viernes, 15 de agosto de 2025

Letras notadas al pasar: LA FIESTA DE DESPEDIDA DE GABRIELA MISTRAL EN LA COMEDIA DE LA HABANA.

(Sto. Domingo. Listín Diario, 6 jul. 1931 pp. 1, 6)

 (De nuestra redacción en la Habana)

Leyó la ilustre intelectual sus poemas inéditos. El producto de esa fiesta cultural se destinará a editar un tomo de poesías selectas de Martí.

Habana, julio 1º. Bella y lucida fiesta la celebrada anoche en el Principal de la Comedia, de esta capital. La gran poetisa chilena Gabriela Mistral, leyó sus últimos poemas, todavía inéditos, en una fiesta cultural cuyo producto será destinado a sufragar los gastos de la edición de un tomo de prosas selectas del gran Martí, conforme a la iniciativa del Instituto de Educación de la Liga de las Naciones, la cual se propone publicar en francés obras de autores latinoamericanos.

Interesantísimo el programa que los entusiastas propulsores de la fiesta, Francisco Ichazo y Mariano Brull, confeccionaron. La concurrencia muy selecta y brillante, integrada por un escogido grupo de la intelectualidad cubana y por la concurrencia de distinguidas personalidades del Cuerpo Diplomático extranjero y miembros del servicio consular acreditado en esta capital. Entre aquellos, en primer término, recordamos a su excelencia el Ministro de Chile, y el Embajador de la República azteca, y entre los segundos al Cónsul General de Chile, nuestro dilecto amigo Sr. Sebastián Q. Gelabert. Completaban la audiencia bellísimas mujeres, poetas, escritores, artistas y una buena representación de la prensa local y extranjera los cuales tuvimos la suerte de encontrarnos.


JOSÉ MARTÍ, CABALLERO

Comenzó la sutil y amable disertación de la señora Blanca Z. de Baralt, que durante diez años de permanencia en Nueva York conociera y tratara con casi diaria frecuencia al extremo de darle en su casa hospitalidad, a José Martí. Dijo de cómo se hacía estimar y admirar el grande hombre y fue señalando detalles de la Conversación, de sus gustos y preferencias, descubriendo rasgos esenciales en la reconstrucción de su persona.

«Recuerdo como si fuera ayer, la primera vez que vi a Martí. Era yo jovencita de 18 años y le fui presentada en una reunión. No tenía ausencias de él, era para mí un señor cualquiera, un encuentro fortuito de sociedad. Mas a los pocos minutos de conversación, con habilidad que no he visto igualada, sin interrogatorio, había averiguado cuáles eran mis gustos, mis inclinaciones, mis esperanzas. Tocó la hora del arte, señaló precisamente las obras que me apasionaban. Discutió conmigo, cuadros, música y libros de la manera más natural, con absoluta sencillez, sin hacerse sentir la diferencia que existe entre una niña y un sabio. Del mismo modo se hizo conocer de mí. Pude apreciar al instante que era un hombre superior, de vastos conocimientos y de alma grande. Nunca desmintió aquella impresión primera. No quisiera dar aquí una idea de la frivolidad de Martín sin indicar las mil facetas de su espíritu, abierto a todas las manifestaciones de la vida y al punto me permitiré contar una anécdota que se seguro sus historiadores desconocen. Pocos días antes de mi matrimonio, me dijo Martí:

-Blanca: voy a pedirle un favor.

-Usted dirá. -dije.

-Quiero que me deje ver su trousseau.

-Bueno -exclamé-. Tal día irán mis amigas a casa; venga usted también, o un poco antes si le parece.

Y continúa la señora Baralt: «Llegó y con mi madre y mis hermanas estuvo examinando como un chiquillo vestidos y sombreros, haciendo un fino comentario y poniendo nombres a varios de ellos. Un tiempo después, encontrándome con mi marido, recordó la prenda que había vestido y me dijo: Veo que lleva usted el sombrerito casto. En otra ocasión reconoció el vestido discreto, o el abanico perverso, nombres puestos por él el día de la exposición del trousseau.

Yo le recuerdo -agrega la señora Baralt- como un joven de genio alegre, y sólo en los últimos tres o cuatro años, cuando pesaba sobre su alma las grandes preocupaciones y responsabilidades que entrañaban la idea de lanzar a su pueblo a la revolución donde tenían que morir muchos combatientes, se tornó grave y pensativo. En los meses que precedieron a la guerra del 95, cuando Martí era perseguido por el espionaje de la colonia, cambiaba de residencia a menudo para despistar a los agentes que le buscaban. Venía a veces a pedirnos albergue sabiendo que nuestra casa era la suya; y cuenta mi marido (Dr. Luis A. Baralt) que una noche en que Martí durmió en su cuarto con él, lo despertaron unos suspiros profundos y unos quejidos lastimeros.

-¿Que tiene, Martí?- le preguntó Luis alarmado. Abriendo los ojos exclamó: ¡Ay las madres, las madres, cuánta sangre y cuántas lágrimas van a correr en esta revolución a que voy a lanzar a mi país! Sentía el peso de la tempestad que iba a desencadenar y su alma sensible se condolía de los sufrimientos inherentes a la revolución.

Habla luego la señora Baralt de la gran facilidad que tenía Martí para escribir y comentar las obras y poemas escritos por él durante aquellos años. Refiere a su biblioteca, a sus libros predilectos, desde El Cuervo, de Poe, a Las noches, de Musset. Comenta sus gustos e inclinaciones.

José Martí 

Dice: Su preferencia por el chocolate, con poco azúcar, que acabamos de anotar, me recuerda sus aficiones gastronómicas. Como verdadero artista, Martí tenía una gran agudeza de los sentidos y el paladar estaba en él desarrollado al extremo. Era gourmet a lo Brillat-Savarin y sabía combinar el menú de la comida que hacía honor a la pericia de un embajador. Frugal en su sustento ordinario, cuando se trataba de obsequiar a sus amigos sabía elegir los platos más exquisitos y los vinos más raros, como experto que era en la materia. Conocía, a fuerza de buscarlos, los lugares de la metrópoli neoyorquina donde un especialista ignorado del gran público confeccionaba un plato suculento.

Imposible seguir a la señora Baralt en su interesantísima disertación sobre Martí, y trabajo de tan nobles y bellos aspectos en que la anécdota salta como chorro de oro, merece más bien la transcripción. La señora Baralt fue ovacionada al terminar la lectura.

La Sra. Durán Castillo

Leyó una selección de poemas de Martí la bella y distinguida dama señora Águeda Azcárate de Durán Castillo. A fe que el tino de lo escogido corrió parejo la admirable interpretación de la recitadora, a la que muy pocas veces hemos podido ver siquiera igualada en la lectura de versos de Martí.

Las señoritas García Orellana

Números de canto y piano, siguieron. La primorosa voz de la señorita Rosario García Orellana ofreció el lírico regalo de exquisitas canciones, acompañada al piano por su hermana María.

Poemas de la Mistral

Gabriela Mistral @Fuente Externa
Hubo un profundo silencio y comenzó la gran poetisa americana la lectura de sus poemas. Cruzaron por la sala, dejando en cada espíritu una trémula caricia de alados poemas:
Carta a Rodolfo Ortega; los nocturnos (tres composiciones bellísimas) El gesto, La pajarita y Canciones de Cuna… Al terminar, la concurrencia, puesta de pie, la ovacionó largo rato. Gabriela Mistral tiene el secreto de la palabra que sólo entiende el corazón. 

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