Si Gardel dijo que veinte años no eran nada fue porque sonaba bien
con un bandoneón tanguero, pero al son de la vida, con clave y bongó, ese
tiempo es mucho.
El día 3 de marzo de 1991 llagamos a Santo Domingo, procedentes de La
Habana, un grupo de ocho músicos. Fuimos contratados por el Maestro Rafael
Villanueva después de audicionar, asistido por el Maestro José Antonio Molina,
a medio centenar de profesionales en la capital cubana, entonces nuestro trato
era por unos meses, tiempo en el que tendríamos como objetivo principal ocupar
diferentes puestos en la Orquesta Sinfónica Nacional de la República Dominicana
donde tres días después, es decir, el 6 de marzo, iniciamos nuestro trabajo
justamente con la Temporada Sinfónica 91-92.
Supongo que por aquella época ninguno de nosotros tenía idea de que aquel
viaje nos cambiaría la vida a todos, en general pensábamos regresar y la
mayoría tomamos aquello como una gira más de trabajo; pero una cosa piensa el
borracho y otra el bodeguero, o una cosa planifica uno con su vida, y otra muy
diferente planifica la vida con nosotros.
Cuando pasaron los primeros nueve meses, terminó la Temporada y algunos
preparábamos los matules para el regreso, pero nos prorrogaron los contratos,
así una y otra vez hasta que comenzaron las deudas con los bancos y las
relaciones humanas se fueron amarrando con lazos muy difíciles de romper y,
para variar, las cosas en Cuba se ponían cada vez peores. Así pasó el tiempo
hasta que la vida nos entramó de tal modo que veinte años después, aunque no
todos seguimos en la OSN, cuatro de aquellos ocho aun permanecemos en la media
isla, es decir, el 50 %.
Algunos hicieron sus familias aquí, tienen hijos y muy pronto nietos
dominicanos, y yo, que naturalmente soy dominicano a estas alturas, no voy a
hacer este cuento en nombre de todos sino en el mío propio, aunque
recordándolos a ellos. A mí, digo, lo que me enredó completamente en esta isla
fue la libertad. Claro, que la palabrita por traída y llevada llega a sonar cursi
a veces, sobre todo -y hoy lo entiendo perfectamente-, pierde sentido en las
voces de quienes no saben qué hacer con ella o peor aún, en la acción de
algunos que la utilizan para todo lo contrario, para amarrar a sus acólitos en
su ideología, en su religión o en su campaña política.
Recuerdo que en los primeros años, cuando comenzaron a aparecer los amigos
dominicanos, alguien me preguntó: “¿Y qué es la libertad para ti? Entonces tuve
que responder por inercia, por mis sobresalientes en Filosofía –marxista
claro-, yo me creía un hombre libre y que había vivido libremente.
Sin embargo, comencé a ver aquí unas tolerancias que desconocía, vi en la
palestra pública a cómplices de la dictadura trujillista y a quienes lucharon
contra ella, a comunistas fotografiados con narco guerrilleros y a políticos
dominicanos en la Casa Blanca junto al Presidente de turno. Comencé a ver que
aquí no era explícito y programático matar, encarcelar o reprimir violentamente
a los que están en contra y que la oposición existe legalmente. Pude ver con
mis propios ojos que aquí no había nada parecido a la “intransigencia
revolucionaria”, ni a las “brigadas de acción rápida”, ni a los “actos de
repudio”, ni se le echaba la culpa de todos los males al “imperialismo yanqui”.
Aquí pude entender que el único modo de ser libres es poder estar en contra de
cualquier idea y manifestarlo públicamente, que es en definitiva lo que en
realidad quiso decir José Martí cuando dijo que ser cultos era el único modo de
ser libres, ser cultos y poder hacer lo que cada cual entienda con esa cultura,
es el único modo de ser libres.
Vi en los anaqueles de las librerías a todos los autores, desde Carlos Marx
hasta Orwell, desde Lenin hasta Mao, desde Guillermo Cabrera Infante hasta
Gabriel García Márquez, desde Fidel Castro hasta Heberto Padilla, desde el
Diario de el Che en Bolivia, hasta las aventuras de James Bond, desde la
extrema izquierda hasta la extrema derecha, todas las tendencias al alcance de
la inteligencia de los ciudadanos, pude leer muchos autores que en Cuba aun
hoy, veinte años después, son absolutamente prohibidos, y por supuesto pude
obtener y escuchar decenas de discos de músicos cubanos que por irse al exilio
quedaron silenciados en todos los medios: Celia con la Sonora, Xiomara Alfaro,
La Lupe y muchísimos más.
Y a pesar de las carencias materiales, humanas, políticas, culturales y
sociales que afectan a la República Dominicana, causadas sin dudas por la
vileza de algunos de sus políticos a través de la Historia y no precisamente por
las maniobras del “imperialismo yanqui” como proclaman algunos idiotas
latinoamericanos que por ahí andan sueltos, fue aquí donde comprendí que ser
libres es hacer uso del derecho a estar en contra de cualquier idea, debatirla
y expresarla públicamente, fue aquí donde comprendí que más allá de ser yo “un
compañero que no entiende el socialismo en Cuba”, o de “ser un compañero
equivocado”, yo lo que estoy es en contra, en contra del castrismo, lo cual es
un derecho inalienable, el mismo que tiene cualquier dominicano a ser
antitrujillista, antibalaguerista o antileonelista, de pertenecer al PRD, al
PLD, al PRSC o de estar en contra de todos y ser independiente.
Si Gardel dijo que veinte años no eran nada fue porque sonaba bien con un
bandoneón tanguero, pero al son de la vida, con clave y bongó, ese tiempo es
mucho.
En orden alfabético el nombre e instrumento de cada uno de los ocho músicos
que llegaron a Santo Domingo el 3 de marzo de 1991, procedentes de La Habana
contratados para integrar la OSN-RD.
1- Batista, Alberto (trombón)
2- Gómez Sotolongo, Antonio (contrabajo)
3- Guibert, José Antonio (viola)
4- Martínez, Lázara (violín)
5- Medina, Roberto (clarinete)
6- Muñoz, Javner (fagot) (nicaragüense que residía en Cuba)
7- Pérez, Reinaldo (oboe)
8- Vidal, Andrés (Trompeta)