viernes, 27 de diciembre de 2013

LOS VIEJOS VIAJES SIN RETORNO Y LAS NUEVAS FALACIAS DE IDA Y VUELTA

Disimulando el crimen

El atolladero de ideas está muy bien compuesto en el artículo que publicó La Jiribilla, en él se proclaman al mismo tiempo la libertad de regresar a Cuba y la imposibilidad de expresarse en contra de quienes ostentan el poder allí.

El arroz con mango que hay en “la batalla de ideas” que “libra la revolución cubana” es a veces tan obvio que resulta patético. El uso de falacias, medias verdades, retruécanos y callejones sin salidas en el discurso oficial se han establecido como la norma, o como la fundamentación de un cuerpo de ideas en el que cuesta saber quien ha muerto primero, si el ser o la conciencia. Y todo esto, claro está, se dibuja y desdibuja en los medios de información, los que están “destinados” por el castrismo a “legitimar la verdad”.

En un artículo firmado por Pedro de la Hoz y publicado por la página La Jiribilla, aprecio una magnífica lección de todo esto, y si bien es cierto que en toda la prensa oficial cubana se siguen las mismas pautas, este trabajo tiene la maestría de un sobreviviente de la época de la hoz y el martillo, de un periodista de largo oficio, capaz de sintetizar las normas, descifrar las señas que emanan del poder y transmitirlas como “verdades legítimas”.

En los primeros dos párrafos se lee, cual si no pasara nada, que hoy debería tener el mismo significado que un cubano emigrara a los Estados Unidos, como que un norteamericano lo hiciera a Suiza. He aquí un señuelo para que el lector “descubra” un postulado que no se compadece con la realidad; entre otras razones, porque el lector sabe de sobra que Estados Unidos y Suiza no están confrontados políticamente, pero Cuba y los Estados Unidos sí.

En el párrafo siguiente el articulista nos descubre que ese diferendo político existe y, “diciendo las cosas por su nombre” -es decir, con la “legítima verdad”-, nos revela “que esa divergencia ha estado instigada por los enemigos del “Estado revolucionario”, y concluye contundentemente estableciendo que esos enemigos lo han hecho “con la intención de regresarnos al pasado”.

He aquí tres falacias duras; la primera, se puede establecer porque el articulista no es dueño de la verdad, sino en todo caso de sus propios criterios y opiniones; la segunda, porque el diferendo no ha sido ni es instigado por los enemigos del “Estado revolucionario”; y tercero, porque la intención de quienes en realidad lo que hacen es oponerse a la política de un caudillo no puede regresarnos al pasado.

La otra gran falacia que se desprende de todo este andamiaje de ideas es la que trata de afirmarnos que ha sido desde los Estados Unidos de donde salieron todos los males de los cubanos que residen en la isla. Pero no fue en el país del norte donde surgió la idea de expropiar todas las empresas nacionales y extranjeras que apuntalaban la economía en Cuba, no fue el vecino del norte quien impuso a la isla durante más de medio siglo los dislates políticos y económicos que han llevado a la sociedad cubana al deplorable estado en el que se encuentra hoy. Lo que ha sucedido en Cuba es de la absoluta responsabilidad del llamado “Estado revolucionario”.

Pero además sucede que el llamado “Estado revolucionario” no debería ser más que Estado, el adjetivo sale sobrando porque es ese adjetivo, precisamente, el que mantiene a Cuba como país fuera de toda modernidad, es el llamado “Estado revolucionario” el que desprecia con violencia a todos los que no están de acuerdo con sus dictados, es el llamado “Estado revolucionario” el que denigra y persigue a los ciudadanos que reclaman su derecho a expresarse libremente, es el llamado “Estado revolucionario” el que pretende ejercer todos los poderes hasta las calendas sin dar el menor espacio a la oposición, ni siquiera el espacio del reconocimiento, es el llamado “Estado revolucionario” el que estigmatiza, descalifica y empareja a los opositores con el enemigo extranjero, como lo hace en su artículo el señor de la Hoz.

Fue el ex máximo líder el gran creador de todo ese mar de olvidos y descalificaciones, fueron las persecuciones que se derivaron de sus palabras en la Biblioteca Nacional en 1961 y las pronunciadas diez años después en el Congreso de Educación y Cultura las que sepultaron a miles de artistas cubanos, fue de sus ideas y acciones caprichosas de donde surgieron los crímenes de lesa cultura, fueron sus “palabras orientadoras” las que compelieron a una parte de la sociedad fanatizada a deplorar a los artistas, a temer sus opiniones y a aplaudir cuando eran cortadas, encarceladas y desterradas.

Gracias a la llamada "revolución cubana", en Cuba no hay manera de salir del atolladero ideológico. Quien manda ahora, adelantado seguidor del Dr. Moreau, no está en la menor disposición de acatar las normas de la convivencia en libertad, algo que está por descontado en Suiza. Para quien hace las normas de conducta en la isla, su misión divina es dictar y los demás están obligados, so pena de ser irrespetados -es decir, sufrir la violación de todos sus derechos-, a copiar y repetir. Así nos lo hace saber una vez más el sobreviviente de la Hoz, pero trata además de pasarnos gato por liebre -en un intento abyecto de profanar nuestras inteligencias-, al comparar  las libertades que se gozan en Suiza con las que se gozan en Cuba.


El atolladero de ideas está muy bien compuesto en el artículo que publicó La Jiribilla, en él se proclaman al mismo tiempo la libertad de regresar a Cuba y la imposibilidad de expresarse en contra de quienes ostentan el poder allí. Y así lo dice el articulista: "Nadie les va a pedir a aquellos que se retracten, ni una militancia impostada, solo se les demandará respeto". Y no hay que ser muy listo para comprender que en este contexto "respeto" es sinónimo de SILENCIO.

viernes, 13 de diciembre de 2013

MATAR LA CATARSIS Y REHABILITAR A LOS MUERTOS

Disimulando el crimen

El desprecio por todos los que se fueron, el insistente repudio del ex máximo líder contra todos los que intentaran adversarle, sembró en la sociedad cubana un asco visceral contra una enorme porción de la cubanía.

Que sea noticia un artículo publicado en Cuba acerca de un músico cubano que vivió sus últimas glorias profesionales en el exilio, es la noticia de la incorrupta perversidad de un sistema. Rehabilitar sin más rodeos que el olvido a quien ocultaron por todos los medios durante décadas, es disimular un crimen.

En toda su andadura, el castrismo ha exhibido un profundo respeto por sus actos, sobre todo por los más repudiables; entre ellos, la sostenida represión a todo acto capaz de producir catarsis en el grupo más allá del control oficial. Y como esas catarsis les son dadas por naturaleza a los creadores de imágenes e ideas, a los artistas, a los escritores capaces de crear opinión en el grupo, pues la opción desde el principio fue sepultar en el olvido o la cárcel a todos los que decidieron opinar en contra.

Con “claridad meridiana” el castrismo impuso la figura de “traidor” a todos los que por hache o por be decidieron rehacer sus vidas fuera del alcance de lo que se veía venir y que cayó demasiado pronto sobre la isla: la debacle total.

El desprecio por todos los que se fueron, el insistente repudio del ex máximo líder contra todos los que intentaran adversarle, sembró en la sociedad cubana un asco visceral contra una enorme porción de la cubanía, aquella que, guardada en miles de profesionales del arte y la cultura, se fue de Cuba.

Ese crimen de lesa cultura propició que las generaciones formadas por la llamada “revolución cubana”, desconozcan esencialmente la potencia y el reconocimiento internacional que tuvo su patria antes de 1959, renombre que, como marca país, no se sostenía precisamente sobre los pilares del vicio, como le ha gustado decir al ex máximo líder, sino sobre un montón de virtudes y una contundente cultura musical y artística.

Ellos, los castristas, prefieren los muertos, así lo han demostrado en decenas de oportunidades. Así permitieron nombrar públicamente después de muertos; entre muchos otros, a Ernesto Lecuona, Celia Cruz y Julián Orbón, a quienes se les ha negado por décadas el sitial que ganaron con sus obras.

Muchos son los nombres que aparecieron en la segunda edición –porque en la primera no “fue posible”-, del Diccionario de la música cubana, biográfico y técnico, de Helio Orovio con los que no se ha saldado aun la deuda de gratitud por sus obras, nadie ha pedido el perdón necesario por el crimen, nadie desde las alturas del Comité Central o desde las columnas virtuales de “Cubadebate” ha reconocido la devastación que tales censuras provocaron en la cultura cubana.


Por eso, hablar a estas alturas de Ñico Membiela, sin denunciar a sus censuradores y sin demandar el reconocimiento oficial del atropello cometido contra él y todos los que se fueron, es disimular un crimen de lesa cultura cual si no pasara nada.



FANTASÍA CUBANA Roberto Sánchez Ferrer

Clásicos populares en discos increíbles  (*) Roberto Sánchez Ferrer (La Habana, 1927), era en 1958 director Musical del canal 2 de la TV cub...