Los cambios en Cuba
Entre las llamadas «reformas» del general heredero se volvieron a entreabrir los mercados informales -esta vez con más formalidad impositiva que en cualquier otro lugar del mundo real-, y han vuelto a aparecer los pregones de oriente a occidente.
Desde 1968, cuando aquella «ofensiva
revolucionaria» arrasó con los últimos reductos de propiedad privada en Cuba, e
hizo salir de las calles a cientos de buhoneros, vendedores ambulantes y todo
lo que en el mundo real se conoce como economía informal, el pregón, un
elemento nacido de esos jaleos mercantiles, también cayó en desgracia, dejó de
utilizarse, y, habiendo estado en los salones más importantes del mundo en las voces
de soneros cubanos y no cubanos, dejó de
existir, o al menos hizo mutis temporal. Por suerte Moisés Simons e Ignacio
Piñeiro ya habían creado sus inmortales pregones El Manisero y Échale Salsita
respectivamente, porque si no, nada de aquello hubiera llegado a formar parte
de la música popular cubana.
Sin embargo, como en la isla
impera desde hace 54 años una economía sin son ni ton -de sí, pero no, de un
paso al frente, otro al lado y tres hacia atrás-, entre las llamadas «reformas» del general heredero se volvieron a entreabrir aquellos mercados informales
-esta vez con más formalidad impositiva que en cualquier otro lugar del mundo
real-, y han vuelto a aparecer los pregones de oriente a occidente, así que lo
mismo se puede escuchar a alguien que compra oro… (¡!)… «cualquier pedacito de
oro», como al que oferta «el pan a pe… a peso el pan».
Y digo que es una economía
sin son ni ton, porque no hay quien le pueda seguir la rima. Tantos han sido
los desvaríos y las prestidigitaciones que, por ejemplo, un musicólogo tan
acucioso como Helio Orovio dio por muerto y enterrado al pregón hace ya más de tres
décadas, documentando el hecho -página 369 de la segunda edición-, en su Diccionario de la Música Cubana, donde, como
en un acta de defunción, afirmó que: «hoy, debido al propio desarrollo social,
han desaparecido (los pregones) quedando como elemento de valor folclórico y
etnológico».
Sin embargo, hoy, en pleno
siglo XXI, renace el pregón porque lo han despenalizado, porque la
insignificante economía que lo genera ha vuelto a tener el permiso de salida a
las calles de la isla, desde donde no se podrá alzar de nuevo para resonar en los
salones más elegantes del planeta como lo hizo en el siglo XX, porque no es el
fruto de un árbol natural, de una economía real, sino de unos dictados que no
tienen otro son ni otro ton que el de entretener, mientras ellos, los vitalicios,
hacen de todo con tal de cantar el manisero con el cetro entre las piernas.
Después, que arda Troya.
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