prepotencia española, que lo lleva a ocupar la vicepresidencia del Club Central Revolucionario Cubano, recién constituido, y la subdelegación del Comité Revolucionario de New York.

El 24 de agosto del 79 el Pacto del Zanjón se va a bolina: la Guerra Chiquita termina de hacerlo caer en el descrédito y la inutilidad. Veinticuatro días después un almuerzo entre Juan Gualberto Gómez, Martí y Carmen es interrumpido por la llegada de un hombre que habla a solas con el Apóstol. Y con él se marcha. Entonces se escuchan gritos desesperados de la camagüeyana: «Se lo llevan Juan; ¡se lo llevan, Juan; ¡se llevan preso a Pepe!»[4].

Y comienza así su segunda deportación. Carmen queda sola, con la carga de la ausencia inevitable y la presencia de un hijo sin padre. Un nuevo vacío, el mismo obstáculo, ahora más desgarrador e invencible.

¿Hacia dónde quedaron tiradas aquellas palabras escritas por Martí a Mercado?: «Casándome con una mujer haría una locura. Casándome con Carmen, aseguro nuestra más querida paz -la que a menudo no se entiende-, la de nuestras pasiones espirituales. Afortunadamente viviré poco y tendré pocos hijos: -no la haré sufrir»[5]. ¿Y qué no ha hecho hasta ahora Carmen sino sufrir?

-IV-

Este estuvo señalado por dos determinaciones. Por un lado, acosada por las circunstancias de su soledad y por la no armonía con la familia de Martí, Carmen decidió refugiarse en Camagüey, al abrigo del padre. Las cartas de ella al esposo han estado cargadas de un tono frío y reprobatorio, y esta manera de actuar agudiza el conflicto que ya es evidente, pues Martí se siente humillado. Por otra parte, a pesar de que le duele no poder cumplir con el deber de todo hombre de consagrarse a su familia, ha resuelto escapar a Estados Unidos para, desde allí organizar la batalla por Cuba. Ha encontrado una solución que le permite armonizar su vocación revolucionaria con su vida íntima: que los suyos vayan a él, que se reúnan con él para poder ayudarlos sin abandonar su obsesión por Cuba.

-V-

A partir de su estancia en Estados Unidos Martí insiste con denuedo en la esperanza de tener a Carmen y al hijo consigo. Mas ella no se apura en alcanzarlo, y el deseo de ver reordenada su vida conyugal se pospone una y otra vez, en tanto aumentan sus ajetreos independentistas. Tiene la delicadeza de enviar a José Francisco un abriguito y un sombrero; pero nada inmuta a la madre relegada. Así, nuevamente ella alimenta la frustración del hogar.
-VI-

Al fin, la orgullosa hija del Camagüey responde al llamado del esposo: el 3 de marzo de 1880 lo sorprende con su hijo en brazos. Él cierra en los suyos, «que quieren ser, a pesar de todo, fieles y leales»[6], a Carmen y a su José Francisco. En ese instante supremo de luz y esperanza, solo desea salvar la felicidad del hogar. Sin embargo, ya ella no es la misma y no ha venido a darle aliento a su lucha: persiste en apartarlo de esta, tratando de hacerle volver a Cuba. Su ideal se limita a la prosperidad del hogar y al futuro del hijo. Por eso experimenta celos de la Patria y de todo aquello que le rodea a su esposo. Está decidida: volverá a Cuba con o sin él.

Con amargura Martí se convence de la inutilidad del encuentro: sus almas son incompatibles. Se pregunta: «¿qué quieres tú, mi esposa?», ¿que haga la obra que ha de serme aplaudida en la tierra o que yo viva, mordido de rencores, sin ruido de aplausos, sin las granjerías del que se pliega, haciendo sereno la obra cuyo aplauso ya no oiremos». Y a Mercado le confiesa: «Carmen no comparte, con estos juicios del presente que no siempre alcanzan a lo futuro, mi devoción a mis tareas de hoy»[7].
Y más desgarradora es la verdad que se abre paso anunciando un insalvable fracaso. Él lo expresa así: «En el matrimonio en cuanto empieza la falta de identidad, ya no cabe felicidad. Nada menos que la identidad necesaria»[8].
Es lamentable, dura como piedra y cortante como cuchillo la diferencia entre esta conclusión a la que llega Martí y aquel criterio que tenía de su Carmen cuando pensaba: «¿Qué deber ha de estorbarme mi Carmen, ella que vive de mi misma clase de pasiones?»[9].
El 21 de octubre, vencida en su intento de arrastrar consigo a Martí, Carmen, con su hijo, regresa a Cuba, a refugiarse en la colonia. Pasarán dos años antes de volverlos a ver en la fría ciudad de Nueva York. No puede escapar a nuestra observación la buena voluntad de Carmen, quien permanece junto al esposo hasta el año 1885, momento en que nuevamente le abandona. Entonces serán seis años de ausencia, de separación doblemente dolorosa para Martí: la lejanía de «la mujer de su vida», y por saber que su hijo se educa según los preceptos de la metrópolis.
1891 es la fecha del último reencuentro. Durará dos escasos meses. Los reproches y exigencias de Carmen son desmedidas. ¿De qué valen los intentos de reconciliación? Chocan dos caracteres inflexibles, dos identidades opuestas, dos espíritus que jamás debieron unirse. ¿Alguien pudo pensar que el gozo de la paternidad lograría el milagro de aherrojar al redentor en la cárcel familiar? Sumo dolor, gran tristeza de hombre terrenal el estar alejado del hijo del alma y de la sangre; mas, su obsesión por Cuba no es un simple capricho, es una vocación sin límite sobre una fe en el triunfo.
Ya no hay oportunidad para el diálogo sensato; se ofenden y se separan. Martí hacia el franco refugio de Carmen Millares; Carmen hacia Cuba, ayudada por el desleal Enrique Trujillo, quien le gestiona un pasaporte emitido por el gobierno español.
El postrer encuentro sella el rompimiento: de una parte, ella y José Francisco; de otra, él sin ambos, «con el corazón que lleva rota el ancla fiel del hogar». En aquel momento oscuro y de golpes de martillo en el corazón, se le escapa este lamento: «Y pensar que sacrifiqué a la pobrecita, a María por Carmen, que ha subido las escaleras del consulado español para pedir protección de mí».
Mas, al instante reacciona como un relámpago en la noche, se repone, recobra su armonía anterior y se convence de que:
Cuando al peso de la cruz
El hombre morir resuelve,
Sale a hacer el bien, lo hace, y vuelve
Como de un baño de luz.

Y pensar que Carmen Zayas Bazán fue «la mujer de su vida».



(*) Tomado de La revista cultural de Cienguegos «Ariel». Año IX, No. 2-3 Cuarta época, 2006: 6-11

Roberto Sotolongo (1956)
©ags
[1] Roberto Sotolongo (Aguada de Pasajeros 1956) Es graduado en Filosofía por la Universidad Lomonósov de Moscú. Narrador, poeta e investigador. Miembro de la Sociedad Cultural «José Martí». En 1976 Obtuvo el Premio Nacional de Narrativa. En 1987 obtuvo Primer Premio en el Concurso Provincial «Raúl Aparicio». Ha publicado cuentos, poemas y artículos en Conceptos, Creación, Revista cultural Ariel y en el Boletín Literario Mercedes Matamoros.
[2] Gonzalo de Quesada Miranda, Martí hombre, Seoane, Fernández y Cía., S. en C. Compostela, 1960. pág. 17.

[3] Obras completas, t. 20, p. 47
[4] Jorge Mañach. Martí, el Apóstol. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1990, p. 65.
[5] Luis Toledo Sande. Cesto de llamas, La Habana, Editorial Ciencias Sociales, 1996, p. 98.
[6] Ídem al 1, p. 125.
[7] Ibrahím Hidalgo Paz. José Martí, Cronología, La Habana. Editorial de Ciencias Sociales, 1992, p. 48.
[8] Ídem al 1, p. 127.
[9] Ídem al 4, p. 97-98.

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