“El fin de la educación no es hacer al hombre
rudo, por el desdén o el acomodo imposible al país en que ha de vivir, sino
prepararlo para vivir bueno y útil en él”. José Martí
Escuela de Artes Plásticas |
Según
el elogio que publicó el Centro Nacional de Escuelas de Arte (CENEART), «La fundación de la Escuela Nacional de Arte en 1962 dio inicio a la
extraordinaria expansión de la enseñanza artística, como una de las obras más
trascendentales y hermosas de la Revolución Cubana expresada en el desarrollo y
prestigio alcanzados por el arte en Cuba».
En
este primer párrafo lapidario y contradictorio, se entierra un pasado en el que
gracias a los altos niveles académicos de la enseñanza de las artes en Cuba y
su expansión por todo el territorio nacional, los artistas cubanos conquistaron
el respeto y la popularidad internacional. Es muy larga la lista de músicos,
pintores, bailarines y actores que desde el siglo XVIII habían llevado el arte
cubano por todo el mundo, cientos de
artistas sin los cuales nunca se hubiera podido alcanzar «el desarrollo y
prestigio» que en ese mismo párrafo se reconoce como un logro de la «Revolución
Cubana».
Lo
que ciertamente sucedió en 1962, fue que producto del expolio de
centenares de escuelas de música, la prohibición de impartir clases particulares y
el éxodo de un buen número de maestros, el país se vio desprovisto de enseñanza
artística por primera vez durante siglos, nunca había faltado en Cuba uno o
docenas de estudiantes para cualquier buen profesor de música, lo mismo en
Gibara que en El Vedado. Pero en 1962, a consecuencia de la abolición de la
propiedad privada en Cuba, la enseñanza de las artes fue prácticamente anulada...
tanto en Aguada de Pasajeros, como en La Habana.
Entonces,
ante la necesidad de continuar adoctrinando a los jóvenes, utilizar el arte
como «un arma de la revolución» y seguir disponiendo sin medida del patrimonio
nacional, fueron depositados cientos de niños, adolescentes y jóvenes en los
ricos terrenos del expoliado Country Club,
en el entonces exclusivo reparto Cubanacán, y alojados en las casas que recién habían
sido confiscadas porque sus moradores habían cometido «el delito de viajar
fuera de su país».
Aquellos bienes inmuebles que formaban parte
del patrimonio de muchos de los que con su talento habían contribuido a crear
las riquezas de la nación, fueron los albergues de la ENA, y aquella fue la más
ominosa maniobra que el régimen pudo hacer para garantizar que nunca más todas
aquellas fortunas volvieran a ser de sus dueños, y nunca más los cientos de
estudiantes pudieran volver a sus pueblos, de donde fueron arrancados porque en
ellos no quedó ni la más modesta academia privada. Fue la más eficaz manera de
hacerles creer a aquellos niños «que los dueños de aquellas riquezas las habían
abandonado ante el paso arrollador de la justa revolución cubana».
Más adelante el documento afirma que: «Su fundación se llevó a cabo a partir de todo el arsenal de
tradiciones artístico-culturales que se gestara en la práctica creadora de pedagogos
y artistas cubanos desde siglos anteriores».
Esto tampoco se coteja con la realidad, porque de todos aquellos pedagogos y
artistas que dieron lustre y prestigio a la enseñanza de las artes en Cuba,
quienes no comulgaron con el castrismo fueron acosados de tal modo que
emigraron o se quedaron fuera del sistema de enseñanza. No fue casual que en
1959 nombraran a Harold Gramatges asesor del Departamento de Música de la
Dirección General de Cultura, quien fue Presidente de la Sociedad
Cultural Nuestro Tiempo, el ala cultural del Partido
Socialista Popular (comunista), desde su fundación en 1951 hasta su
desaparición en 1960, y quien, como escribe Helio Orovio en su Diccionario de la música cubana,
intervino «en la reforma de la enseñanza de la música» en Cuba.
Para
no hacer muy larga la lista de aquellos que no pudieron participar por sus
ideas contrarias al castrismo, solamente mencionaré a Julián Orbón
(1925-1991), maestro, compositor y continuador del sistema de enseñanza musical
popularmente conocido como Plan Orbón, fundado por su padre Benjamín
(1874-1944) y que contaba con más de un centenar de academias con aquella franquicia,
un sistema de enseñanza muy extendido y eficaz que fue eliminado con la
expolio de las academias que lo implementaban; y Aurelio de la Vega
(1925), quien salió al exilio en 1960. Ambos artistas ya tenían en 1959 obras
de importancia para la Historia de la Música cubana, muchas de ellas estrenadas
por la Orquesta Filarmónica, y ambos tenían una probada capacidad pedagógica,
pero fueron echados a un lado por aquella «reforma de la enseñanza de la
música» debido a sus ideas políticas.
Pero
ni siquiera ellos, unos de los más sobresalientes de esa larga lista, jamás fueron
mencionados en las clases de Historia de la Música que se impartieron en las
habitaciones de aquellas majestuosas viviendas arrebatadas a sus dueños y convertidas
en salones de clases, jamás sus obras fueron interpretadas como parte de aquel «arsenal de tradiciones
artístico-culturales» que menciona el documento del
CENEART.
Y
aunque el texto anota casi 50 escuelas fundadas por «la revolución», era mayor
la cantidad que para el estudio de las artes existía en el país antes de 1959.
Si tenemos en cuenta que de música, adscritas al Plan Orbón, eran más de un
centenar repartidas por toda la isla, al sumarles las pocas que recopiló Orovio en su Diccionario, alcanzan una cantidad sensiblemente superior a las
que hoy existen.
La
enseñanza privada, con sus altas y bajas se reorganizó a partir de la década
del treinta. Según Edgardo Martín, «la enseñanza privada toma nuevos vuelos y
procura ponerse en mejores condiciones de rendimiento. […] aparecen nuevos
tipos de enseñanza; se ensayan metodologías nuevas, [y] se hace un trabajo más
riguroso que antes»1. Pero
lo que mejor habla de la calidad de la enseñanza musical en Cuba antes de 1959,
es la impetuosa vida artística en ciudades como La Habana, Matanzas y Santiago
de Cuba. Y si bien es cierto que algunas instituciones públicas necesitaban que
el Estado les aportara más recursos, no era necesario que las convirtieran en centros
de adoctrinamiento, la educación musical no necesitaba una metodología uniforme
en todo el territorio nacional que amordazara las individualidades, el estudio
de las artes debió seguir siendo libre y abierto, público y privado.
Medio
siglo es mucho tiempo en la Historia; sin embargo, ha sido poco para superar el
arte producido antes de 1959 en la mayor de las Antillas. No era necesario
hacer una Escuela Nacional de Arte para que el Arte Cubano fuera universal, eso
ya había sucedido, pero por todos los medios, como filosofía política del
castrismo, se ha hecho creer, borrando y mancillando la obra de decenas de
artistas e intelectuales cubanos que se fueron al exilio, que «gracias a la revolución
la cultura cubana floreció como nunca antes».
Según
Edgardo Martín2, desde
las primeras décadas del siglo XX se presentaron en el Teatro Auditorium, y
otras salas de la Sociedad Pro-Arte Musical, «Casi todo lo más grande del
concertismo, la ópera y el ballet en todo el mundo», lo que propició que se
formara «en La Habana un público, que aunque minoritario, estaba al día en
cuanto a música, ópera y ballet se refiere». Y aunque Martín anota en estas
líneas que allí iba una élite, en la misma obra nos informa que los abonados de
Pro-Arte eran más de cinco mil, y que los conciertos se repetían para que los
no socios pudieran disfrutar por precios populares las mismos conciertos. Si se
toman en cuenta esas cifras y se relacionan con la cantidad de habitantes de la
isla entonces, probablemente los guarismos nos sorprendan. También acusa Martín
que en «esa institución [Pro-Arte] prevaleció
cierto conservatismo», pero a pesar de eso, por sus salas pasaron casi
todos los artistas cubanos de calidad en la época y se presentaron en primera
audición algunas de las más representativas obras cubanas de entonces.
Del sueño a la pesadilla
De poco sirvió el sistema doctrinal que impuso el castrismo en las Escuelas de Arte, porque se abolió, junto a la propiedad privada, el mercado del arte, un mercado que se había hecho con todos y para todos durante la colonia y la república. Para lo que sirvió la abolición de la propiedad privada en Cuba fue para que la falta de recursos cundiera en todas las escuelas, incluidas las de arte y la indigencia se enseñoreara en ellas. Para lo que sí sirvió la destrucción del mercado del arte fue para que los artistas y pedagogos cubanos alimentaran el arte en otros países, a donde van a parar desde 1959 todos aquellos que pueden y quieren hacerse una mejor vida, para ellos, sus hijos y sus nietos.
De
nada valió el cerco y la represión contra los que no se amoldaron a las
ordenanzas y los dictados, porque al abolirse la propiedad privada se
suprimieron casi todas las fuentes de empleo de los artistas, y el propio
sistema debió sacar del país tanto a tirios como a troyanos, por las buenas o
por las malas, conformándose así un exilio multicolor que se extiende ya por
más de tres generaciones.
De
tal modo que, para ajustar las glorias a las memorias, habrá que decir, con
toda franqueza, que a pesar de los desmanes de la «revolución» los artistas cubanos mantuvieron el
prestigio internacional, pero sobre todo porque la lista de artistas y
pedagogos que debieron ir al exilio durante este medio siglo es abrumadora, y generación
tras generación, quienes lograron concluir sus estudios en la ENA o el ISA,
buscaron por todos los medios emigrar, por las buenas o por las malas. Esto no
niega que Cuba luzca hoy una mejor vida cultural que otros países de la región,
como lo fue siempre; sin embargo, los niveles de pobreza en los que viven la
mayoría de los artistas que residen en la isla es visible y triste, es también
por esa realidad que los empresarios de todo el mundo se las arreglan para
buscar en las vitrinas bien surtidas del arte en la Isla piedras preciosas a
precios de pulga.
Y
aunque hablar de lo que pudo ser y no fue es metafísica, como apuntaba el sabio
Roberto Pellón, si todos durante nuestra niñez nos hubiéramos podido quedar en
nuestros pueblos, al calor de nuestras familias, en las academias más cercanas
a nuestras casas, o aprendiendo con el profesor que impartía clases
particulares y luego, adultos y maduros, hubiéramos decidido libremente buscar
más allá, hoy seríamos seguramente los mismos, pero con un pasado más apacible,
agarrados a nuestro suelo y muy probablemente con un mejor país, tal como lo hicieron
quienes prestigiaron el arte cubano durante tres siglos de Colonia y medio siglo
de República. Hoy, muy probablemente, estaríamos siendo buenos y útiles en
nuestra patria, pero no se puede agradecer como un regalo la
educación gratuita que debemos aceptar obligatoriamente, la que se nos otorga a
cambio de nuestra lealtad a un régimen.
(*) Cfr.: «Declaración del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura». En revista Casa de las Américas, año XI, n. 65-66, marzo-junio, 1971.
1 Martín,
Edgardo. 1971. «Panorama Histórico de la Música
en Cuba». Cuadernos CEU Universidad de La Habana, Cuba.182
2 Ídem, p.114