Primero fueron las danzas[1]
Nuestra bella Isla es conocida hasta de los japoneses por su tabaco y su azúcar, y de aquí a algunos años no lo será menos por sus danzas. ¡Qué hermosa esperanza! (DM, 12 dic. 1847).Teniendo a la vista la colección del Diario de
la Marina (DM)[2], y saltándome a
los ojos las innumerables menciones que en sus páginas se hace de las danzas
cubanas,
compartiré en este acápite algunas de esas referencias, con la intención de
documentar la popularidad del género y sustentar que la música cubana fue la hegemónica
en el mercado internacional del entretenimiento desde la primera mitad del
siglo XIX.
Según nos dice Zoila Lapique, la más antigua
de las contradanzas publicadas en Cuba que ha llegado hasta nosotros, es de
autor anónimo y se titula La Matilde (1829), y como se puede leer en su
partitura contiene las células rítmicas A y B, según la tabla de Obdulio
Morales (Lapique 2008, 61): A) llamado también ritmo de tango o habanera
que consiste en una corchea con puntillo y semicorchea en el tiempo fuerte, y
dos corcheas en el tiempo débil, y B) tresillo de corcheas en el tiempo fuerte
y dos corcheas en el tiempo débil. Esto en cuanto a los contenidos. Por otra
parte, en su forma La Matilde tiene dos secciones de ocho compases
(A-B).
La otra partitura de gran importancia es El
esbelto talle de S… (1829) «en la que se utiliza la apócope de danza»
(Lapique 2008, 125). A partir de estos contenidos y formas se establecieron los
cánones que definieron el género, por lo que las partituras de cientos de danzas
llevaban en sus formas y contenidos estos y otros elementos que la imaginación
y la creatividad de los compositores fueron adicionando, pero sin romper estos
cánones. Estas y las miles de partituras que se imprimieron durante todo el
siglo XIX documentan las cualidades de la cosa.
Las
danzas habaneras se bailan por el mundo
El día 10 de diciembre de 1847, el DM
reprodujo una noticia aparecida en el periódico la Prensa, según la cual
en varias cartas recibidas en esa redacción procedentes de Madrid se decía que
«en todos los salones de la corte (había) sido admitida con entusiasmo la danza
cubana», conocida allí como, La Habanera, que se bailaba «alternando
con la escocesa, los rigodones, el Wals de Strauss, la contradanza española, la
polca etc.», pero todos estaban conformes «en que Las Habaneras estaban
«decididamente de moda» y que uno de los habaneros residentes en la corte que
más bailaba, era el joven D. Cayetano Montoro, muy conocido en los salones de
la sociedad habanera. Dos días después, el mismo periódico publicó un
enjundioso artículo en el que se documenta la expansión de la danza cubana
por el Caribe y el mundo:
(DM, 12 dic. 1847). Veinte años hace que (naciera) y que
domina como señora absoluta en esta tierra clásica del baile, donde no hay
placer completo en ninguna línea si Terpsícore no le consagra, donde un calor
de veinte y ocho grados no arredra a los danzarines. Y no son solo los criollos
los que se someten a su imperio: los extranjeros, sean del norte o del
mediodía, sacrifican fervorosos en sus altares, y meciéndose a su compás llaman
frío al rigodón, necia a la mazurka y extravagante a la polka. […].
El año 1846 no se bailaba en Venezuela más
que la antigua contradanza española y la cuadrilla francesa, cuando llegó de
Puerto Rico a la Guaira el bergantín Jason, que llevaba a su bordo, junto con
el capitán Velazco, portador del tratado de Reconocimiento, varios oficiales de
mar y tierra y una banda militar; concurrió esta a los bailes que, entre otros
obsequios ofreció el pueblo venezolano entusiasmado a los jóvenes oficiales españoles,
quienes, decididos por la danza cubana, señora desde mucho tiempo antes en los
salones de la isla de Borinquen, la bailaron varias ocasiones, y hoy es poco
menos que exclusiva en toda la república. La
sociedad de buen tono de Madrid cede ya a su influencia; las gallardas hijas
del Manzanares, de ojos negros y talles flexibles, no renunciarán ya nunca al
baile cubano, de ellas lo aprenderán las francesas, y de estas lo extenderán al
resto del mundo. Nuestra bella Isla es conocida hasta de los japoneses por su
tabaco y su azúcar, y de aquí a algunos años no lo será menos por sus danzas.
¡Qué hermosa esperanza!
Y el día 1 de junio de 1847, un hermoso
artículo bajo el título de Alameda de Paula, documenta el modo natural
en que las danzas cubanas se habían integrado ya durante la primera
mitad del siglo XIX al repertorio de las bandas extranjeras que pasaban por
Cuba:
(DM, 1 jun.
1847). Sabida es la
lucida concurrencia que favorece en las deliciosas noches de luna el lindo
salón-paseo de esta preciosa alameda, que puede decirse ha conseguido un
verdadero triunfo pues no desdeñan pasear en él nuestras más visibles y
elegantes jóvenes, siendo este acaso el único paraje, además de la iglesia,
donde hayan posado muchas sus diminutos piececitos. Es cierto que este poético
paseo, que puede llamarse el de las Damas, reúne la ventaja de lo escogido de
las personas que asisten siempre a él, la hora de 9 a 10, en que va notándose
ya el silencio de la ciudad, hace sea más perceptible el suave murmullo que
forman las plateadas olas, acariciando muellemente esta misteriosa orilla,
desde la cual se contempla en estos momentos (en que es mayor la concurrencia)
uno de los paisajes más encantadores que puede crear la imaginación más
entusiasta.
A todos estos atractivos, reúnese el de la
música, pues la escuadrilla francesa[3], haciéndose cargo sin duda de lo grata y
oportuna que sería en este pintoresco sitio, y llevada puramente de un
pensamiento galante, hace que algunas noches se embarque en una lancha, y
aproximándose a la orilla, toque varias piezas, alternando las contradanzas
francesas y cubanas con la jota aragonesa y algunos aires nacionales de
Francia.
En otra columna del mismo número, aparece la
nota que transcribo a continuación, la que se explica por sí misma, y que puede
darnos una idea de por dónde le llegó lo «italianizante» a la música cubana:
(DM, 1 jun. 1847). Los aficionados y maestros
verán en otra parte del periódico un anuncio de los Sres. Edelmann y compañía,
que no podemos menos de recomendar a cuantos quieran hacerse de la música más
apreciada del día. Sobre todo, recomendaremos a nuestras hermosas las bellas
piezas para canto y otras para piano recientemente publicadas: entre las primeras
el rondó de los Lombardos,
la cavatina de soprano de Hernani, la romanza de Linda
transportada para mezzo soprano y otra romanza de la Maritana de Mr.
Wallace, con letra castellana. Tampoco deben olvidarse de las danzas nuevas
arregladas para piano; la moda requiere que toda bella sepa tocar al menos
cinco; y al fin, contradanzas bien tocadas, también se ganan corazones, ¿y cuál
es la cubana que no quiere conquistarlos? Lean el anuncio y escojan, ad
libitum.
Y días después el localista nos dice
lo siguiente:
Noticias Locales. Álbum de contradanzas
cubanas. (DM, 19 may.
1848). Hemos recibido la primera entrega de la colección de danzas originales
que con este título dan a luz algunos jóvenes músicos. Contienen tres danzas
para piano, Mis Recuerdos,
por Eusebio de Ayala; Las Quejas, por Quionófilo, y el Álbum, por
Ventura de Mira; todas ellas bellamente litografiadas, y adornadas con bonitas
viñetas. El interés que nuestras hermosas se toman por este género de
composiciones nos hace copiar, ad pedem litterae, el prospecto del
Álbum, que no dudamos ha de merecer su decidida protección.
«Esta publicación tiene por objeto
proporcionar al bello sexo habanero, a un precio módico, una colección de las
mejores contradanzas originales, y facilitarle al mismo tiempo la oportunidad
de duplicar sus composiciones.
Esto, y el alto precio a que siempre se han
vendido las contradanzas, es lo que ha estimulado a varios jóvenes a emprender
esta publicación. Saldrá a la luz una entrega cada semana, al precio de dos
pesetas sencillas, adelantadas, al mes».
Y más ópera y más danzas:
Bella música. (DM, 29 jun. 1850). En el almacén de
Edelmann y compañía pueden encontrarse entre otras piezas de mérito las
siguientes, que notamos en obsequio de nuestras lectoras filarmónicas: Dúo de
soprano y tenor del primer acto de los Hugonotes, Gran dúo del
tercer acto de ídem. Coro de brujas del final del primer acto de Macbeth, La bella Angélica, danza, y el Jigote, danza muy
sandunguera.
Estas noticias confirman que, en Cuba, la
música que se componía se imprimía y se vendía, convirtiéndose esos papeles
impresos en piezas que documentan la existencia de una música propiamente
cubana y al ser realizados en el mercado, en productos de la MPPC. Más aún, la polka
se bailó en el Tacón un día y al otro estaban bailando en Madrid polkas
habaneras. Claro que es una metáfora, pero muy bien sustentada por lo que
documentó el Localista en la siguiente nota:
La Matilde[4]. (DM. abr. 1849). Leemos en la Prensa: «Según nos ha informado D. Juan Benedetti, músico mayor de la
banda del regimiento Nápoles, parece que en la noche del martes próximo aquella
tocará en la retreta una polka habanera titulada La Matilde,
publicada en Madrid por D. Vicente María Riesgo después de su colección de
valses titulada ¡Un año en la vida! Dicha polka habanera será la
última pieza que se toque en la retreta del martes venidero.
Es cierto que sin la partitura por delante no
es posible hacer juicios acertados; sin embargo, por algo el compositor le
habría endilgado la «denominación de origen» a aquella polka, una danza,
que en su primera aparición en La Habana no entusiasmó[5], por lo que cabe la duda razonable de que
algo propio de la música de Cuba se le había incorporado a aquella polka
para poder ofertársela al público como habanera. Algo de las formas y
los contenidos de las danzas habaneras debió tener aquella polka,
un género que por entonces era nuevo, posiblemente dado a conocer en Bohemia y
recién puesto de moda en Praga, y que se bailó por primera vez en el Tacón
en 1844, pero las danzas habaneras habían permanecido en los oídos del
público por casi medio siglo. No es posible pensar que, si sonaba como una polka
cualquiera, se le ocurriera al compositor decir que era habanera y
tocarla en la retreta de la Plaza de Armas en La Habana (DM, 27 abr. 1849). Aquella pieza era el representamen
que contenía los signos que los interpretantes eran capaces de inteligir
como danza cubana y no como polka únicamente.
Y más anuncios de danzas en los
bailes. Según la nota (DM, 03 jul.
1850), en los bailes de las fiestas de Santiago y Santa Ana que se realizarían
en Guanabacoa, se interpretarían tres danzas coreadas compuestas por el
profesor de piano Sr. Saumell.
Y más danzas a la venta. Estas dos que siguen
son una muestra de que ya desde entonces, los sucesos del día eran un buen tema
para la creación musical:
Los Filibusteros. (DM, 14 jul. 1850). El profesor de música D.
José Oriol Rivas ha compuesto una danza con este título atroz. La segunda parte
es coreada y expresa el entusiasmo con que fueron atacados y puestos en fuga
aquellos enemigos[6]. Está bien litografiada con una viñeta
alusiva y se vende en casa del autor, calle de Acosta núm. 89, y en los
almacenes de Maristany y Edelmann.
Los voluntarios[7].
Después de haber visto «Los filibusteros», llegan «Los voluntarios» haciéndoles
fuego con una estrepitosa y hermosa danza compuesta por el acreditado profesor
D. José Sierra. Está muy bien litografiada con una viñeta y dedicada a la
Excma. Sra. condesa de Fernandina. Véndese en la hermosa tienda «La Gran
Señora» y en varios almacenes de música.
Entre los muchos distinguidos y famosos artistas que visitaron La
Habana, estuvo Luigi Arditi (1822-1903), un violinista,
compositor y director de orquesta italiano que llegó a esa ciudad en 1846 con
la primera compañía italiana que Francisco Marty y Torrens contrató para
trabajar en el Gran Teatro de
Tacón. Allí, Arditi dirigió durante cinco
memorables temporadas (1846-1851), en las que se presentaron algunas de las más
deslumbrantes voces de la ópera europea de entonces, un hecho que Arditi
describió en sus memorias de la manera siguiente:
Cuando miro
hacia atrás a esos conjuntos, en los que estábamos orgullosos de incluir
artistas de primera clase como Steffenone, Bosio, Salvi, Geremia, Bettini,
Badiali y Marini, todos los cuales lograron éxitos completos y brillantes en
Europa más tarde, no dudo en decir que nunca, por el momento y el lugar, habría
sido posible obtener representaciones operísticas más admirables que las de
esta compañía en particular[8] (Arditi 1896,
9).
Así, en el verano de 1849, el maestro italiano ya les había tomado el gusto
y el «peso» a las danzas cubanas y la prensa lo hizo saber en notas como las que inserto a
continuación:
El Sr. Arditi.
(DM, 20 abr. 1849). Este joven artista, querido del público
habanero, está componiendo dancitas a toda prisa y con éxito sumamente
satisfactorio. Ténganlo presente los aficionados, así como sus lecciones de
piano, violín y canto. El Sr. Arditi vive en la calle Águila núm. 181.
Escauriza. (DM, 15 may.
1849). Efectivamente, anoche se tocó en este baile la danza del
apreciable artista Sr. Arditi El Incendio, produciendo un efecto
sorprendente. El mismo Arditi tocaba la campana y el pito de serenos, y nos han
asegurado algunos concurrentes de inteligencia que, en medio del alboroto de
pitos, cornetas, y campanas, y chispear del incendio, que estaba en su punto,
se distinguía una cadencia armoniosa y animadora que tenía a toda la
concurrencia bailando y quemándose. Estos bailes se están haciendo cada vez más
atractivos por las novedades que ofrecen y la multitud de bonitas muchachas que
los animan.
Y para terminar por ahora con los bailes del
café Escauriza, citaré dos notas en las que aparecen las palabras Danzón y merengue respectivamente,
para referirse a dos danzas.
Escauriza. (DM, 4 abr. 1850). A las diez menos
cuarto pasábamos anoche por el frente del Café y nos pareció que sus altos
salones estaban muy concurridos y que se bailaba con animación. No se puede
dudar que este local ofrece un buen recurso de diversión a mucha parte de la
juventud de los barrios de extramuros, que alegre y honestamente se recrea en
él al compás de la deliciosa danza cubana. He aquí un comunicadito que nos
remite un suscriptor:
«La comparsa nombrada Tropical estuvo anoche bastante lucida, pues a eso
de las doce entró en Escauriza y
bailó un Danzón, haciendo en él muy lindas figuras. Cada una de las
señoritas llevaba en las manos una pucha de flores y sus compañeros unas
banderitas españolas. Esperamos que el domingo vuelva a presentarse esa
graciosa comparsa. De V. Un suscriptor».
Escauriza. (DM, 2
nov. 1852). Más animado aun que el anterior estuvo el baile de sala que
tuvo efecto anoche en ese hermoso local, si bien es cosa ya por demás sabida
que el número de sus favorecedores aumenta más y más en cada baile hasta llegar
a formar aquellas formidables y compactas masas de humanidades de ambos sexos
que apenas caben en los espaciosos salones y que en un abrir y cerrar de ojos
consumen por medio del arte masticatorio todo el suculento repuesto de la fonda
del dicho establecimiento. Celebraciones en general mereció anoche la orquesta,
con justicia, y en particular la sabrosa danza La dulce piña, que un desaforado bailarín importó de
Puerto Rico, arreglándola a nuestra escena filarmónica. La dulce piña da a
conocer que las piñas de nuestra ínsula hermana son tan dulces como las
nuestras, y que por allá no se aprecia menos que por acá el delicioso sabor del
merengue.
Pero no
solamente en los bailes se tocaron las danzas del popular Arditi, sino
que también las hizo sonar a toda orquesta en el Gran Teatro de Tacón:
(DM, 17 may.
1849). […] Por último, se tocó por la orquesta la imitativa
danza del Sr. Arditi titulada El incendio, que se estrenó pocos días
antes en el baile de Escauriza, y aquí como allí produjo grande efecto toda
ella, principalmente su introducción, porque los pitos de los serenos, las
cornetas de los bomberos, y las campanas, y el ruido, y los murmullos de las
gentes estaban imitados cuanto era dable en tan corto período; y tanto gustó a
la concurrencia, y tantos aplausos dieron a su autor, que agradecido este a tan
señaladas muestras de contento la hizo repetir, en vez de la obertura
anunciada, y obtuvo los mismos animados sufragios.
Y como todo lo
que se tocaba y gustaba, se imprimía y vendía, pocos días después de su estreno
se anunciaba lo siguiente:
Danzas de Arditi. (DM, 30 may.
1849). Hemos recibido un ejemplar de cada una de las siguientes danzas: El incendio,
la Angélica, La bruja y el brujo y Tancredi, compuestas
por el Sr. Arditi y litografiadas con primor en la litografía del Comercio. Se
venden en los almacenes de música de Edelmann, de Maristany y de Esperez. Estas
danzas no pueden ser más lindas.
Y más danzas de Arditi:
Danzas cubanas. (DM, 21 jul. 1849). La danza cubana forma la
delicia de nuestra juventud, ha sido cantada por nuestros poetas y aplaudida
por todos los que saben bailar y sentir, se baila en Europa, su música se
tararea en las calles de Madrid, se compone por los artistas de todas las
naciones, y aunque pocos saben darle la gracia, la zandunga que le dan los
nuestros hay sin embargo algunos que lo consiguen: prueba de esto es el señor
Arditi, que ha compuesto algunas de las más bellas, como son el Incendio, el Avisador, la
Bruja y el brujo, la Angélica, el Tancredo, la Chuchina
y el Encanto, que se venden en los almacenes de música de los señores
Edelmann y Maristany, y en la imprenta del Avisador.
Y las danzas
de Arditi en la retreta:
Retretas. (DM, 12 jun. 1849). La de anoche en
Paula estuvo muy concurrida, tocando la música de artillería varias lindas
piezas, entre otras la bullanguera danza El incendio.
Entre las últimas danzas cubanas que
Arditi compuso y estrenó en Cuba, estuvo Los tambores, una pieza que
hizo interpretar a toda orquesta en el Tacón, y que causó el máximo
entusiasmo en el público y no dejó nada que desear. El concierto fue el 20 de
febrero de 1851 y el cronista lo contó así:
(DM, 22
feb. 1851). […], y
queriendo el beneficiado (Arditi) dar muestras de sus buenos deseos por
complacer a tan benigno público no solo tuvo la buena ocurrencia de repetir su
antigua danza El incendio, cuya introducción imitativa agradó tanto,
sino que compuso para esta noche un gran wals sobre motivos de la ópera
favorita del público, Hernani[9], que gustó
bastante, y otra danza titulada Los Tambores, porque en efecto estaba
acompañada por veinte de estos instrumentos de ruido. […].
Compuesta,
estrenada, aplaudida e impresa: ese parecía ser el proceso lógico de toda la
música que se hacía en La Habana:
Los tambores. (DM, 21 mar.
1851). Fue el título de la danza que acaba de dar a luz el Sr. Arditi. Dicha
danza ha sido tocada ya en algunos lugares públicos y por su originalidad ha
llamado la atención general, gustando mucho. Véndese en el almacén de música de
Edelmann y en la litografía del Comercio.
Esta no iba a ser una moda pasajera en la
obra de Arditi, algunas de estas danzas aparecen en su catálogo
definitivo; una es, Scherzo, sobre melodías cubanas, para violín y
contrabajo, que compuso junto al contrabajista Giovanni Bottesini; y otra, Cuban
Dances, en la que incluye algunas de sus danzas más populares (Arditi 1896,
324).
El 26 de febrero de 1848 se presentó en el Circo
habanero un Concierto Monstruo -del que ya escribí en el acápite del
Teatro Villanueva-, en el que participaron artistas locales y visitantes
de primer cartel, y en el que, según el cronista, también se tocaron danzas
cubanas:
(DM. 29 feb. 1948). Obtuvo grandes aplausos la linda danza de
despedida, compuesta por Herz, también a ocho pianos y banda militar,
que a esta hora se tocará en más de cien pianos en la Habana, porque su autor
la repartió con profusión a todos los concurrentes a su concierto.
En este concierto, no solamente fueron
interpretadas danzas cubanas escritas por compositores extranjeros, sino que
estas tuvieron formatos instrumentales de concierto y sus partituras para piano
fueron repartidas al público, propiciando su divulgación como lo menciona el
párrafo citado anteriormente. Debo insistir aquí, que en esta época la palabra danza
era ya el nombre de marca de las danzas habaneras, o danzas
cubanas, por lo que cualquier otra música para bailar o danzar era
mencionada por su nombre, fueran estas polcas, valses, mazurcas,
rigodones etc. Danzas eran solo las danzas cubanas.
Entonces, las retretas formaban parte del paisaje sonoro de La Habana. La
Alameda, la Plaza de Armas y el Circo[10] fueron los tres escenarios más populares
durante los 40´s y 50´s, y allí el repertorio se estandarizó como se puede ver
en los tres anuncios que inserto a continuación:
Retreta. (DM, 24 abr. 1850). En la noche de
mañana la excelente música de la Brigada de Artillería tocará las siguientes
bonitas piezas:
1º. Terceto de Hernani
2º. Dúo de tiple y tenor de la Adelaida
3º. Aria de tiple de Macbeth
4º. Danza la Chispa.
Retreta. (DM, 13 jul. 1850). Véase el programa de la
que tocará el sábado la banda de artillería:
1º. Coro y terceto
final del Hernani.
2º.
Polka la Primorosa.
3º.
Final del primer acto de Nabuco.
4º.
Contradanza cubana La Dorila[11].
5º. Aria de tiple de los Lombardos.
Retreta. (DM, 14 jul. 1850). La banda del
regimiento de Nápoles, número 2, tocará mañana domingo (14 jul.) en la alameda
de Paula las siguientes piezas:
1º. Obertura de la
ópera Nabucodonosor.
2º. Escena y
cavatina de tiple del primer acto de Hernani
3º. Coro de brujas
y final del tercer acto de Macbeth.
4º. «La flor de la
canela», canción andaluza.
5º. Danza dedicada
a la milicia urbana (suplicada su repetición).
[1] En el
Anuario Histórico Cubano-Americano, de la AHCE, no. 5, 2021, pp.
108-118, he publicado un artículo con el título: «Primero fueron las danzas: La
hegemonía de la música cubana en el mercado del entretenimiento desde la
primera mitad del siglo XIX», del que he tomado indiscriminadamente
algunos de sus párrafos y los he integrado en este capítulo.
[2] Diario de la Marina (DM). 1844-1961. [En línea]
[Fecha de consulta 11 de jul. de 2020]
Disponible en: https://www.dloc.com/UF00001565/06350/allvolumes?search=cuba
[3] Se
refiere a alguna de las muchas naves francesas de guerra que permanecían
temporalmente en La Habana, según la nota del DM de 13 jun. 1847, por
esos días se encontraban surtos en el puerto las escuadrillas francesas de la
fragata Androméde; del bergantín Mercure, del vapor Styx y
de la corbeta Laperouse.
[4] En este
caso los indicios son suficientes para determinar que esta Matilde
no es la misma que se dio a conocer en 1829.
[5]
La impresión que hizo en los espectadores no fue grande, puesto que ni se
aplaudió con entusiasmo ni se pidió repetición. DM, 23 oct. 1844
[6] Se
refiere a la expedición que desembarcó en Cárdenas, al mando de Narciso López,
el 19 de mayo de 1850. López izó en aquella ciudad por primera vez la que se
convertiría en la bandera cubana.
[7] Ídem
nota 166
[8] Este y
todos los textos originales en inglés e italiano los traduje con Google y los
edité de acuerdo con mi interpretación.
[9] Debo
aclarar aquí que en el DM siempre se escribió Hernani para
referirse a la ópera que Verdi tituló Ernani, basada en el drama de
Shakespeare titulado Hernani.
[10] Nin y
Pons impulsó la construcción de una plazoleta frente a su Teatro del Circo,
en la que, a partir de abril de 1852, comenzaron las retretas con la orquesta
del propio teatro, dirigida entonces por Evaristo Diez, aunque fue de corta
duración. Cfr.: DM, 29 abr. 1852.
[11] Sindo
Garay, en sus romerías por la isla de Santo Domingo (1896), dice haber conocido
una canción con este título, que le adjudica al compositor dominicano Alberto
Vázquez. ¿Será la misma Dorila que primero fue una danza y
después criolla? (León 2009, 63)