sábado, 7 de junio de 2008

LA TRAVIATA, 155 AÑOS DESPUÉS DE SU ESTRENO

Nace un artista.
Al Norte de Italia, al pié de los Alpes meridionales y donde el Po baña las planicies, están Lombardía, Piamonte y Venecia; regiones que se distinguen por su aire continental, de tierra firme. En un lugar de la campiña lombarda, cerca de Parma y Busseto, está Roncole; allí, el 10 de octubre de 1813 nació Giusseppe Verdi.

Hijo del posadero del pueblo, el niño, iba a disponer de magros recursos para su educación, así fue que, párvulo aun, ya oficiaba de acólito del cura. Parece ser que fue allí, entre repicar de campanas y sonidos de órgano, que le vino aquello de hilvanar melodías. Cuentan algunos autores, para dar fe de tal supuesto, que un día, durante el servicio religioso, el cura sorprendió a Giusseppe con las entendederas puestas en la música del órgano más que en sus deberes y que para hacerle volver de su embeleso le propinó al muchacho tal patada, que éste fue a caer sin sentido al pié del altar. Ese iba a ser, muy probablemente, su primer descalabro como artista.

Decidido a ser músico salió rumbo a Milán un día, aspiraba a un puesto en el Conservatorio; pero, ¡cosas de la vida! el aldeano fue rechazado por falta de musicalidad. Por suerte para sus sueños –y para los nuestros-, le fue otorgada una beca en Busseto. Concluido este período de estudios volvió a su villa natal y allí se ocupó de lo poco que podía hacer un músico por entonces en un paraje como aquel.

Cumplidos los veinticinco años de edad, Verdi, llegó a Milán con una ópera recién terminada bajo el brazo y en la mente una idea fija: conquistar el mundo. Un Giorno di Regno se titulaba aquel primer balbuceo que luego de su estreno cayó en el más hermético olvido. Pero a aquella seguirían otras, hasta contar veintiocho, y un Rey Lear que destruyó.

Nace una obra.
Alphonsine Plessis, fue el nombre de una despampanante y enloquecedora jovencita a quien la tisis le arrancó la vida, cuando tenía tan sólo veinticinco años de edad; Alejandro Dumas (h), fue su desquiciado amante y quien volcaría esta tragedia personal, pasando los hechos por el tamiz del artista, en la novela La Dama de las Camelias, que viera la luz en 1848. Alphonsine, fue entonces Margarita Gautier.

Cuatro años después de ser publicada la obra, el autor quiso convertirla en un drama, entonces fue así que en cinco actos Alphonsine-Margarita pisó por primera vez las tablas. El resonante éxito teatral llevaría a otros éxitos. Francesco María Piave, el experimentado libretista, tomó la pieza y en unos cuantos cortes y adiciones estuvo listo el guión para que Giusseppe Verdi concertara nota a nota los textos. Alphonsine-Margarita encarnó otra vez y entonces fue Violetta Valery.

La ópera de Verdi, con libreto de Piave y basada en La Dama de las Camelias de Dumas (h), llegaba al mundo con el nombre de La Traviata. Concebida en un lenguaje terrenal, cotidiano, y contando los hechos simples de la vida y la muerte, incorporó al mundo de la ópera algo nuevo para su época, una tendencia que sitúa la obra a un paso de lo que más tarde sería el “verismo”.

El argumento.
El preludio del Acto primero nos va dando las primeras claves, el aviso de lo que vendrá después; aparecen los temas que en el transcurso del drama se irán desarrollando. Temas de un gran lirismo romántico comienzan poco a poco a hurgar en nuestras almas.

La historia comienza en un salón de la casa de Violetta, donde ella y sus amigos se divierten. Alfredo Germont, el loco enamorado, se une al grupo y entonces Violetta se pregunta si vale la pena dejar todo aquello y corresponder a Alfredo. En el Recitativo y aria del final del Primer Acto, Violeta, luego de despedir a sus invitados, pone en la balanza su libertad de cortesana y el verdadero amor de Alfredo. Medita si valdría la pena estar “siempre libre” o disfrutar el dulce encierro del amor sincero.

En el Segundo Acto, finalmente Alfredo ha conquistado a Violeta y ambos viven en una casa cerca de París. Violeta ha renunciado al desorden que era su vida para dedicarse sosegadamente a Alfredo, quien declara que no hay felicidad para él si ella no está a su lado. Lunge da lei (lejos de ella) canta Alfredo en un aria bellísima.

Giorgio Germont, padre de Alfredo no ve con buenos ojos esta unión y viene, a escondidas de su hijo, a hablar con violeta; le suplica que no continúe con aquella locura, pues de seguir adelante con ella provocaría grandes desgracias en la familia: la ruina de la carrera de su hijo y la suspensión de la boda de su hija. Violeta, decide entonces abandonar a Alfredo, así se lo promete al padre de éste; pero, le faltan fuerzas para enfrentar a su amante y acude a dejarle una esquela, en la que miente cuando dice, que el brillo de su vida pasada se le hace irresistible y por adicción, se ve obligada a volver a ella.

Cuando el telón se abre por tercera y última vez, el drama se nos viene encima, el dolor de la historia nos invade. En la habitación de Violetta el médico trata de darle esperanzas a la moribunda; en eso, recibe una carta firmada por Giorgio Germont en la que le es anunciado que Alfredo, quien había sido desterrado por herir en duelo a otro de los personajes, está próximo a regresar a París. Ya a estas alturas Alfredo sabe del sacrificio de Violetta y corre a sus brazos a pedirle perdón por haberle juzgado mal, pero ya es demasiado tarde, Violeta muere en su regazo.

La obra imperecedera.
La Traviata se estrenó el día 6 de marzo de 1853, en Venecia, y aunque hoy es una de las obras más aplaudidas de Verdi, aquel día fue un rotundo fracaso. Hay quienes afirman que las causas estuvieron en el vestuario, puesto que en la escena los artistas llevaban las mismas modas que el público. El tenor que encarnó a Alfredo, estaba completamente disfónico, y como si fuera poco todo esto, la soprano que se desempeñó en el papel de violeta era una mujer de algunos kilos de más. Sólo de imaginarnos la escena final de Violeta puede venirnos la risa.

En aquel estreno, cuando el doctor declaró que Violetta moría de “enflaquecimiento”, la sala se vino abajo. Pero ese fracaso no sería más doloroso para Verdi que el puntapié que el cura de Roncole le había propinado hacía algunos años. El autor y su obra, se irguieron nuevamente, y La Traviata, se renovaría en cada puesta en escena, capaz de emocionarnos hasta el fin de los días.

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