Ojeando recuerdos
...carreras, columpios, los escondidos, los agarrados y martina una, martina dos el que no se escondió se quedó… y ni un minuto de lectura, escritura, geografía, historia… nada, pura diversión durante todo el año, mientras alfabetizaban.
Entre las primeras campañas
mesiánicas en las que Él metió a millones de cubanos -mientras dilapidaba los
activos y pasivos que había arrebatado a quienes construyeron la Isla y echaba
los cimientos de su poder vitalicio-, fue en aquella campaña de alfabetización,
ya antes había intentado desecar la Ciénaga de Zapata, pero esa idea no era
suya, otros antes que Él habían hablado y hecho planes para hacerlo… y por
suerte nunca se pudo materializar, porque visto lo visto y vivido lo vivido, si
hubieran convertido la Península de Zapata en una zona agrícola, el agua potable
de media Isla hubiera desaparecido… pero no es por ahí, sino por el rumbo de la
alfabetización por donde estaba escribiendo, aunque con Él sucede eso, fueron
tantas sus maldades que en los recuerdos se agolpan unas a otras. En fin, que
ahora cuando leo que muchos padres se preocupan porque sus hijos han dejado de
ir a la escuela como consecuencia de la pandemia y que no saben qué hacer con
ellos, me hicieron recordar mi más tierna infancia y adolescencia, misma que tuvieron
en la Isla millones de niños y adolescentes a partir de 1959.
En 1961, cuando se le ocurrió
aquella perversidad paralizó la educación, dejó las aulas sin maestros, y todos
-como después haría cada vez que le llegaba una de aquellas alucinaciones o «caprichos»
como le dijo una vez, eufemísticamente en un careo que le costó un «plan piyama»,
el más afrocubano de los expedicionarios del Granma-, todos los que sabían leer
y escribir tuvieron la «honrosa misión» de abandonar las tareas para las que
estaban capacitados y ponerse a alfabetizar.
De tal suerte que los niños
que como yo durante el año 1961 asistíamos a la «escuela pública», porque ya Él
se había apropiado de todos los centros de educación privados, tanto laicos
como religiosos, vimos que nuestras profes dejaron de ir a clases, ah, pero eso
sí, para alegría de la grey infantil llegaron unas «asistentes» que durante muchos
meses nos permitieron jugar a todo lo que juegan los niños y ni un minuto de
aburridas clases, recuerdo con mucha alegría aquellas llamadas «tablas
gimnásticas», en las que solíamos hacer unos ejercicios que casi siempre
incluían un batón largo, carreras, columpios, los escondidos, los agarrados y
martina una, martina dos el que no se
escondió se quedó… y ni un minuto de lectura, escritura, geografía, historia…
nada, pura diversión durante todo el año, mientras alfabetizaban a los que no
sabían leer y escribir… en realidad nosotros tampoco sabíamos, pero de eso no
nos dábamos cuenta arrebatados como estábamos por la alegría, o al menos si
alguien pensó en eso no lo dijo de tal forma que yo pudiera escucharlo.
En fin, que no se va a acabar
el mundo porque los niños dejen de ir a la escuela a cambio de protegerles la
salud, ninguno se va a traumatizar porque estén recogidos temporalmente al
cuidado de sus padres si sus padres mantienen muy firmes las riendas de la
educación de sus hijos. Mismas herramientas que le quitaron a mis padres y a
los padres de mis amiguitos y a todos los padres que vivieron en Cuba desde
1959. Fue el principio de una larga y enmarañada sustitución de valores, una
profunda conversión de la «Educación» en «Adoctrinamiento».
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La doctrina en los libros de alfabetización |
Yo me divertía y en eso
recuerdo que dábamos vivas a los superhéroes que en los comics y en la
televisión habían sustituido a Superman, al ratón Miquito y otros tantos y como
grandes momentos de aquel curso de 1961 nos llevaron a la playa dos veces, pero
no a una playa cualquiera, sino a Playa Girón, donde no pudimos nadar -que por
cierto es la playa más erizada que conozco-. Allí hicimos, durante la primera
visita, nuestra flamante «tabla gimnástica» para celebrar una victoria, y
durante la segunda enarbolamos banderas por otra y para escucharle decir a Él que
«Cuba era el primer territorio libre de analfabetismo de América», no recuerdo
si primero lo dijo en La Habana, pero allí, en Playa Girón, siguió siendo una
mesiánica mentira que retumba hasta el día de hoy.
Pero de eso vine a darme
cuenta muchísimos años después, cuando ya nada quedaba de mi infancia, mi
adolescencia ya no adolecía y la juventud se me iba gastando en arrugas.
Aquellos vivas y aquel curso de 1961 nos llevaron de la «Educación» a la «Doctrina»,
y en mi caso de la Escuela Metodista Luz, en la que mis padres me habían
puesto por libre elección al cuidado de los maestros Rosaura Parpal y Eleazar
Legrá, a la escuela pública impuesta, por encima de cualquier razonamiento en
la que nos inculcaban algo muy parecido a lo que contenían los manuales
Alfabeticemos y las cartillas Venceremos, que con temas muy
sugerentes, como «Fidel es nuestro líder», nos adoctrinaban.
Pero nada de esto le sucederá
a los padres e hijos que hoy viven en democracias, donde aún quedan espacios de
libertad para educar y donde difícilmente un niño, a pesar de los mil y un
problemas domésticos que esto pudiera implicar, tendrá que verse en el futuro en
la difícil encrucijada de enfrentar una «auto desprogramación de secta», no
necesitará poner en tela de juicio todo lo que le inculcaron en la escuela «gratuita»,
no tendrá que deslindar las «doctrinas» del «conocimiento universal», no tendrá
que reconocer entre la cizaña el trigo.
Los niños de hoy recordarán con
felicidad estos días en su adultez, no necesitarán enfrentarse a la realidad de
que su felicidad infantil estuvo marcada por la perversión del adoctrinamiento
obligatorio y de la pérdida de la patria potestad de sus padres. No tendrán que
descubrir con dolor y asombro que sirvieron de conejillos de indias en unos
mesiánicos experimentos propios de La
Isla del Dr. Moreau o de haber sido manipulados por los cerdos en una Rebelión
en la Granja.