Ayúdese que ella le ayudará
...es errado pensar que el solo hecho de escuchar o tocar un instrumento provocará efectos placenteros en nuestro espíritu y ejercitará nuestro cerebro como un músculo. Nada de eso, todo depende de la aptitud y la actitud de la persona...
Felizmente, entre tanta
noticia infausta, he podido leer en la prensa cotidiana más de una reseña
acerca de las investigaciones que prueban científicamente los efectos beneficiosos
que provoca la música en la especie humana, estudios que se han realizado con
gran seriedad profesional durante los últimos años en múltiples disciplinas están llegando a oídos de todos, pero en algunos casos han provocado
entusiasmos errados.
Un estudio publicado en la
revista Sicodidáctica, basado en la
práctica que realizan los niños del programa Head Start, en Puerto Rico,
concluyó que “el adiestramiento musical puede suponer una diferencia
significativa en el desarrollo general de los niños, incluido el ámbito del
lenguaje”; y, Nina Kraus y Bharath Chandrasekaran, afirman, en un estudio
publicado en la revista Nature, que
“tocar un instrumento entrena al cerebro a elegir lo que es importante en un
proceso complejo”.
Es ante afirmaciones como
estas que el entusiasmo no debe desbordarse, porque ante todo hay que reconocer
las aptitudes y las actitudes de quienes van a tocar un instrumento. Las
aptitudes musicales tienen que ver con capacidades innatas, entre ellas la
predisposición para escuchar y discriminar sonidos, memorizarlos y repetirlos;
y las actitudes, que tienen que ver con capacidades que se inducen a través de
la educación familiar, entre ellas la curiosidad y los deseos de aprender.
La música no es una medicina,
los resultados de estas investigaciones no quieren decir que un individuo con
problemas de aprendizaje, de conducta o capacidades diferentes cambiará su
condición si le es recetado tocar un instrumento, la música no actúa
independientemente de nuestra actitud y aptitud, no es un antibiótico que nos
mejora si queremos o no, los efectos que provoca la música están determinados
por el modo en que cada individuo o grupo se expone a ella.
La música, incluso una misma
obra, puede provocar efectos muy distintos. Un paciente en una sesión de músico
terapia, un analfabeto musical, un músico profesional o un melómano crítico reaccionan
de maneras muy diferentes ante la misma música, y todo depende del grado de
exposición que tengan ante ese tipo de música.
Estos diferentes grados de
exposición dependen, por supuesto, de la mayor o menor aprehensión que tenga
cada individuo de las leyes estéticas que rigen para el arte musical. Es por
eso que la llamada música académica -por su alto grado de complejidad-, y las
músicas de culturas diferentes a las nuestras –por no formar parte de la banda
sonora de nuestras vidas-, requieren un esfuerzo de cada individuo o grupo para
conocer sus reglas, y será en esa misma medida, de acuerdo al mayor o menor
grado de exposición a estas músicas, que podrán disfrutarla y alcanzar estados
de bienestar espiritual cultos y críticos.
Alejo Carpentier, en su
novela El acoso, nos cuenta los
últimos días en la vida de un perseguido político en época de dictadura. Lo
sitúa en un escondite al que penetran intempestivamente los sonidos de una
música que él describe de manera acrítica, sin conocimientos estéticos, en el
grado más bajo de aprehensión; por lo tanto, sus niveles de disfrute y su
capacidad para hacer diferentes lecturas de la obra son primitivos, su
bienestar espiritual por efectos de esa música, tal como sucede en la vida
real, es muy bajo.
Pero como cada novela debe
tener un antagonista –en este caso estético-, quien hace sonar esa música, en
un gastado disco de pasta, es un melómano, quien vive muy cerca del escondite
del perseguido y trabaja como empleado en el Teatro Auditorium de La Habana.
Este personaje es un conocedor crítico y la obra que escucha es la “Heroica”,
de Ludwig van Beethoven, la ha estado repasando porque la Filarmónica volverá a
tocarla, esta vez dirigida por un nuevo director, y él quiere tenerla fresca en
su memoria para poder hacerse un juicio acerca de la interpretación que
escuchará en vivo esa vez.
Carpentier hace un paralelo excepcional
entre los conocimientos estéticos de uno y otro, describe un ejemplo magnífico
de los diferentes grados de exposición ante la música, nos presenta los efectos
que la misma música puede provocar en individuos con diferentes aptitudes y actitudes.
De tal modo, es errado
pensar que el solo hecho de escuchar o tocar un instrumento provocará efectos
placenteros en nuestro espíritu y ejercitará nuestro cerebro como un músculo.
Nada de eso, todo depende de la aptitud y la actitud de la persona, de su
curiosidad por conocer hasta el último detalle de la obra, conocer la estética,
las épocas, los estilos, distinguir y clasificar los instrumentos, conocer los
compositores y las culturas. Esa es la premisa de la que parten todas las investigaciones
que prueban científicamente los efectos beneficiosos que provoca la música en
la especie humana.
P.E.: Es cierto que en la músico terapia se utilizan los sonidos como medicina; sin embargo, estos tratamientos actúan sobre el inconsciente y por tanto la actividad intelectual de los pacientes no se involucra. En estos casos la música no adquiere las dimensiones de la obra de arte.
P.E.: Es cierto que en la músico terapia se utilizan los sonidos como medicina; sin embargo, estos tratamientos actúan sobre el inconsciente y por tanto la actividad intelectual de los pacientes no se involucra. En estos casos la música no adquiere las dimensiones de la obra de arte.