En la mañana del 15 de junio de 2011 falleció en Santo Domingo Vicente Grisolía. Había nacido en Puerto Plata el 5 de septiembre de 1924, y durante todos esos años se convirtió en músico, maestro, concertista y en uno de los más reputados artistas dominicanos.
Su talento fue celebrado por la prensa nacional desde que era un joven de veinte años. Alfredo Matilla, en el diario La Opinión del 14 de agosto de 1944 alabó la “seguridad virtuosística y admirable que demostró en su interpretación del Concierto No. 3 en do Op. 37 de Beethoven”, y afirmó que era “un pianista magnífico. […] una promesa a la que no se puede ni se debe ignorar. […] una de las más interesantes figuras de la juventud musical dominicana”.
Y como por aquellos años la prensa dominicana exhibía una crítica musical espléndida -en la que cada periódico se daba el lujo de tener una o más firmas que dejaron centenares de piezas antológicas-, sobre el mismo concierto Eugenio Fernández Granell escribió tres días después en La Nación: “Especialmente notable fue la actuación de Vicente Grisolía –bello sonido y limpia ejecución”.
Unos meses más tarde, el 22 de noviembre Grisolía hizo su debut con la Orquesta Sinfónica Nacional bajo la dirección del Maestro Enrique Casal Chapí, y de aquel concierto, Alfredo Matilla escribió en La Opinión el día 24: “Grisolía es un buen pianista. Puede ser un gran pianista. Tiene unas facultades espléndidas. Su mecánica es limpia y segura y sabe decir lo que quiere y como quiere. [...] Está en buenas manos y la señora Paula Marx de Abraham (su profesora en el Conservatorio) sabrá orientarlo. Su interpretación del Concierto No. 3 de Beethoven [...] fue irreprochable. Se toca así como él lo hizo. Creo que ese es el mejor elogio para Grisolía”.
El insigne intelectual y crítico musical Enrique de Marchena Dujarric escribió en La Nación el 15 de abril de 1946 lo siguiente: “De una digitación fluida, sensible, y particularmente dotado de fuerza rítmica, Grisolía nos da esperanzas y sensación de que estamos frente a una positiva promesa artística”. Y como muchas otras veces de Marchena no equivocó el vaticinio, acertó y los años por venir fueron testigos de una carrera de sostenida luminosidad.
En octubre de 1946, en el segundo concierto que dirigió Abel Eisenberg como sucesor de Casal Chapí en el puesto de Titular de la Orquesta Sinfónica Nacional, Grisolía asumió la parte de uno de los dos clavicémbalos solistas (sustituidos por pianos) del Concierto Grosso No. 12 de Handel, y de aquella velada, Manuel Valldeperes, bajo el seudónimo de Fidelio, escribió en La Opinión el 25 de octubre: “Los jóvenes pianistas Vicente Grisolía y Enrique Mejía Acevedo realizaron una labor meritoria, digna de aplauso”.
El 21 de diciembre del mismo año Grisolía se volvió a presentar con la Sinfónica, esta vez, como graduado del Conservatorio, interpretó el Concierto No. 1 Op. 11, en mi para piano y orquesta de F. Chopin bajo la conducción de Enrique Mejía Arredondo.
En 1947 acompañó a Carlos Piantini en el primer recital que realizó en la capital dominicana, y de aquella memorable velada Manuel Valldeperes escribió en La Opinión el 9 de abril: “Vicente Grisolía, el notabilísimo pianista que tan depuradas interpretaciones nos ha ofrecido actuando como solista en los conciertos de la Orquesta Sinfónica Nacional, acompañó a Carlos Piantini con una sobriedad y un instinto musical de primer orden. Su labor fue reveladora de una exquisitez interpretativa poco común e hizo que compartiera los aplausos que el nutrido público que se congregó en la sala del Independencia tributó merecidamente a ambos artistas, obligándolos a ofrecer algunos bis y encores”.
En su carrera como acompañante de dotes excepcionales, actuó en 1948 junto a Abel Eisenberg, violista y director de la Orquesta Sinfónica Nacional, en un recital muy aplaudido; y ese mismo año, el día 29 de septiembre, se presentó junto al cornista Leo Kreutz en el Teatro Independencia.
De aquel concierto escribió Valldeperes, bajo el seudónimo de Fidelio el 1 de octubre en La Nación: “Vicente Grisolía, que actuó espléndidamente como acompañante de Kreutz en las obras de Beethoven, Rheinbergher y Strauss, especialmente en ésta última, interpretó como solista la Rapsodia para piano No. 2, Op. 79, de Johannes Brahms. Esta impetuosa rapsodia halló en el joven Grisolía un feliz ejecutante”.
Por su parte Julio González Herrara, refiriéndose al mismo concierto, escribió en El Caribe: “Vicente Grisolía, […] hizo una brillante demostración pianística, como ha sido oída pocas veces entre nosotros”.
En noviembre el pianista dominicano acompañó al violinista Danilo Belardinelli en un recital en el Teatro Independencia, del que Fidelio escribió: “El joven Grisolía acompañó a Danilo Belardinelli con elocuente sentido musical”.
Al año siguiente volvió a tocar como solista con la Orquesta Sinfónica, y esta vez interpretó la Rapsodia dominicana No. 1 para piano y orquesta de Luis Rivera, bajo la conducción de Abel Eisenberg y según publicó Fidelio en La Nación el 25 de octubre: “interpretó la parte de piano con depurada técnica, fino instinto musical y comprensión de la obra”.
Finalmente, después de esta fructífera etapa inicial, Grisolía viajó a Roma Italia, donde tomó clases con Germano Arnaldi, y a New York, Estados Unidos, donde realizó estudios con Edwig Kanner.
Cuando regresó al país su primera presentación fue un rotundo éxito, su recital en el auditorio del Palacio de Bellas Artes en septiembre de 1963, fue ampliamente elogiado y según publicó Manuel Valldeperes en El Caribe fue: “Una fiesta para el espíritu”.
A partir de 1966 Grisolía integró un dúo con la pianista Elila Mena y realizaron presentaciones de alto nivel artístico, tanto en el país como en el extranjero. Su capacidad interpretativa y su conocimiento de los diferentes géneros y estilos de la música le permitieron al Maestro Grisolía acompañar tanto a instrumentistas como a cantantes, entre estos últimos a Henry Ely, Dorothy Sturme, Arístides Incháustegui, Ivonne Haza, Eulalia Gil, Rafael Sánchez Cestero, Teresa Montes de Oca, Francisco Casanova y Justino Díaz.
Grisolía condujo, junto al violinista Jacinto Gimbernard, el programa televisivo Música de los Grandes Maestros, que se difundió desde mayo de 1968 y alcanzó relevancia nacional en la difusión de la música clásica. También con Gimbernard realizó recitales dedicados totalmente a difundir las obras de los compositores dominicanos.
Cuando en 1974 se fundó la compañía de Ópera Dominicana, Grisolía fue el pianista entrenador de los cantantes de esta agrupación y participó, entre otras, en las puestas en escena de La Traviata, IL Trovatore y Tosca de Verdi, IL Tabarro, Madama Butterfly y La Boheme de Puccini, El Barbero de Sevilla de Rossini, Carmen de Bizet, Elixir de Amor, Don Pasquale y Lucia di Lammermoor de Donizetti.
Como profesor formó a gran cantidad de pianistas, entre ellos a José Antonio Molina, Ingrid Camilo, Lilliam Brugal, y Catana Pérez.
Según Arístides Incháustegui Vicente Grisolía fue un pianista “de alto sentido profesional, enmarcado en la gran tradición romántica. De sonido fuerte y musculoso, sin asperezas, línea limpia, de gran efecto y tono bello, capaz de reducirse a pianísimos siempre perceptibles” a quien por su “extraordinaria lectura musical a primera vista, unida a su pasión por la música vocal y su discernimiento de las posibilidades físicas y emotivas de cada intérprete” lo convirtieron en el mejor pianista acompañante de la historia musical del país.
En estos tiempos, en los que se derrumban los paradigmas y las señales que nos invaden por todos los medios nos empujan a la banalidad y la desgana, la figura de Vicente Grisolía, trabajador obstinado y perseguidor de perfecciones artísticas debería perdurar en la memoria.
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