Música y músicos
La capacidad de improvisar la adquieren aquellos individuos que por su constancia en el estudio y su cultivado talento alcanzan un alto grado de perfección en la especialidad a la cual se dedican. Entonces, para desenredar la lengua, la Real Academia admitió un término que retrata de cuerpo entero la acción de aquellos que hablan sin decir nada.
A menudo, quienes carecen de la debida capacidad para desempeñarse en un cargo, ejercer un oficio o simplemente expresarse coherentemente son tildados de improvisadores. Sin embargo, improvisar es algo bien distinto.
El castellano es sin duda uno de los idiomas más ricos que la humanidad conoce y es por eso, quizás, que su gran caudal de palabras a veces se nos vuelca encima y nos enreda la lengua. Según algunos diccionarios, improvisar, es hacer alguna cosa de pronto y sin preparación. Pero sucede que, sin preparación, se magnifica en su errado significado de sin conocimiento, o sin saber, cuando preparación y conocimiento no son sinónimos.
En música, el arte de la improvisación fue durante siglos el eje central de la composición. Fue el modo en que autores e intérpretes concebían la creación musical. En época de Bach y Handel se anotaban, sobre todo en los preludios de las suites, sucesiones de acordes solamente y todo lo demás era responsabilidad del intérprete. La Cantata de Handel, Il pensiero, tiene espacios en blanco en su partitura original con la simple nota: organo ad libitum, lo que indica que en ese fragmento el solista es el órgano y de las cualidades musicales de su intérprete dependerá el éxito en esa parte de la pieza.
Durante el siglo XVIII y las primeras décadas del XIX, la improvisación en los instrumentos de teclado tuvo un gran esplendor. Mozart, podía crear arias o variaciones sobre cualquier tema mientras tocaba frente al público. Beethoven, según su discípulo Czerny, era conmovedor en sus invenciones y ante ellas nadie quedaba con los ojos secos y prorrumpían en sollozos, y Franz Liszt, desde niño fue famoso tocando fantasías que creaba ante el auditorio.
Si bien es cierto que hacia fines del siglo XIX y durante el XX la improvisación en la llamada música culta dejó de ser fundamental, en el jazz sigue siendo la esencia, y la esencia de la improvisación sigue siendo el conocimiento. La capacidad de improvisar la adquieren aquellos individuos que por su constancia en el estudio y su cultivado talento alcanzan un alto grado de perfección en la especialidad a la cual se dedican. Entonces, para desenredar la lengua, la Real Academia admitió un término que retrata de cuerpo entero la acción de aquellos que hablan sin decir nada, a quienes nos bombardean con largas parrafadas sin sustancia, a esos que no logran hilvanar dos oraciones con sentido lógico.
La Real Academia Española, para enriquecer nuestro idioma, acuñó un término que califica a esos individuos ineptos y falsificadores que nos disparan atronadores dislates en forma de discursos, en forma de obras chuecas, en infinitas formas. Un término que califica la acción de quienes carecen de la debida capacidad para desempeñarse en un cargo, para ejercer un oficio o simplemente para expresarse debidamente.
Para esos prójimos la Real Academia Española admitió el verbo: cantinflear, en un justo homenaje a Cantinflas, el personaje creado por Mario Moreno. Y cantinflear es lo que hacen quienes no pueden improvisar, quienes carecen de la debida capacidad para actuar o expresarse de un modo culto, cantinflear es el recurso de los incapaces. Improvisar es de Maestros.
La capacidad de improvisar la adquieren aquellos individuos que por su constancia en el estudio y su cultivado talento alcanzan un alto grado de perfección en la especialidad a la cual se dedican. Entonces, para desenredar la lengua, la Real Academia admitió un término que retrata de cuerpo entero la acción de aquellos que hablan sin decir nada.
A menudo, quienes carecen de la debida capacidad para desempeñarse en un cargo, ejercer un oficio o simplemente expresarse coherentemente son tildados de improvisadores. Sin embargo, improvisar es algo bien distinto.
Mario Moreno, en el papel de Cantinflas |
En música, el arte de la improvisación fue durante siglos el eje central de la composición. Fue el modo en que autores e intérpretes concebían la creación musical. En época de Bach y Handel se anotaban, sobre todo en los preludios de las suites, sucesiones de acordes solamente y todo lo demás era responsabilidad del intérprete. La Cantata de Handel, Il pensiero, tiene espacios en blanco en su partitura original con la simple nota: organo ad libitum, lo que indica que en ese fragmento el solista es el órgano y de las cualidades musicales de su intérprete dependerá el éxito en esa parte de la pieza.
Durante el siglo XVIII y las primeras décadas del XIX, la improvisación en los instrumentos de teclado tuvo un gran esplendor. Mozart, podía crear arias o variaciones sobre cualquier tema mientras tocaba frente al público. Beethoven, según su discípulo Czerny, era conmovedor en sus invenciones y ante ellas nadie quedaba con los ojos secos y prorrumpían en sollozos, y Franz Liszt, desde niño fue famoso tocando fantasías que creaba ante el auditorio.
Si bien es cierto que hacia fines del siglo XIX y durante el XX la improvisación en la llamada música culta dejó de ser fundamental, en el jazz sigue siendo la esencia, y la esencia de la improvisación sigue siendo el conocimiento. La capacidad de improvisar la adquieren aquellos individuos que por su constancia en el estudio y su cultivado talento alcanzan un alto grado de perfección en la especialidad a la cual se dedican. Entonces, para desenredar la lengua, la Real Academia admitió un término que retrata de cuerpo entero la acción de aquellos que hablan sin decir nada, a quienes nos bombardean con largas parrafadas sin sustancia, a esos que no logran hilvanar dos oraciones con sentido lógico.
La Real Academia Española, para enriquecer nuestro idioma, acuñó un término que califica a esos individuos ineptos y falsificadores que nos disparan atronadores dislates en forma de discursos, en forma de obras chuecas, en infinitas formas. Un término que califica la acción de quienes carecen de la debida capacidad para desempeñarse en un cargo, para ejercer un oficio o simplemente para expresarse debidamente.
Para esos prójimos la Real Academia Española admitió el verbo: cantinflear, en un justo homenaje a Cantinflas, el personaje creado por Mario Moreno. Y cantinflear es lo que hacen quienes no pueden improvisar, quienes carecen de la debida capacidad para actuar o expresarse de un modo culto, cantinflear es el recurso de los incapaces. Improvisar es de Maestros.
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