Disimulando
el crimen
El
desprecio por todos los que se fueron, el insistente repudio del ex máximo
líder contra todos los que intentaran adversarle, sembró en la sociedad cubana
un asco visceral contra una enorme porción de la cubanía.
Que sea noticia un artículo
publicado en Cuba acerca de un músico cubano que vivió sus últimas glorias
profesionales en el exilio, es la noticia de la incorrupta perversidad de un
sistema. Rehabilitar sin más rodeos que el olvido a quien ocultaron por todos
los medios durante décadas, es disimular un crimen.
En toda su andadura, el
castrismo ha exhibido un profundo respeto por sus actos, sobre todo por los más
repudiables; entre ellos, la sostenida represión a todo acto capaz de producir
catarsis en el grupo más allá del control oficial. Y como esas catarsis les son
dadas por naturaleza a los creadores de imágenes e ideas, a los artistas, a los
escritores capaces de crear opinión en el grupo, pues la opción desde el
principio fue sepultar en el olvido o la cárcel a todos los que decidieron opinar
en contra.
Con “claridad meridiana” el
castrismo impuso la figura de “traidor” a todos los que por hache o por be
decidieron rehacer sus vidas fuera del alcance de lo que se veía venir y que
cayó demasiado pronto sobre la isla: la debacle total.
El desprecio por todos los
que se fueron, el insistente repudio del ex máximo líder contra todos los que
intentaran adversarle, sembró en la sociedad cubana un asco visceral contra una
enorme porción de la cubanía, aquella que, guardada en miles de profesionales
del arte y la cultura, se fue de Cuba.
Ese crimen de lesa cultura
propició que las generaciones formadas por la llamada “revolución cubana”,
desconozcan esencialmente la potencia y el reconocimiento internacional que
tuvo su patria antes de 1959, renombre que, como marca país, no se sostenía precisamente
sobre los pilares del vicio, como le ha gustado decir al ex máximo líder, sino sobre
un montón de virtudes y una contundente cultura musical y artística.
Ellos, los castristas,
prefieren los muertos, así lo han demostrado en decenas de oportunidades. Así permitieron
nombrar públicamente después de muertos; entre muchos otros, a Ernesto Lecuona,
Celia Cruz y Julián Orbón, a quienes se les ha negado por décadas el sitial que
ganaron con sus obras.
Muchos son los nombres que
aparecieron en la segunda edición –porque en la primera no “fue posible”-, del Diccionario de la música cubana, biográfico
y técnico, de Helio Orovio con los que no se ha saldado aun la deuda de
gratitud por sus obras, nadie ha pedido el perdón necesario por el crimen,
nadie desde las alturas del Comité Central o desde las columnas virtuales de
“Cubadebate” ha reconocido la devastación que tales censuras provocaron en la
cultura cubana.
Por eso, hablar a estas
alturas de Ñico
Membiela, sin denunciar a sus censuradores y sin demandar el
reconocimiento oficial del atropello cometido contra él y todos los que se fueron,
es disimular un crimen de lesa cultura cual si no pasara nada.
¡Que dolorosa VERDAD analizas en este trabajo homenaje a Membiela!
ResponderEliminar¿Sabías que todos os originales de mis obras gráficas fueron botados?