El pasado lunes 25 de marzo López
Obrador dio a conocer a través de un vídeo en su cuenta de Twitter
que había enviado sendas «cartas» a su Majestad y al Papa. Estos dichos encendieron
a la opinión pública en las dos orillas de la Mar Océana, y días después el
diario Reforma publicó el documento al
que hacía referencia -sin fecha, sin firma, sin membrete oficial y clasificado
por el remitente como «manifiesto», no como «carta»-, donde se lee que «el Gobierno de México propone que […] el Reino de España
exprese de manera pública y oficial el reconocimiento de los agravios
causados» durante la conquista y colonización.
Entre las respuestas más sonadas estuvieron las del Gobierno
español, publicada en el diario El
País, donde el ejecutivo «lamenta
profundamente la carta» y da a conocer que el Gobierno español emitió un
comunicado «en el que dejó patente su malestar por las invectivas de López
Obrador». Por su parte, Arturo
Pérez-Reverte, sin pelos en la lengua, escribió en su cuenta de Twitter
que: «Si este individuo (López Obrador) se cree de verdad lo que dice, es un
imbécil. Si no se lo cree, es un sinvergüenza». Y Mario
Vargas Llosa, el Premio Nobel de Literatura, afirmó que López Obrador envió
la carta al destinatario equivocado, que esas exigencias debe hacérselas él
mismo, que los males que aquejan a los indígenas de América hoy en día tienen
sus causas mucho más recientemente y quienes están obligados a reparar esos
males son los descendientes de aquellos conquistadores y le desea a López
Obrador que al final de su mandato los indígenas mexicanos vivan con menos pobreza
y marginación que como viven hoy.
Sin embargo, yo creo que Andrés
Manuel López Obrador no se equivoca en su juego, él hace lo que dijo que iba a
hacer. Acerca
de su filiación anticapitalista no hay que suponer, el propio López Obrador se
ha ocupado de explicar punto por punto su interés en desmontar el
«neoliberalismo» y de los fundamentos ideológicas que utilizará para llevar a
cabo ese desmonte, él ha sido muy claro en su adhesión al castrismo, por lo tanto
no se equivoca López Obrador.
Cuando él acomoda la Historia
a sus intereses ideológicos no hace una jugada errada, porque él no está
jugando en el tablero para preservar y fortalecer la democracia, sino
justamente para romper la democracia, para adquirir el mayor poder posible en
el menor tiempo posible y entonces devastar el tablero e imponer sus reglas y
las piezas con las que se va a jugar. A propósito de las piezas, ahí acaba de
dar la noticia de la «renuncia»
de tres consejeros de PEMEX, las que me atrevo a afirmar que no tuvieron
sus causas en inconformidades salariales, ni por falta de pericia de los
ejecutivos, sino que se produjeron por razones políticas, por falta de adhesión
de los consejeros a los mandatos desaconsejables del caudillo.
López Obrador, con esta carta,
está torpedeando el tablero de la democracia y no es por casualidad, es una
jugada aprendida en los manuales que el castrismo repartió por todo el mundo y
que ha sido utilizada y probada su efectividad más de una vez. Y claro, si
usted ha pensado en este momento que esa manipulación de la Historia no es
privativa del castrismo, sino de todos los regímenes que pretenden perpetuarse
en el poder, pues tiene toda la razón, pero voy a referirme solamente al uso
que hace el castrismo, porque es la ideología más cercana y manifiesta de
Andrés, porque López no tratará de manipular la Historia como lo pudo hacer el
PRI, sino como lo hace el Partido Comunista de Cuba con total solvencia.
Por ejemplo, el ataque al
cuartel Moncada el 26 de julio de 1953 fue uno de los actos de violencia más
sonados por la derrota militar de los asaltantes; sin embargo, por obra y gracia
de la manipulación histórica, aquella derrota militar se convirtió en una
victoria ideológica para el movimiento revolucionario latinoamericano y una hazaña
de la cual José Martí había sido su autor intelectual.
De un plumazo, Fidel Castro -quien
sobrevivió a una masacre terrible por llevar el apellido de uno de los
terratenientes más conspicuos en la región oriental de Cuba-, consiguió a un
Santo a quien adorar y hacer adorar, por supuesto con los desdibujos históricos
convenientes. En 1968, cuando se conmemoraron en Cuba los 100 años del comienzo
de las guerras de independencia, Castro se las ingenió para acomodar aquellas
luchas independentistas y amalgamarlas con sus «luchas» pasadas y las que el
porvenir le iba a deparar. Así probó, en la práctica, que la manipulación de la
Historia era una de las claves para el éxito de cualquier escaramuza
totalitaria. Tenía un santo a quien adorar, y él era su representante en la
tierra, tenía una seña para dominar a quienes estuvieran con él y una para execrar
a quienes estuvieran contra él.
Con la publicación de este
tema López Obrador consiguió al menos tres
objetivos cruciales para su carrera hacia el poder absoluto y vitalicio:
dividir y conocer a quienes están con él y a quienes están contra él; echar a
un lado problemas acuciantes que no puede y no podrá resolver y que no quiere
ni siquiera airear ante la opinión pública; y, arrinconar a la intelligentzia, ocupando su lugar al
imponerse en el puesto de los que escriben la Historia, la que al final, según
el dogma que reza entre los cofrades de su secta, lo absolverá, aunque en sus cartas
de marear abunden los naufragios.