Las
cosas de Baldomero
Siempre lo he dicho, las
cosas de Baldomero no dejarán de sorprenderme, incluso después de su muerte. Parece que lo conocí para eso, para que de cuando en cuando me lleguen noticias
de su paso por este mundo. Hace un par de días encontré -en una de esas
limpiezas periódicas que uno debe hacer para no ahogarse entre objetos
inservibles-, un casete de audio. ¡Increíble! Era una cinta que tenía escrito en
una de sus caras: “El revolver”. The Beatles. Baldomero.
Ahí estaba en uno de los
cajones, como esperando su momento de fama. No puedo recordar los pormenores,
pero supongo que Baldomero me lo regaló cuando ya aquel fonograma formaba parte de mi colección de discos compactos y nunca antes se me ocurrió escuchar el casete. El caso es que lo puse en un aparato que
milagrosamente también se había salvado del tiempo y sonó Taxman, la primera canción del disco, claro, en bastante mal
estado, pero la soporté hasta el final, y luego unos compases de la segunda: Eleonor Rigby, pero entonces sonó una
voz. Escuché hasta el final y pude comprobar una vez más que Baldomero anduvo
por mil caminos.
Es casi imposible determinar
los detalles de esta grabación, esta pieza arqueológica no da más datos que los
que se registran en ella, datos que pudieran caerle a muchos lugares de este
mundo, por eso la transcribo íntegramente.
Entrevistador: ¿Cuándo
emigró usted a esta ciudad capital y por qué?
Baldomero: Emigré cuando era
un mozalbete, y por los mismos motivos que emigran todas las especies, para
encontrar un lugar mejor.
E.: ¿Y lo encontró?
B.: Por supuesto que no, me
pasó como al personaje de Balzac en las Ilusiones Perdidas. Vine buscando algo
que en mi mente casi infantil imaginaba, algo que con el tiempo viví en otras
ciudades del mundo… vine a la capital a convertirme en un ciudadano y a conquistar
un lugar prominente en la sociedad, pero no lo conseguí…
Mi excusa ante mis padres
para venir fue el estudio, en mi pueblo no había ni siquiera bachillerato y
ellos me apoyaron, sobre todo mi padre, cuando les dije que iba a hacerme
médico en la capital se alegraron… pero nada salió como lo planifiqué.
E.: ¿Y qué fue lo primero
que le llamó la atención al llegar?
B.: Durante los primeros
días me deslumbraron algunos edificios altos, la pulcritud de todo, pero a los
pocos días de estar aquí, ¿sabes lo que me despertó en la mañana?... ¡Pues el
cantío de un gallo!... eso fue para mí el acabose, se me unió el cielo con la
tierra…
E.: Pero, ¿y eso por qué?
B.: ¿¡Cómo que por qué!? Te
digo que venía buscando la ciudad, el cosmopolitismo de una urbe como lo que
había leído en tantas novelas, y me topo con que aquí los gallos cantan como en
el medio del monte… eso fue un gran choque. Fue posiblemente el primero.
E.: ¿Y finalmente se graduó
de medicina?
B.: No, nada de eso, mi
afición a las artes me sacó por un tiempo de la Universidad y fui a dar a Nueva
York, donde me encontré casi la misma historia que aquí. Allá nuestros paisanos
tienen un auto aislamiento, no se sacan el campo de las costumbres, y como allá
sí que la ciudad manda, cuando intentan hacer lo mismo que en sus campos, pues
vienen los choques con los gringos… y hasta con los que no lo son, chocamos con
todos aquellos que la ciudad domó y le inculcó sus costumbres.
Yo traté y conseguí
apropiarme de muchas de las costumbres de la gran urbe, incluso pude trabajar
con norteamericanos de pura cepa, llegué a dominar el idioma muy bien, sin
acento latino, pero entonces el monte me dio un tirón, mis padres se
enfermaron, los dos al mismo tiempo, y tuve que venir a cuidar de ellos,
después murieron y cuando todo lo tenía listo para volver, esta vez a Boston,
pues derrocaron al dictador y creí que la ciudad capital tomaría verdaderos
aires cosmopolitas... que se convertiría en una urbe cosmopolita, moderna y
libre, pero todo fue peor, la emigración aumentó y todos los campesinos
trajeron sus costumbres y las impusieron, comenzamos a sumar millones, y los
libertadores no fueron capaces de aprovechar la libertad para forjar a
ciudadanos de costumbres, a individuos capaces de llevar la convivencia en paz
y armonía.
E.: Pero hoy usted es un
sociólogo muy prestigioso y sus criterios son tomados en cuenta.
B.: No, eso no es así, en
definitiva la vida me puso en el camino de la sociología, pero hubo quien
menospreció nuestro trabajo y las universidades cerraron la carrera, y me quedé
sin el título, y traté de llenar mis lagunas con mucho autodidactismo, un
método que solamente le da resultado a algunos genios, pero yo no he llegado a
ser más que un aficionado, tan aficionado a la sociología como lo soy de la
música, nada más… y lo que yo diga o deje de decir no le interesa a nadie. Pero
más triste aun, se hacen las leyes y no aparece quien las haga cumplir… y
entonces podemos ver que nuestra capital es un sitio rural, donde la gente anda
sin costumbres, atropellando al prójimo, colocando epítetos por encima de las
leyes.
E.: ¿Cómo es eso de los
epítetos?
B.: Claro, en cuanto se
anota una mancha en la conducta de un gremio, y algún novato jefe de policía hace
un operativo para poner orden, allá va el epíteto de “padres de familia”…
entonces, como son padres de familia tenemos que permitirles que circulen en
chatarras que no cumplen con las normas técnicas requeridas por la Ley, pueden
desplazarse en carretones de tracción animal por las grandes avenidas, porque
tienen esos padres de familia que vender las frutas, los víveres, a otros
padres de familia que los necesitan…
Alguien habló, y no fui yo,
de complicidad social, no lo mencioné, no se me ocurrió a mi tal definición,
pero vivimos en tal complicidad con los malhechores que cada vez se hará más
difícil alcanzar una sociedad altamente organizada, es decir, una civilización…
y como veo que a usted ya esto que digo no le está gustando, porque no se salva
nadie, nadie quiere escuchar la verdad… ese es el problema más duro de la
sociología, que analiza las heces de los conglomerados humanos, que son en
definitiva las que dicen el estado del paciente… Yo veo que, ninguno de los
gobernantes que pasaron por aquí después de los dictadores, han sabido qué
hacer con la libertad, y eso es una gran pena.
Cuentan los más viejos que
en época del tirano no había quien tirara un papel en la calle, que todos los
carros debían estar en perfectas condiciones y que la gente aun seguía ciertas
normas… incluso cuando los gallos cantaran en la capital igual que en el monte…
E.: Bueno, Baldomero, le doy
las gracias por sus respuestas y espero que algún día podamos tener una ciudad
como la que ha soñado.
B.: Gracias a ti por
permitirme decir estas cosas, por las que ninguna autoridad me meterá preso,
pero que tampoco le pondrá el menor caso. Gracias.
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