sábado, 28 de noviembre de 2020

LA GUAGUA DEL NARANJO

Buscando perlas en periódicos viejos

Ya mencioné en un post anterior que para los lectores de la prensa cubana a mediados del siglo XIX, la guagua era el ómnibus, que entonces era una diligencia tirada por caballos, pero también era un insecto que atacaba a los naranjales, y además tomar algo gratis. En la siguiente nota publicada en un periódico en 1851, el juego de palabras incluye la guagua como insecto y el leer de guagua, que es leer el periódico del vecino, leer sin comprar el periódico, leer gratis.  

Naranjas. Con sumo placer de los amantes de esta rica fruta, ornato de nuestras fincas, los puestos de los mercados y los talleres de los revendedores se ven ya atestados de ella, libre del microscópico insecto que asolara los naranjales de la Isla. Esto confirma una vez más que no hay mal que dure cien años, bien que si la guagua de los naranjales ha desaparecido la «guagüitis» de las ciudades no da muestras de hacer lo mismo, al menos por lo que respecta a leer periódicos. Al fin del mal el menos, y este menos es que ya se dan cinco y seis naranjas por medio real. 

viernes, 20 de noviembre de 2020

Yo fui el «hombre nuevo» y mis padres perdieron la patria potestad

Desde los Carlos y los Federicos, los Lenin, los Stalin y los Castro, todos pensaron que era imprescindible destruir la familia para que el comunismo y sus sectas marxistas ejercieran su hegemonía, y eso fue lo que hicieron. 

Maleta de madera para «la escuela al campo».
Dos o tres años antes de morir, mi padre me recordó algo de lo que apenas me acordaba: Fue un viaje que él hizo en septiembre de 1970 a un intrincado lugar, en las inmediaciones de San Nicolás de Bari, al que me habían llevado a hacer «la escuela al campo», y que él, después de viajar durante muchas horas para llegar a verme, cuando se encontró conmigo, yo lo recibí con una frase que le dolió, le dolía aun casi medio siglo después: «¿Y para qué viniste a verme?». 

Ese recuerdo me lo contó con dolor en el rostro, con pena por aquel recuerdo; sin embargo, yo, aunque lo recordaba, no le había dado la menor importancia. Así que después, tratando de reacomodar aquel pasado a la realidad, cuando han pasado cincuenta años, y revisando lo que había sucedido con aquel niño que entonces era yo, cuando apenas tendría unos dieciséis años, llegué a entender que hay una sola explicación para aquella frase.

A esa edad yo llevaba cuatro años separado de mi familia, como yo había querido estudiar música y las academias que hubo en mi pueblo desaparecieron gracias a la abolición de la propiedad privada impuesta por la dictadura, a los doce años me tuve que ir de la casa para estudiar en un internado en Cienfuegos bajo la tutela del «estado revolucionario», y allí, sin que yo me diera cuenta me fueron enseñando la doctrina, me fueron convirtiendo en un «hombre nuevo», me fueron dando las consignas y me fui alejando de mi familia, así que cuando vi a mi padre aquel día me sentía quizás como un «hombre nuevo», como un heroico guerrillero que ya no necesitaba ni del padre ni de la madre. ¡Vaya estupidez! ¡Vaya ingratitud!

No me siento orgulloso de aquella frase, tanto es así que no pude ni responderle a mi padre cuando él me contó aquel pasaje de su vida, me quedé petrificado y antes de poder recordarlo le pregunté: «¿Pero yo te dije eso?», y me dijo: «Sí, tú me dijiste eso después de haber pasado yo tanto trabajo para llegar a aquel campo con dos jabas de comida para que llenaras tu maleta de madera». Y ya, en aquel momento, en aquel campo en medio de la nada, ni él ni yo podíamos entender que mi madre y él habían perdido realmente la patria potestad, ya ellos no podían decidir sobre mi educación, no podían decidir dónde yo iba a dormir, no podían decidir qué iba a hacer de mi vida. Allí, como todos los niños y jóvenes, teníamos que levantarnos a las cinco de la mañana para ir al campo a hacer labores agrícolas que jamás en nuestras vidas habíamos hecho, niños menores de quince años, menores de edad éramos puestos a trabajar en el campo, hoy eso se denomina trabajo infantil y está muy mal visto, pero muy bien tolerado.

Hoy, después que han pasado tantos años, cuando ya conseguí desprogramarme de aquella profunda y obscena secta, de aquel profundo adoctrinamiento al que fui sometido, comprendo perfectamente por qué la familia cubana ya no existe, por qué eso que llaman el «hombre nuevo», es la marca más visible en los cubanos. Es terrible, son generaciones sin medidas, generaciones absolutamente dominables por el estado, dominados por el poder hegemónico del «estado revolucionario», un estado que hace lo que le da la gana con todos nosotros.

Nunca, nuestra familia, que en el núcleo éramos dos padres y dos hijos, nunca nos dimos cuenta del gran asesinato, del crimen que estaban cometiendo, del crimen que cometieron con nuestra familia. Mi madre y mi padre, muy revolucionarios, seguidores entusiastas de todas aquellas consignas que destruyeron sus propias vidas, allá se quedaron, allá enterramos sus cenizas, y sus dos hijos finalmente tuvimos que emigrar, y como emigrados adquirimos una categoría muy triste. No somos emigrados por gusto, no emigramos por buscar nuevos horizontes, sino por escapar de una realidad hostil -incluso aunque no nos diéramos cuenta de la mitad de las cosas-, y hemos llegado a un destierro donde en definitiva somos enterrados, porque, a diferencia de la gran mayoría de los emigrantes, lo que dejamos atrás se hundió, destruyeron nuestra cultura con conocimiento de causa, con perversidad, con un programa filosófico.

Desde los Carlos y los Federicos, los Lenin, los Stalin y los Castro, todos pensaron que era imprescindible destruir la familia para que el comunismo y sus sectas marxistas ejercieran su hegemonía, y eso fue lo que hicieron, y como la familia es el núcleo fundamental a partir del cual se ejercen todas las relaciones que se establecen en el proceso de conformación de una cultura, al demoler la familia estaban dando el primer y fundamental paso para demoler la cultura, sobre la cual echarían las bases de la cultura castrista. Y aquel día, hace casi medio siglo, aquel día que yo le pregunté a mi padre que para qué había ido a verme, yo era la muestra perfecta de aquella destrucción de los valores que habían provocado en mí, en un niño de apenas 16 años, pero que ya llevaba cuatro años sometido al rigor ideológico de un internado donde las veinticuatro horas del día era adoctrinado y sometido a lo que con mucha exactitud llama Orwell el «lavado de cerebro».

No me arrepiento, no me puedo arrepentir, pero siento mucho dolor por aquel niño que fui una vez, por mi inocencia y por la ingenuidad de mis padres, por aquella familia que había sido normal hasta el año 59 y que una década después ya prácticamente no existía. Le pido perdón a mi padre y a mi madre por haberme sentido muchas veces como un «hombre nuevo» y haber actuado en contra de los principios de la familia, y condeno al castrismo por haberles arrebatado a mis padres la patria potestad, con tanta perversidad, que apenas si nos dimos cuenta. 

sábado, 14 de noviembre de 2020

BUEYES VOLANDO

Buscando perlas en periódicos viejos

Muchas son las frases en nuestro idioma castellano que se convierten en metáforas; sin embargo, casi todas, en principio, no lo fueron. Andando por ahí encontré esta perla publicada en un periódico de 1852 que explica la manera prosaica en que nació la metáfora que da título a esta nota, y dice así:

Bueyes volando. Más de una vez que por casualidad nos hemos hallado en el muelle a horas de trabajo hemos creído que ciertamente los bueyes que tiran de las carretas que conducen bocoyes de moscabado y otros volúmenes semejantes tenían cierta propensión a volar, pudiendo asegurar al menos que con bastante indignación los hemos visto en el aire suspendidos del pértigo a guisa de malhechores. La causa de esa suspensión es tan sencilla como inhumana y ainda mais denota el poco meollo que debe contener el cerebro de los individuos que entienden en la operación. Resulta pues que al bajar los bocoyes de moscabado, que frecuentemente pesan la friolera de unas ochenta arrobas, estando en vago la parte trasera de la cama de la carreta hace esta el oficio de palanca y de aquí al gravitar sobre esa parte el bocoy se eleven los bueyes suspendidos por el pértigo, y bramen y se torturen mientras acaso se ríen los que contemplan el triste papel que representan. En el campo y donde quiera que los que andan con carretas demuestran que abrigan sentimientos de humanidad respecto de los animales y que saben su oficio, colocan puntales o estacas en ambos extremos de la carreta y entonces sin temor de desnucar a los bueyes cargan o descargan volúmenes diez veces más pesados que un bocoy de moscabado.

sábado, 7 de noviembre de 2020

LA BALLENA DE LA BAHÍA DE MATANZAS

Buscando perlas en periódicos viejos

Cuando viví en la ciudad de Matanzas, Cuba, pude disfrutar más de una vez de las historias que se contaban acerca de las sorprendentes visitas que una gran ballena hacía cada año a aquella abierta y deslumbrante bahía, alguna vez, asomado por allá por la cuesta en la que comienza la Vía Blanca, pude ver una enorme mancha oscura que se desplazaba por debajo del azul marino del agua, y hace unos días, andando por ahí, descubriendo lecturas que suelen ser a veces como perlas, encontré una nota publicada en 1849 y que muy probablemente constituya el primer registro de las visitas de aquel gran pez a la bahía de la entonces Atenas de Cuba. 

Y como las perlas que no se exhiben no son perlas, ahí subo esta al Tren para que pueda ser admirada: 


Gran pez. Hoy se ha traído al puente de Yumurí, atado por la mitad del cuerpo, un gran pez desconocido para nosotros, Los inteligentes dicen que se conoce en las costas de España con el nombre de Bote. Nosotros creemos pertenece a la familia de las ballenas. Tiene de largo cerca de tres varas, y de alto, desde la punta de la aleta dorsal, nueve cuartas. Su boca es sumamente pequeña y sus ojos más parecen un pedazo de cristal tallado. La parte superior de la cabeza se halla cubierta de una concha tan dura que creemos difícil de penetrarse con una bala. Suponen algunos que este cetáceo ha venido siguiendo las aguas de algún buque procedente de la Península. 

LAS CANCIONES CUBANAS QUE LA FANIA NOS RECORDÓ

Nunca agradeceremos lo suficiente a los músicos y empresarios capitalistas que hicieron regresar a los mercados los productos de la música p...