Si hiciéramos un inventario
de las campañas en las que cojonudamente Castro I desbarrancó la economía y la
sociedad cubana, aferrado a la excusa de llevar hasta sus últimas consecuencias
“la revolución”, encontraríamos que, invariablemente, cuando cambió de palo
para rumba, cuando emprendió despavorido la marcha atrás lo hizo esgrimiendo el
mito de que estaba siendo dialéctico, que “convertía el revés en victoria”, jamás
reconoció que, por donde iba, el descalabro le haría perder las riendas del
poder.
Lo mismo sucede ahora con
las supuestas medidas que Castro II mienta en la isla y vociferan los medios,
muchos de los cuales él mismo acusa de enemigos. Después de haber sufrido durante
el pasado año 2011 uno de los más eficientes repudios internacionales a través
de la prensa y la diplomacia de no pocas naciones, la que obligó al régimen a
sacar de las cárceles a un buen número de presos políticos y lanzarlos al
destierro, después de sufrir lo que despectivamente definieron los voceros
oficiales con el irracional término de “cerco mediático”, en el que las figuras
de Guillermo Fariñas y Orlando Zapata fueron de gran relevancia, Raúl Castro,
para que le quitaran el guante de la cara, anunció, entre otras medidas, que
autorizaría la compra-venta de bienes inmuebles y autos.
Ambas ofertas, que la
Humanidad acoge como el non plus ultra de los beneficios que merecen los
cubanos de la isla, que son elogiadas por los medios de medio mundo, y que
sirven de “sólido argumento” a los castristas adolescentes de dentro y fuera
para quitarle el guante del rostro al dictador y mirarlo con admiración
infantil, no son ni por asomo el resultado de una toma de consciencia de la
clase dominante, no significan ni de casualidad que comprendieron que la
propiedad privada es un bien al que tienen derecho todos los seres humanos, y
que el Estado, lejos de aniquilarla está en el deber de protegerla.
Lo que en realidad
significan las nuevas medidas anunciadas, es el culipandeo de quienes no tienen
respuesta ante los males que ellos mismos provocaron en la sociedad cubana.
Desde hace medio siglo son propiedad del Estado las viviendas, los autos, el
ganado, las plantaciones, el agua de los ríos y el aire que respiran los millones
de almas que viven en la isla. Nadie puede comprar ni vender absolutamente nada
sin la intervención del Estado, pero ahora, cuando la isla toda necesita una
implosión para levantarla de nuevo, desde la Punta de Maisí hasta el Cabo de
San Antonio, cuando las necesidades de viviendas y edificios de todo tipo son
impostergables, hoy, cuando el fracaso del Estado Socialista está ante los ojos
del mundo, entonces, y sólo entonces, la dictadura se deshace de la
responsabilidad histórica entregándole a los ciudadanos chatarras y escombros,
entonces y solamente entonces a Raúl Castro se le ocurre que es mejor
deshacerse de un país en ruinas y vociferar que hace cambios, y toma medidas -a
su medida- entonces es mejor hacer culipandeos, para que ingenuos, adolescentes
e infantiles castristas los amplifiquen por los cuatro puntos cardinales y
traten de romper el Repudio Internacional, al que llaman “cerco mediático”. Es
mejor vender las ruinas del castrismo que soltar las riendas del poder.
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