viernes, 17 de enero de 2025

LA HEGEMONÍA DE LA MÚSICA CUBANA DESDE LA PRIMERA MITAD DEL S. XIX (1 de 3)

Primero fueron las danzas[1]

Nuestra bella Isla es conocida hasta de los japoneses por su tabaco y su azúcar, y de aquí a algunos años no lo será menos por sus danzas. ¡Qué hermosa esperanza! (DM, 12 dic. 1847).

Teniendo a la vista la colección del Diario de la Marina (DM)[2], y saltándome a los ojos las innumerables menciones que en sus páginas se hace de las danzas cubanas, compartiré en este acápite algunas de esas referencias, con la intención de documentar la popularidad del género y sustentar que la música cubana fue la hegemónica en el mercado internacional del entretenimiento desde la primera mitad del siglo XIX.

Formas y contenidos

Según nos dice Zoila Lapique, la más antigua de las contradanzas publicadas en Cuba que ha llegado hasta nosotros, es de autor anónimo y se titula La Matilde (1829), y como se puede leer en su partitura contiene las células rítmicas A y B, según la tabla de Obdulio Morales (Lapique 2008, 61): A) llamado también ritmo de tango o habanera que consiste en una corchea con puntillo y semicorchea en el tiempo fuerte, y dos corcheas en el tiempo débil, y B) tresillo de corcheas en el tiempo fuerte y dos corcheas en el tiempo débil. Esto en cuanto a los contenidos. Por otra parte, en su forma La Matilde tiene dos secciones de ocho compases (A-B).

La otra partitura de gran importancia es El esbelto talle de S… (1829) «en la que se utiliza la apócope de danza» (Lapique 2008, 125). A partir de estos contenidos y formas se establecieron los cánones que definieron el género, por lo que las partituras de cientos de danzas llevaban en sus formas y contenidos estos y otros elementos que la imaginación y la creatividad de los compositores fueron adicionando, pero sin romper estos cánones. Estas y las miles de partituras que se imprimieron durante todo el siglo XIX documentan las cualidades de la cosa.

Las danzas habaneras se bailan por el mundo

El día 10 de diciembre de 1847, el DM reprodujo una noticia aparecida en el periódico la Prensa, según la cual en varias cartas recibidas en esa redacción procedentes de Madrid se decía que «en todos los salones de la corte (había) sido admitida con entusiasmo la danza cubana», conocida allí como, La Habanera, que se bailaba «alternando con la escocesa, los rigodones, el Wals de Strauss, la contradanza española, la polca etc.», pero todos estaban conformes «en que Las Habaneras estaban «decididamente de moda» y que uno de los habaneros residentes en la corte que más bailaba, era el joven D. Cayetano Montoro, muy conocido en los salones de la sociedad habanera. Dos días después, el mismo periódico publicó un enjundioso artículo en el que se documenta la expansión de la danza cubana por el Caribe y el mundo:

(DM, 12 dic. 1847). Veinte años hace que (naciera) y que domina como señora absoluta en esta tierra clásica del baile, donde no hay placer completo en ninguna línea si Terpsícore no le consagra, donde un calor de veinte y ocho grados no arredra a los danzarines. Y no son solo los criollos los que se someten a su imperio: los extranjeros, sean del norte o del mediodía, sacrifican fervorosos en sus altares, y meciéndose a su compás llaman frío al rigodón, necia a la mazurka y extravagante a la polka. […].

El año 1846 no se bailaba en Venezuela más que la antigua contradanza española y la cuadrilla francesa, cuando llegó de Puerto Rico a la Guaira el bergantín Jason, que llevaba a su bordo, junto con el capitán Velazco, portador del tratado de Reconocimiento, varios oficiales de mar y tierra y una banda militar; concurrió esta a los bailes que, entre otros obsequios ofreció el pueblo venezolano entusiasmado a los jóvenes oficiales españoles, quienes, decididos por la danza cubana, señora desde mucho tiempo antes en los salones de la isla de Borinquen, la bailaron varias ocasiones, y hoy es poco menos que exclusiva en toda la república. La sociedad de buen tono de Madrid cede ya a su influencia; las gallardas hijas del Manzanares, de ojos negros y talles flexibles, no renunciarán ya nunca al baile cubano, de ellas lo aprenderán las francesas, y de estas lo extenderán al resto del mundo. Nuestra bella Isla es conocida hasta de los japoneses por su tabaco y su azúcar, y de aquí a algunos años no lo será menos por sus danzas. ¡Qué hermosa esperanza!

Y el día 1 de junio de 1847, un hermoso artículo bajo el título de Alameda de Paula, documenta el modo natural en que las danzas cubanas se habían integrado ya durante la primera mitad del siglo XIX al repertorio de las bandas extranjeras que pasaban por Cuba:

(DM, 1 jun. 1847). Sabida es la lucida concurrencia que favorece en las deliciosas noches de luna el lindo salón-paseo de esta preciosa alameda, que puede decirse ha conseguido un verdadero triunfo pues no desdeñan pasear en él nuestras más visibles y elegantes jóvenes, siendo este acaso el único paraje, además de la iglesia, donde hayan posado muchas sus diminutos piececitos. Es cierto que este poético paseo, que puede llamarse el de las Damas, reúne la ventaja de lo escogido de las personas que asisten siempre a él, la hora de 9 a 10, en que va notándose ya el silencio de la ciudad, hace sea más perceptible el suave murmullo que forman las plateadas olas, acariciando muellemente esta misteriosa orilla, desde la cual se contempla en estos momentos (en que es mayor la concurrencia) uno de los paisajes más encantadores que puede crear la imaginación más entusiasta.

A todos estos atractivos, reúnese el de la música, pues la escuadrilla francesa[3], haciéndose cargo sin duda de lo grata y oportuna que sería en este pintoresco sitio, y llevada puramente de un pensamiento galante, hace que algunas noches se embarque en una lancha, y aproximándose a la orilla, toque varias piezas, alternando las contradanzas francesas y cubanas con la jota aragonesa y algunos aires nacionales de Francia.

En otra columna del mismo número, aparece la nota que transcribo a continuación, la que se explica por sí misma, y que puede darnos una idea de por dónde le llegó lo «italianizante» a la música cubana:

(DM, 1 jun. 1847). Los aficionados y maestros verán en otra parte del periódico un anuncio de los Sres. Edelmann y compañía, que no podemos menos de recomendar a cuantos quieran hacerse de la música más apreciada del día. Sobre todo, recomendaremos a nuestras hermosas las bellas piezas para canto y otras para piano recientemente publicadas: entre las primeras el rondó de los Lombardos, la cavatina de soprano de Hernani, la romanza de Linda transportada para mezzo soprano y otra romanza de la Maritana de Mr. Wallace, con letra castellana. Tampoco deben olvidarse de las danzas nuevas arregladas para piano; la moda requiere que toda bella sepa tocar al menos cinco; y al fin, contradanzas bien tocadas, también se ganan corazones, ¿y cuál es la cubana que no quiere conquistarlos? Lean el anuncio y escojan, ad libitum.

Y días después el localista nos dice lo siguiente:

Noticias Locales. Álbum de contradanzas cubanas. (DM, 19 may. 1848). Hemos recibido la primera entrega de la colección de danzas originales que con este título dan a luz algunos jóvenes músicos. Contienen tres danzas para piano, Mis Recuerdos, por Eusebio de Ayala; Las Quejas, por Quionófilo, y el Álbum, por Ventura de Mira; todas ellas bellamente litografiadas, y adornadas con bonitas viñetas. El interés que nuestras hermosas se toman por este género de composiciones nos hace copiar, ad pedem litterae, el prospecto del Álbum, que no dudamos ha de merecer su decidida protección.

«Esta publicación tiene por objeto proporcionar al bello sexo habanero, a un precio módico, una colección de las mejores contradanzas originales, y facilitarle al mismo tiempo la oportunidad de duplicar sus composiciones.

Esto, y el alto precio a que siempre se han vendido las contradanzas, es lo que ha estimulado a varios jóvenes a emprender esta publicación. Saldrá a la luz una entrega cada semana, al precio de dos pesetas sencillas, adelantadas, al mes».

Y más ópera y más danzas:

Bella música. (DM, 29 jun. 1850). En el almacén de Edelmann y compañía pueden encontrarse entre otras piezas de mérito las siguientes, que notamos en obsequio de nuestras lectoras filarmónicas: Dúo de soprano y tenor del primer acto de los Hugonotes, Gran dúo del tercer acto de ídem. Coro de brujas del final del primer acto de Macbeth, La bella Angélica, danza, y el Jigote, danza muy sandunguera.

Estas noticias confirman que, en Cuba, la música que se componía se imprimía y se vendía, convirtiéndose esos papeles impresos en piezas que documentan la existencia de una música propiamente cubana y al ser realizados en el mercado, en productos de la MPPC. Más aún, la polka se bailó en el Tacón un día y al otro estaban bailando en Madrid polkas habaneras. Claro que es una metáfora, pero muy bien sustentada por lo que documentó el Localista en la siguiente nota:

La Matilde[4]. (DM. abr. 1849). Leemos en la Prensa: «Según nos ha informado D. Juan Benedetti, músico mayor de la banda del regimiento Nápoles, parece que en la noche del martes próximo aquella tocará en la retreta una polka habanera titulada La Matilde, publicada en Madrid por D. Vicente María Riesgo después de su colección de valses titulada ¡Un año en la vida! Dicha polka habanera será la última pieza que se toque en la retreta del martes venidero.

Es cierto que sin la partitura por delante no es posible hacer juicios acertados; sin embargo, por algo el compositor le habría endilgado la «denominación de origen» a aquella polka, una danza, que en su primera aparición en La Habana no entusiasmó[5], por lo que cabe la duda razonable de que algo propio de la música de Cuba se le había incorporado a aquella polka para poder ofertársela al público como habanera. Algo de las formas y los contenidos de las danzas habaneras debió tener aquella polka, un género que por entonces era nuevo, posiblemente dado a conocer en Bohemia y recién puesto de moda en Praga, y que se bailó por primera vez en el Tacón en 1844, pero las danzas habaneras habían permanecido en los oídos del público por casi medio siglo. No es posible pensar que, si sonaba como una polka cualquiera, se le ocurriera al compositor decir que era habanera y tocarla en la retreta de la Plaza de Armas en La Habana (DM, 27 abr. 1849). Aquella pieza era el representamen que contenía los signos que los interpretantes eran capaces de inteligir como danza cubana y no como polka únicamente.

Y más anuncios de danzas en los bailes. Según la nota (DM, 03 jul. 1850), en los bailes de las fiestas de Santiago y Santa Ana que se realizarían en Guanabacoa, se interpretarían tres danzas coreadas compuestas por el profesor de piano Sr. Saumell.

Y más danzas a la venta. Estas dos que siguen son una muestra de que ya desde entonces, los sucesos del día eran un buen tema para la creación musical:

Los Filibusteros. (DM, 14 jul. 1850). El profesor de música D. José Oriol Rivas ha compuesto una danza con este título atroz. La segunda parte es coreada y expresa el entusiasmo con que fueron atacados y puestos en fuga aquellos enemigos[6]. Está bien litografiada con una viñeta alusiva y se vende en casa del autor, calle de Acosta núm. 89, y en los almacenes de Maristany y Edelmann.

Los voluntarios[7]. Después de haber visto «Los filibusteros», llegan «Los voluntarios» haciéndoles fuego con una estrepitosa y hermosa danza compuesta por el acreditado profesor D. José Sierra. Está muy bien litografiada con una viñeta y dedicada a la Excma. Sra. condesa de Fernandina. Véndese en la hermosa tienda «La Gran Señora» y en varios almacenes de música.

Entre los muchos distinguidos y famosos artistas que visitaron La Habana, estuvo Luigi Arditi (1822-1903), un violinista, compositor y director de orquesta italiano que llegó a esa ciudad en 1846 con la primera compañía italiana que Francisco Marty y Torrens contrató para trabajar en el Gran Teatro de Tacón. Allí, Arditi dirigió durante cinco memorables temporadas (1846-1851), en las que se presentaron algunas de las más deslumbrantes voces de la ópera europea de entonces, un hecho que Arditi describió en sus memorias de la manera siguiente:

Cuando miro hacia atrás a esos conjuntos, en los que estábamos orgullosos de incluir artistas de primera clase como Steffenone, Bosio, Salvi, Geremia, Bettini, Badiali y Marini, todos los cuales lograron éxitos completos y brillantes en Europa más tarde, no dudo en decir que nunca, por el momento y el lugar, habría sido posible obtener representaciones operísticas más admirables que las de esta compañía en particular[8] (Arditi 1896, 9).

Así, en el verano de 1849, el maestro italiano ya les había tomado el gusto y el «peso» a las danzas cubanas y la prensa lo hizo saber en notas como las que inserto a continuación:

 El Sr. Arditi. (DM, 20 abr. 1849). Este joven artista, querido del público habanero, está componiendo dancitas a toda prisa y con éxito sumamente satisfactorio. Ténganlo presente los aficionados, así como sus lecciones de piano, violín y canto. El Sr. Arditi vive en la calle Águila núm. 181.

Escauriza. (DM, 15 may. 1849). Efectivamente, anoche se tocó en este baile la danza del apreciable artista Sr. Arditi El Incendio, produciendo un efecto sorprendente. El mismo Arditi tocaba la campana y el pito de serenos, y nos han asegurado algunos concurrentes de inteligencia que, en medio del alboroto de pitos, cornetas, y campanas, y chispear del incendio, que estaba en su punto, se distinguía una cadencia armoniosa y animadora que tenía a toda la concurrencia bailando y quemándose. Estos bailes se están haciendo cada vez más atractivos por las novedades que ofrecen y la multitud de bonitas muchachas que los animan.

Y para terminar por ahora con los bailes del café Escauriza, citaré dos notas en las que aparecen las palabras Danzón y merengue respectivamente, para referirse a dos danzas.

Escauriza. (DM, 4 abr. 1850). A las diez menos cuarto pasábamos anoche por el frente del Café y nos pareció que sus altos salones estaban muy concurridos y que se bailaba con animación. No se puede dudar que este local ofrece un buen recurso de diversión a mucha parte de la juventud de los barrios de extramuros, que alegre y honestamente se recrea en él al compás de la deliciosa danza cubana. He aquí un comunicadito que nos remite un suscriptor:

«La comparsa nombrada Tropical estuvo anoche bastante lucida, pues a eso de las doce entró en Escauriza y bailó un Danzón, haciendo en él muy lindas figuras. Cada una de las señoritas llevaba en las manos una pucha de flores y sus compañeros unas banderitas españolas. Esperamos que el domingo vuelva a presentarse esa graciosa comparsa. De V. Un suscriptor».

Escauriza. (DM, 2 nov. 1852). Más animado aun que el anterior estuvo el baile de sala que tuvo efecto anoche en ese hermoso local, si bien es cosa ya por demás sabida que el número de sus favorecedores aumenta más y más en cada baile hasta llegar a formar aquellas formidables y compactas masas de humanidades de ambos sexos que apenas caben en los espaciosos salones y que en un abrir y cerrar de ojos consumen por medio del arte masticatorio todo el suculento repuesto de la fonda del dicho establecimiento. Celebraciones en general mereció anoche la orquesta, con justicia, y en particular la sabrosa danza La dulce piña, que un desaforado bailarín importó de Puerto Rico, arreglándola a nuestra escena filarmónica. La dulce piña da a conocer que las piñas de nuestra ínsula hermana son tan dulces como las nuestras, y que por allá no se aprecia menos que por acá el delicioso sabor del merengue.

Pero no solamente en los bailes se tocaron las danzas del popular Arditi, sino que también las hizo sonar a toda orquesta en el Gran Teatro de Tacón:

(DM, 17 may. 1849). […] Por último, se tocó por la orquesta la imitativa danza del Sr. Arditi titulada El incendio, que se estrenó pocos días antes en el baile de Escauriza, y aquí como allí produjo grande efecto toda ella, principalmente su introducción, porque los pitos de los serenos, las cornetas de los bomberos, y las campanas, y el ruido, y los murmullos de las gentes estaban imitados cuanto era dable en tan corto período; y tanto gustó a la concurrencia, y tantos aplausos dieron a su autor, que agradecido este a tan señaladas muestras de contento la hizo repetir, en vez de la obertura anunciada, y obtuvo los mismos animados sufragios.

Y como todo lo que se tocaba y gustaba, se imprimía y vendía, pocos días después de su estreno se anunciaba lo siguiente:

Danzas de Arditi. (DM, 30 may. 1849). Hemos recibido un ejemplar de cada una de las siguientes danzas: El incendio, la Angélica, La bruja y el brujo y Tancredi, compuestas por el Sr. Arditi y litografiadas con primor en la litografía del Comercio. Se venden en los almacenes de música de Edelmann, de Maristany y de Esperez. Estas danzas no pueden ser más lindas.

Y más danzas de Arditi:

Danzas cubanas. (DM, 21 jul. 1849). La danza cubana forma la delicia de nuestra juventud, ha sido cantada por nuestros poetas y aplaudida por todos los que saben bailar y sentir, se baila en Europa, su música se tararea en las calles de Madrid, se compone por los artistas de todas las naciones, y aunque pocos saben darle la gracia, la zandunga que le dan los nuestros hay sin embargo algunos que lo consiguen: prueba de esto es el señor Arditi, que ha compuesto algunas de las más bellas, como son el Incendio, el Avisador, la Bruja y el brujo, la Angélica, el Tancredo, la Chuchina y el Encanto, que se venden en los almacenes de música de los señores Edelmann y Maristany, y en la imprenta del Avisador.

Y las danzas de Arditi en la retreta:

Retretas. (DM, 12 jun. 1849). La de anoche en Paula estuvo muy concurrida, tocando la música de artillería varias lindas piezas, entre otras la bullanguera danza El incendio.

Entre las últimas danzas cubanas que Arditi compuso y estrenó en Cuba, estuvo Los tambores, una pieza que hizo interpretar a toda orquesta en el Tacón, y que causó el máximo entusiasmo en el público y no dejó nada que desear. El concierto fue el 20 de febrero de 1851 y el cronista lo contó así:

(DM, 22 feb. 1851). […], y queriendo el beneficiado (Arditi) dar muestras de sus buenos deseos por complacer a tan benigno público no solo tuvo la buena ocurrencia de repetir su antigua danza El incendio, cuya introducción imitativa agradó tanto, sino que compuso para esta noche un gran wals sobre motivos de la ópera favorita del público, Hernani[9], que gustó bastante, y otra danza titulada Los Tambores, porque en efecto estaba acompañada por veinte de estos instrumentos de ruido. […]. 

Compuesta, estrenada, aplaudida e impresa: ese parecía ser el proceso lógico de toda la música que se hacía en La Habana:

Los tambores. (DM, 21 mar. 1851). Fue el título de la danza que acaba de dar a luz el Sr. Arditi. Dicha danza ha sido tocada ya en algunos lugares públicos y por su originalidad ha llamado la atención general, gustando mucho. Véndese en el almacén de música de Edelmann y en la litografía del Comercio.

Esta no iba a ser una moda pasajera en la obra de Arditi, algunas de estas danzas aparecen en su catálogo definitivo; una es, Scherzo, sobre melodías cubanas, para violín y contrabajo, que compuso junto al contrabajista Giovanni Bottesini; y otra, Cuban Dances, en la que incluye algunas de sus danzas más populares (Arditi 1896, 324). 

El 26 de febrero de 1848 se presentó en el Circo habanero un Concierto Monstruo -del que ya escribí en el acápite del Teatro Villanueva-, en el que participaron artistas locales y visitantes de primer cartel, y en el que, según el cronista, también se tocaron danzas cubanas:

(DM. 29 feb. 1948). Obtuvo grandes aplausos la linda danza de despedida, compuesta por Herz, también a ocho pianos y banda militar, que a esta hora se tocará en más de cien pianos en la Habana, porque su autor la repartió con profusión a todos los concurrentes a su concierto.

En este concierto, no solamente fueron interpretadas danzas cubanas escritas por compositores extranjeros, sino que estas tuvieron formatos instrumentales de concierto y sus partituras para piano fueron repartidas al público, propiciando su divulgación como lo menciona el párrafo citado anteriormente. Debo insistir aquí, que en esta época la palabra danza era ya el nombre de marca de las danzas habaneras, o danzas cubanas, por lo que cualquier otra música para bailar o danzar era mencionada por su nombre, fueran estas polcas, valses, mazurcas, rigodones etc. Danzas eran solo las danzas cubanas.

Entonces, las retretas formaban parte del paisaje sonoro de La Habana. La Alameda, la Plaza de Armas y el Circo[10] fueron los tres escenarios más populares durante los 40´s y 50´s, y allí el repertorio se estandarizó como se puede ver en los tres anuncios que inserto a continuación:

Retreta. (DM, 24 abr. 1850). En la noche de mañana la excelente música de la Brigada de Artillería tocará las siguientes bonitas piezas:

1º. Terceto de Hernani

2º. Dúo de tiple y tenor de la Adelaida

3º. Aria de tiple de Macbeth

4º. Danza la Chispa.

Retreta. (DM, 13 jul. 1850). Véase el programa de la que tocará el sábado la banda de artillería:

1º. Coro y terceto final del Hernani.

2º. Polka la Primorosa.

3º. Final del primer acto de Nabuco.

4º. Contradanza cubana La Dorila[11].

5º. Aria de tiple de los Lombardos.

Retreta. (DM, 14 jul. 1850). La banda del regimiento de Nápoles, número 2, tocará mañana domingo (14 jul.) en la alameda de Paula las siguientes piezas:

1º. Obertura de la ópera Nabucodonosor.

2º. Escena y cavatina de tiple del primer acto de Hernani

3º. Coro de brujas y final del tercer acto de Macbeth.

4º. «La flor de la canela», canción andaluza.

5º. Danza dedicada a la milicia urbana (suplicada su repetición).

 

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[1] En el Anuario Histórico Cubano-Americano, de la AHCE, no. 5, 2021, pp. 108-118, he publicado un artículo con el título: «Primero fueron las danzas: La hegemonía de la música cubana en el mercado del entretenimiento desde la primera mitad del siglo XIX», del que he tomado indiscriminadamente algunos de sus párrafos y los he integrado en este capítulo.

[3] Se refiere a alguna de las muchas naves francesas de guerra que permanecían temporalmente en La Habana, según la nota del DM de 13 jun. 1847, por esos días se encontraban surtos en el puerto las escuadrillas francesas de la fragata Androméde; del bergantín Mercure, del vapor Styx y de la corbeta Laperouse.

[4] En este caso los indicios son suficientes para determinar que esta Matilde no es la misma que se dio a conocer en 1829.

[5] La impresión que hizo en los espectadores no fue grande, puesto que ni se aplaudió con entusiasmo ni se pidió repetición. DM, 23 oct. 1844

[6] Se refiere a la expedición que desembarcó en Cárdenas, al mando de Narciso López, el 19 de mayo de 1850. López izó en aquella ciudad por primera vez la que se convertiría en la bandera cubana. 

[7] Ídem nota 166

[8] Este y todos los textos originales en inglés e italiano los traduje con Google y los edité de acuerdo con mi interpretación.

[9] Debo aclarar aquí que en el DM siempre se escribió Hernani para referirse a la ópera que Verdi tituló Ernani, basada en el drama de Shakespeare titulado Hernani.

[10] Nin y Pons impulsó la construcción de una plazoleta frente a su Teatro del Circo, en la que, a partir de abril de 1852, comenzaron las retretas con la orquesta del propio teatro, dirigida entonces por Evaristo Diez, aunque fue de corta duración. Cfr.: DM, 29 abr. 1852.

[11] Sindo Garay, en sus romerías por la isla de Santo Domingo (1896), dice haber conocido una canción con este título, que le adjudica al compositor dominicano Alberto Vázquez. ¿Será la misma Dorila que primero fue una danza y después criolla? (León 2009, 63)

martes, 7 de enero de 2025

EL DISCO DE ORO DE LA SALSA

 Clásicos populares en discos increíbles (*)

Cuando en la década de los setenta se acuñó el término «salsa» para comercializar la música bailable afrocubana y caribeña que viajaba vertiginosamente de isla en isla, se creó un nuevo nombre para un producto más viejo que las piedras con las que se hicieron las fortalezas Ozama en Santo Domingo, la de San Felipe en Puerto Rico, o el Castillo de los Tres Reyes del Morro en La Habana.

La nueva nomenclatura vino a meter en un mismo saco lo que siempre se había conocido por sus nombres propios. Sin embargo, como era, es y siempre será sabrosísimo bailar un son, un guaguancó, un chachachá, un mambo, una plena, un merengue o un danzón –y todas las combinaciones habidas y por haber-, poco importó que la multiplicidad de ritmos se etiquetara bajo un mismo rótulo. Los músicos y los bailadores siguieron el gran fiestón. Continuaron creando y bailando sobre patrones más viejos que Cuca y Roquetán, y en la gozadera van a seguir hasta que el cuerpo aguante.

Los bailadores en Santo Domingo están de fiesta con un nuevo disco del sello Kubaney, un fonograma que contiene una selección de veintinueve temas.

«El Disco de Oro de la Salsa», es una producción de Mateo San Martín en la que aparecen Cuco Valoy, Ramón Orlando, Roberto Torres y su Charanga, Henry Fiol, El Grupo Maniel, Tito Rojas, Los Jóvenes del Hierro, Raulín Rosendo, Tito Gómez, Pochy y su Cocoband, Johnny Ventura, Los Brillanticos, Jorge Cabrera y su tres, y el grupo Botón de Oro con Francis Oliver. Piezas de la autoría de Cheo Marquetti, Miguel Matamoros, Simón Díaz, Ramón Orlando, Pochy, Ignacio Piñeiro, Pancho Céspedes, Francisco Repilado, y Joan Minaya entre otros, hacen de este disco una verdadera rumba.

Cada una de las piezas que contiene este álbum doble fue un «cañonazo» en su momento y ahora vuelven a pegarse en los oídos y los pies de los salseros. Mata que dios perdona, Salsa con coco, Página de amor, Candela, Mosaico 1920, Homenaje a Héctor Lavoe, Esta vida loca y muchas otras piezas hacen girar a los bailadores de siempre y ahora vuelven a estar como nuevas en el ruedo.

«El Disco de Oro de la Salsa» contiene un buen arsenal para una buena fiesta y «si es a bailar que vamos» no hace falta nada más. (Santo Domingo, El Siglo. 9 sep. 2000) (Revisado para El Tren de Yaguaramas 2da. Época 16 nov. 2024)

(*) Clásicos Populares en Discos Increíbles fue el título de la columna en la que publiqué las reseñas de algunos de los discos que Mateo San Martín vendía en su tienda Incredible CD´s de la calle El Conde, en Santo Domingo. Gracias a su generosidad, pude descubrir y obtener decenas de discos con la música que la tiranía castrista desterró y nunca más se volvió a comercializar en Cuba.

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miércoles, 25 de diciembre de 2024

EL DISCO DE ORO DEL TRÍO MATAMOROS

Clásicos populares en discos increíbles (*)

Siro, Cueto y Miguel enlazaron sus nombres en un trío de voces, guitarras, maracas y claves para hacer lo que más les gustaba, para interpretar un ritmo cadencioso que, en Oriente, el oriente de Cuba, allá por las primeras décadas del siglo XX, comenzó a pujar, a lidiar por imponerse a otros géneros musicales cubanos ya establecidos.

Era el son, un género que iba a ocupar a bailadores e intérpretes durante todos los años del siglo XX, un género de la música cubana que profesionales ilustres moldearon una y otra vez. El Trío Matamoros, llegado a La Habana en 1928, se convirtió de inmediato en una agrupación mayor. Fueron sumados el bongó, la trompeta y el contrabajo llegando así al septeto, formato idóneo entonces para la interpretación del nuevo género que capeaba en los salones de baile.

El fonograma titulado «El Disco de Oro del Trío Matamoros», aparece en el catálogo Kubaney con el número 095-2 y pertenece a la línea Caribe del sello. La obra, es un compendio de las más representativas piezas, grabadas por algunas de las agrupaciones que Miguel Matamoros fundó durante las primeras décadas de la vigésima centuria. Aunque la cubierta no aporta datos al respecto, muy probablemente estas piezas vieron la luz originalmente interpretadas por El Trío Matamoros, El Cuarteto Maisí, El Conjunto Matamoros y el Septeto Matamoros. Cada una de estas agrupaciones, asumió un formato instrumental que se estableció como patrón en la historia posterior de la música bailable cubana. Tenemos también en este registro una curiosidad discográfica.

En la pieza Tú sí, Yo no, del propio Miguel Matamoros, se incluyen dos saxofones. Muy probablemente, fue esta una de las primeras ocasiones en las que esos aerófonos entraron a un estudio de grabación para interpretar un son. «El Disco de Oro del Trío Matamoros» que presenta Caribe, es una joya de la discografía latinoamericana, ante todo, por lo inusitado de su fidelidad, por el inapreciable valor de contener en un fonograma veinte piezas representativas de un género musical que, nacido en Cuba, se expandió por todo el orbe y pudo influir en la obra musical de autores muy diversos. Veinte piezas que han de conocerse, inevitablemente, para valorar el curso de la música popular bailable americana, para escudriñar los recodos en los que el son cubano aún se hospeda. (Santo Domingo, [A]hora, 29 may. 2000) (Revisado para El Tren de Yaguaramas 2da. Época 16 nov. 2024)

(*) Clásicos Populares en Discos Increíbles fue el título de la columna en la que publiqué las reseñas de algunos de los discos que Mateo San Martín vendía en su tienda Incredible CD´s de la calle El Conde, en Santo Domingo. Gracias a su generosidad, pude descubrir y obtener decenas de discos con la música que la tiranía castrista desterró y nunca más se volvieron a comercializar en Cuba.

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LA HEGEMONÍA DE LA MÚSICA CUBANA DESDE LA PRIMERA MITAD DEL S. XIX (1 de 3)

Primero fueron las danzas [1] Nuestra bella Isla es conocida hasta de los japoneses por su tabaco y su azúcar, y de aquí a algunos años no l...