Mientras haya una cantor, mientras se oiga una canción, tú vivirás en el alma del pueblo dominicano (**)
La línea Torre, del sello discográfico Kubaney, tiene en su colección una de las piezas más importantes para el acervo musical dominicano. Es un registro, restaurado en formato de disco compacto, que contiene dieciséis piezas interpretadas por una de las voces más deslumbrantes del continente. Una voz, que quizás por haber salido de tan modesto lugar geográfico, permanezca aun oculta para muchos. En este disco increíble, podemos disfrutar de la fabulosa voz de Eduardo Brito.
Muy lejos del bullicio de las urbes, por las que corre el tráfago sin límites de las artes y la civilización; lejos de los medios de trasmisión de la cultura artística. Apartado de los escenarios, en los que rutilantes estrellas impresionan con sus voces a públicos fanáticos; en un pobrísimo paraje, conocido como El Higo, en la provincia de Puerto Plata, al nordeste de la República Dominicana, nació el 21 de enero de 1905 Eduardo Brito.
Vino al mundo sólo con la herencia de su cultura americana y el maravilloso don de su voz. Tan imperceptibles riquezas no le dieron lujos, ni dineros para gastar en escuelas, ni posibilidades para emprender, durante sus primeros años de vida, el largo camino del aprendizaje de las artes. Sin embargo, nadie cantó como él.
Tendría unos diez años de edad cuando dejó atrás el hogar campesino y llegó a vivir a Puerto Plata. Allí comenzó a ganarse el sustento en cualquier cosa, y al descubrir la vida encontró el prodigio que su garganta atesoraba. Adolescente aún, comenzó a esparcir su voz a los cuatro vientos. Y en 1924, al resultar ganador de uno de aquellos concursos patrocinados por firmas comerciales, su nombre comenzó a viajar cada vez más lejos. Aquel premio le posibilitó al joven Brito, entrar en contacto con destacados músicos profesionales, entre ellos, don Julio Alberto Hernández, quien sería uno de sus principales guías en el aprendizaje académico de la música. Tanto era su talento y tanto su deseo de llegar que en 1928, cuando la Victor vino al país para grabar algunas voces dominicanas, entre aquellas estuvo la suya.
Al año siguiente, formando parte del Grupo Dominicano, que integraban además Bienvenido Troncoso, Luis María Jiménez y Enrique García, viajó a los Estados Unidos para realizar una serie de grabaciones. En 1930 y 1931, también con la Victor, apareció junto a la orquesta del cubano Eduardo Vigil, y con El Canario y su Grupo de Puerto Rico.
En 1932 conoció a Eliseo Grenet, quien al frente de su compañía de zarzuelas, estaba de paso por los Estados Unidos rumbo a Europa. Grenet, solicitó los servicios de Eduardo Brito y fue así que el público español le conoció, le aplaudió hasta el delirio y lo adoró. Al llegar a Barcelona integró el elenco de La Virgen Morena, de Grenet y Riancho, y de inmediato sus interpretaciones del Lamento esclavo y Mi vida es cantar, se convirtieron en favoritas del público, que le pedía que repitiera aquellos números una y otra vez. Los teatros Tívoli, Paralelo y Nuevo Teatro supieron de sus maravillas vocales.
La selección que aparece en la línea Torre con el título EDUARDO BRITO, El Cantante Nacional, contiene obras que fueron grabadas tanto en América como en Europa. Según aparece en la Discografía, recopilada por el cantante e investigador Arístides Incháustegui, las piezas Siboney (corte No.1), de Ernesto Lecuona; Lamento gitano (c-2), y Te quiero dijiste (c-3), de María Grever; Aquellos ojos verdes (c-4), de Nilo Meléndez; Lamento esclavo (c-6), de Grenet y Riancho; Martha (c-7), de Moisés Simons, y Capullito de Alelí (c-8), de Rafael Hernández aparecieron en España editadas por la firma ODEON en dos discos de 45 RPM.
El tango Musa querida (c-9) y El son Tamales calientes (c-10), de Ricardo Fábregas, fueron grabados por primera vez en 1931 y en estas Eduardo Brito tuvo el acompañamiento de la orquesta de Felipe Traversi; Nubes de ensueño (c-11), de Manuel Corona y Cuando cantan las aves (c-12), de Xavier Navarro y Ernesto Mangas, fueron acompañadas por la Orquesta de Eduardo Vigil y se registraron originalmente en 1930. El beso (c-13), un bolero de julio Alberto Hernández, en el que aparecen Fausto Delgado haciendo la segunda voz y algunos de los integrantes de Canario y su Grupo, se produjo en 1930. El bolero Honorina (c-14), de Piro Valerio data de 1929, cuando Brito grabó por primera vez en Nueva York junto al Grupo Dominicano.
Al escuchar este disco increíble, al disfrutar de la bellísima voz del divo puerto plateño, es fácil comprender cómo fue posible que en tan sólo cuatro años, que fue lo que duró su permanencia en Europa, se convirtiera en el favorito de todos los públicos. En las zarzuelas Katiuska, La Tabernera del puerto y La del manojo de rosas de Sorozabal, y también en Los gavilanes, la Virgen Morena o en La Gioconda sus triunfos fueron realmente estruendosos, porque su voz era un prodigio. Entre sus contemporáneos era el de más alto vuelo. Fue su voz tan perfecta que escucharlo es el único modo de creerlo. Brito tuvo una voz potente y bien colocada, sabía utilizar todos los resonadores y empujar el sonido hacia delante, de tan perfecto modo, que ni las imperfecciones técnicas con las que fueron grabadas estas piezas pueden opacar su brillo.
Mientras más se escucha este registro, más inverosímil parece. La clara dicción, la perfecta afinación, el sentido interpretativo y el tono puro de la voz, son más propios de la estética musical de nuestros días, que de aquella que imperaba en los ya lejanos años treinta; época, en la que un ídolo como Caruso permanecía en el recuerdo, y el estigma de su portentosa voz, y también un montón de lacras de mal gusto se empozaban en el público. Al escuchar este fonograma, nos vienen al recuerdo las más importantes voces de nuestro tiempo; sin embargo, tiene muy largos años, y fue un genuino hombre dominicano quien hizo esas maravillas. Escúchesele con atención en esas terminaciones de frases, donde es inconfundible un campesino dominicano, cuando la letra ere o ele se transforma en i. Y el manigüal que escribió Lecuona en Siboney, Eduardo Brito lo convierte en “manigüai”; el dolor se torna en “doloi”, y el amor en “amoi”. Fueron palabras que ni los más encumbrados públicos del mundo pudieron quitarle al divo. Y aunque su vida se extinguió un 5 de enero de 1946, su identidad no desapareció nunca. Su cuna fue tan humilde como un pesebre, y su voz, como la de los grandes Dioses, no se extinguirá jamás. (Santo Domingo, Ahora. 4 sep. 2000) (Revisado para el Tren de Yaguaramas 2da. Época. 4 nov. 2024)
(*) Hace más de veinte años que bajo el título «Clásicos populares en discos increíbles», publiqué una serie de reseñas de discos en diferentes medios de prensa en Santo Domingo, entonces había que comprar el disco; sin embargo, hoy solamente hay que tener la app Spotify, o YouTube es por eso que me he animado a subirlos nuevamente al Tren para que mientras leas puedas ir escuchando cada una de las piezas.
(**) Héctor J. Díaz (Diario La Nación, 5 de enero de 1947) De la Tarjeta Póstuma citada por J. T. Tejeda en Fichero Artístico Dominicano.
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