Y este sería el mito fundacional que
sirvió para ocultar lo que en realidad fue la resignificación de los
productos de la música popular cubana. Como en un acto de magia, se le hizo
creer al público que estaba en presencia de un producto nuevo, «que venía de
África y que después de pasar por el barrio neoyorquino se había convertido en
Salsa». Los polvos mágicos hicieron desaparecer los dos
o tres siglos que ese producto llevaba en el mercado, y la varita mágica con
toques precisos borró de la memoria que esa era la música que se había bailado
desde siempre en medio mundo, incluido el Palladium Ballroom, el Red
Garter, en el Waldorf Astoria y en todos y cada uno de los episodios
de I Love Lucy. Pero todo esto fue relativamente fácil, porque por los
años 70´s del siglo XX Cuba había dejado de ser el centro de la industria
musical del Caribe a consecuencia del expolio perpetrado por FC contra los
propietarios de todas y cada una de las empresas que conformaban esa industria.
El naciente tirano tomó como botín del vencedor; entre muchas otras millonarias empresas, dos fábricas de discos, decenas
de estudios de grabaciones -incluidos los de radio, cine y televisión-, más de
una docena de sellos disqueros -a estas alturas casi todos de capital cubano-, salones
de bailes, centros nocturnos -que se contaban por decenas en todo el país-,
cabarets, cines, aires libres, clubes privados, y una larga lista que, con ese
orgullo felón que padecen los tiranos, apareció en las páginas de los
periódicos habaneros.
Al abolir la propiedad privada sobre todos
los medios de producción, dejó de existir la ley de la oferta y la demanda, y la
música, como el más preciado de los comóditis de la industria del
entretenimiento, que había transitado a gran velocidad por aquel camino durante
la Colonia y la República, descarriló definitivamente, se fue del mercado,
zozobró en la «economía marxista planificada», que «lamentablemente» era
compartida solo por los países del eje soviético, donde los bailadores nacen
con dos pies izquierdos, andan como niños envueltos sin mover la cintura hasta
edades muy avanzadas y donde la rumba, el son, el mambo, el cha cha chá, la
pachanga, etc., nunca fueron artículos de consumo masivo.
Entonces, en los 70´s, era fácil e
imperioso para el mercado darle un nombre de marca al producto nacido de un
mito y un genocidio cultural, y ese nombre fue y será Salsa.