viernes, 7 de febrero de 2025

16 GRANDES ÉXITOS DEL SEPTETO NACIONAL DE IGNACIO PIÑEIRO

 Clásicos populares en discos increíbles (*)

«El Septeto Nacional murió y nació muchas veces, por él pasaron muchos músicos y cantantes notables. Etapas distintas también tuvo bastante. ¿Cómo? ¿El Septeto sin Ignacio? No, no, nunca» Esta afirmación rotunda la hizo Lázaro Herrera, trompetista que estuvo en la agrupación en todas las épocas y a quien la vida le hizo el regalo de la longevidad (**).

El Septeto Nacional, según apunta Sergio Santana Archbold, salió a la calle por primera vez el 27 de enero de 1927 y fue disuelto diez años después. En 1940, Miguelito Valdés volvió a reunir al Septeto para grabar algunos temas y luego, pasarían 20 años de silencio. No es hasta 1954, a instancias del musicólogo Odilio Urfé, que la agrupación vuelve a la palestra para entrar en los estudios de grabación y hacer radio y televisión.

«16 Grandes Éxitos del Septeto Nacional de Ignacio Piñeiro», es un fonograma que contiene obras que fueron producidas durante esta última época y que se nos presentan ahora por Discos Fuentes, en su Línea Media. En la obra se incluyen dieciséis piezas imprescindibles para la comprensión del son como algo más que un género musical, algo que se convirtió en un modo de hacer la música y filosofar. Esas dieciséis obras fueron éxitos indiscutibles desde la primera época del Septeto Nacional de Ignacio Piñeiro. Piezas como Échale salsita, Suavecito, Guanajo relleno, Bardo, Esas no son cubanas, La cachimba de San Juan de Piñeiro; Son de la loma, de Matamoros; Trompeta querida, de Lázaro Herrera y otros tantos clásicos nos llegan en este disco increíble en una versión fresca, renovada y con técnicas de grabación más modernas.

Estas dieciséis piezas clásicas en el repertorio popular vienen en el cantar de Carlos Embale, un sonero de voz increíble, de voz perfectamente afinada, de amplio registro, potente, de un timbre arrullador y capaz de improvisar los más inusitados malabares rítmicos con la poesía. (Santo Domingo, El Siglo 3 jun. 2000 / Mundoclasico.com, 23 may. 2000) (Revisado para El Tren de Yaguaramas 2da. Época, 17 nov. 2024)

(*) Hace más de veinte años, bajo el título «Clásicos populares en discos increíbles», publiqué una serie de reseñas de discos en diferentes medios de prensa de Santo Domingo, entonces había que comprar el fonograma; sin embargo, hoy solamente es necesario tener la app Spotify, o YouTube, es por eso que me animé a subirlos a Facebook y a mi blog, algunos con la Playlist del álbum original y otros en YouTube, como en el caso de este fonograma de 16 Grandes Éxitos del Septeto Nacional de Ignacio Piñeiro que aún no aparece en Spotify.

(**) Entrevista concedida a Félix Contreras, en La música cubana una cuestión personal. Ediciones UNIÓN. La Habana, Cuba. 1999.


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viernes, 31 de enero de 2025

LA HEGEMONÍA DE LA MÚSICA CUBANA DESDE LA PRIMERA MITAD DEL S. XIX (3 de 3)

El cocoyé se pasea por La Habana y la zarzuela se instala en el Tacón

No escapó el palacio de los Capitanes Generales, la quinta del Excmo. Sr. Capitán General, del influjo arrollador de las danzas y del popular Cocoyé.

Según nos dice Zoila Lapique (Lapique 2008, 118-120), en la década del 30, los músicos blancos de las bandas militares en Santiago de Cuba interpretaban un baile propio de los haitianos asentados en la zona, y este era el «Cocoyé (o cocouyé o cucuyé) que el músico catalán Juan Casamitjana (1805-1882) había tomado en 1836 de la música de una comparsa «encabezada por las mulatas María de la Luz González y María de la O Soguendo», y con esa música de la comparsa Casamitjana había «compuesto una obra para banda que gustó mucho al auditorio cuando se interpretó por primera vez». 

En 1847, Laureano Fuentes Matons estrenó su Potpourrí cubano que incluía María de la O, y este «fue el que adaptó para banda y amplió el músico mayor del Regimiento de la Unión, Manuel Ubeda, y que fue estrenado por la banda del Regimiento de Isabel II en julio de 1849[1], bajo la dirección de Julián Reynó».

Según la siguiente nota, aquella música oriental había llegado a uno de los más importantes salones de bailes de La Habana:

Nueva danza. (DM, 1 abr. 1852). Sabemos que en uno de los bailes que en los días de Fiestas Reales se darán en Escauriza se tocará una danza que está llamada a figurar tanto como El Cocoyé. La nueva danza, que se titula María de la O. Soguendo, ha sido sacada por el señor Reynó del Potpourrí que en la noche del sábado pasado tocó en la Plaza de Armas la excelente banda de música de Isabel II, de que es músico mayor dicho señor, y su melodía está basada sobre la de una canción muy en boga en Santiago de Cuba. Pero no es eso todo, sino que la María Soguendo será ejecutada con acompañamiento de marimbas, güiros y demás instrumentos que usa en sus bailes la gente de color. Indudablemente la mencionada danza va a causar verdadero furor en los bailes de máscaras de Escauriza.

Y lo que caracterizó el contenido del Cocoyé que recogió y arregló Juan Casamitjana en Santiago de Cuba, fue el llamado cinquillo cubano, una fórmula rítmica que consiste en cinco figuras en dos tiempos, lo que provoca un irresistible bamboleo en el ritmo, y que consiste en: corche-semicorchea-corchea-semicorchea-corchea.

Estos contenidos de la música de transmisión oral no hubieran tenido la menor trascendencia en la cultura cubana si no hubieran sido elaborados por los músicos académicos y llevados a la estética de la música occidental. Es en eso en lo que radica la trascendencia de la síntesis de músicas de diferentes culturas que se produjo en Cuba a la que algunos autores se refieren como «africanía de la música cubana», fundamentalmente Fernando Ortiz, la cual se hubiera diluido en los barracones y en los solares si no se registra en partituras y fonogramas, y si no se convierte en un producto capaz de ser realizado en el mercado y reconocido como danzas cubanas, y como música cubana. 

En cuanto a la forma, podemos encontrar una nota que nos alerta de la novedosa introducción de dos primeras partes en una danza:

Danzas. (DM, 23 abr. 1852). Sabemos que para satisfacer los deseos de muchas personas se van a litografiar cuatro de las últimas danzas compuestas por el conocido profesor D. Salvador Palomino, las cuales ofrecen la novedad de tener dos primeras partes diferentes. Entre estas danzas parece figurar la denominada La India que se tocó en el gran baile de disfraces dado en el teatro de Tacón a favor de la Sociedad de Beneficencia de naturales de Cataluña, y que contribuyó en gran manera a que el público quedase satisfecho de la orquesta que lo desempeñó.

Y unos meses después, en otra nota, podemos leer acerca de otra danza con dos segundas partes:

Danza. (DM, 2 may. 1852). Nos consta que en uno de los establecimientos de música de esta ciudad aparecerán dentro de tres o cuatro días dos bonitas danzas compuestas por un apreciable joven filarmónico de esta ciudad y dedicadas al señor don José Fernández de Coca, autor de la conocida danza Los miércoles. Las mencionadas composiciones ofrecen la novedad de tener dos segundas partes cada una.  

No he podido ver estas danzas; sin embargo, entre las contradanzas de Manuel Saumell (1817-1870), tan divulgadas en el siglo XX, está La Celestina como anoté en párrafos anteriores. Esta danza está escrita en 6/8 y tiene forma (A-B), es decir una parte A y una B, que se repiten; sin embargo, otras danzas del mismo autor; por ejemplo, Dice que no, dedicada a Gottschalk (Giro 1981, 53), tiene «dos primeras partes» y «dos segundas», por lo que su forma sería (A-A´ B-B´) repetidas, y esta danza pudiera ser posterior al año 1854, que fue la fecha en la que este destacado pianista norteamericano llegó a Cuba. Por lo que, según estos datos, hasta que se demuestre lo contrario, la inclusión de nuevas partes y repeticiones en las danzas fue una práctica de los compositores desde los primeros años de la década del 50 del siglo XIX y probablemente antes.   

En otra nota (DM, 5 may. 1852), se da a conocer el título de otras seis danzas litografiadas en el establecimiento de los Sres. Edelmann y compañía, entre las que se menciona El Cucuyé, arreglada fácilmente para guitarra por Tomás Medel, y María de la O. Soguendo, por J. Reynó.

El mismo número, en otra columna da a conocer que por ausencia del señor Rodríguez, director de la orquesta de bailes del Liceo, le sustituiría el señor Trias, quien había preparado seis danzas nuevas para el próximo baile de la institución, y añade que el distinguido músico fue discípulo del conservatorio de Barcelona y que se le conocía en La Habana por su gusto en componer danzas.

Volviendo a Julián Reynó, la siguiente nota no deja nada que desear en cuanto a diluir la extendida idea de que tal o cual género musical cubano llegó tal o cual día, a tal o cual lugar y que lo llevaron los señalados fulanos o menganos. Así como esta música oriental era noticia en La Habana, todas las músicas viajaban todo el tiempo por la Isla, en la que nunca hubo región alguna que quedara completamente aislada durante lustros, décadas o siglos:

Publicación musical. (DM, 23 may. 1852). Accediendo a las instancias de sus amigos el conocido profesor D. Julián Reynó, músico mayor de la brillante banda del regimiento de Isabel II, ha resuelto publicar en un cuaderno las composiciones suyas que más popularidad han alcanzado. Si no estamos mal informados parece que dicho cuaderno contará de las cuatro piezas siguientes: un precioso vals de fácil ejecución y por consiguiente al alcance de las principiantes en el piano; el celebrado pot-pourri de canciones y tangos bayameses, que tanto gustó en la Plaza de Armas cuantas veces lo ejecutó dicha banda de Isabel II; una linda canción cuya letra es de Villergas y por último cuatro danzas de las irresistibles. La litografía del Comercio está encargada de la publicación a que nos referimos.  

Y de la popularidad que alcanzó el Cocoyé cubano habla la siguiente nota:

El Cocoyé cubano. (DM, 9 jun. 1852). Varias damas partidarias decididas de las retretas en el salón O`Donnell[2], así como de la buena música, nos han suplicado días hace manifestemos por conducto de nuestra Crónica el gusto con que oirían tocar a la excelente banda del Regimiento de Isabel II el ya popular Cocoyé Cubano, compuesto por su digno músico mayor y que tanto ha agradado las veces que se ha ejecutado en la plaza de Armas. Nosotros a fuer de galantes cumplimos gustosos el encargo de nuestras amigas y a la amabilidad de la persona a quien la súplica se dirige nos hace confiar en que serán complacidas.

Y la súplica fue complacida y el cronista lo describió así:

Retreta. (DM, 15 jun. 1852). A pesar de la lluvia que cayó el sábado durante el día y de lo no muy apacible que se manifestó la noche, la retreta verificada en la Alameda de Paula atrajo una concurrencia bastante numerosa llevada allí indudablemente por el deseo de oír entre las variadas piezas del programa el delicioso Potpourrí cubano de que son puntos salientes el Cocoyé y María de la O. Ese poema músico, que se debe al talento filarmónico del Sr. Reynó, fue tocado con mucho gusto por la banda de música Isabel II, de que es aquel digno director. Por nuestra parte volvemos a dar las gracias al Sr. Reynó por su condescendencia a nuestra indicación.

Y lo dicho: compuesto, interpretado, impreso y vendido, esa fórmula de mercado pocas veces era interrumpida. En la siguiente nota es posible, además, conocer más criterios del cronista acerca del tan popular Potpourrí cubano y del impacto que tenían las partituras en los hogares habaneros de la segunda mitad del siglo XIX, cuando no existía más que la música en vivo y el piano era el instrumento favorito en Cuba:

Potpourrí cubano. (DM, 23 jun. 1852). Las bellas filarmónicas que con tanto placer han oído en las retretas esa deliciosa «olla podrida musical» (traducción literal) se alegrarán al saber que pronto se dará a luz bellamente litografiada y arreglada para piano, de modo que en esas agradabilísimas noches de la estación en que las nubes no se cansan de llorar desde el oscurecer hasta el amanecer las aficionadas a la retreta podrán quitarse el mal humor ejecutando en su favorito instrumento el Potpourrí Cubano al compás de las susurrantes palabras de algún querido amigo a quien el aguacero obligue a alargar su nocturna visita, lo cual es muy frecuente, porque los tales queridos amigos tienen siempre un tacto particular para entrar de visita en las casas cinco minutos antes de llover. Sabemos que en la primera retreta en que toque la excelente banda de Isabel 2ª se ejecutará otra vez el Potpourrí.  

Y sigue María de la O causando danzas, esta vez es la contestación de don Claudio Brindis de Salas -quien estaba a punto de tener un hijo que llevaría el apellido a las cortes de Europa y le llamarían el Paganini Negro-, a una danza que otro famoso compositor habanero había compuesto con el título de La Muerte de María la O:

El marido de María de la O.  (DM, 27 jun. 1852). Se nos informa que el acreditado cuanto simpático director de la orquesta denominada «La Concha de Oro», Claudio Brindis de Salas, ha compuesto con objeto de que no muera la danza denominada María de la O., una cuyo nombre encabeza estas líneas y de la cual se nos habla muy favorablemente. Parece que el maestro Brindis, fiel a su propósito de hacer que no muera la mencionada danza, compondrá varias que se denominarán «El hijo de María de la O.», «El nieto de María de la O.» y así hasta los retataranietos etc. Creemos que esta noticia será recibida con el mayor placer por los entusiastas por la danza que lleva el nombre de la que quiere manillas de oro.

No escapó el palacio de los Capitanes Generales, la quinta del Excmo. Sr. Capitán General, del influjo arrollador de las danzas y del popular Cocoyé. Según el anuncio (DM, 12 ago. 1852), en la retreta que tendría lugar el jueves 12 de agosto, en el augusto lugar, «la excelente música del Regimiento de Artillería» tocaría las piezas siguientes: 1ª. Gran final del segundo acto de la ópera Los Mártires. 2ª. Introducción y aria de tenor de la ópera I Masnadieri. 3ª. Jaleo de Viña. 4ª. Verdadero Cocoyé cubano. 5ª. Paso doble.

En enero de 1853, subió por primera vez a la escena del teatro Tacón una zarzuela, e inmediatamente el género se apoderó del favor del público. El Duende, con música de Rafael Hernando (1822-1888) y libreto de Luis Olano (1823-1863) fue la primera, a la que le seguirían a todo tren La Castañera, con música de Mariano Soriano Fuentes y libreto de Mariano Fernández; El tío Caniyitas, con música también de Soriano y libreto de Sanz Pérez; y Buenas noches, señor don Simón.

Tanto prendió la zarzuela en el público cubano, que el género apasionó de inmediato a los compositores y salieron todos en estampida a componer zarzuelas, a cantarlas y a integrar compañías. La siguiente nota publicada por el Localista un año después del estreno de la primera zarzuela en el Gran Teatro de Tacón, da una idea de lo que sucedió en Cuba con el género.

La zarzuela. (DM, 6 may. 1854). Como era de esperarse, este espectáculo, que con tan buen éxito se inoculó en la Habana, en el corazón de la isla ha ido difundiéndose por las principales poblaciones y alcanzado en todas partes, según parece, el favor del público. Las antiguas y errantes compañías dramáticas, un tanto enemigas al principio de la zarzuela, han acabado por alistarse bajo sus banderas, salvadoras y siempre victoriosas sobre las doradas y plateadas huestes de los bolsillos del público. La zarzuela además ha logrado lo que no pudo alcanzar la comedia, hacer desaparecer las preocupaciones de jóvenes de ambos sexos que con felices disposiciones para el canto y la declamación no se procuraban a favor de ellas un bienestar seguro, positivo, porque de hacerlo así los retraían aquellas. Muchos son ya los aficionados que han ingresado en compañías de zarzuelas y muchos más creemos que ingresarán a medida que se generalice en toda la isla el espectáculo. Cárdenas lo cuenta ya también entre sus públicas diversiones gracias a la compañía del señor Parladorio, de la que forma parte el conocido joven don Andrés Pastorino, aplaudido en nuestras sociedades.     

Ocuparon la escena y arrebataron al público, lo que no interfirió para nada con la afición por las danzas, las que entonces encontraron nuevos temas de inspiración, como la que compuso «el acreditado aficionado D. José L. Fernández de Coca» con el título Todos los locos (DM, 11 mar. 1853), dedicada a José María Freixas, autor de la música de la zarzuela del mismo título que se había estrenado en el Tacón el día 3 de marzo (DM, 5 mar. 1853). De ese mismo compositor aficionado se imprimieron y vendieron varias colecciones bajo el título Flores de Cuba, conteniendo, la tercera de ellas, cuatro danzas tituladas: «Tus lunares, El Carnaval del Liceo, El tío Caniyitas y La Bagatela (DM, 18 mar. 1853). Y otros muchos compositores completamente desconocidos en el siglo XXI, como Francisco Briseño, compusieron danzas por docenas dedicadas a todo, así, el mencionado compositor también dedicó alguna de ellas a la zarzuela. Según la nota, el joven había compuesto dos danzas nuevas; una, Pepe Pistola; y otra, Júrgalo Paco, «la última de las cuales está basada sobre un motivo de la zarzuela Paquillo el Gaditano, que se presentó en la Sociedad Isabel II de Guanabacoa» (DM, 14 abr. 1853).

Entre esos compositores desconocidos hoy, que crearon danzas al por mayor, y que contribuyeron a que estas se apoderaran de los salones de baile de medio mundo, se menciona a José Fernández de Coca, popular por su música en los salones de bailes habaneros y aclamado en los periódicos y revistas cubanas durante la década del 50 del siglo XIX, quien fue a residir en México, y allá «sus composiciones musicales merecieron el mismo favor que en La Habana» (DM, 7 jul. 1854).

Es muy interesante leer los atractivos que de aquellas danzas resaltaba el vendedor en los anuncios, porque estos eran, no pocas veces, cualidades formales o de contenido de las piezas que se ponían a la venta. Ya había mencionado danzas con dos primeras y dos segundas partes, ahora, en el siguiente anuncio se menciona el canto de algunas palabras en la segunda parte:

Nuevas danzas. (DM, 8 abr. 1853). Acaba de publicarse una con el título de «La caída del nanito y María la O» compuesta por el profesor de piano don Ramón Aguabella. En la segunda parte se cantan varias palabras alusivas al título de la danza. Se halla de venta en las litografías de Cuesta, calle de O’Reilly, n. 8, y de la Reina número 13.

Y en el siguiente se menciona una danza «sacada del canto de los morenos» que se emplean en la producción de azúcar «y con las mismas palabras»:

Flores de Cuba. (DM, 23 abr. 1853). La cuarta entrega de esta colección de preciosas danzas, que con tanta aceptación publica el joven don Lino Fernández de Coca, saldrá de un día a otro según nos informan, lo que nos apresuramos a noticiar para calmar el ansia de las bellas suscriptoras de esta. Entre las danzas de esa entrega se cuenta una muy original titulada «El peso del azúcar» sacada del canto de los morenos que se emplean en esa operación, y con las mismas palabras que ellos dicen.

En otra nota acerca de la misma colección, refiriéndose a la danza El peso del azúcar, dice que «tiene por motivo el canto de los pesadores de azúcar en los almacenes de Regla».    

Y por supuesto, comenzaron a venderse las piezas más populares que integraban las zarzuelas, así que, entre muchas otras, el dúo de Cecilia y Susana en el primer acto de la zarzuela Las Colegialas son Colegiales, de José Freixas, fue un éxito de ventas en el almacén de música de Maristany en mayo de 1853 (DM, 5 may. 1853).

Como he mencionado, los anunciantes emitían sus criterios acerca de las danzas, y aunque no tenga la partitura en las manos puedo hacerme una idea del contenido de algunas de ellas al leer notas como la siguiente:

Dos danzas. (DM, 6 may. 1853). Se han publicado recientemente dos, una titulada «Los recuerdos», dedicada a las Srtas., de Mantilla y O`Farril por D. Jorge de Sequeira, y otra «El de las gafas que se las quite», dedicada al Sr. D. Antonio Martínez por Francisco de Armas. La segunda parte de esta última tiene por motivo el monótono canto con que en la Plaza de Toros se da vaya al infeliz prójimo que cae en gracia a la concurrencia como sucedió al bien conocido individuo de las gafas. Es lástima que se dé el nombre de danza cubana a la melodía mística con que se canta la Salve. Desde que a cierto director de orquesta y compositor extranjero se le ocurrió hacer una danza del Di tanti palpiti[3] la verdadera danza cubana, esa melodía que tiene carácter puramente original, va desapareciendo o refundiéndose en otro género de música distinto. Ambas danzas citadas se venden en el almacén de pianos de Esperez y hermano.

Y aunque el motivo no fuera el mejor para una danza, si gustaba, no faltaban las contestaciones, tanto así que aquella de El de las gafas que se las quite, tuvo pronto la suya en El de las gafas que se las ponga, compuesta por las señoritas Dª. D. E. y Dª. D. B., dedicada al administrador de la plaza, danza que al parecer hizo cambiar de opinión al Localista, porque de ella dijo que: «las amables autoras de la nueva danza supieron sacar todo el partido posible del motivo suministrado por la gente crúa, haciendo su composición digna de figurar en la colección de las aficionadas al piano» (DM, 20 may. 1853).

El Cocoyé, que no decaía en popularidad, llegó también al escenario del Tacón. En las funciones del 7 y 8 de abril de 1853, se presentó la zarzuela Las Colegialas son Colegiales y, como era costumbre, en el intermedio hubo baile, esta vez los hermanos Pavía y don F. Robreño presentaron un Paso Tártaro, y para el final, una comparsa de negritos[4] bailó El Cocoyé (DM, 10 abr. 1853).

Las danzas con referencias al negro no fueron cosas raras, según una nota publicada el 6 de julio de 1853, acababan «de publicarse en el establecimiento musical de Edelmann y Cª., dos danzas para piano tituladas Abasun sun-sun y Los negritos o María la O en el salón del Campo de Marte».

Como es posible confrontar en las notas, crónicas y artículos, solo del DM, desde los primeros años de la segunda mitad del siglo XIX las contradanzas cubanas se mencionaban ya apocopadas como danzas cubanas; leyendo La Matilde (1829), El Abufar (1830), El cocoyé (1836) y La Tedezco (1847) se constata que tenían en sus contenidos el ritmo de tango o habanera, el cinquillo cubano y las células B y C según la relación de células rítmicas de procedencia africana detectadas por Obdulio Morales; se utilizaban temas tanto de óperas y zarzuelas, como de las músicas de transmisión oral de diversas culturas incluida la africana; se habían introducido instrumentos de percusión de origen africano y los títulos trataban de evocar sucesos que sobresalían en la cotidianidad, lo que sus músicas trataban de describir; se había mencionado al menos una vez la palabra danzón en una nota periodística, lo cual es un indicio de que esa palabra, adjudicada a una danza de mayores dimensiones que las acostumbradas, estaba al uso; y las formas A-A` B-B` se había estandarizado, por lo que las contradanzas de Saumell y las danzas de Cervantes, tan divulgadas durante las últimas tres décadas del siglo XX, no fueron ni las primeras ni las últimas que usaron estas formas y estos contenidos, sino que fueron el resultado, como se puede documentar, de la creación de cientos de compositores, muchos de los cuales el tiempo fue borrando, no siempre por causas justamente musicales. 

Tanto se posicionó la danza habanera en la cultura occidental que se estableció en la Península con carta de naturalización, donde se incorporó a las zarzuelas, y viajando más allá, le dio a Bizet una habanera para Carmen (1875), un aria para su ópera en francés, L`amor est un oiseau rebell; y en Nápoles, y en napolitano, les dio a Capurro y di Capua un hit que hoy, cuando el siglo XXI ha culminado su segunda década, continúa en el mercado, escrita en el más elegante estilo de las danzas habaneras, y que lleva por título: O sole mio (1898); y en los Estados Unidos, en Broadway, en la que fuera famosísima revista musical «Ziegfeld Follies», en 1922, se escuchaba, entre sus aplaudidos números, «la clásica Paloma, cantada en perfecto castellano por una encantadora chiquilla» de nombre Hilda Moreno, quien había nacida en Cuba, donde se le vio «trabajar en el teatro de Zulueta y Dragones» (Massaguer 1922, 56).

El siglo XIX perteneció a las danzas, las que se bailaron, cantaron, corearon y se escucharon en las salas de conciertos con el más lucido empaque académico. Autores ilustres las crearon por docenas durante la segunda mitad del siglo XIX y las primeras del XX; pero, además, una multitud de compositores, criollos y extranjeros, desconocidos hoy, las hicieron llegar hasta los oídos de millones de bailadores alrededor del mundo y esos fueron los que provocaron el posicionamiento de las danzas cubanas en el mercado, convirtiéndolas en productos tan cotizados en el mercado como el azúcar, el ron y los puros habanos. 

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[1] Lapique no cita la fuente, por lo que no me es posible investigar si se tocó en el 49 y después en el 52, o es un error en la fecha que ella da.

[2] Por un tiempo a la Alameda de Paula se le llamó el Salón O`Donnell.

[3] Se refiere sin dudas a la danza Tancredi, de Arditi.

[4] Esta comparsa de negritos bailando el Cocoyé cerró innumerables espectáculos en el Tacón, alcanzando un gran éxito en cada una de sus presentaciones.

martes, 28 de enero de 2025

LA TIERRA FÉRTIL PARA FUNDAR LIBERTADES SE NOS MUERE

Santo Domingo. RD. 26. 01. 2025. Una puesta en escena en la sala Ravelo del Teatro Nacional Eduardo Brito. (*)

Un gran esfuerzo por denunciar la tiranía castrista que desde hace 66 años desguaza la cultura cubana, un uso excelente de documentos audiovisuales de gran valor, pocas veces exhibidos. Un gran esfuerzo por mostrar de manera descarnada las satrapías a que está sometida la isla vecina. Una potente denuncia. 

Un tremendo esfuerzo por llevar al público un tema que muchos no quieren tocar, pero fue una oportunidad artística perdida. El tema se quedó en el panfleto porque el texto carece de ritmo y poesía, y la monologuista, a pesar del enorme trabajo que debió realizar para dialogar durante una hora con voces en off, no logró amarrar al público. Su voz y su expresión corporal, sobre todo en los amagos de danza, no la acompañaron.
Escena para Mi amiga la de al lao

A pesar de todo, ambos, obra e intérprete, por mirar de frente lo que otros disimulan, merecen una prolongada ovación, mucho más atronadora que la escuchada la tarde del 26 de enero en la Sala Ravelo del Teatro Nacional Eduardo Brito. Gracias por traer a la escena un tema que pocos artistas cubanos se atreven a incluir en sus obras. 

Gracias por el gesto solidario con la vecina de al lao, por poner el dedo en la llaga, por denunciar que se nos muere la que alguna vez fue patria para quienes escapaban de otros tiranos, la que alguna vez fue tierra fértil para fundar libertades en su vecindario. Gracias.

(*) No hubo programas de mano ni código QR para informar debidamente los créditos.

viernes, 24 de enero de 2025

LA HEGEMONÍA DE LA MÚSICA CUBANA DESDE LA PRIMERA MITAD DEL S. XIX (2 de 3)

Las danzas cubanas no salieron del barracón, sino de las academias

La orquesta era la del señor Rodríguez, la cual fue celebrada por los extranjeros con justicia pues tocó con sumo gusto no solo nuestras danzas sino también polcas etc. A lo que parece, y sea dicho de paso, esta orquesta es la que verdaderamente está hoy de moda, pues raro es el baile notable donde no figure.

Orquesta de Enrique Peña 1908

La calidad de las orquestas, de los intérpretes y los compositores fue indispensable para que las danzas cubanas pudieran establecerse en el mercado, y esto tuvo sus causas en la preparación académica de los músicos, quienes contaron con la posibilidad de tomar clases con profesores criollos y extranjeros que competían con los mejores del mundo -como he documentado en el acápite Las academias de música-, de tener a su disposición un ambiente musical que les permitía crear hábitos de escucha, y un mercado que les posibilitaba obtener instrumentos, accesorios, métodos de estudio, música impresa, y participar en ese mercado ofreciendo sus servicios. 

En la siguiente nota se menciona esa afición de los habaneros por la música y el piano:

Pianistas en la Habana. (DM, 30 nov. 1850). Es verdaderamente notable la grandísima afición y el buen éxito con que se cultiva entre nosotros la música, y sobre todos los instrumentos el piano. Rara es la casa de mediana apariencia donde no hay uno de estos instrumentos, y lo admirable es que con grande frecuencia se oyen en muchas de ellas los mejores trozos de ópera ejecutados con rara habilidad.

Y otra, nos permite conocer la asiduidad del público a los conciertos en las casas de música y de la presencia de pianistas de todas las latitudes en La Habana:

(El País, 13 jun. 1895). La elegante sala del establecimiento del Sr. Pola estaba lleno de señoritas y distinguidas damas que se habían dado allí cita para oír las magníficas voces del soberbio piano que la empresa del popular periódico El Fígaro regala a sus abonados. 

El notable pianista peruano Sr. Manuel I. López, deleitó a los concurrentes con admirables piezas, unas originales y otras de autores clásicos, en cuya ejecución pudo el público allí congregado admirar las brillantes dotes del artista y las no menos admirables voces del gran piano que regala El Fígaro.

Y la siguiente, es una nota referida a una de aquellas agrupaciones famosas:

Orquesta Siglo XIX. (DM, 21 abr. 1850). Hace algunos días pasábamos por la calle de la Industria y nos llamó la atención un buen golpe de música que salía de la casa núm. 80. Indagamos el nombre de la orquesta y se nos dijo que era la del Siglo XIX, compuesta de jóvenes industriosos y aplicados entre los que se cuentan algunos buenos profesores. En dicha casa, donde se halla instalada, ensayaban en aquella ocasión algunas de nuestras más preciosas danzas y entonces tuvimos ocasión de juzgar de la justicia con que se le concede un lugar preferente entre las buenas orquestas de esta ciudad. Sabemos que se la contrata para los bailes de uno de nuestros más animados pueblos de temporada.

Y sí que era muy demandada aquella orquesta. Otra de las tantas notas en las que se le menciona, la que publicó el DM (29 abr. 1855), anunciaba la celebración de las fiestas patronales de Bejucal durante los días 30 de abril, y 1, 2, y 3 de mayo, y advertía que «la orquesta contratada para todas esas funciones» había sido «la acreditada Siglo XIX».

Más demandas de danzas y más ofertas

Otra nota menciona la cantidad de orquestas y danzas que se disputaban el mercado habanero:

Diluvio de danzas. (DM, 11 oct. 1850). Son tan numerosas las danzas nuevas que salen a la luz todos los días, litografiadas con más o menos primor, que no bastan todas las orquestas de la Habana (que no dejan de ser numerosas también) para tocarlas, aun cuando se echen al olvido muchas lindísimas que porque solo cuentan ocho días de vida ya son viejas. Pero entre las novísimas que llaman más la atención se cuentan la Favorita, del Sr. Riesgo; la Moncita, del señor Sierra, etc.

La demanda de orquestas se disparaba en épocas de fiestas y así lo describe la siguiente nota:

Orquestas. (DM, 25 nov.1852). Aunque todos los años durante la Pascua de Navidad casi no hay pueblecito en la isla donde no se den grandes bailes con orquesta, resultando que todas las que hay en la Habana y otros puntos son solicitadas con grandes empeños, creemos que este año la animación de estos pueblos será en extremo notable durante aquella alegre festividad a juzgar por los preparativos que en todas partes hacen, incluso la construcción de salas expresamente para bailes, aún en parajes donde no se ve más que una aislada taberna, y que por consiguiente las orquestas andarán como cosas vedadas, no siendo quizá extraño que se eche mano hasta de esos órganos que tan maravillosamente se han multiplicado en la Habana. Creemos por lo tanto hacer un servicio a los empresarios de bailes del campo llamándoles la atención sobre el anuncio de la buena orquesta titulada La Flor de Cuba y sobre la parte de ese anuncio referente a la pequeña orquesta para tocar en reuniones familiares.

Y para conocer la cantidad de público que asistía a estas fiestas y los estratos sociales a los que pertenecían, se puede confrontar una rara estadística que dio a conocer el DM:

Pasajeros. (DM, 28 jun. 1854). Debemos a la bondad de una persona de nuestra amistad el siguiente estado de los individuos que fueron a Guanabacoa por los carritos de «La Prueba» el día de San Juan y el domingo siguiente:

Sábado: Blancos, 536; de color, 1322 / Domingo: Blancos 317; de color, 921 / Total: 3,096[1]

Sin contar los que fueron en carruajes de alquiler particulares, y tirando el limoncito, que forma un respetable número. No ha ocurrido a pesar de eso la más leve novedad.

Esta nota estadística probablemente sea imposible encontrarla en otro lugar, pero la empresa que entonces manejaba el ferrocarril de sangre que unía la terminal de Regla con Guanabacoa, al que llamaban «los carritos de la prueba»[2], debió estar muy interesada en conocer la cantidad de pasajeros que transportaba, por lo que me es posible darle un voto de confianza al dato y a partir de este concluir que a los bailes de San Juan, al menos de aquel año, asistieron en un fin de semana miles de personas de modestos ingresos, que eran por lo general quienes abordaban el transporte público, pero que además estuvieron muchos otros que con mayor capacidad económica podían disponer de carruajes de alquiler privados, siendo esta una muestra plausible de la pasión que existía entonces en todos los estratos sociales de La Habana por los bailes temporadistas y las fiestas patronales que se realizaban en Guanabacoa, Marianao, Calabazar, Las Puentes, Jesús del Monte, Quivicán, San Antonio, Santiago de las Vegas y todos los pueblos cercanos a la capital, a donde iban a refugiarse, sobre todo durante el verano y días festivos, los bailadores. Y cada orquesta, en cada baile debía estrenar al menos una danza.

Las danzas viajan el mundo en los equipajes de los artistas

Como ya escribí, todas las bandas del ejército y la marina española acantonadas en Cuba y muchas de las bandas de las marinas de otros países que pasaban por La Habana, tocaban danzas que luego llevaban a donde les llevara el movimiento de tropas, pero también los artistas que pasaban por la Isla se llevaban en sus equipajes las partituras y allá donde fueran las hacían instrumentar y arreglar para incluir en sus espectáculos. Una nota publicada en 1850 dice lo siguiente:

Strakosch[3], Macallister y la danza cubana en Nueva Orleans. (DM, 3 may. 1850). El célebre pianista estaba ya en Nueva Orleans el 24 de abril y a los pocos días debía dar un gran concierto en unión del distinguido artista Wallace, pianista, violinista y compositor, antiguo conocido de los dilettanti de la Habana.

También se hallaba dando funciones en la misma ciudad el célebre nigromántico Macallister. El 26 estaba señalado para su beneficio y entre las novedades de que habla el anuncio vemos la de que la orquesta tocaría las danzas compuestas por Arditi durante la visita que hicieron a esta: el Brujo y la Bruja. ¿Dónde no se tocará con el tiempo la cubana danza?

Otra nota referida al arpista francés Charles Bochsa (1789-1856)[4], quien se había presentado en La Habana, dice lo siguiente:

Danzas cubanas en Nueva York. (DM, 11 ene. 1851). Poco a poco nuestra danza criolla va teniendo eco hasta entre los fríos hijos de otras zonas. En un concierto a la promenade que dio el amable Bochsa, de grave recordación, a mediados de diciembre en la ciudad de Nueva York entre las piezas que había de tocar la orquesta vemos que anuncia el programa: «Contradanza de Cuba El incendio, por Arditi».

Habanos y habaneras, dos nombres de marcas

A lo largo del siglo XIX se compusieron danzas para todo y para todos. Según la nota del DM (11 feb. 1852), en la función que la compañía de Los Raveles presentaría al día siguiente en el Teatro de Tacón, se daría a conocer una danza titulada La Celestina[5], compuesta por el «conocido joven compositor D. Manuel Saumell», y dedicada a la «simpática bailarina Srta. Celestina Frank», integrante principal de aquella troupe. Otras dos notas publicadas en el mismo periódico dos días después, apuntan; una, que Recuerdos del Wajay fue el título de una danza compuesta por «el joven filarmónico Francisco G. Carvajal, y que éste la dedicó a la memoria de las fiestas y las jóvenes de aquel partido; y otra, que La India fue el título de la danza que, «el apreciable joven don Antonio B. de la M.», compuso y dedicó a «los jóvenes dueños de la nueva y hermosa panadería denominada La India, situada en la calle de Virtudes, entre las de Manrique y San Nicolás».

La Habana tenía un ritmo que iba al son del invierno y el verano, las lluvias y la sequía, el Carnaval y la Semana Santa. Entre esos parámetros se acomodaban los calendarios y en todos los eventos de ese almanaque estaba, invariablemente, la música. Y la música era, en estos años la danza, y esta era el motor de todos los eventos, era la mercancía tras la cual corrían todos y alrededor de la cual se movían innumerables relaciones mercantiles.

Con la intención de que el lector pueda apreciar lo que afirmo, he querido citar la crónica de uno de los bailes de máscaras que se celebraban cada año en una de las más prestigiosas instituciones privadas que tenía la capital cubana. El baile se verificó el sábado 14 de febrero de 1852, y el cronista publicó lo siguiente el día 17: 

 Liceo. (DM, 17 feb. 1852). No pocas horas han transcurrido desde que el último golpe de orquesta anunciaba la terminación del primer baile de máscaras del Liceo y aun conservamos vivísimos los recuerdos de los amenos momentos que en él gozamos, como indudablemente los conservarán todos cuantos tomaron parte en esa fiesta de Momo, en esa fiesta que, sin ser báquica, desmoralizadora, ofrecía los mil chistosos lances de la careta. Los salones del instituto se vieron invadidos por un considerable número de máscaras, de caprichosos y elegantes vestidos y no menos considerable era el número de las personas de ambos sexos que en traje de gala animaban el local.

El «¿me conoces?», eterna fórmula mascaril contra la que apenas pueden el talento y el dominio de sí propio, resonando en todas partes servía de pedal a las agudezas y no agudezas que mutuamente se decían los sí y los no enmascarados, quienes ni aún entregados al placer de la danza dejaban reposar el órgano de la palabra. Como era natural los bailes estuvieron animadísimos, e inútiles serían las expresiones que quisiéramos usar para pintar el cuadro que entonces ofrecía el local, profusamente iluminado y adornado. Pero ese primer baile de máscaras del Liceo ha sido una gota de dulce miel que ha caído en los labios de sus socios, despertándoles la ansiedad de apurar toda la copa, y por eso nos aventuramos a decir que el segundo, que tendrá lugar el miércoles, será aún más brillante que el primero.

Para el domingo 15, se anunciaban Grandes Bailes de Máscaras en el Teatro del Circo con dos orquestas que tocarían escogidas danzas, entre ellas dos nuevas tituladas: Dicen que tienes una, y el Amante majadero. En los salones altos del Café Escauriza tocaría la orquesta del Sr. Rodríguez, quien había preparado para esa noche «cuatro danzas nuevas, cuyos títulos son: La nueva comadrita, La cadena de la loba, No me esperes, y el Nuevo Carnaval. Y en el salón Paraíso, de Regla, «después de terminada la tercera danza, se procedería a la rifa», y seguidamente la orquesta, dirigida por el acreditado profesor Feliciano Ramos, estrenaría dos danzas compuestas por el clarinete primo Juan de Dios Alfonso, tituladas Los desdenes de Clorinda y Los lunares de Lolita.  

A propósito de la orquesta del Sr. Rodríguez, en una crónica dedicada al baile «que tuvo lugar la noche del martes (2 mar.) a bordo de la corbeta de guerra americana Albany», se lee lo siguiente:

(DM, 6 mar. 1852). […]. La orquesta era la del señor Rodríguez, la cual fue celebrada por los extranjeros con justicia pues tocó con sumo gusto no solo nuestras danzas sino también polcas etc. A lo que parece, y sea dicho de paso, esta orquesta es la que verdaderamente está hoy de moda, pues raro es el baile notable donde no figure. En Escauriza es un poderoso reclamo para atraer concurrencia, en el Liceo es celebrada por todos sus numerosos socios, y donde quiera en fin se revela por sus escogidas piezas de todas clases y la buena ejecución de ellas.

Como he mencionado, se hacían danzas para todos y para todo, lo que es posible documentar con la siguiente nota:

El triunfo de Panchita. (DM, 5 dic. 1850). Este es el título de una danza nueva, muy linda, se dice, que acaba de componerse y deberá tocarse el día 9 en un baile que se dará en la calle de Farruco, núm. 56. Se ha dedicado al Sol del Pilar, que según noticias es de la señora Cerveto de Cisneros.  

Otra nota, en la que es posible apreciar el vertiginoso ritmo al que se movían las relaciones comerciales en el mercado de la música, indica lo siguiente:

La India. (DM, 2 mar. 1852). En el acreditado establecimiento denominado «La Marina» se está litografiando la bonita danza de este nombre, compuesta por don Salvador Palomino y dedicada a los dueños de la nueva panadería titulada «La India» sita en la calle de las Virtudes entre las de San Nicolás y Manrique. Se nos asegura que dicha danza va a ser tocada en una de las próximas funciones de los Raveles y puesta en uno de los órganos que con más aceptación se oyen en las calles.

Debo insistir en que estas danzas se editaban para voz y piano, o piano solo, por lo que era necesario realizar arreglos para interpretarlas con orquestas, bandas, órganos o cualquier otro formato vocal-instrumental, y eso se convirtió en un trabajo cotidiano para un sin número de músicos, independientemente de su lugar de nacimiento y su localización geográfica. El Carnaval de la Habana, por ejemplo, fue el título de una colección de danzas del profesor de música D. Evaristo Diez, las que se habían interpretado en las noches de máscaras del teatro del Circo. Según la nota (DM, 12 mar. 1852), «la colección constaba de veinte danzas para piano» y se vendían en los almacenes de música de Maristany, en la calle Obispo, y en la confitería del Circo. Y todo ese trabajo estaba movido por el frenesí que provocaba en los bailadores la danza como se puede apreciar en la siguiente nota:

Liceo. (DM, 2 mar. 1852). […] La animación fue tan grande, tan sostenida que después de concluirse la que sería la última danza muchas familias que ya se hallaban en el zaguán dispuestas a retirarse volvieron a penetrar en los salones al oír que la orquesta llamaba otra vez a los hijos de Terpsícore en virtud de los deseos manifestados por todos de bailar otra más. Mucho después que retumbó el cañonazo del alba se veían aun numerosos restos de la brillante función con que el Liceo se despedía del Carnaval.

Un frenesí que muy probablemente era provocado por la percepción que los bailadores tenían de la danza. En una nota publicada diez años después de que el baile de la polka se diera a conocer en el Gran Teatro (DM, 23 oct. 1844), una bailadora nos explica las causas del triunfo de la danza sobre la polka y todos los bailes que estaban de moda por entonces:

Comunicación. (DM, 2 ago. 1854). Con la firma de «Una temporadista» hemos recibido la siguiente para su inserción:

«Señor Localista: Cuando se va a un baile, aun cuando sea de pago, nadie que no sepa bailar debe intentar hacerlo por varios motivos, pero principalmente por dos: 1º. Porque hace una verdadera ofensa a la compañera que confiada le concede la danza, polka etc., que se va a bailar y 2º. Porque no solo la pone en ridículo, sino que él mismo es objeto de las burlas de los demás. Esto sucede con más frecuencia cada vez que se trata de bailar polka, a cuyo nombre tiembla aun de pies a cabeza una amiga mía recordando lo que le sucedió el domingo en Guanabacoa con el compañero que la suerte le deparó, y que así sabía bailar aquella como yo el fandango. La polka exige, como es sabido, una gracia particular para bailarla con buen éxito ante una concurrencia que fija ávidamente sus miradas en las pocas parejas que por lo regular se presentan a ejecutarla, sin embargo salvo muy pocas excepciones solo vemos aquí una pareja que se mueve a contra compás, allí otra que con paso de danza quiere salir del apuro, acá una tercera que se columpia media hora en un mismo punto porque no puede tomar al vuelo el momento de partir y allá una cuarta pareja que quiere bailar polka como si se tratara de lo que los ingleses llaman steeple-chase, tropezando con todo el mundo en arrebatados giros, pero de muy mal gusto. Concedo que esto reside en la variedad, pero le aseguro a usted que a pesar de ese aserto prefiero danzas y más danzas, porque si del mal el menos todo el mundo sabe que en la danza es donde único se puede disimular la poca destreza de un bailador».  

Un frenesí que causaba tanto en la capital como en el campo, y que obligatoriamente debía ser el final de todo evento:

Bermeja[6]. (DM, 4 mar. 1852). Acabamos de saber que en la mañana del sábado próximo (6 mar.) parten para el pueblo de este nombre las señoritas y caballeros que han ensayado las piezas dramáticas de que hablamos en uno de nuestros próximos pasados números con objeto de obsequiar a una hermosa señora en su finca. Se nos agrega que debiendo terminar la función con un baile se ha ajustado una de las mejores orquestas de esta capital.

 

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[1] El total que aparece en la nota da por error la cifra de 3,129.

[2] La estación de este ferrocarril estaba cerca del circo La Prueba que Miguel Nin y Pons hizo construir en Guanabacoa, y a partir de 1845, cuando Nin se asoció a la empresa, se comenzó a conocer el tren por el nombre del circo. Los coches fueron tirados por mulos hasta 1884 cuando comenzó a usarse una locomotora de vapor. (Cfr.: Santamaría et al. 2020, 167, y DM, 09 jun. 1850)

[3] Se refiere al célebre Mauricio Strakosch, pianista de S. M. el Emperador de Rusia, miembro honorario de la academia de Santa Cecilia de Roma y de la primera sociedad filarmónica de Europa, quien había dado una serie de conciertos en La Habana y Trinidad durante el primer cuatrimestre de 1850. Cfr.: DM, 20, 22, 30 ene. / 1, 6, 15, 17, 19, 20 feb. / 3 mar. / 17, 19, 21 abr. 1850.

[4] El 1 de mayo de 1849, debutó en La Habana la soprano Anna Bishop junto a su amante y tutor, el eminente compositor, arpista y director, Charles Bochsa. (Cfr.: DM, 29 abr. / 3 may. 1849

[5] Giro, Radamés, ed. 1980. Manuel Saumell. Contradanzas. La Habana: Letras Cubanas, 51

[6] Bermeja tuvo ferrocarril desde 1841 y esto facilitaba una excursión de este tipo.

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