Dale agua a ese dominó
Con palabras se teje una
infinita red de conocimientos que nos puede llevar -cuando en multitud las
aprehendemos-, hasta la más luminosa capacidad para entender la realidad y
seguir con acierto el camino de la verdad, o…

La leyenda, hasta donde la conozco, no
explica qué sucedió después con el ingenuo admirador, lo que sí sé es que hoy
amanecí con una palabrita en la mente, algo que desde hace algún tiempo me sucede
con frecuencia, y la palabrita de marras es: Capicúa. Y por esas cosas que
dicen que nada sucede por nada o que todo sucede por algo, a partir de ese hilo
comencé a buscar la madeja y mire usted hasta dónde llegué. Una palabra
sencilla, aparentemente, puede contener toda una teoría del conocimiento, si se
entiende el conocimiento como la información adquirida por diversos medios y
que nos pone en capacidad de relacionar todos esos conocimientos para
encaminarnos a la verdad y a la más precisa interpretación de la realidad.
En fin, que si un ingenuo admirador me
preguntara que tan difícil es hacer capicúa, le diría que tan fácil como jugar
dominó, y si se repitiera la historia del genio y el ingenuo, tendría que rematar
diciendo: Pero fíjese, el asunto es que usted no sabe lo que es dominó, no sabe
lo que es una ficha, no conoce tampoco los números, no sabe lo que es una mesa,
y muchísimo menos cómo se le da agua al dominó, en fin, que para conocer que «capicúa
en el dominó es poner en la mesa una ficha que puede ir por las dos cabezas»,
le ocuparía una buena parte de sus entendederas.
Lo mismo sucede con cada palabra que
decimos o escuchamos, porque con ellas se teje una infinita red de
conocimientos que nos puede llevar -cuando en multitud las aprehendemos-, hasta
la más luminosa capacidad para entender la realidad y seguir con acierto el
camino de la verdad, o, a la más miserable incapacidad -cuando apenas
balbuceamos unas cuantas-, para entender la teoría de la relatividad, freír un
huevo o hacer capicúa en el dominó.
Disponible en: Hypermedia
y en Cuesta Libro
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