Un civil de espalda, el músico cortado, un tabaco exquisito y una prueba de cámara desaprobada
Yo recuerdo, que allá por la década del ochenta del pasado siglo XX, había un anuncio en la vidriera del entonces llamado cine Yara, en la calle L, esquina a 23, en el vedado habanero, en el que se convocaba a todo aquel que estuviera dispuesto a trabajar como extra en cine y televisión.
Cada uno de aquellos acontecimientos, en los que a tuerto o a derecho me metí, vuelven de cuando en cuando y los voy rumiando. Cada uno de aquellos sucesos difíciles, dolorosos, alegres o insignificantes en los que se me enredó la vida y de los que pude salir airoso o trasquilado vuelven a la gran pantalla de mi memoria. Los avatares que enfrenté en mis años mozos, solamente los he podido aquilatar, saborear y disfrutar después de haber confeccionado un extenso catálogo de pruebas, errores y aciertos.
Yo recuerdo, que allá por la década del ochenta del pasado siglo XX, había un anuncio en la vidriera del entonces llamado cine Yara, en la calle L, esquina a 23, en el vedado habanero, en el que se convocaba a todo aquel que estuviera dispuesto a trabajar como extra en cine y televisión. Entonces, embullado por algunos amigos que estudiaban actuación, llené mi planilla en una oficina que recordar no puedo y uno de aquellos días recibí mi primer llamado. Recuerdo que pasé por un vestuario en el que me endilgaron una ropa y un personaje: Civil de Espalda.
Lo otro que recuerdo es que nos llevaron al restaurante del hotel Sevilla y allí estuvimos desde poco antes de la media noche, hasta que amaneció. Todo para una escena en la que Orlando Casín comía con unos amigos y si mal no recuerdo, era víctima de un atentado. Estuve sentado en una mesa, durante varias horas haciendo como que comía y por supuesto, desde que terminó aquello, en lo que más pensaba era en verme de espaldas por primera vez en la televisión, pero la realidad fue otra, por más que presté atención a la pantalla de mi televisor el día en que pasaron aquel capítulo de la telenovela -que tampoco puedo recordar el título-, no me vi por ningún lado, el Civil de Espalda que yo protagonicé quedó fuera de cámara y así mi primera derrota como actor.
No obstante, pasó el tiempo y volví a ser llamado, esta vez para una película, y aquí sí que me vistieron como músico del siglo XVIII, con peluca y todo un atuendo y maquillaje y me desembarcaron en el Palacio de los Capitanes Generales, en la Habana Vieja, donde había un set en el que me hicieron subir para ensayar con otros músicos la obertura de la ópera El Barbero de Sevilla. Todo iba bien, el ensayo sin contratiempos, los especialistas se arremolinaban en torno al set ajustando las luces, los músicos a lo nuestro con Rossini y los técnicos revisando cada detalle. Y en eso llegó un personaje con aspecto de gran autoridad, quien según supe era el director, y lo vi conversar, gesticular y mirar hacia donde yo estaba con uno de los asistentes. Poco después alguien se me acercó y me pidió con mucha cortesía que saliera del set, me dio las gracias por mi valiosa colaboración y me dijo tranquilamente: El director lo ha cortado. Y esto, me dije yo entonces, iba a ser todo. Pero en realidad me faltaban dos intentos.
Cuando llegué a vivir en Santo Domingo, la hermana de una colega de la orquesta trabajaba en una publicitaria, y al conocerme me propuso participar en un comercial que a la sazón estaba en producción, previa advertencia de que yo no calificaba en los castings, ella insistió y me volví a enfrentar a las cámaras, y esta vez sí salí en en pantalla, hasta con un parlamento: Exquisito, dije como mil veces hasta que el director quedó conforme con mi performance. Bueno, en realidad no tan conforme porque me doblaron la voz.
Años después tendría la última oportunidad, esta vez fue también para un comercial. Una joven muy emprendedora a quien todavía veo trabajando en los medios, me vio en un ensayo de la Sinfónica en Bellas Artes y me pidió que hiciera una prueba de cámara para ella, y entonces, con la basta experiencia que yo había adquirido en el oficio, le dije lo que ya era obvio, no estoy en capacidad de hacer casting, y creo que hasta le conté de mis éxitos en el cine cubano, pero ella, perseverante como corresponde a un oficio tan demandante como el que ella ejerce, se apareció en mi casa con su cámara en ristre, me hizo tomar el contrabajo y ella hizo su prueba de cámara. Unos días después recibí la noticia anunciada: Al director no le gustó. Y así quedó sellado mi paso por la pequeña y la gran pantalla.
Cientos de escenas como estas se han acumulado en mis recuerdos de juventud, sucesos que vuelven una y otra vez, frases antológicas dichas por amigos inolvidables, anécdotas irrepetibles, personas que por sus valores siguen conmigo, y así, montones de lecciones que la vida me ha dado y que a veces siento el impulso de compartir, porque como dice el refrán, la felicidad no es nada si no es compartida, pero no siempre hay alguien que escuche, y sucede lo inevitable: Hablo solo. En fin, como te iba diciendo, la juventud es para mí un tesoro, ahora tiene el precio justo y la recuerdo, ahora continúo disfrutándola como el paso de la vida por mis venas. Santo Domingo, 16 may. 2025
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Me encantó, una amena manera de contar lindos recuerdos de tu llamada “juventud es un tesoro”.
ResponderEliminarAsí es, anécdotas irrepetibles, momentos y sucesos imborrables de una época que permanecen en el disco duro de nuestra mente y recordamos con alegría y un tin de nostalgia. Gracias por compartir.