lunes, 19 de mayo de 2008

EDUARDO BRITO: LA VOZ PERDURABLE DE UNA CORTA VIDA

Música y músicos
En un lugar remoto, al nordeste de la isla de Santo Domingo, cuando el siglo XX cumplió su primer lustro, nació Eleuterio Álvarez Aragonez en cuna humildísima. Uno de cuatro hermanos que a tropezones crecieron bajo el peso de las limitaciones económicas y alejados de los medios de transmisión de la cultura artística y literaria.

No es hasta después de cumplidos los 10 años de edad que Eleuterio, como consecuencia de la separación de sus padres, va a vivir a Puerto Plata y unos años después, cuando ya ha descubierto el don de su prodigiosa voz, se escapa del lado de su madre y se le comienza a conocer en Santiago de los Caballeros como “el limpiabotas que canta”. Allí, su voz le lleva al encuentro de músicos de reconocido prestigio en la región y canta en el “Café Yaque” obteniendo gran éxito.

Cuando apenas ha cumplido 17 años de edad la capital de la república lo acoge y, después de debutar en el Coney Island, fue contratado para presentarse en el “Hotel Fausto”, la plaza más codiciada entonces por los artistas del género, en el “Trocadero” y en el “Café Arriete”. Su andar por el país ya no se detendrá y entre serenatas, fiestas y los más diversos empleos transcurrirá su vida hasta que en 1924, con la canción “Amar, eso es todo”, gana el primer premio del concurso que en Santiago de los Caballeros patrocinó el jabón Candado, que por esa fecha se importaba desde Cuba y para promocionarlo se realizaban tales eventos. Salvador Sturla, prestigiosa y autorizada figura, reconoce públicamente el talento de quien muy pronto dejaría de ser Eleuterio para inmortalizarse con el nombre de Eduardo Brito.

Para la educación musical del cantante resultó ser de gran importancia la amistad que surgió entre éste y el Maestro Julio Alberto Hernández quien tutelaba el “Cuadro Artístico”, un grupo en el que se reunió importantes voces que con frecuencia se presentaban en Santiago, San Pedro de Macorís y Santo Domingo.

La crisis norteamericana de 1929 no fue causa suficiente para impedir que Eduardo Brito y su esposa Rosa Elena, con quien había contraído matrimonio un mes antes, y un grupo de artistas partiera en diciembre de ese año rumbo a New York donde grabarían un gran número de piezas de autores dominicanos.

Brito y su esposa, cumplidos los compromisos que le habían llevado a los Estados Unidos, decidieron no regresar y cumplir con los nuevos contratos que les proponían. El gran salto, el verdadero cenit de la carrera del barítono le llegó en los años posteriores. En 1932 las cualidades del cantante impresionaron gratamente al compositor cubano Eliseo Grenet quien al frente de su compañía de zarzuelas estaba de paso por New York rumbo a España.

Grenet solicitó entonces a Brito sus servicios y fue así que el público español le conoció, le aplaudió hasta el delirio y lo adoró. Fueron estos los años de máximo esplendor en la carrera del gran barítono, querido por el público que mejor sabía apreciar el dominio vocal de Eduardo.

Durante esos cuatro años fue tanta la bonanza para el divo, que pudo crear su propia compañía. Y aquel avance sólo pudo ser detenido por la apocalíptica conflagración mundial que tuvo como preludio la Guerra Civil Española. Después de un cuatrienio de divina claridad, la luz comenzaba a declinar para Eduardo Brito y los años por venir fueron difíciles.

De España debió salir y, antes de regresar a la patria, en 1937, recorrió algunos países de Europa actuando en París, Praga, y Roma. Pero el frenesí que causó su voz allende los mares parece que no se escuchó en la tierra que le vio nacer y, cuando se le debió recibir como al astro que en ese momento era, Brito se encontró con la parquedad hermética de sus paisanos.

Hasta 1944 estuvo girando con frecuencia a Puerto Rico, Cuba, Colombia, Venezuela y Panamá. Su voz se fue perdiendo y su mente descontrolando. Para esa fecha no había cumplido aun los cuarenta años de edad. La vida había transcurrió muy velozmente para él, sus dones naturales le hicieron traspasar estratos sociales y elevarse muy por encima de la educación que recibió, su capacidad autodidacta lo hizo saltar por sobre su modesta formación académica y su brillante imaginación le proveyó de gran fortuna en las tablas. En la madrugada del 5 de enero de 1946 el singular barítono dejó de existir, había nacido el 2I de enero de 1905.

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