miércoles, 29 de febrero de 2012

EL ARTE ES UN ARMA DE LA REVOLUCIÓN CUBANA (*)

A propósito del 50 aniversario de la fundación de la Escuela Nacional de Arte, aquel sueño inacabado.


El fin de la educación no es hacer al hombre rudo, por el desdén o el acomodo imposible al país en que ha de vivir, sino prepararlo para vivir bueno y útil en él”. José Martí

Escuela de Artes Plásticas
La abolición de la propiedad privada en Cuba fue un proceso violento, en el que las víctimas no solamente fueron despojadas de todas sus riquezas, sino que también fueron arrastradas sus reputaciones y tapiadas sus obras. Quienes habían construido los pilares del patrimonio nacional fueron desterrados, sus riquezas saqueadas y sus nombres proscritos, con tal saña, que más de medio siglo después, cuando de aquellas fortunas no queda nada a causa del dispendio e incompetencia de los llamados «revolucionarios», la Historia oficial que se refleja en los textos dista mucho de la realidad.

Según el elogio que publicó el Centro Nacional de Escuelas de Arte (CENEART), «La fundación de la Escuela Nacional de Arte en 1962 dio inicio a la extraordinaria expansión de la enseñanza artística, como una de las obras más trascendentales y hermosas de la Revolución Cubana expresada en el desarrollo y prestigio alcanzados por el arte en Cuba».

En este primer párrafo lapidario y contradictorio, se entierra un pasado en el que gracias a los altos niveles académicos de la enseñanza de las artes en Cuba y su expansión por todo el territorio nacional, los artistas cubanos conquistaron el respeto y la popularidad internacional. Es muy larga la lista de músicos, pintores, bailarines y actores que desde el siglo XVIII habían llevado el arte cubano por todo el  mundo, cientos de artistas sin los cuales nunca se hubiera podido alcanzar «el desarrollo y prestigio» que en ese mismo párrafo se reconoce como un logro de la «Revolución Cubana».

Lo que ciertamente sucedió en 1962, fue que producto del expolio de centenares de escuelas de música, la prohibición de impartir clases particulares y el éxodo de un buen número de maestros, el país se vio desprovisto de enseñanza artística por primera vez durante siglos, nunca había faltado en Cuba uno o docenas de estudiantes para cualquier buen profesor de música, lo mismo en Gibara que en El Vedado. Pero en 1962, a consecuencia de la abolición de la propiedad privada en Cuba, la enseñanza de las artes fue prácticamente anulada... tanto en Aguada de Pasajeros, como en La Habana.

Entonces, ante la necesidad de continuar adoctrinando a los jóvenes, utilizar el arte como «un arma de la revolución» y seguir disponiendo sin medida del patrimonio nacional, fueron depositados cientos de niños, adolescentes y jóvenes en los ricos terrenos del expoliado Country Club, en el entonces exclusivo reparto Cubanacán, y alojados en las casas que recién habían sido confiscadas porque sus moradores habían cometido «el delito de viajar fuera de su país».

Aquellos bienes inmuebles que formaban parte del patrimonio de muchos de los que con su talento habían contribuido a crear las riquezas de la nación, fueron los albergues de la ENA, y aquella fue la más ominosa maniobra que el régimen pudo hacer para garantizar que nunca más todas aquellas fortunas volvieran a ser de sus dueños, y nunca más los cientos de estudiantes pudieran volver a sus pueblos, de donde fueron arrancados porque en ellos no quedó ni la más modesta academia privada. Fue la más eficaz manera de hacerles creer a aquellos niños «que los dueños de aquellas riquezas las habían abandonado ante el paso arrollador de la justa revolución cubana».

Más adelante el documento afirma que: «Su fundación se llevó a cabo a partir de todo el arsenal de tradiciones artístico-culturales que se gestara en la práctica creadora de pedagogos y artistas cubanos desde siglos anteriores». Esto tampoco se coteja con la realidad, porque de todos aquellos pedagogos y artistas que dieron lustre y prestigio a la enseñanza de las artes en Cuba, quienes no comulgaron con el castrismo fueron acosados de tal modo que emigraron o se quedaron fuera del sistema de enseñanza. No fue casual que en 1959 nombraran a Harold Gramatges asesor del Departamento de Música de la Dirección General de Cultura, quien fue Presidente de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, el ala cultural del Partido Socialista Popular (comunista), desde su fundación en 1951 hasta su desaparición en 1960, y quien, como escribe Helio Orovio en su Diccionario de la música cubana, intervino «en la reforma de la enseñanza de la música» en Cuba.

Para no hacer muy larga la lista de aquellos que no pudieron participar por sus ideas contrarias al castrismo, solamente mencionaré a Julián Orbón (1925-1991), maestro, compositor y continuador del sistema de enseñanza musical popularmente conocido como Plan Orbón, fundado por su padre Benjamín (1874-1944) y que contaba con más de un centenar de academias con aquella franquicia, un sistema de enseñanza muy extendido y eficaz que fue eliminado con la expolio de las academias que lo implementaban; y Aurelio de la Vega (1925), quien salió al exilio en 1960. Ambos artistas ya tenían en 1959 obras de importancia para la Historia de la Música cubana, muchas de ellas estrenadas por la Orquesta Filarmónica, y ambos tenían una probada capacidad pedagógica, pero fueron echados a un lado por aquella «reforma de la enseñanza de la música» debido a sus ideas políticas.

Pero ni siquiera ellos, unos de los más sobresalientes de esa larga lista, jamás fueron mencionados en las clases de Historia de la Música que se impartieron en las habitaciones de aquellas majestuosas viviendas arrebatadas a sus dueños y convertidas en salones de clases, jamás sus obras fueron interpretadas como parte de aquel «arsenal de tradiciones artístico-culturales» que menciona el documento del CENEART.

Y aunque el texto anota casi 50 escuelas fundadas por «la revolución», era mayor la cantidad que para el estudio de las artes existía en el país antes de 1959. Si tenemos en cuenta que de música, adscritas al Plan Orbón, eran más de un centenar repartidas por toda la isla, al sumarles las pocas que recopiló Orovio en su Diccionario, alcanzan una cantidad sensiblemente superior a las que hoy existen.

La enseñanza privada, con sus altas y bajas se reorganizó a partir de la década del treinta. Según Edgardo Martín, «la enseñanza privada toma nuevos vuelos y procura ponerse en mejores condiciones de rendimiento. […] aparecen nuevos tipos de enseñanza; se ensayan metodologías nuevas, [y] se hace un trabajo más riguroso que antes»1. Pero lo que mejor habla de la calidad de la enseñanza musical en Cuba antes de 1959, es la impetuosa vida artística en ciudades como La Habana, Matanzas y Santiago de Cuba. Y si bien es cierto que algunas instituciones públicas necesitaban que el Estado les aportara más recursos, no era necesario que las convirtieran en centros de adoctrinamiento, la educación musical no necesitaba una metodología uniforme en todo el territorio nacional que amordazara las individualidades, el estudio de las artes debió seguir siendo libre y abierto, público y privado.

Medio siglo es mucho tiempo en la Historia; sin embargo, ha sido poco para superar el arte producido antes de 1959 en la mayor de las Antillas. No era necesario hacer una Escuela Nacional de Arte para que el Arte Cubano fuera universal, eso ya había sucedido, pero por todos los medios, como filosofía política del castrismo, se ha hecho creer, borrando y mancillando la obra de decenas de artistas e intelectuales cubanos que se fueron al exilio, que «gracias a la revolución la cultura cubana floreció como nunca antes».

Según Edgardo Martín2, desde las primeras décadas del siglo XX se presentaron en el Teatro Auditorium, y otras salas de la Sociedad Pro-Arte Musical, «Casi todo lo más grande del concertismo, la ópera y el ballet en todo el mundo», lo que propició que se formara «en La Habana un público, que aunque minoritario, estaba al día en cuanto a música, ópera y ballet se refiere». Y aunque Martín anota en estas líneas que allí iba una élite, en la misma obra nos informa que los abonados de Pro-Arte eran más de cinco mil, y que los conciertos se repetían para que los no socios pudieran disfrutar por precios populares las mismos conciertos. Si se toman en cuenta esas cifras y se relacionan con la cantidad de habitantes de la isla entonces, probablemente los guarismos nos sorprendan. También acusa Martín que en «esa institución [Pro-Arte] prevaleció cierto conservatismo», pero a pesar de eso, por sus salas pasaron casi todos los artistas cubanos de calidad en la época y se presentaron en primera audición algunas de las más representativas obras cubanas de entonces.

Del sueño a la pesadilla

De poco sirvió el sistema doctrinal que impuso el castrismo en las Escuelas de Arte, porque se abolió, junto a la propiedad privada, el mercado del arte, un mercado que se había hecho con todos y para todos durante la colonia y la república. Para lo que sirvió la abolición de la propiedad privada en Cuba fue para que la falta de recursos cundiera en todas las escuelas, incluidas las de arte y la indigencia se enseñoreara en ellas. Para lo que sí sirvió la destrucción del mercado del arte fue para que los artistas y pedagogos cubanos alimentaran el arte en otros países, a donde van a parar desde 1959 todos aquellos que pueden y quieren hacerse una mejor vida, para ellos, sus hijos y sus nietos.

De nada valió el cerco y la represión contra los que no se amoldaron a las ordenanzas y los dictados, porque al abolirse la propiedad privada se suprimieron casi todas las fuentes de empleo de los artistas, y el propio sistema debió sacar del país tanto a tirios como a troyanos, por las buenas o por las malas, conformándose así un exilio multicolor que se extiende ya por más de tres generaciones.

De tal modo que, para ajustar las glorias a las memorias, habrá que decir, con toda franqueza, que a pesar de los desmanes de la «revolución» los artistas cubanos mantuvieron el prestigio internacional, pero sobre todo porque la lista de artistas y pedagogos que debieron ir al exilio durante este medio siglo es abrumadora, y generación tras generación, quienes lograron concluir sus estudios en la ENA o el ISA, buscaron por todos los medios emigrar, por las buenas o por las malas. Esto no niega que Cuba luzca hoy una mejor vida cultural que otros países de la región, como lo fue siempre; sin embargo, los niveles de pobreza en los que viven la mayoría de los artistas que residen en la isla es visible y triste, es también por esa realidad que los empresarios de todo el mundo se las arreglan para buscar en las vitrinas bien surtidas del arte en la Isla piedras preciosas a precios de pulga.

Y aunque hablar de lo que pudo ser y no fue es metafísica, como apuntaba el sabio Roberto Pellón, si todos durante nuestra niñez nos hubiéramos podido quedar en nuestros pueblos, al calor de nuestras familias, en las academias más cercanas a nuestras casas, o aprendiendo con el profesor que impartía clases particulares y luego, adultos y maduros, hubiéramos decidido libremente buscar más allá, hoy seríamos seguramente los mismos, pero con un pasado más apacible, agarrados a nuestro suelo y muy probablemente con un mejor país, tal como lo hicieron quienes prestigiaron el arte cubano durante tres siglos de Colonia y medio siglo de República. Hoy, muy probablemente, estaríamos siendo buenos y útiles en nuestra patria, pero no se puede agradecer como un regalo la educación gratuita que debemos aceptar obligatoriamente, la que se nos otorga a cambio de nuestra lealtad a un régimen. 

(*) Cfr.: «Declaración del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura». En revista Casa de las Américas, año XI, n. 65-66, marzo-junio, 1971.

1 Martín, Edgardo. 1971. «Panorama Histórico de la Música en Cuba». Cuadernos CEU Universidad de La Habana, Cuba.182
2 Ídem, p.114

domingo, 19 de febrero de 2012

LA ENTREVISTA


Las cosas de Baldomero

Siempre lo he dicho, las cosas de Baldomero no dejarán de sorprenderme, incluso después de su muerte. Parece que lo conocí para eso, para que de cuando en cuando me lleguen noticias de su paso por este mundo. Hace un par de días encontré -en una de esas limpiezas periódicas que uno debe hacer para no ahogarse entre objetos inservibles-, un casete de audio. ¡Increíble! Era una cinta que tenía escrito en una de sus caras: “El revolver”. The Beatles. Baldomero.

Ahí estaba en uno de los cajones, como esperando su momento de fama. No puedo recordar los pormenores, pero supongo que Baldomero me lo regaló cuando ya aquel fonograma formaba parte de mi colección de discos compactos y nunca antes se me ocurrió escuchar el casete. El caso es que lo puse en un aparato que milagrosamente también se había salvado del tiempo y sonó Taxman, la primera canción del disco, claro, en bastante mal estado, pero la soporté hasta el final, y luego unos compases de la segunda: Eleonor Rigby, pero entonces sonó una voz. Escuché hasta el final y pude comprobar una vez más que Baldomero anduvo por mil caminos.

Es casi imposible determinar los detalles de esta grabación, esta pieza arqueológica no da más datos que los que se registran en ella, datos que pudieran caerle a muchos lugares de este mundo, por eso la transcribo íntegramente.

Entrevistador: ¿Cuándo emigró usted a esta ciudad capital y por qué?

Baldomero: Emigré cuando era un mozalbete, y por los mismos motivos que emigran todas las especies, para encontrar un lugar mejor.

E.: ¿Y lo encontró?

B.: Por supuesto que no, me pasó como al personaje de Balzac en las Ilusiones Perdidas. Vine buscando algo que en mi mente casi infantil imaginaba, algo que con el tiempo viví en otras ciudades del mundo… vine a la capital a convertirme en un ciudadano y a conquistar un lugar prominente en la sociedad, pero no lo conseguí…

Mi excusa ante mis padres para venir fue el estudio, en mi pueblo no había ni siquiera bachillerato y ellos me apoyaron, sobre todo mi padre, cuando les dije que iba a hacerme médico en la capital se alegraron… pero nada salió como lo planifiqué.

E.: ¿Y qué fue lo primero que le llamó la atención al llegar?

B.: Durante los primeros días me deslumbraron algunos edificios altos, la pulcritud de todo, pero a los pocos días de estar aquí, ¿sabes lo que me despertó en la mañana?... ¡Pues el cantío de un gallo!... eso fue para mí el acabose, se me unió el cielo con la tierra…

E.: Pero, ¿y eso por qué?

B.: ¿¡Cómo que por qué!? Te digo que venía buscando la ciudad, el cosmopolitismo de una urbe como lo que había leído en tantas novelas, y me topo con que aquí los gallos cantan como en el medio del monte… eso fue un gran choque. Fue posiblemente el primero.

E.: ¿Y finalmente se graduó de medicina?

B.: No, nada de eso, mi afición a las artes me sacó por un tiempo de la Universidad y fui a dar a Nueva York, donde me encontré casi la misma historia que aquí. Allá nuestros paisanos tienen un auto aislamiento, no se sacan el campo de las costumbres, y como allá sí que la ciudad manda, cuando intentan hacer lo mismo que en sus campos, pues vienen los choques con los gringos… y hasta con los que no lo son, chocamos con todos aquellos que la ciudad domó y le inculcó sus costumbres.

Yo traté y conseguí apropiarme de muchas de las costumbres de la gran urbe, incluso pude trabajar con norteamericanos de pura cepa, llegué a dominar el idioma muy bien, sin acento latino, pero entonces el monte me dio un tirón, mis padres se enfermaron, los dos al mismo tiempo, y tuve que venir a cuidar de ellos, después murieron y cuando todo lo tenía listo para volver, esta vez a Boston, pues derrocaron al dictador y creí que la ciudad capital tomaría verdaderos aires cosmopolitas... que se convertiría en una urbe cosmopolita, moderna y libre, pero todo fue peor, la emigración aumentó y todos los campesinos trajeron sus costumbres y las impusieron, comenzamos a sumar millones, y los libertadores no fueron capaces de aprovechar la libertad para forjar a ciudadanos de costumbres, a individuos capaces de llevar la convivencia en paz y armonía.

E.: Pero hoy usted es un sociólogo muy prestigioso y sus criterios son tomados en cuenta.

B.: No, eso no es así, en definitiva la vida me puso en el camino de la sociología, pero hubo quien menospreció nuestro trabajo y las universidades cerraron la carrera, y me quedé sin el título, y traté de llenar mis lagunas con mucho autodidactismo, un método que solamente le da resultado a algunos genios, pero yo no he llegado a ser más que un aficionado, tan aficionado a la sociología como lo soy de la música, nada más… y lo que yo diga o deje de decir no le interesa a nadie. Pero más triste aun, se hacen las leyes y no aparece quien las haga cumplir… y entonces podemos ver que nuestra capital es un sitio rural, donde la gente anda sin costumbres, atropellando al prójimo, colocando epítetos por encima de las leyes.

E.: ¿Cómo es eso de los epítetos?

B.: Claro, en cuanto se anota una mancha en la conducta de un gremio, y algún novato jefe de policía hace un operativo para poner orden, allá va el epíteto de “padres de familia”… entonces, como son padres de familia tenemos que permitirles que circulen en chatarras que no cumplen con las normas técnicas requeridas por la Ley, pueden desplazarse en carretones de tracción animal por las grandes avenidas, porque tienen esos padres de familia que vender las frutas, los víveres, a otros padres de familia que los necesitan…

Alguien habló, y no fui yo, de complicidad social, no lo mencioné, no se me ocurrió a mi tal definición, pero vivimos en tal complicidad con los malhechores que cada vez se hará más difícil alcanzar una sociedad altamente organizada, es decir, una civilización… y como veo que a usted ya esto que digo no le está gustando, porque no se salva nadie, nadie quiere escuchar la verdad… ese es el problema más duro de la sociología, que analiza las heces de los conglomerados humanos, que son en definitiva las que dicen el estado del paciente… Yo veo que, ninguno de los gobernantes que pasaron por aquí después de los dictadores, han sabido qué hacer con la libertad, y eso es una gran pena.

Cuentan los más viejos que en época del tirano no había quien tirara un papel en la calle, que todos los carros debían estar en perfectas condiciones y que la gente aun seguía ciertas normas… incluso cuando los gallos cantaran en la capital igual que en el monte…

E.: Bueno, Baldomero, le doy las gracias por sus respuestas y espero que algún día podamos tener una ciudad como la que ha soñado.

B.: Gracias a ti por permitirme decir estas cosas, por las que ninguna autoridad me meterá preso, pero que tampoco le pondrá el menor caso. Gracias. 

FANTASÍA CUBANA Roberto Sánchez Ferrer

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