martes, 17 de abril de 2018

LA NOCHE EN QUE EL TRADUCTOR CALVO TRAICIONÓ A MÚSORGSKI EN LA MONTAÑA

Muchas veces el título de esta obra de Músorgski se traduce del ruso al inglés y de este al castellano como Una noche en el monte calvo o Una noche en el monte pelado utilizando acepciones de las palabras anglosajonas «bald» (calvo) y/o «bare» (pelado) y del ruso «лысой» que significa «calvo» en una de sus acepciones.

«Ночь на лысой горе» (Una noche en la montaña calva)

Modest Músorgski (1839-1881)
Foto: Fuente externa
Hace muchos años, cuando vi por primera vez la película Fantasía, de Walt Disney, en el Cinecito de La Habana, sentí una profunda impresión con todos los cuentos, incluso por aquellas abstracciones de arcos y violines que concibió el genial dibujante para la Tocata y fuga de Bach, y recuerdo perfectamente el tremendo aquelarre -por supuesto que entonces no conocía la palabra «aquelarre», pero sí entendí que era una fiesta de brujas y muertos en una montaña-, que se desarrollaba sobre la música de Modest Músorgski a la que, en aquella versión de 1940, habían traducido al castellano como: Noche en la árida montaña.

De un tiempo a esta parte he podido leer y escuchar que también se ha traducido como: Una noche en el monte pelado o Una noche en el monte calvo, pero eso; en principio, me molestó al oído, y después, por esas tozudeces quizás innecesarias e inútiles que se me posan en la sesera, comencé a averiguar por qué me sonaba mal y cuál sería la causa, si la había, de que mi oído fuera tan quisquilloso.

Me lancé a la red y al primero que encontré con los mismos caprichos fue a Paco Lema, quien administra el blog Lema-Traductores y ha publicado un artículo con el título Traductor ¿traidor?. Y según su investigación, el adagio que reza: Traduttori, traditore (traductor, traidor), es de uso extendido y por supuesto viene del italiano. Según Lema, a pesar de que existen errores y traiciones en las traducciones, ese no debe ser en realidad el trabajo del traductor, sino el de llevar a otras lenguas la esencia de lo que los autores han querido decir en realidad.

Sus ejemplos son ilustrativos, entre ellos el cambio del significado de las palabras esenciales en un pasaje del Antiguo Testamento, que «decía en hebreo que una muchacha concebiría y pariría a un niño que sería el hijo de Dios (Isaías 7, 14). Sin embargo, los traductores de esa parte al griego tradujeron «muchacha» por «virgen» y ya sabemos lo que todo esto trajo por consecuencia. Pero no me pude quedar con su visión solamente, porque en todo caso su oficio es traducir y aún lo tenía bajo sospecha y me fui a buscar a alguna víctima.

Y encontré lo que buscaba, fue en la reseña que publica Espéculo, Revista de estudios literarios de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid en su No. 40, año XIV, noviembre 2008-febrero 2009, donde aparece una reseña de Alexander Caro Villanueva del libro Decir casi lo mismo, de Umberto Eco[1], y solamente con el título me hubiera bastado para responder a mis dudas y a las de mi oído, pero Caro Villanueva cita a Eco y con eso me responde por qué las palabras «calvo» o «pelado» me resultan infieles al texto, al contexto y a la cultura de la que proceden los signos que han sido traducidos. Según Eco la fidelidad expresa «la convicción de que la traducción es una de las formas de la interpretación y que debe apuntar siempre, aun partiendo de la sensibilidad y de la cultura del lector, a reencontrarse no ya con la intención del autor, sino con la intención del texto, con lo que el texto dice o sugiere con relación a la lengua en que se expresa y al contexto cultural en que ha nacido». (Eco 2008, 22)

Muchas veces el título de esta obra de Músorgski se traduce del ruso al inglés y de este al castellano como Una noche en el monte calvo o Una noche en el monte pelado utilizando acepciones de las palabras anglosajonas «bald» (calvo) y/o «bare» (pelado) y del ruso «лысой» que significa «calvo» en una de sus acepciones; sin embargo, en ruso la palabra «лысой» en este contexto puede ser también sinónimo de «árido»; por tanto, como las montañas no pueden ser ni «calvas» ni «peladas», prefiero usar la palabra «árida» que en castellano sí denota una cualidad que puede tener una montaña.

Con esta conclusión mi oído y mi tozudez quedaron en calma. Por ahora. 








[1] Decir casi lo mismo. Experiencias de traducción. Umberto Eco, Lumen, Barcelona, 2008. 537 pp. Traducción: Helena Lozano Millares.


domingo, 8 de abril de 2018

CÁNDIDO CASTELLANOS, HONOR A QUIEN HONOR MERECE

Fundadores del sinfonismo en la República Dominicana

Entre aquellas metas inalcanzadas hasta hoy está la construcción de un moderno auditórium que sirva de alojamiento a la orquesta y a la música sinfónica.

Y muy probablemente fue Cándido Castellanos quien impulsó aquella idea, por haber sido el único en aquel grupo que ya había recorrido medio mundo, había conocido los teatros de Europa y América y había tocado en muchas de sus orquestas.

Cándido Castellanos (1871-1947)
En la historiografía de la República Dominicana rara vez se menciona a Cándido Castellanos (1871-1947), uno de los músicos más relevantes del siglo XX para la cultura musical de este país. Quizás las únicas referencias las escribieron Américo Cruzado, en su libro El Teatro en Santo Domingo (1905-1929)[1]; el pianista Manuel Rueda (1921-2000)[2], en el prólogo a la Memoria de la Orquesta Sinfónica Nacional; y el tenor, historiador e investigador Arístides Incháustegui (1938-2017) quien hizo una reseña biográfica de él en su libro Por Amor al Arte[3].

De acuerdo con lo que estos tres autores mencionan no tengo dudas de que su labor en Santo Domingo incidió absolutamente en lo que sucedió después: La fundación de la Orquesta Sinfónica Nacional en 1941 y el Conservatorio Nacional de Música y Declamación en 1942. Según Cruzado, el Maestro Cándido Castellanos llegó en 1908 a la capital del país como concertino de la compañía de Adelina Vehi y junto a la tiple Esther Laclaustra se quedó después que terminó la gira por el país. (Cruzado 1952, 33)

El Maestro Manuel Rueda, quien debió conocerlo personalmente porque coincidieron en el Liceo Musical, escribe:

La casa No. 115 de la calle 27 de febrero, donde se reunió la Orquesta por primera vez y siguió desarrollando sus actividades hasta el final, era el hogar del Maestro español radicado entre nosotros, Cándido Castellanos, quien en un gesto de altruismo brindó su saber y su cooperación al naciente movimiento, llegando a crear una escuela para instrumentistas de cuerdas. Se beneficiaban de ella los mismos componentes de la Orquesta en la cual él era primer cellista. Asombra el desinterés en que el maestro se entregaba a esas labores pedagógicas siendo un verdadero padre y guía para todos. (Rueda 1966, VII)

Fue en la casa del Maestro Castellanos donde el día 13 de febrero de 1932 se reunieron los 27 miembros fundadores de la Orquesta Sinfónica de Santo Domingo para elegir la Junta Directiva de la Sociedad Sinfónica Dominicana que estuvo integrada; entre otros, por Enrique Mejía Arredondo, quien sería unos años después subdirector de la Orquesta Sinfónica Nacional; Julio Alberto Hernández, destacado compositor y pedagogo; Ernesto Leroux, músico fundador de la OSN; Enrique de Marchena, también fundador de la OSN, diplomático y crítico musical; y como Director Técnico y Presidente Honorario, el Profesor Don Cándido Castellanos. (Rueda 1966, VI)

Según la reseña biográfica que publicó Arístides Incháustegui (Incháustegui 1995), el Maestro Cándido Castellano Montoya, había nacido en Granada, España, se había graduado del Real Conservatorio de Madrid como maestro de violín y viajó a los Estados Unidos donde tocó con orquestas de teatros en grandes espectáculos. Llegó a La Habana con una compañía de ópera, que se disolvió en la capital cubana, pero el maestro granadino permaneció allí hasta que fue reclutado por la compañía de Adelina Vehi, la que andaba de paso por la mayor de las Antillas y con la que viajó a Santo Domingo.

José de Jesús Ravelo le ofreció la plaza de maestro de instrumentos de cuerdas en el Liceo Musical, que recién había fundado en ese año 1908 y que dirigió hasta su desaparición en 1942. Además, Castellanos estableció una tienda de música donde vendía partituras y cuerdas, donde también impartía clases privadas de música y violín lo que significó el inicio del aprendizaje sistemático de los estudios de violín en Santo Domingo. Entre sus alumnos estuvieron Luis Beltrán, Ernesto Leroux, Victor B. Pichardo, Petronio Mejía, Luis Cernuda y José Dolores Cerón, quienes serían en el futuro integrantes de la Orquesta Sinfónica Nacional y músicos destacados en el panorama musical dominicano.

Aquella Orquesta se presentó por primera vez en la Catedral, bajo la dirección de Enrique Mejía Arredondo y aunque la vida de la institución no fue larga, sí realizó conciertos que demostraron que «la Orquesta Sinfónica de Santo Domingo había penetrado en las necesidades de nuestro conglomerado social realizando conciertos benéficos, conmemorativos y con destacadas figuras extranjeras como el cellista Bogumil Sykora» (Rueda 1966, VIII), y sí expuso las premisas que han de cumplirse para que una orquesta sinfónica exista y realice un trabajo de provecho espiritual, sostenible y a largo plazo.

Entre aquellas metas inalcanzadas hasta hoy está la construcción de un moderno auditórium que sirva de alojamiento a la orquesta y a la música sinfónica. Esta idea aparece consignada en el acta de la sesión extraordinaria del 12 de mayo de 1934, que en su punto tercero dice lo siguiente:

Preparar un plano del proyecto de auditórium de la Sinfónica para (enviar) una copia a varios filántropos en los Estados Unidos con el objetivo de ver si se obtiene una donación que permita realizar esta obra. Fue designado el Ing. Caro (José Antonio) para efectuar la preparación del plano, quien con mucho gusto ofreció su valiosa cooperación. (Ruedas 1966, VII)

Y muy probablemente fue Cándido Castellanos quien impulsó aquella idea, por haber sido el único en aquel grupo que ya había recorrido medio mundo, había conocido los teatros de Europa y América y había tocado en muchas de sus orquestas, era, probablemente, el único que estaba en capacidad de comprender que no hay orquesta sin un auditorio apropiado para ensayos y conciertos.

Fue probablemente el maestro granadino quien primero presentó a los estudiantes de música un método y una metodología como la que se utilizaba en los Conservatorios de Europa y América. Fue quizás una de las primeras pruebas de lo agreste que puede ser el camino hacia las altas cumbres de la educación artística profesional. Después de aquellos intentos llegaron al país, dos grandes maestros del violín: Willy Kleinberg, quien llegó en 1938 y el Checo Emil Friedman, quien llegó al país en 1940 y pudo preparar algunos alumnos, entre ellos Carlos Piantini y Nidia Mieses, pero Kleinberg debió emigrar nuevamente, esta vez a Venezuela, donde fundó la escuela que lleva su nombre y aún existe.

Por esto, y mucho más que pudiera descubrirse en una investigación más profunda, Cándido Castellanos ocupa un lugar notable en la conformación de la vida cultural dominicana, especialmente en la divulgación de la educación musical y la música sinfónica. Honor a quien honor merece.  


[1] Cruzado, Américo. 1952. El Teatro en Santo Domingo. Santo Domingo. Montalvo.
[2] Rueda, Manuel. 1966. Prólogo a Memoria. Orquesta Sinfónica Nacional. 25 años. 1941-1966. Santo Domingo. Arte y Cine.
[3] Incháustegui, Arístides. 1995. Por amor al arte. Notas sobre música, compositores e intérpretes dominicanos. Santo Domingo. Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos.

LAS CANCIONES CUBANAS QUE LA FANIA NOS RECORDÓ

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