jueves, 16 de octubre de 2008

LA SINFÓNICA SE PRESENTÓ EN LA REAPERTURA DE BELLAS ARTES. La institución musical no tendrá allí su domicilio.

El pasado 9 de octubre, la Orquesta Sinfónica Nacional se presentó en el Auditorio del Palacio de Bellas Artes, en Santo Domingo, bajo la conducción del Director Invitado José Antonio Molina. El programa estuvo conformado por la obertura Yaya, de Molina; A la caída de la tarde, de José Dolores Cerón y Tres imágenes folklóricas, de Papa Molina.

Como parte del evento de reinauguración del Palacio de Bellas Artes, la institución cultural más antigua del país, la OSN, interpretó tres obras de gran relevancia en el repertorio dominicano. Piezas representativas de un estilo que se conformó a lo largo de la pasada centuria y adquirió rasgos muy bien definidos. Entre otros, el uso de formas musicales cortas, de temas populares o folklóricos sin grandes elaboraciones, armonías tonales, y orquestaciones sinfónicas en las que a veces participan instrumentos propios de la música bailable; entre otros, el saxofón, la tambora y la güira.

Conocedor de ese estilo dominicano, el señor José Antonio Molina, desde el podio insufló a las piezas toda la musicalidad que ellas contienen, realzó con gran imaginación la belleza de sus argumentos simples, o mejor aun consiguió demostrar la grandeza que encierran la sencillez de esas partituras y descubrió la conmoción que puede causar la apropiada lectura de los tempos y los matices, el control preciso del sabor popular y su recreación en la estética de la música sinfónica.

La jornada que cubrió la OSN en tan magno evento resultó grata para todos, incluso cuando algunos de los músicos no tuvieron espacio para realizar su trabajo dentro del escenario, las condiciones acústicas mantuvieran la precariedad de los viejos tiempos, y la costosa restauración no sirviera para darle domicilio a la institución cultural más antigua del país.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

MITO Y REALIDAD EN MADAME BUTTERFLY.

Música y músicos.

En el capítulo XIII del libro titulado “El sentido humano en la obra de Puccini”, del musicólogo cubano Orlando Martínez, se aportan datos acerca de la minuciosidad con la que Giacomo investigaba los ambientes en los que situaría sus óperas. El caso de Madame Butterfly, además de haber sido profundamente estudiado por el compositor, fue motivo de una enorme admiración.

Para conocer de los personajes con los que iba a trabajar, Puccini sostuvo largas conversaciones con Sadda Yacco, una actriz japonesa que estuvo en Milán, y con la esposa del Embajador japonés en Italia. Con los datos que resultaron de aquellas pesquisas, Puccini obtuvo quizás lo que más le impresionó: Madame Butterfly había existido en la vida real.

En 1949, Federico Oliván publicó un libro sobre Puccini en el que reproduce una noticia que El Diario Vasco de San Sebastián había dado a sus lectores. Según la información, los habitantes de Nagasaki eran partidarios de que se recordara su ciudad como la tierra natal de Butterfly, y no como la tierra que fue arrasada por la bomba atómica. Cuenta la información además que existió la idea de perpetuar la memoria de la geisha Cio Cio San, quien vivió en el número 12 de la calle Minaimi Yomato Cho. Se dice en la citada nota de prensa, que la casa no fue destruida por la bomba de agosto de 1945, y que allí se colocaría una tarja para recordar a la famosa heroína.

Se cuenta que la verdadera Madame Butterfly llevaba por nombre Tojin Okitchi y había nacido en 1838. Educada como geisha, fue muy famosa por sus encantos y cuando contaba con dieciocho años de edad le fue presentada a Mr. Towsend Harrys, alguien, que según parece fue el primer norteamericano que obtuvo permiso para residir en el Japón, ya que hasta 1853 el imperio no admitía la presencia de extranjeros en sus territorios.

Tojin Okitchi, debió entregarse a Mr. Harrys sin sentir absolutamente ninguna atracción por él; incluso, le pareció repulsivo por su gran estatura y sus cabellos rojizos. Pero Towsend quedó prendado de la adolescente y se estableció con ella en una casita de bambú donde tuvieron una niña.

Mr. Towsend Harrys era entonces Cónsul en Shimoda, pero cuando cesaron sus funciones debió regresar a los Estados Unidos y por supuesto que ni su hija ni su esposa temporal viajaron con él. Ya para entonces la geisha amaba al norteamericano, pero él, sin el valor suficiente para enfrentar los prejuicios raciales la dejó abandonada. Tojin Okitchi se quitó la vida lanzándose al río en 1859, cuando contaba tan solo con veintiún años de edad.

Fue durante este mismo mes de agosto, que la Humanidad sufrió, en Hiroshima y Nagasaki, uno de los golpes más cruentos de la Era Moderna. Dos bombas atómicas, lanzadas por la aviación norteamericana, sepultaron dos ciudades y miles de personas perdieron la vida en ese acto. El drama Humano que se nos presenta en la escena de Butterfly, a la vista de fechas luctuosas como el 6 y el 9 de agosto, puede que propicie el que podamos descubrir nuevos y más intrincados mensajes en la obra. Puede que a la vista del Drama Humano en la escena, podamos también enrumbar nuestras disquisiciones con mayor certeza en la vida real.

Santo Domingo. Revista [A]hora, 21-XIII-00 / Revisado para El Tren de Yaguaramas XXI/III/MMXIX


martes, 1 de julio de 2008

EL CONCIERTO DE ERNÁN LÓPEZ-NUSSA Y SU TRÍO

Tres generaciones al tiro
26.06.08 Santo Domingo, R.D. Casa de Teatro. Ernán López-Nussa, La bichina, Intimando con Cervantes, Rezos en Blues, Niña con violín, Lobos cha, Músicos en construcción, Carbón; T. Williams, Live of de Party; E. Morricone, Cinema Paradiso; D. Ellington, Sophisticated Lady; Mario Bauzá, Mambo Inn. Casa de Teatro Jazz Festival. Piano, Ernán López-Nussa; Enrique Pla, batería; Gastón Joya, contrabajo. Aforo: 100%

Una de las características más notables de la música cubana es su continuidad. En su historia no hay saltos ni espacios vacíos, siempre hay músicos capaces de renovar el acervo y darle nuevos bríos, adecuarlo a las tendencias más modernas y mantenerlo fresco para el futuro, incluso durante largos períodos de contracción comercial. Eso sucede con la música de Ernán López Nussa, y así sonó en el concierto.
Estos tres músicos nunca se habían presentado juntos en vivo, por eso, quienes estuvimos el pasado 26 de junio en Casa de Teatro, tuvimos el privilegio de asistir al debut de la agrupación. Cierto que desde hace mucho Ernán, Pla y Joya trabajan juntos en grabaciones, entre ellas el más reciente disco de la cantante Miriam Ramos, pero nunca con esta formación.

Lo primero que salta a la vista es que pertenecen a tres generaciones diferentes. El decano de la batería en Cuba, Enrique Pla, es un hombre cargado de experiencia, quien ha tocado en las orquestas más importantes de la isla desde la década del 60, y fundó junto a Chucho Valdés el grupo Irakere. Ernán, comenzó a sonar con fuerza en los medios musicales cubanos en la década del ochenta. Y Gastón Joya, hijo de otro gran contrabajista del mismo nombre, cursa aun el segundo año en el Instituto Superior de Arte de La Habana, en la clase del Maestro Andrés Escalona, y con 20 años de edad comienza a darse a conocer.

Quizás esta diferencia generacional pudo concitar algunos malos augurios antes de la presentación; sin embargo, durante la materialización del concierto constituyó una de las pruebas más fehacientes de la continuidad y comunión de las diferentes épocas de la música cubana.

La convergencia de los intereses estéticos que se produjo en la interpretación de cada una de las piezas, muestra la existencia de un lenguaje musical propio de la cultura cubana, y no de épocas o individuos aislados. Es cierto que cada cual tiene sus individualidades al decir, pero el idioma es el mismo.

Los temas compuestos o arreglados por Ernán contienen la síntesis de todo. No falta nadie en ese ajiaco. Desde el baile de salón hasta la comparsa callejera, la canción y la rumba solariega, el cha cha chá, el rock, el blue, el mambo, todo mezclado y sin costuras, mucho más que mezcla la música de Ernán es pura síntesis.

Y así lo comprendieron Pla, y Joya, cada uno con enorme personalidad y brillo en sus instrumentos. Pla, fue un magnífico soporte, mesurado en el acompañamiento y desbordado de ingenio en los solos. Joya, impresionó por su comprensión del género y su inagotable capacidad para improvisar largas, coherentes y bellas melodías.

Música, mucha música hicieron los tres. Lejos de espectaculares virtuosismos, sin malabares o grandilocuencias insustanciales. Esencia, maestría y mucha emoción llevaba esta música, que algún día podremos conservar en un CD, mientras tanto navegará en la memoria hasta el próximo concierto… o quizás por siempre.

lunes, 23 de junio de 2008

LA TOLERANCIA OPORTUNISTA DEL CASTRISMO.

A propósito del premio Ortega y Gasset a Yoani Sánchez y el levantamiento de sanciones de la UE al régimen de Castro.

Aunque el régimen se ha caracterizado por su capacidad para adecuar sus ofensas de manera personalizada, a través del último medio siglo dejó algunos clichés que se pueden seguir con más o menos precisión. No siempre destruyó con los métodos de acción rápida, en múltiples oportunidades dejó correr la película, le dio cordel al papalote para obtener alguna ganancia política y luego, en el momento oportuno, arrasar.

Así sucedió con quienes levantaron su voz contra el castrismo, y les dejaron hacer hasta llenar un expediente con mentiras suficientes como para mutarlas en consignas revolucionarias condenatorias. El pionero en adquirir matices internacionales, aunque no el primero, fue el caso Padilla, que tuvo como conclusión el encarcelamiento del poeta y el destierro. Entonces la ganancia política del régimen fue aplicar una sanción ejemplarizante al “contrarrevolucionario” y la excusa para realizar un Congreso de Educación y Cultura en el que se vilipendió la figura del intelectual que no comulgara con el castrismo. Después vinieron cientos.

Es lógico que Yoani Sánchez y todos los que como ella exponen sus vidas en Cuba, saben el terreno que pisan. Ella tiene que conocer que la han dejado hacer, que el castrismo tolera su presencia física en las calles de La Habana con el interés de obtener alguna ganancia política, quizás, en esta ocasión, muy relacionada con el levantamiento de sanciones que la Unión Europea acaba de otorgarle al régimen.

Si no me equivoco en cuanto a esto, la vida útil de Yoani y su entorno, para el castrismo, está llegando a su final y quienes le admiran y asisten por cientos a leer y debatir en su blog, deben estar muy al tanto de la integridad física de esta valiente joven, capaz de enfrentarse con la fuerza de sus textos al poder inconmensurable de un régimen que sabe borrar de un soplo a quienes no marchan en sus filas.

PLÁCIDO DOMINGO Y VIRGINIA TOLA EN ALTOS DE CHAVÓN.

20.06.08 Anfiteatro de Altos de Chavón, La Romana, República Dominicana. Massenet, O souuverain; Cilea, Io son l’umile ancella; Mascagni, Suzel, boun di; Rogers, Sound of Music, Some Enchanted Evening; Loewe, I could have danced all night, The street where you live; Bernstein, Tonigth; Giménez, Intermedio de La boda de luís Alonso; Soutullo, Quiero desterrar; Luna, De España vengo; Sorozabal, amor, vida de mi vida; Barbieri, Canción de la paloma; Grever, Júrame, Te quiero dijiste; Lecuona, Siboney; Gardel, El día que me quieras; Sorosabal, No puede ser. Orquesta Filarmónica Plácido Domingo, tenor; Virginia Tola, soprano, Eugene Kohn, director. Amaury Sánchez, director. Presentador, Freddy Beras Goico. Aforo: 60%
La primera vez que Plácido Domingo se presentó en la República Dominicana, fue el 16 de abril de 2002, en el Teatro Nacional Eduardo Brito de Santo Domingo, y la segunda el 22 de enero de 2004, en el Teatro del Cibao. El pasado día 20 lo hizo por tercera vez.
El espectáculo se realizó en la réplica de un anfiteatro romano, situado a unos ciento veinte kilómetros de la capital dominicana, en un lugar evocador y atractivo que desde su inauguración ha recibido a grandes artistas. El diamante que forma el escenario, fue techado como manda este tipo de espectáculos al aire libre, y de sus soportes pendían las luces que convocan la magia y permiten a los músicos la lectura de sus partichelas. El audio, del mismo calibre, permitió la alta fidelidad de las interpretaciones.
La tarde-noche del pasado 20 de mayo, cuando la calidez de sus piedras, atenuada por la lluvia vespertina, sirvió de entorno al concierto de Plácido Domingo, marcó un nuevo hito en su historia, y no solamente porque el público asistente pagó las boletas más costosas para un concierto en este país, sino porque sin dudas se produjo allí un evento artístico excepcional.
Primero salieron a “calentar” los músicos de la Orquesta Filarmónica, integrada por instrumentistas dominicanos y puertorriqueños, y minutos después el señor Freddy Beras Boico llegó con una humorada al proscenio para anunciar el espectáculo.
Luego el tenor español cantó las arias, romanzas y canciones que a través de su carrera le proporcionaron los éxitos más estruendosos, un repertorio que el público canta junto a él por los cuatro puntos cardinales cual si asistiera a un concierto de rock. Plácido lució cual grande es; sin embargo, lo más perdurable de la velada fue sin dudas Virginia Tola.
La voz de la soprano argentina, está en el punto exacto de la perfección, ella posee la técnica depurada, el timbre bello y el espíritu capaz de conmover, cuando encarna cada uno de los roles y los estilos. Fue magnífica tanto en las canciones como en las arias y las romanzas. Sus interpretaciones de Io son l’umile ancella, I could danced all nigth, De España vengo y El día que me quieras, merecieron la ovación del público que pudo apreciar la gracia y convicción de la artista en los diversos lenguajes expresivos.
La conducción orquestal de Eugene Kohn, fue de nuevo un acontecimiento. Este señor domina el repertorio de un modo asombroso, conoce hasta el más mínimo detalle en cada una de las partituras y se convierte a la hora del concierto en la llave maestra de todo el ensamblaje.
Amaury Sánchez, tuvo a su cargo la conducción de la orquesta en El sonido de la música, y destacó en su participación al dirigir tanto a Plácido como a Virginia Tola en algunas de las obras.
Por supuesto, que después que Domingo cantó No puedes ser, se hizo imposible terminar el concierto y el público aplaudió de pié por sus propinas. Fue entonces que se escucharon Granada, Paraíso soñado, Por amor, y el dúo de La Viuda Alegre.
Durante las dos horas del concierto, la lluvia se mantuvo amenazante y el anfiteatro no colmó su aforo; sin embargo, sobre aquellas piedras latieron emociones que se recordarán por muchos años.

viernes, 13 de junio de 2008

DE CADA CUAL SEGÚN SU CAPACIDAD A CADA CUAL SEGÚN SU INGENUIDAD.

Los cambios en Cuba 
La última “reforma” propuesta por Raúl Castro, que desde los cuatro puntos cardinales recibió loas, demuestra cuanta desmemoria somos capaces de acumular los seres humanos: Castro II, anunció la buena nueva de que se ajustarían los salarios de los trabajadores cubanos al rendimiento laboral. Anuncio que voló como las palomas que salen de la chistera de un mago, anuncio de una “reforma” que para nadie en Cuba es novedad. Es cierto que la década del 70 del siglo XX nos queda muy lejos en el recuerdo, y más aun la del 20; sin embargo, puedo tolerar el olvido, pero no lo comparto.

En 1975, Castro I celebró el I Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), del que salieron los planes del quinquenio 75-80, y entre la multitud de “reformas” que brotó del aquelarre, estuvo El Sistema de Dirección y Planificación de la Economía (SDPE), un remedo de la más olvidada aun, Nueva Política Económica (NEP) con la que Vladimir Ilich Lenin pretendía “reformar”, a principio de los 20’s, la depauperada economía soviética.

Entre los mecanismos que ambos sistemas proponían para el desarrollo acelerado de la economía socialista, se contemplaba la vinculación del salario de los trabajadores con el rendimiento y la productividad de estos en la jornada laboral, algo que se resumía en el precepto: De cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo.

Algunas de estas “reformas” fueron practicadas en Cuba, y como consecuencia de ello aparecieron el mercado libre campesino, los mercados paralelos, el trabajo por cuenta propia y hasta una Ley de la Vivienda que permitía, en ciertas condiciones, arrendar, vender y comprar solares, azoteas y bienes inmuebles.

Por supuesto, que la primera que voló como Matías Pérez fue esta última Ley, que ni siquiera llegó a ser puesta en vigor completamente; y más tarde, todos los demás consecuentes de las “reformas” promulgadas por el I Congreso del PCC y reafirmadas en 1980 por el II Congreso.

A mediados del II quinquenio, Castro I promulgó nuevas “reformas”, las que bautizó con el castizo nombre de “Rectificación de Errores y Tendencias Negativas”, y que anulaban todas las “reformas” anteriores, poniendo fin a eso que hoy Castro II anuncia: La vinculación de los salarios con el rendimiento laboral.

Ciertamente, en los 80’s se elevó la producción y mejoró relativamente el poder adquisitivo de los ciudadanos, quienes utilizaban entonces el peso cubano para sus obligaciones fundamentales. Pero más de tres décadas después, las “reformas” que propone Castro II, tienen un panorama muy distinto: Cuba no tiene moneda nacional, por más eufemismos y trucos lingüísticos que el régimen utilice para expresar lo contrario. Los trabajadores cubanos obtienen sus salarios en una moneda que le llaman “peso cubano”, pero todas las obligaciones fundamentales, incluidas las cacareadas y aplaudidas “reformas” del género celular o teléfono móvil, deben cubrirlas con un papel moneda innombrable, conocido como CUC, que por supuesto se adquiere a precios superiores al dólar norteamericano.

Esta espiral sin fin, esta infinita resurrección y muerte de “reformas” ha sido el modo de vida y de operaciones de una de las dictaduras más largas de América, y todavía en sus laberintos, los herederos del trono insisten en los mismos métodos, en las mismas “reformas”, porque las desmemorias e ingenuidades atrapan a los seres humanos, los anulan, y les impiden ver que nada se reformará en Cuba mientras gobiernen quienes la devastaron.
Más información:

sábado, 7 de junio de 2008

LA TRAVIATA, 155 AÑOS DESPUÉS DE SU ESTRENO

Nace un artista.
Al Norte de Italia, al pié de los Alpes meridionales y donde el Po baña las planicies, están Lombardía, Piamonte y Venecia; regiones que se distinguen por su aire continental, de tierra firme. En un lugar de la campiña lombarda, cerca de Parma y Busseto, está Roncole; allí, el 10 de octubre de 1813 nació Giusseppe Verdi.

Hijo del posadero del pueblo, el niño, iba a disponer de magros recursos para su educación, así fue que, párvulo aun, ya oficiaba de acólito del cura. Parece ser que fue allí, entre repicar de campanas y sonidos de órgano, que le vino aquello de hilvanar melodías. Cuentan algunos autores, para dar fe de tal supuesto, que un día, durante el servicio religioso, el cura sorprendió a Giusseppe con las entendederas puestas en la música del órgano más que en sus deberes y que para hacerle volver de su embeleso le propinó al muchacho tal patada, que éste fue a caer sin sentido al pié del altar. Ese iba a ser, muy probablemente, su primer descalabro como artista.

Decidido a ser músico salió rumbo a Milán un día, aspiraba a un puesto en el Conservatorio; pero, ¡cosas de la vida! el aldeano fue rechazado por falta de musicalidad. Por suerte para sus sueños –y para los nuestros-, le fue otorgada una beca en Busseto. Concluido este período de estudios volvió a su villa natal y allí se ocupó de lo poco que podía hacer un músico por entonces en un paraje como aquel.

Cumplidos los veinticinco años de edad, Verdi, llegó a Milán con una ópera recién terminada bajo el brazo y en la mente una idea fija: conquistar el mundo. Un Giorno di Regno se titulaba aquel primer balbuceo que luego de su estreno cayó en el más hermético olvido. Pero a aquella seguirían otras, hasta contar veintiocho, y un Rey Lear que destruyó.

Nace una obra.
Alphonsine Plessis, fue el nombre de una despampanante y enloquecedora jovencita a quien la tisis le arrancó la vida, cuando tenía tan sólo veinticinco años de edad; Alejandro Dumas (h), fue su desquiciado amante y quien volcaría esta tragedia personal, pasando los hechos por el tamiz del artista, en la novela La Dama de las Camelias, que viera la luz en 1848. Alphonsine, fue entonces Margarita Gautier.

Cuatro años después de ser publicada la obra, el autor quiso convertirla en un drama, entonces fue así que en cinco actos Alphonsine-Margarita pisó por primera vez las tablas. El resonante éxito teatral llevaría a otros éxitos. Francesco María Piave, el experimentado libretista, tomó la pieza y en unos cuantos cortes y adiciones estuvo listo el guión para que Giusseppe Verdi concertara nota a nota los textos. Alphonsine-Margarita encarnó otra vez y entonces fue Violetta Valery.

La ópera de Verdi, con libreto de Piave y basada en La Dama de las Camelias de Dumas (h), llegaba al mundo con el nombre de La Traviata. Concebida en un lenguaje terrenal, cotidiano, y contando los hechos simples de la vida y la muerte, incorporó al mundo de la ópera algo nuevo para su época, una tendencia que sitúa la obra a un paso de lo que más tarde sería el “verismo”.

El argumento.
El preludio del Acto primero nos va dando las primeras claves, el aviso de lo que vendrá después; aparecen los temas que en el transcurso del drama se irán desarrollando. Temas de un gran lirismo romántico comienzan poco a poco a hurgar en nuestras almas.

La historia comienza en un salón de la casa de Violetta, donde ella y sus amigos se divierten. Alfredo Germont, el loco enamorado, se une al grupo y entonces Violetta se pregunta si vale la pena dejar todo aquello y corresponder a Alfredo. En el Recitativo y aria del final del Primer Acto, Violeta, luego de despedir a sus invitados, pone en la balanza su libertad de cortesana y el verdadero amor de Alfredo. Medita si valdría la pena estar “siempre libre” o disfrutar el dulce encierro del amor sincero.

En el Segundo Acto, finalmente Alfredo ha conquistado a Violeta y ambos viven en una casa cerca de París. Violeta ha renunciado al desorden que era su vida para dedicarse sosegadamente a Alfredo, quien declara que no hay felicidad para él si ella no está a su lado. Lunge da lei (lejos de ella) canta Alfredo en un aria bellísima.

Giorgio Germont, padre de Alfredo no ve con buenos ojos esta unión y viene, a escondidas de su hijo, a hablar con violeta; le suplica que no continúe con aquella locura, pues de seguir adelante con ella provocaría grandes desgracias en la familia: la ruina de la carrera de su hijo y la suspensión de la boda de su hija. Violeta, decide entonces abandonar a Alfredo, así se lo promete al padre de éste; pero, le faltan fuerzas para enfrentar a su amante y acude a dejarle una esquela, en la que miente cuando dice, que el brillo de su vida pasada se le hace irresistible y por adicción, se ve obligada a volver a ella.

Cuando el telón se abre por tercera y última vez, el drama se nos viene encima, el dolor de la historia nos invade. En la habitación de Violetta el médico trata de darle esperanzas a la moribunda; en eso, recibe una carta firmada por Giorgio Germont en la que le es anunciado que Alfredo, quien había sido desterrado por herir en duelo a otro de los personajes, está próximo a regresar a París. Ya a estas alturas Alfredo sabe del sacrificio de Violetta y corre a sus brazos a pedirle perdón por haberle juzgado mal, pero ya es demasiado tarde, Violeta muere en su regazo.

La obra imperecedera.
La Traviata se estrenó el día 6 de marzo de 1853, en Venecia, y aunque hoy es una de las obras más aplaudidas de Verdi, aquel día fue un rotundo fracaso. Hay quienes afirman que las causas estuvieron en el vestuario, puesto que en la escena los artistas llevaban las mismas modas que el público. El tenor que encarnó a Alfredo, estaba completamente disfónico, y como si fuera poco todo esto, la soprano que se desempeñó en el papel de violeta era una mujer de algunos kilos de más. Sólo de imaginarnos la escena final de Violeta puede venirnos la risa.

En aquel estreno, cuando el doctor declaró que Violetta moría de “enflaquecimiento”, la sala se vino abajo. Pero ese fracaso no sería más doloroso para Verdi que el puntapié que el cura de Roncole le había propinado hacía algunos años. El autor y su obra, se irguieron nuevamente, y La Traviata, se renovaría en cada puesta en escena, capaz de emocionarnos hasta el fin de los días.

domingo, 1 de junio de 2008

SINDO GARAY SE ANAMORÓ EN SANTIAGO

Música y músicos

Sindo Garay nació en Santiago de Cuba el 12 de abril de 1867, pocos meses antes de dar inicio la guerra de los diez años, una contienda que se libró en la mayor de las Antillas por obtener la independencia de la metrópoli española.


Sindo Garay. Fuente externa.
Le cantó a la mujer como pocos, fue el trashumante que viajó a todas partes y en todas partes hizo amigos y canciones, tuvo amores en los cuatro puntos cardinales, pero su mejor canción, la canción de su vida la encontró en Santiago de los Caballeros. El autor de canciones que siempre se recuerdan, como La tarde, La bayamesa, La perla marina y tantas otras, llegó a la ciudad corazón y allí quedó prendado de una bella mujer dominicana.

Sindo Garay nació en Santiago de Cuba el 12 de abril de 1867, pocos meses antes de dar inicio la guerra de los diez años, una contienda que se libró en la mayor de las Antillas por obtener la independencia de la metrópoli española. Su madre, una mujer de bella y afinada voz de contralto, le cantaba sobre todo canciones patrióticas, y desde muy pequeño le puso en contacto con las fuentes de la canción cubana.

También en aquella modesta casa se encontraban para cantar y ayudar a los mambises, personalidades de la música cubana de la talla de Pepe Sánchez, quien fuera el horcón sobre el cual se erigió el bolero, uno de los géneros musicales más cultivados en toda América. De aquella época dijo Sindo en sus memorias: “Tendría yo alrededor de cinco años y recuerdo que mi casa era visitada frecuentemente por muchos cantadores y gente del ambiente artístico santiaguero”.

En esas contiendas patrióticas y musicales creció Antonio Gumersindo Garay y García, quien a muy corta edad ya componía canciones, se acompañaba a la guitarra, era maromero de circo, aprendiz de talabartero y servía de mensajero a los patriotas cubanos insurrectos.

Corría el año 1894 cuando llegó a Santiago de Cuba el circo de Portela, Bonne y Anido en el cual se presentaban los cantadores Ulpiano y José Valdés. Por supuesto que siendo la familia Garay una de las más ligadas en esa época a aquel tipo de espectáculos, por tener en Sindo al perfecto entretenedor, surgieron de inmediato relaciones amistosos muy fuertes y que durarían largos años con algunos de aquellos cirqueros.

En aquella oportunidad el circo tuvo en Santiago de Cuba graves problemas financieros y debió disolverse la compañía, fue entonces cuando Bonne le propuso a un pequeño grupo, en el que estaba incluido el bisoño Sindo, que salieran del país a buscar nuevos horizontes. Ya para entonces Sindo, en sus trajines independentistas, había recibido un balazo en una pierna al producirse una refriega de la que salió vivo de milagro, y poco era lo que podía ganar con su trabajo, fue por eso que aceptó emigrar por primera vez.

El primer puerto fue Cabo Haitiano donde tampoco les fue muy bien por lo que después de unas pocas funciones recogieron sus bártulos y se trasladaron a la República Dominicana, donde el bardo cubano, después de desintegrarse la compañía, iba a permanecer durante casi cinco años.

Anduvo, como un rapsoda, por montes y poblados sin descanso, buscándose el sustento con los más disímiles oficios y siempre con su imaginación al galope, creando poesías y canciones. Así llegó a Santiago de los Caballeros a finales de 1899, donde enseguida se relacionó con los trovadores del lugar y al poco tiempo ya andaba en su medio, rodeado de amigos y entonando sus canciones. Fue en eso que conoció a María Petronila Reyes y Zamora, una mujer a la que él describió en sus memorias como «una india hermosísima, de piel tostada y ojos rasgados y bellos. [ ] De pelo abundante, negro, (que) le cubría casi toda la espalda». Si así la vieron sus ojos, sus palabras no la dejaron ir. El trovador comenzó a enamorarla de inmediato y al poco tiempo ya compartían «el pan y la cama».

María Petronila fue la madre de sus hijos Guarionex y Guarina, quienes nacieron en Santiago de Cuba, puesto que ya para el año 1900 en la isla había terminado la guerra y Sindo Garay creyó que era hora de regresar a casa. Entonces se llevó consigo al amor de su vida, al amor que había encontrado en el otro Santiago, y un montón de canciones creadas en tierra dominicana.

Los años por venir iban a ser de grandes alegrías para el creador, sus canciones le darían la vuelta al mundo y serían cantadas por voces de todos los confines del planeta, eminentes figuras del mundo del arte elogiarían su obra, y la vida le premiaría con el don de la longevidad, prolongándole la existencia hasta el 17 de junio de 1968, fecha en la que dejó de existir el más prolífico de los trovadores cubanos.

Rey Guerra, guitarra.
Perla Marina / Mercedes, de Sindo Garay.

martes, 27 de mayo de 2008

GABRIEL DEL ORBE, UN GENIO ANTILLANO DEL SIGLO XX

Gabriel del Orbe 
Música y músicos

El 18 de marzo de 1888 nació en Moca Gabriel del Orbe, quinto hijo de los esposos Manuel y Carolina. El padre ya había demostrado para entonces un talento artístico y una perseverancia que hoy pudiera parecernos hiperbólica: él construyó un piano con su voluntad como principal herramienta, un instrumento que mereció fervientes elogios. Con el mismo cuidado, amor y obstinación educó a sus hijos.

Cuando Gabriel tenía tres años de edad, comenzó sus estudios de violín guiado por su padre, y transcurridos sólo cinco de aquel inicio, el 9 de marzo de 1896 debutó en el Centro de Recreo, de Santiago de los Caballeros. Y no fueron simples piezas infantiles o grandes obras arregladas, ni piezas con los escollos borrados. El Carnaval de Venecia, de Paganini, compás por compás, nota por nota, fue interpretado de tal modo por el párvulo instrumentista que el público prorrumpió en aplausos y no supo detenerse hasta que el muchacho atacó de nuevo la espectacular obra.

Quiso la casualidad, que pocos meses antes, el genio trotamundos que fue Brindis de Salas, el Paganini Negro, anduviera de visita por la isla caribeña; pero más aun, el 11 de enero de aquel año de 1896, en el poblado de Moca, donde transcurría la infancia de quien iba a ser uno de los genios antillanos del siglo XX, tuvo lugar uno de tantos conciertos que hizo El Rey de las Octavas en inusitados lugares. Fue aquel, indudablemente, un encuentro que dejó marcado para siempre al gran violinista dominicano. Según testimonios, Brindis tocó aquella memorable noche en Moca con un instrumento propiedad de Don Manuel, instrumento que pasaría años después al invaluable arsenal de violines que poseyó Gabriel del Orbe. También sucedió que Dionisia, hermana mayor de Gabriel, fue quien acompañó al piano al Rey de las Octavas. Existe también el testimonio de que el chevalier Brindis regaló algunas de las piezas arregladas por él, y escritas de su puño y letra, a aquella familia de músicos que enorgullecía a toda la región.

Un año después de aquel premonitorio encuentro, el niño Gabriel hizo su debut internacional presentándose en Caracas, en el Teatro Nacional de La Habana, en el Palacio de Gobierno de San Juan y en Puerto Príncipe. En aquellas primeras apariciones ante el público de otras latitudes Gabriel fue conocido como El Prodigioso Niño y recibió sus primeras condecoraciones ultramarinas. Tal genio escalaba a pasos largos la empinada cuesta del aprendizaje y cuando en su tierra natal se bebió todo el saber, se fue al Real Conservatorio de Música de Leipzig, en Alemania, donde ingresó en 1907.


Diploma otorgado a Gabriel del Orbe por el Real
Conservatorio de Música de Leipzig
Allí, el eminente violinista y pedagogo Arnol Hilf lo tuvo entre sus pupilos favoritos, hasta que en 1909 lo graduó con las más altas distinciones; Entonces, la Real Academia de Música y Declamación de Berlín acogió al señor del Orbe como alumno. El violinista antillano continuó fortaleciendo su acervo y es en la clase del francés Henri Marteau donde sin dudas consolidó su magnífico dominio del arco, arco de fina técnica francesa.

Cursado este cuidadoso, metódico y riguroso sistema de estudios y aprobadas de manera sobresaliente todas las asignaturas, el violinista antillano, se hizo poseedor de una formación académica soberbia, la cual tuvo oportunidad de demostrar a su paso triunfal por las salas de conciertos en las que dejó su impronta ante un público que le comparó con los más grandes de aquel tiempo.

El repertorio que interpretó durante su carrera el virtuoso violinista dominicano Gabriel del Orbe, fue muy elogiado siempre por los críticos, quienes solían destacar muy a menudo que él era capaz de alcanzar la «comprensión exacta» de la Sinfonía Española de Laló; Insistían en lo «magnífico y enérgico de su arco» y en el «brillante spiccatto» exhibido al interpretar los conciertos en fa sostenido menor de Wieniawski y el de Re Mayor, de Nicolo Paganini. También resaltaban «la singular destreza» con la que abordaba la obra Tambourin Chinois, de Kreisler; y su interpretación de la fantasía Fausto, de Sarasate, les provocaba escribir que: «las melodías que hacía brotar del divino instrumento dejaban en el ánimo de los oyentes huellas dulcísimas…».

El nombre del dominicano Gabriel del Orbe figuró junto al de los grandes instrumentistas durante las primeras décadas del siglo XX. En el catálogo de artistas y calendario de conciertos XIX de la temporada 1912-1913, de la Dirección de Conciertos Eugen Stern, de Berlín, aparecen junto al mocano el profesor Leopoldo Auer -quien fuera maestro de Heifetz entre otros grandes-, Misha Elman, Jan Kubelik y Joan Manen.

Su infinita capacidad musical dejó una estela también en la composición. Gabriel creó varias obras, entre las que se destacan las escritas para violín solo, para violín y piano, para piano solo y un libro de canciones para el cual los poetas Fabio Fiallo y Ramón Emilio Jiménez y Derop escribieron los textos. Muchas de estas obras eran incluidas con frecuencia por Gabriel en los programas de sus conciertos y nunca faltaron elogios para ellas, tanto de los auditorios más exigentes como de la crítica especializada. De su Rapsodia, el Musical Courrier, de New York, publicó: «… es una obra que debía ser oída con frecuencia en nuestras salas de conciertos», y de Tropical, el diario Excelsior, de México, dijo: «sus notas son apasionadas y tiernas como los idilios que tienen por templo las frondas nevadas del azahar…».

El célebre dominicano se presentó en las salas de concierto más importantes de su tiempo; así, su portentoso talento fue paseado por el Carnegie Hall de New York y por la sala Bluthner, de Berlín, en la que actuó acompañado por la orquesta del mismo nombre, entonces bajo la dirección del eminente Edmund von Strauss. México, Venezuela, Cuba, Haití, París, Hamburgo supieron de sus espléndidas manos.

El 5 de mayo de 1966, en la ciudad de la Vega, en la República Dominicana, expiró el Maestro que había nacido en Moca 78 años atrás. La carrera del brillante músico llegaba al fin, su prodigioso arco no volvería a frotar las cuatro finísimas cuerdas de su legendario instrumento.
Entonces su alma, su genio y su infinita humildad, quedaron como paradigma del hombre antillano del siglo XX, y ahí estará su figura por los siglos de los siglos.

Santo Domingo, Listín Diario 6-II-99 / Revisado para El Tren de Yaguaramas 2da. época.

martes, 20 de mayo de 2008

MENTALIDAD CINQUECHENTA EN PLENO SIGLO XXI

Las cosas de Baldomero
“Baldomero murió hace mucho”. Fue lo único que dijo el abogado cuando me llamó por teléfono. Ni siquiera tuve capacidad en ese momento para formular alguna pregunta, porque fue parco, directo y cortante cuando concluyó la frase: “Soy su albacea y tengo una herencia que entregarle a usted”. Después me hizo anotar la dirección de su oficina y “hasta luego”.

Nunca tuve la menor idea, de cómo se las arregló el doctor para dar con mi paradero, porque Baldomero lo único que dejó escrito fue: “Para el contrabajista de la sinfónica: ….”. No conocí a nadie de su familia, y a ninguno de sus amigos, siempre él acudía solo a los conciertos y era en esos eventos donde nos encontrábamos algunas veces, y aunque luego podíamos desplazarnos a cualquier lugar público, el punto de partida siempre fue un concierto. Por eso, la infausta noticia la tuve mucho tiempo después de sus funerales. “Un infarto al miocardio”, comentó el doctor como si tal cosa cuando acudí a rescatar mi herencia.

Nunca recibí nada igual, nunca fui citado para algo parecido, así que las expectativas me hicieron soñar. Más bien fueron ideas lúdicas, que me pasearon por intrincados recovecos de otras vidas, sobre todo de personajes de novelas y películas de Hollywood. No negaré que me vi millonario, lleno de dinero y comprando músicos para hacer una orquesta y meterla en un teatro mandado a hacer a mi gusto. Me sentí como un nuevo Wagner.

Claro, que todo era derrumbado por la razón, por la experiencia de haber conocido a Baldomero y suponer que él no pertenecía a la aristocracia dominicana, sino que trató de ascender y mantenerse en la clase media a fuerza de mucho batallar.

Pero no somos capaces de dominar las ilusiones, y ante esas razones anteponía claras sinrazones. El conocerle, aparentemente fuera de su contexto cotidiano, me daba un margen para creer en lo imposible, a las diez de última, yo nunca conocí a Baldomero… Pero ese era otro tejido, otra trama que se abría ante mí. Quizás fui la única persona que conoció a Baldomero, al que me dejó la herencia, y no a quien se firmaba en documentos y contratos con un nombre bien distinto… Thomas Macmillan Sainte-Beuve.

He aquí tamaño argumento, para entrarle de lleno a la idea de que en cuanto firmara algunos papeles, recibiría una millonada de mi casi amigo Baldomero… pero a su vez esta tesis me llevaba a todo lo contrario. Él fue un tipo que no amasaría dinero y propiedades para al final regalárselas a un desconocido.

En eso pasé las veinticuatro horas que le precedieron a mi llegada a la oficina del albacea, donde por supuesto la realidad y la razón me volvieron a situar sobre la tierra. Sin mucho protocolo, me fue leído un párrafo del largo documento y luego recibí, de manos de una joven secretaria, un libro de tapa dura y forrada en hilo verde, que adiviné alguna vez tuvo sobrecubierta, porque nada decía en la portada, donde sólo tenía una lira dorada bajo un ramo de olivo, y en el lomo una inscripción: L. Stokowski MÚSICA PARA TODOS NOSOTROS.

Supongo que mi cara debió ser concluyente, porque nada más se dijo, fue cerrado el expediente y llevado otra vez a uno de los cajones del escritorio. Fui conminado a llegar hasta la puerta, que con un “hasta luego” mediante se cerró a mis espaldas.

Así, me vi al rato en la calle, hojeando un libro editado en 1954, por Espasa-Calpe, S.A., en Madrid. Tenía en mis manos, la cuarta edición de un libro muy citado por mis profesores y que nunca pude ver “en persona”, porque durante mis años de estudiante, el único que se publicó en Cuba, de ese tipo, fue CÓMO ESCUCHAR LA MÚSICA, de Aaron Copland… vaya usted a saber por cuáles motivos. Ambos, son libros para amantes de la música, para cultivar a aquellos que de una forma u otra están interesados en comprender y disfrutar con mayor intensidad los sonidos.

Recuerdo que el de Copland lo leí casi de una sentada, con muchos deseos, en una edición HURACÁN que me fue imposible conservar, por la impertinencia de sus páginas de papel “cartucho”, insistentes en deshojarse como margaritas al mínimo contacto, y que terminaron calcinadas, no por el fuego, sino por la humedad y el calor del trópico habanero después de muchos esfuerzos por atesorarlas.

Pero ahora tenía en mis manos una edición de Music for all of us, traducida al español por Antonio Iglesias, la herencia de Baldomero, el libro escrito por uno de los más rutilantes directores de orquesta que conoció el siglo XX, el hombre que contó con la producción de Walt Disney, y la dirección de Jamas Algar y Samuel Armstrong para grabar la música de la película Fantasía, la que hasta hoy, según mi modesto entender, sigue siendo el paradigma de la filmografía didáctica en la enseñanza de la música…

Leopold Stokowski, había sido nuestro tema de conversación muchas veces, y si mal no recuerdo, Baldomero me comentó que lo había visto dirigir una vez en el Carnegie Hall, algo que me pareció mentira, y que la Fantasía la había visto unas veinte o treinta veces… lo que creí exagerado.

Al descubrir esto en mis recuerdos, encontré algún motivo para que Baldomero decidiera regalarme el libro, que a todas luces había leído hasta la saciedad. Me descuidé entonces en la búsqueda de otras razones para ser merecedor de una herencia de tales magnitudes, y al no encontrar un parque con bancos aparentes, para sentarme a leer con tranquilidad mi nuevo libro, tomé mi auto y busqué la sombra de un árbol en una calle de Gazcue, y ahí comencé a descubrir, mediante los subrayados hechos a todas luces por Baldomero, algunos de los conceptos que él vertía con frecuencia en sus conversaciones y que dominaba al dedillo.

En eso estaba, cuando creí encontrar por fin la clave, el verdadero motivo de que el difunto se acordara de mí cuando concibió lo efímero de nuestros cuerpos, y decidió dejar por escrito sus últimos deseos.

En el capítulo 23, había pegado un papelito azul que decía: “El subrayado de la página 160 es mío, y ¿sabes qué?, eso es lo que tenemos todavía. Pura y rampante mentalidad cinquechenta en pleno siglo XXI”.

En realidad volví a quedar completamente despistado en la búsqueda de los motivos de mi herencia, porque si bien es cierto que fuimos hurgoneros, críticos y revisionistas en nuestras conversaciones, jamás Baldomero hizo mención de este subrayado, que al parecer había hecho poco antes de su muerte, bajo el subtítulo: “La colocación oportuna de los instrumentos de la orquesta, desde el punto de vista de la sonoridad y su empaste”.

Descubrí que el subrayado no era muy antiguo, porque estaba hecho con un marcador azul, el mismo que un día me pidió prestado en un ensayo y jamás volví a ver, era una suposición endeble, pero la asumí como una verdad parcial, porque de que era un marcador azul no tenía la menor duda… ese artículo salió al mercado hace menos de veinte años... y aunque esta pudiera ser otra razón canija, así lo dejé.

No sé por qué me desbarranqué en otro montón de especulaciones, que me llevaron a recordar el calificativo que recibí, de un aplaudido director de orquesta mientras sosteníamos una plática escabrosa: “Eres un librepensador”, me dijo, y como nunca capté el pleno significado de aquel apelativo, intenté buscarle nuevamente su “quinta pata”, me metí a resolver, a esa hora, el sentido de lo dicho, traté de comprender si había sido como ditirambo o me estaba colocando un estigma…

Cosas de las entendederas, fue el mismo personaje quien comentó: “Dirige muy bien, este país le queda chiquito”, refiriéndose a un director extranjero que posiblemente sería nombrado como Titular de la OSN. Entonces, entendí perfectamente que era una mácula muy elegante, que le estaba colgando al forastero con refinada mala intención; sin embargo, cuando se refirió a mí no logré captar el mensaje justo…

Quizás, debí leer el subrayado antes de entrar en disquisiciones acerca de alcances de otro tipo, y estarle buscando la “quinta pata al gato”, como dicen a veces quienes tienen que lidiar con la oposición de “razones inconvenientes” ante sus órdenes y sinrazones.

Pero nada, antes de leer traté de descubrir lo superfluo, la hojarasca y demoré el entendimiento mirando la calma relativa de la calle y escuchando el ruido de las avenidas Bolívar y 27 de febrero, lejanas y paralelas, que seguramente a esa hora estaban colmadas de vehículos de todo tipo, con sus bocinas a todo pulmón, perpetrando un cluster magnífico y sostenido, como un pedal infinito.

Repasé, para saber si tenían relación o no con las cosas de Baldomero, las últimas cartas cruzadas entre los músicos de la OSN, y un Subsecretario de Estado, que se hicieron públicas en diversos medios periodísticos de Santo Domingo, en las que; por una parte, los músicos demandaban mejoras en los sueldos y se declaraban en vigilia; y por la otra, el funcionario oficial, aseveraba que, como se avecinaba un proceso electoral, algunos de los miembros de la Orquesta querían pescar en el río revuelto, como ya es costumbre de ellos… (¿¡)
Pero nada de esto alcanzó a conocer Baldomero, porque la parca se lo había llevado algunas semanas antes. Aunque ciertamente, esta más o menos, había sido la historia de la OSN, una obra con muchos dacapos y en diversos tempos, así que esta situación no la tomé en cuenta, por manida, y continué en mi anodina búsqueda.

Anduve por tantas elucubraciones, que en uno de los estadios comencé a admitir, que el amigo daba señales oscuras para hacerse el importante desde el más allá, para convencerme de que fue un tipo más sabio de lo que aparentaba… pero Baldomero no era de ese material, descarté la hipótesis y seguí por otros derroteros hasta que por fin, sin otra alternativa, comencé a leer el subrayado de la página 160.

“En Europa, en los siglos XVI y XVII, la orquesta, tal y como la concebimos en nuestros días, evolucionaba lentamente. […] Los […] aristócratas y príncipes-mercaderes del siglo XVI. […] Explotaban a los pintores y la pintura, a la música y a los músicos, como un medio de exhibición de sus riquezas, en lugar de intentar la comprensión de las artes. Estaban ciegos ante la esencia eterna, escondida bajo los aspectos exteriores de las artes”.

Hay autores que afirman que la risa es la medida de la inteligencia, pero nunca sabré con certeza por qué tuve que reír por tanto tiempo, incluso ahora, al escribir esta crónica me sigo riendo… no sé por qué.

lunes, 19 de mayo de 2008

HA MUERTO LA ORQUESTA, VIVA EL REY

Las cosas de Baldomero
-No sé por qué, a donde quiera que voy me preguntan por la Sinfónica… ¡Ni que yo fuera músico…! Hoy mismo, sin ir mas lejos, volvió mi esposa con la pregunta… “¿Y cuándo empieza la Temporada Sinfóonicaaa?” Ja ja, tuve que responderle…

Así comenzó la descarga de Baldomero cuando nos encontramos después del concierto que dirigió Álvaro Manzano en el Monumento de Santiago de los Caballeros. Fue para celebrar la restauración de la República y la del propio Monumento. Habíamos tocado algunas piezas heroicas de un programa que se confeccionó a petición de la Secretaría de Cultura, y que finalizó con la obertura 1812, de Pieter Ilich Tchaikovsky.

-Para esto quedaron ustedes los profesores de “la primera institución musical del país”, de retreta en retreta y de desconcierto en desconcierto –dijo en su segunda ráfaga sin darme tiempo a pensar, y continuó-. Temporada ciclónica… esa es la única temporada que tenemos desde hace más de dos años… hoy es 17 de agosto de 2007… saca cuenta… y el último concierto de Temporada fue ni se sabe cuando. Dizque hubo Temporada de Otoño, o de no sé qué… para niños o para no sé quien… eso no es Temporada, eso es un trámite, una marca en un informe de gestión administrativa… nunca volvió a llenarse el Teatro Nacional con un concierto de la Sinfónica, más nunca hubo campañas publicitarias, brochures, programas decentes… todos quieren ser David contra Goliat… sector público versus privado… ¿será imposible concertar…? y nunca más hubo algo semejante al concierto de Placido Domingo y Ana María Martínez-.

-Bueno Baldomero, espérate ahí un momento, ¿es que hoy no me dejarás poner una? -Debí decirle aprovechando que respiraba-.

-Ni una, eso es, ni una… -Y me interrumpió casi con rabia-. Mucho menos que las notas que pudieron poner en esa tarima, tan costosa como inapropiada para semejante uso… las luces en la cara de los músicos para que no puedan leer los papeles, sin techo ni paredes, a merced de los elementos… sobre todo la lluvia y el viento de un ciclón que pasaba anunciadamente cerca… y una amplificación vergonzosa… pero siento más rabia aun porque esa obertura 1812 se hizo muchas veces en este país con todas las de la ley… Mira, te voy a contar, tú no estabas aquí todavía… si, ya imagino que me vas a decir que lo leíste… que no tienes que haber estado en un sitio para conocer su historia… a veces pienso que me tomas el pelo con eso… bueno el caso es que la estrenó aquí, como manda el espectáculo, Carlos Piantini cuando era un mozalbete, con esta misma orquesta, si mal no recuerdo en el Estadio Quisqueya, después de eso se ha tocado con decoro… algunas veces… el mismo Manzano la hizo en uno de los conciertos altagracianos en condiciones bastante adecuadas frente a la basílica de Higüey… pero esto de hoy, como dicen los cubanos, fue una miedd…-.
Aquí fui yo quien le pisó el bocadillo, no quería que semejante palabrota desluciera el siempre elegante lenguaje de Baldomero, y le dije:

-Creo que estás un poco ácido, te invito a la cena que nos ofrecerán en el Teatro-.

Pero esa noche, nada ni nadie podría calmarlo, estaba como nunca antes lo había visto, llegué a pensar que había bebido. Sufría quizás la inestabilidad espiritual que produce en algunos humanos la ruptura repentina de algunos hábitos… quizás los conciertos de la Sinfónica eran para él una adicción. Claro, que ninguna de estas reflexiones las pude hacer mientras me hablaba, porque en cuanto tuve que respirar me arrebató la línea.

-Claro, acepto alimentar al menos el cuerpo… Es común que cada cual quiera lucir, aunque sea haciendo el peor de los papeles, aunque, como el perro del hortelano, ni coma ni deje comer. Tú no me digas que lo sabes, porque tengo por seguro que vas olvidando cada concierto, así que debo decirte que, aunque cualquier orquesta del mundo hace más de cincuenta conciertos en un año y hasta cien, ustedes… “la primera institución musical del país”… sólo hicieron 25 en 2005, y 29 en 2006… ¿Cuántos harán en 2007?

-Espera Baldo, pero lo que pasa es que ahora las cosas están difíciles -le dije tratando de recordar una cifra que había leído recientemente- Hubo una vez en que se tocaron… -Y me volvió a dejar sin palabras-.

-Como cincuenta, eso sucedió en diferentes épocas, sucedió incluso durante el primer año que Manzano estuvo aquí como Director Musical. Pero entonces, la institución privada “sin fines de lucro” que estaba a cargo de programar los conciertos, aunque escogía caprichosamente el repertorio, los solistas y directores invitados, aunque obviaba muchas veces los intereses artísticos de la Orquesta, y muchísimos otros peros que siempre ponen ustedes los músicos, organizó Temporadas de más de diez conciertos, y presentaciones extraordinarios, incluidas funciones de ópera y zarzuela… teníamos casi siempre un concierto semanal… y lo más duro de todo… y… aunque los músicos nunca estuvieron de acuerdo con la distribución de las ganancias… convirtió la Orquesta, que había sido un pesado fardo para el presupuesto del Estado, en una empresa rentable -.

Por fin Baldomero hizo una larga pausa, estábamos subiendo las escaleras que llevan al lobby del Gran Teatro del Cibao, se escuchaba el trajinar de platos, cubiertos y copas y una mezcla de olores apetitosos nos salió al paso. Cuando entramos al restaurante nos incorporamos al bullicio y a la larga fila en la que se mezclaban los funcionarios del Estado con los músicos de la Orquesta Sinfónica Nacional de la República Dominicana. Baldomero no habló en largo rato, y cuando volvió a hacerlo dijo algunas cosas dispersas sobre las carnes, nada coherente, mencionó también el torneo electoral del próximo año, de las pocas opciones, de los males que aquejan las democracias en todo el continente, y finalmente, poco antes de despedirnos dijo una frase que aun sigo sin comprender: “Ha muerto la Orquesta, viva el Rey”.

LA MÚSICA ES POLVO EN EL VIENTO

Las cosas de Baldomero

Su nombre de pila es Thomas Macmillan Sainte-Beuve, pero le dicen Baldomero. Eso lo supe mucho tiempo después de conocerlo, me lo dijo, como la cosa más natural del mundo, en la pausa de uno de los ensayos para el estreno de la ópera 1492, de Antonio Braga, que estaría en escena para celebrar el quinto centenario del descubrimiento de América.

Lo primero que Baldomero me dijo esa noche, cuando nos encontramos en el Teatro Nacional, haciendo alusión a mi comentario acerca de su nombre el día en que nos conocimos, fue que él no era un tipo tan raro como el “Baldomero” de Virgilio Piñera, y que, aunque algunas veces había sentido deseos casi incontenibles de agarrar a alguien por el cuello y estrangularlo, jamás se lo había tomado completamente en serio, esos momentos de ira no pasaban de ser tormentas pasajeras, tempestades o vaguadas que se deshacían como el sonido y el tiempo... y repitió: “el sonido y el tiempo...” y con esa frase comenzó el ciclón, uno de esos huracanes de ideas en los que usualmente Baldomero y yo nos metemos cada vez que nos ponemos a conversar. Pero antes, volviendo a su genealogía, me dijo: “Soy un mestizo puro... y todas sus consecuencias... mi madre nació en Basse-Terre, capital de Guadalupe, mi padre, en Road Town, en la isla Tórtola, capital de Islas Vírgenes... y yo en Puerto Plata... que tú sabes donde está y...” y ahí mismo saltó para otra cosa, inmediatamente se viró para la obra de Braga: “... no me gusta nada, pero por ahora son los ensayos, vamos a ver el día del estreno, ya veo que el Maestro Carlos ha tenido que hacerle algunas podas a la orquestación original, pero por ahora no hay nada que concluir, el tiempo dirá... si acaso... bueno sí... por ahora puedo pre-concluir que los momentos que más me gustan suenan a Verdi, Puccini, o Mascagni...”.

Él estaba siguiendo el montaje de la ópera, y según me dijo no se había perdido ninguno de los ensayos, pero en esos días andaba complicado con unos negocios y siempre tenía el reloj encima, por eso no había ido a saludarme, se sentaba en una butaca cerca de la puerta y al terminar el ensayo se iba corriendo. Ese día, como el tiempo estaba a su favor, después que se acabó todo, guardé mi instrumento y nos fuimos al restaurante Maniquí, que está justo detrás del teatro, y allí nos sentamos a “conversar” unas cervezas y a cenar.

“Fíjate bien –me dijo a quemarropa después de ordenarle al mozo que nos trajera dos Presidente... pequeñas y heladas-, ¿vez aquella foto?, es una mujer bella ¿verdad? ¿Quién la recordaría hoy si esa imagen no estuviera ahí, colgada en la pared, justo a la entrada del baño de las damas, como para recordarle a todas cuan bella puede ser una mujer? Nadie, absolutamente nadie en el mundo recordaría el nombre, la obra y la belleza de María Montez, nuestra Sara Bernhard, si nosotros no la hacemos perdurar... en el tiempo... se esfumaría como... la pobre música nuestra de cada día, hace tiempo que ella comenzó a vivir tan sólo el momento, a existir nada más que en el efímero presente, dejó de tener quien la eternice, quien le dé carta de presentación ante la posteridad...

Yo, como siempre, trataba de ir atando los cabos que Baldomero dejaba sueltos en su conversación. Él podía traer temas de otros encuentros, ideas que quizás debatió, conmigo o con otros amigos, hacía muchos días... o mucho tiempo... y colocarlos en medio del diálogo como si nada, él podía unir en un solo párrafo elementos inconexos, podía ser muy surrealista, mencionar temas y dejarlos a su libre albedrío, sin la menor explicación y... que entienda quien pueda. Otras veces era muy explícito, claro, preciso, y redundante, pero este día de octubre, en las vísperas del quinto centenario, mi amigo era todo un lío, iba de las parrafadas más ininteligibles hasta el más pedagógico y didáctico modo de hablar, y yo trataba de comprender.

“Desde que los periódicos comenzaron a eliminar a los críticos musicales de su nómina, la música aquí se pierde con la brisa. De lo que suena nada quedará para después, nadie sabrá mañana lo que hicieron hoy, nadie sabrá absolutamente nada, y quedarán en el olvido más hermético todos los que pusieron su empeño en tocar esas obras, todos serán olvidados. No se salvarán tampoco ni mecenas, ni ministros, y cuando pasen veinte, cincuenta o cien años, no habrá manera de demostrar que en Santo Domingo, durante la última década del siglo XX, se hacía música de calidad... nadie sabrá si era bueno o malo lo que aquí sonaba, nadie sabrá si hubo buenos o malos músicos, si la orquesta sinfónica sonaba bien o mal, si fueron buenos o malos los directores, no se les recordará porque nada quedará registrado, no habrá en el futuro críticas ni fonogramas fidedignos, esta será una época silenciosa para nuestros nietos y tataranietos, nadie recordará siquiera a los mecenas que con tanta pompa aparecen cada día en las páginas de “sociales”. De nada valdrá que se conserven por ahí cientos de imágenes, cientos de discursos, y programas de mano, no servirán de referencia las alabanzas oficiales, o la crónica de farándula. Esta época en el arte musical de Santo Domingo está condenada al olvido... Todo lo que se escuchó, si no se grabó en discos o relató debidamente, será silencio. Mientras no se recojan los sonidos de algún modo, ellos desaparecerán en el tiempo. Un concierto es como un arco iris después del temporal, y desparece como polvo en el viento... se pudre bajo las hormigas, como diría tu compatriota Emilio Ballagas... se muere si no hay quien relate debidamente su existencia.

Baldomero terminó así uno de los monólogos más largos que le había escuchado hasta entonces, pidió otra Presidente, y el mozo se llevó con los platos el recuerdo de una cena exquisita.

LA SINFÓNICA Y LAS GRANDES LIGAS.

Las cosas de Baldomero

Cuando dijo que se llamaba Baldomero algo debió sucederle a mi cara, quizás una traición del inconsciente porque enseguida me preguntó: “¿No le gusta ese nombre?”.

En realidad no supe contestar en seguida, se me enredaron las ideas y no encontré quizás la mejor forma de ser amable, acababa de conocerlo, era mi tercer día en un país extraño, yo era un forastero recién llegado y no podía, bajo ningún concepto, ser descortés, y mucho menos con una persona que a todas luces formaba parte del público habitual de los conciertos, alguien que me había visto sobre el escenario y acababa de felicitarme. Así que tuve que explicarle como pude.

Se trataba simplemente de que yo nunca había conocido personalmente a nadie que se llamara Baldomero, y que, casualmente, por esos días estaba leyendo un cuento de Virgilio Piñera que se titula El caso Baldomero; eso, provocó que al escuchar su nombre me sorprendiera.

Con esa explicación, un tanto floja, intenté hacer desaparecer cualquier duda, cualquier sospecha de que yo me burlaba de su nombre. “Pero no se piense que lo digo porque me preocupe mucho el asunto –me dijo-, le pregunto simplemente por preguntar, porque en realidad lo que quiero es mantener la conversación con usted”.

Esto me reconfortó un poco y entonces traté de llevar el diálogo por los cauces trillados, traté de preguntarle dónde trabajaba, si le había gustado la primera parte del concierto -esto último muy poco inteligente de mi parte puesto que si me acababa de felicitar era de suponer que le había parecido bien- si era músico y otras naderías... pero Baldomero es un hombre... raro... raro es lo único que se me ocurre por ahora, en otra oportunidad –si es que hay otra oportunidad- le daré tintes más claros, trazos que resalten algunas de sus cualidades poco comunes, sus buenas y sus malas virtudes, por ahora no diré más, ni una palabra más sobre él... por falta de espacio.

Baldomero es raro y no me contestó nada de lo que le pregunté. Esa es una de sus virtudes, no sé cómo se las arregla para no responder, así que aquel día en que nos conocimos en el vestíbulo del Teatro Nacional no pude saber absolutamente nada acerca de su persona; sin embargo, él supo que yo era uno de los músicos recién llegados de Cuba, uno de los ocho instrumentistas reclutados para completar la Orquesta Sinfónica Nacional durante la Temporada 1991 y otros detalles que supo sacarme con mucha astucia sin que yo me diera cuenta. En esas exploraciones andábamos cuando él decidió darle un giro a la conversación.
-Poco antes de que usted llegara aquí al vestíbulo del teatro, estuve discutiendo, un poco acaloradamente para mi gusto, con un amigo, otro melómano empedernido igual que yo, pero con quien tengo la suerte de no estar de acuerdo jamás. Él entiende que hay muchos extranjeros en la Orquesta... ¿Y Usted que piensa?

Ahí si que me dejó completamente sin respuesta, no tuve ni la menor idea de cómo ubicar ese tema, por eso dije lo primero que me vino a la mente:

-Bueno, también en Grandes Ligas...

Y como si esa fuera la respuesta que Baldomero estuviera esperando de mí, me interrumpió para terminar a su manera la frase que yo había comenzado.

-...hay muchos extranjeros sobre todo dominicanos y no nos molesta.

Baldomero me dejó mudo, yo acababa de llegar a Santo Domingo, venía a desempeñarme en un puesto para el cual, según fuentes oficiales, no había nadie capacitado en el país para ocuparlo. En eso avisaron que el concierto iba a continuar y debimos separarnos. Muchas veces, en los últimos años, hemos vuelto sobre ese tema, y las observaciones de Baldomero son extremadamente interesantes, pero como ya dije, él es un poco raro y no tengo espacio para contar nada más.

EDUARDO BRITO: LA VOZ PERDURABLE DE UNA CORTA VIDA

Música y músicos
En un lugar remoto, al nordeste de la isla de Santo Domingo, cuando el siglo XX cumplió su primer lustro, nació Eleuterio Álvarez Aragonez en cuna humildísima. Uno de cuatro hermanos que a tropezones crecieron bajo el peso de las limitaciones económicas y alejados de los medios de transmisión de la cultura artística y literaria.

No es hasta después de cumplidos los 10 años de edad que Eleuterio, como consecuencia de la separación de sus padres, va a vivir a Puerto Plata y unos años después, cuando ya ha descubierto el don de su prodigiosa voz, se escapa del lado de su madre y se le comienza a conocer en Santiago de los Caballeros como “el limpiabotas que canta”. Allí, su voz le lleva al encuentro de músicos de reconocido prestigio en la región y canta en el “Café Yaque” obteniendo gran éxito.

Cuando apenas ha cumplido 17 años de edad la capital de la república lo acoge y, después de debutar en el Coney Island, fue contratado para presentarse en el “Hotel Fausto”, la plaza más codiciada entonces por los artistas del género, en el “Trocadero” y en el “Café Arriete”. Su andar por el país ya no se detendrá y entre serenatas, fiestas y los más diversos empleos transcurrirá su vida hasta que en 1924, con la canción “Amar, eso es todo”, gana el primer premio del concurso que en Santiago de los Caballeros patrocinó el jabón Candado, que por esa fecha se importaba desde Cuba y para promocionarlo se realizaban tales eventos. Salvador Sturla, prestigiosa y autorizada figura, reconoce públicamente el talento de quien muy pronto dejaría de ser Eleuterio para inmortalizarse con el nombre de Eduardo Brito.

Para la educación musical del cantante resultó ser de gran importancia la amistad que surgió entre éste y el Maestro Julio Alberto Hernández quien tutelaba el “Cuadro Artístico”, un grupo en el que se reunió importantes voces que con frecuencia se presentaban en Santiago, San Pedro de Macorís y Santo Domingo.

La crisis norteamericana de 1929 no fue causa suficiente para impedir que Eduardo Brito y su esposa Rosa Elena, con quien había contraído matrimonio un mes antes, y un grupo de artistas partiera en diciembre de ese año rumbo a New York donde grabarían un gran número de piezas de autores dominicanos.

Brito y su esposa, cumplidos los compromisos que le habían llevado a los Estados Unidos, decidieron no regresar y cumplir con los nuevos contratos que les proponían. El gran salto, el verdadero cenit de la carrera del barítono le llegó en los años posteriores. En 1932 las cualidades del cantante impresionaron gratamente al compositor cubano Eliseo Grenet quien al frente de su compañía de zarzuelas estaba de paso por New York rumbo a España.

Grenet solicitó entonces a Brito sus servicios y fue así que el público español le conoció, le aplaudió hasta el delirio y lo adoró. Fueron estos los años de máximo esplendor en la carrera del gran barítono, querido por el público que mejor sabía apreciar el dominio vocal de Eduardo.

Durante esos cuatro años fue tanta la bonanza para el divo, que pudo crear su propia compañía. Y aquel avance sólo pudo ser detenido por la apocalíptica conflagración mundial que tuvo como preludio la Guerra Civil Española. Después de un cuatrienio de divina claridad, la luz comenzaba a declinar para Eduardo Brito y los años por venir fueron difíciles.

De España debió salir y, antes de regresar a la patria, en 1937, recorrió algunos países de Europa actuando en París, Praga, y Roma. Pero el frenesí que causó su voz allende los mares parece que no se escuchó en la tierra que le vio nacer y, cuando se le debió recibir como al astro que en ese momento era, Brito se encontró con la parquedad hermética de sus paisanos.

Hasta 1944 estuvo girando con frecuencia a Puerto Rico, Cuba, Colombia, Venezuela y Panamá. Su voz se fue perdiendo y su mente descontrolando. Para esa fecha no había cumplido aun los cuarenta años de edad. La vida había transcurrió muy velozmente para él, sus dones naturales le hicieron traspasar estratos sociales y elevarse muy por encima de la educación que recibió, su capacidad autodidacta lo hizo saltar por sobre su modesta formación académica y su brillante imaginación le proveyó de gran fortuna en las tablas. En la madrugada del 5 de enero de 1946 el singular barítono dejó de existir, había nacido el 2I de enero de 1905.

LOS SONETOS DE LAS CUATRO ESTACIONES, DE ANTONIO VIVALDI

Música y músicos

Antonio Vivaldi, por François
Morellon de la Cave (1723)

Los cuatro conciertos que escribió Antonio Vivaldi y que conocemos hoy con el título de Las Cuatro Estaciones, están escritos originalmente para violín, orquesta y declamador, pero muy raras veces los sonetos, que según algunos autores creó el propio Vivaldi, se escuchan en las salas de conciertos. Esta es la versión al español de los sonetos, originales en italiano, que realizó el escritor y poeta cubano DAVID CHERICIÁN.



LA PRIMAVERA
Llegó la primavera y de contento
las aves la saludan con su canto,
y las fuentes al son del blanco viento
con dulce murmurar fluyen en tanto.

El aire cubren con su negro manto
truenos, rayos, heraldos de su adviento,
y acallándolos luego, aves sin cuento
tornan de nuevo a su canoro encanto.

Y así sobre el florido ameno prado
entre plantas y fronda murmurante
duerme el pastor con su fiel perro al lado.

De pastoral zampoña al son chispeante
danzan ninfa y pastor bajo el techado
de primavera al irrumpir brillante.

EL VERANO
Bajo dura estación del sol ardida
mústiase hombre y rebaño y arde el pino;
lanza el cuco la voz y pronto oída
responden tórtola y jilguero al trino.

Sopla el céfiro dulce y enseguida
Bóreas súbito arrastra a su vecino;
y solloza el pastor, porque aún cernida
teme fiera borrasca y su destino.

Quita a los miembros laxos su reposo
el temor a los rayos, truenos fieros,
de avispas, moscas, el tropel furioso.

Sus miedos por desgracia son certeros.
Truena y relampaguea el cielo y grandioso
troncha espigas y granos altaneros.

EL OTOÑO
Celebra el aldeano a baile y cantos
de la feliz cosecha el bienestar,
y el licor de Baco abusan tantos
que termina en el sueño su gozar.

Deben todos trocar bailes y cantos:
El aire da, templado, bienestar,
y la estación invita tanto a tantos
de un dulcísimo sueño a bien gozar.

Al alba el cazador sale a la caza
con cuernos, perros y fusil, huyendo
corre la fiera, síguenle la traza;

Ya asustada y cansada del estruendo
de armas y perros, herida amenaza
harta de huir, vencida ya, muriendo.

EL INVIERNO
Temblar helado entre las nieves frías
al severo soplar de hórrido viento,
correr golpeando el pié cada momento;
de tal frió trinar dientes y encinas.

Pasar al fuego alegres, quietos días
mientras la lluvia fuera baña a ciento;
caminar sobre hielo a paso lento
por temor a caer sin energías.

Fuerte andar, resbalar, caer a tierra,
de nuevo sobre el hielo ir a zancadas
hasta que el hielo se abra en la porfía.

Oír aullar tras puertas bien cerradas
Siroco, Bóreas, todo viento en guerra.
Esto es invierno, y cuánto da alegría.



CANTINFLEAR O IMPROVISAR

Música y músicos

La capacidad de improvisar la adquieren aquellos individuos que por su constancia en el estudio y su cultivado talento alcanzan un alto grado de perfección en la especialidad a la cual se dedican. Entonces, para desenredar la lengua, la Real Academia admitió un término que retrata de cuerpo entero la acción de aquellos que hablan sin decir nada.

A menudo, quienes carecen de la debida capacidad para desempeñarse en un cargo, ejercer un oficio o simplemente expresarse coherentemente son tildados de improvisadores. Sin embargo, improvisar es algo bien distinto.

Mario Moreno, en el papel de Cantinflas
El castellano es sin duda uno de los idiomas más ricos que la humanidad conoce y es por eso, quizás, que su gran caudal de palabras a veces se nos vuelca encima y nos enreda la lengua. Según algunos diccionarios, improvisar, es hacer alguna cosa de pronto y sin preparación. Pero sucede que, sin preparación, se magnifica en su errado significado de sin conocimiento, o sin saber, cuando preparación y conocimiento no son sinónimos.

En música, el arte de la improvisación fue durante siglos el eje central de la composición. Fue el modo en que autores e intérpretes concebían la creación musical. En época de Bach y Handel se anotaban, sobre todo en los preludios de las suites, sucesiones de acordes solamente y todo lo demás era responsabilidad del intérprete. La Cantata de Handel, Il pensiero, tiene espacios en blanco en su partitura original con la simple nota: organo ad libitum, lo que indica que en ese fragmento el solista es el órgano y de las cualidades musicales de su intérprete dependerá el éxito en esa parte de la pieza.

Durante el siglo XVIII y las primeras décadas del XIX, la improvisación en los instrumentos de teclado tuvo un gran esplendor. Mozart, podía crear arias o variaciones sobre cualquier tema mientras tocaba frente al público. Beethoven, según su discípulo Czerny, era conmovedor en sus invenciones y ante ellas nadie quedaba con los ojos secos y prorrumpían en sollozos, y Franz Liszt, desde niño fue famoso tocando fantasías que creaba ante el auditorio.

Si bien es cierto que hacia fines del siglo XIX y durante el XX la improvisación en la llamada música culta dejó de ser fundamental, en el jazz sigue siendo la esencia, y la esencia de la improvisación sigue siendo el conocimiento. La capacidad de improvisar la adquieren aquellos individuos que por su constancia en el estudio y su cultivado talento alcanzan un alto grado de perfección en la especialidad a la cual se dedican. Entonces, para desenredar la lengua, la Real Academia admitió un término que retrata de cuerpo entero la acción de aquellos que hablan sin decir nada, a quienes nos bombardean con largas parrafadas sin sustancia, a esos que no logran hilvanar dos oraciones con sentido lógico.

La Real Academia Española, para enriquecer nuestro idioma, acuñó un término que califica a esos individuos ineptos y falsificadores que nos disparan atronadores dislates en forma de discursos, en forma de obras chuecas, en infinitas formas. Un término que califica la acción de quienes carecen de la debida capacidad para desempeñarse en un cargo, para ejercer un oficio o simplemente para expresarse debidamente.

Para esos prójimos la Real Academia Española admitió el verbo: cantinflear, en un justo homenaje a Cantinflas, el personaje creado por Mario Moreno. Y cantinflear es lo que hacen quienes no pueden improvisar, quienes carecen de la debida capacidad para actuar o expresarse de un modo culto, cantinflear es el recurso de los incapaces. Improvisar es de Maestros.

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