Por
Ana V. Casanova. (*)
La Guantanamera, canción cubana mundialmente conocida, por
lo general se asocia a sus dos intérpretes más importantes: el habanero Joseíto
Fernández y el norteamericano Pete Seeger, y se obvia la autoría del compositor
y pianista astur-cubano Julián Orbón de ese número musical. El presente
artículo arroja luz acerca de esta problemática y contribuye al rescate de ese
autor injustamente olvidado en Cuba durante muchos años.
Julián Orbón. Foto: Fuente externa |
Hoy,
en el contexto cubano, la situación hipotética descrita no resultaría
extraordinaria. Pero ese hecho, en su significación cultural, se complica aún
más si consideramos que estas mismas informaciones, dirigidas a especialistas
cubanos en música —entiéndase: musicólogos, intérpretes y compositores— acaso
también tenga por respuesta el asombro y la ignorancia. No hay lugar a dudas en
el hecho de que varias generaciones desconocen —y por ello son incapaces de
valorar— la obra y los aportes a nuestra historia de compositores y ensayistas
como Julián Orbón, cuyos puntos de vista creativos y de pensamiento han sido
silenciados en nuestro país tras su salida al exilio.
Es
de amplio dominio público que el discernimiento de los aspectos históricos
resulta substancial para el desempeño actual y futuro de la nación, y esto se
hace extensivo a nuestra cultura, en especial a la música. La propagación de
saberes en cuanto a tradiciones y acontecimientos históricos debe definirse por
su carácter integral y no por la exposición de un devenir parcializado,
concebido bajo criterios ahistoricistas como argumentos para su historicidad,
concepciones que son a la vez irremediablemente transitorias porque, de todas
maneras, al final y más temprano que tarde —como señala una conocida frase— los
hechos trazarán de manera inevitable su propio recuento.
La
música, como parte esencial del alma y el espíritu de los pueblos, tiene la
posibilidad de viajar más allá de las contingencias de sus propios creadores. Muchas
veces, como con lo ocurrido en el caso de la famosa Guantanamera, la ironía puede constituir una mala jugada en los
caminos insospechados de los símbolos nacionales. En el caso particular de esa
obra y su autor, me viene a la mente una frase que es popular entre muchos
cubanos: «Dios traza líneas rectas sobre sendas curvas…», y otra, perteneciente
al folklore popular: «al que no quiere caldo, dos tazas»…. Y para ilustrarlas
en una apretada síntesis contaré solo una pequeña parte de una larga y compleja
historia.
El
compositor, pianista, ensayista, y pedagogo Julián Orbón de Soto fue un músico
hispano-cubano por orígenes y pertenencias culturales. Mitad asturiano, por su
padre, el pianista y compositor Benjamín Orbón; y mitad cubano por vía materna,
la también pianista Ana de Soto, ex discípula de Benjamín. Este, un joven y
talentoso intérprete con una incipiente pero prometedora carrera, decidió
instalarse en La Habana después de realizar varias giras por países de América
a inicios del siglo XX. Continuó en Cuba su carrera artística y con rapidez se
dio a la tarea de fundar su propia institución pedagógica, el Conservatorio
Orbón, uno de los más prestigiosos centros dedicados a la enseñanza de la
música durante los años republicanos, que llegó a tener más de doscientas
filiales en todo el país y desempeñó un papel significativo en las tradiciones
y la memoria identitarias de la enseñanza musical en Cuba, como “expresión
estética-ética de su tiempo […y] fuente nutricia del patrimonio tangible e
intangible de nuestro archipiélago”1.
No
obstante la seguridad económica que brindaba este plantel privado para la
familia Orbón, Julián fue uno de los pocos casos de descendientes de un
matrimonio de padre asturiano y madre cubana, nacido en Asturias, hecho acontecido
por circunstancias de índole familiar. El nacimiento de Julián ocurrió en
Avilés el 7 de agosto de 1925, y su niñez y primera adolescencia transcurrió en
su pueblo natal y, posteriormente, en Gijón. Al quedar huérfano de madre a los
seis años, mientras Benjamín seguía establecido en Cuba y viajaba esporádicamente
al Principado; su tío, también llamado Julián Orbón, periodista y ensayista, y
su abuela paterna se ocuparon de criarlo.
A
los 15 años, ya concluida la terrible Guerra Civil Española, Julián fue traído
a Cuba por su padre. En el conservatorio habanero de la familia se graduó de profesor
de piano, y de teoría y solfeo en 1941. Realizó estudios posteriores de
composición en el Conservatorio Municipal de La Habana (hoy Amadeo Roldán) como
alumno de José Ardévol, profesor de origen catalán establecido en la Isla.
Alrededor de ese maestro se nucleó un círculo integrado por sus más aventajados
discípulos, conocido como Grupo de Renovación Musical (1942-1948) entre los que
estuvieron el propio Orbón y también Harold Gramatg es, Edgardo Martín,
Argeliers León, Hilario González, Serafín Pro, Gisela Hernández, Juan Antonio
Cámara, y Enrique Bellver. En ese contexto fue que Julián comenzó a expresarse
por primera vez a través de sus creaciones musicales.
Paralelo a ello, comenzó a sobresalir como conferencista y como crítico musical del periódico Alerta. Por entonces escribió varios ensayos que aparecieron en Orígenes, revista cultural del grupo homónimo, al que también perteneció y en el que encontró a algunos de sus más entrañables amigos, entre ellos los poetas José Lezama Lima, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Eliseo Diego y el padre Ángel Gaztelu. A la par, mantuvo fuertes relaciones de amistad con otros intelectuales y artistas cubanos como Alejo Carpentier y la filósofa exiliada española María Zambrano. Sus actividades como pedagogo se intensificaron tras la muerte de su padre; con solo 19 años Julián enfrentó la dirección del Conservatorio Orbón y de todas sus academias en el interior del país, y prosiguió así la encomiable labor iniciada por Benjamín hacía más de tres décadas.
Foto: Fuente externa |
Tras el triunfo de la revolución cubana en 1959, Julián decidió establecer su residencia fuera de la isla como consecuencia de sus profundas convicciones católicas y anti marxistas-leninistas, sustentadas en los amargos y traumáticos recuerdos de su niñez durante la Revolución asturiana de octubre de 1934 y la posterior contienda española.
A
finales de la década de 1950 Julián ya había alcanzado en Cuba madurez como
artista, gran estabilidad e independencia, había contraído matrimonio con la
cubana Mercedes Vecino y habían nacido sus dos hijos. De nuevo, y esta vez por
decisión propia, se lanzó a un segundo exilio cuyo destino se evidenciaba incierto.
Primero viajó a México, invitado por el gobierno de ese país como profesor
asistente del Taller de Composición Musical del Conservatorio Nacional, y
después se trasladó a Nueva York. Falleció en Miami el 21 de mayo de 1991.
De
Cuba se marchó solo con las más imprescindibles pertenencias. En su nuevo
exilio, al desarraigo y la tristeza se sumaría la incertidumbre de una
situación económica inestable que no había padecido a su llegada a La Habana en
1940. Atrás dejaba todo su patrimonio, sus libros, su hogar, sus partituras, sus
discos, los manuscritos de casi todas las obras compuestas durante sus años en
Cuba y, además, sus amistades más entrañables. Todo ello incrementó sus
desequilibrios emocionales, pues era entonces el máximo responsable de la
familia que había creado y llevaba consigo.
Mientras
vivió en la isla no faltaron polémicas con respecto a sus identidades personal
y creativa. Muchos lo criticaron por su hispanidad y no vieron, por incapacidad
o porque sencillamente no quisieron, la trascendencia de las obras de Orbón,
primero para nuestra música y después para la música de América Latina. Julián
fue un peculiar caso de transculturación entre lo hispano y lo cubano, entre
España y América, y esto lo demuestran composiciones como Preludio y Danza para
guitarra y su Cuarteto de cuerdas, ambas de 1951; además de sus Tres danzas
sinfónicas, obra con la que obtuvo, como representante de Cuba, el Premio
Landaeta en el Primer Festival y Concurso de Composición de Caracas en 1954. En
todas esas creaciones están presentes, junto a su hispanidad, muchos rasgos de
su otra mitad identitaria: la música folklórico-popular cubana, con especial
presencia del son y la guaracha.
Con
posterioridad empezó a aflorar en su creación la presencia de rasgos musicales
de otras culturas americanas, como ocurrió, tras su visita a Venezuela, con las
melodías de los llanos venezolanos, que inspiraron en particular el último
movimiento de sus Danzas Sinfónicas. Esta obra prueba la voluntad consciente del
compositor de asimilar la cultura americana más allá de lo cubano.
Pero
si alguien tenía alguna duda de la cubanidad de Orbón, la respuesta más notoria
y concluyente está en su Guantanamera.
A partir de 1963, mientras Julián se encontraba en el exilio en los Estados
Unidos y su obra y su nombre habían sido borrados de la historia de la música
de Cuba tras su decisión de trasladarse a residir fuera del país, aquella
canción comenzó a inundar los medios de comunicación masiva nacionales y del
mundo.
Solo
dos años antes de esos acontecimientos se había evidenciado una consecuencia
directa del exilio de Julián con respecto a la difusión de su obra en Cuba. Y
esto aparece en un informe oficial de José Ardévol, que en una de sus partes
responde el cuestionamiento de la omisión de la música de Orbón en el programa del
Primer Festival de Música Cubana realizado en junio de 1961. Ardévol, en su
función de Presidente de la Comisión Nacional de Música y máximo responsable de
la organización del evento, contestó en aquella ocasión: “Orbón […] está fuera
de Cuba, y en los presentes momentos no sabemos con exactitud cuál es su posición
con la Revolución”2.
Esta
respuesta es solo una pequeña evidencia de la política de censura que desde
1959, y durante varias décadas, vedó y desapareció el nombre y la obra de
aquellos intelectuales o artistas disconformes con las medidas y métodos de
aquel proceso revolucionario. Y esa censura fue aplicada tanto a aquellos que
se encontraban dentro del país, como los que lo habían abandonado, como fue el
caso de Orbón.
Imprevista
por la política cultural, otra fue la vía a través de la cual llegó a Cuba algo
de la música de Orbón y se divulgó de manera indetenible, pues venía con gran
fuerza desde los predios internacionales que apoyaban las protestas contra la
guerra en Viet-Nam y de los movimientos revolucionarios de izquierda, como era
la revolución cubana. Y aquella canción popular, representante de una ínfima
parte de la creación orboniana, pero no por eso carente de significación cultural
y simbólica, penetró en la médula del pueblo cubano.
Resulta
conocido que la música popular, por su forma de comunicar, tiene mayor cantidad
de consumidores que la música de concierto o académica. Y la canción La Guantanamera, de Julián Orbón, dada a
conocer mundialmente por el músico y cantante folklórico estadounidense Pete
Seeger a través del compositor cubano Héctor Angulo, discípulo de Orbón y en
aquellos momentos en los Estados Unidos, se generalizó en ese país, en Cuba y
en el resto del mundo como muestra de los ideales más revolucionarios, nacionalistas
y raigales de la música y la cultura cubanas.
En
nuestro país no pudo frenarse una popularidad llegada de los escenarios internacionales
más progresistas, pero nunca se mencionó a Orbón. Él formaba parte de la lista de
desafectos y traidores, y por tanto era uno de los innombrables. Aún hoy se
mantiene la ignorancia pública con respecto a que La Guantanamera fue ideada en música por Julián Orbón con los textos
poéticos de Martí y en conjunción con el conocido estribillo de la Guantanamera que había sido utilizado y
popularizado anteriormente por Joseíto Fernández para alternar con sus décimas
cantadas. Orbón fue quien creó la melodía adecuada a los Versos sencillos, escritos
en cuartetas; en una nueva estructura musical para ello, y realizó los cambios
armónicos pertinentes para yuxtaponer, al ya conocido estribillo, los versos de
Martí con la música creada por él. La canción compuesta de tal forma por Julián
es la que hoy reconocemos como la popular Guantanamera
y la que se ha hecho célebre en el mundo 3. Y esto quizás pueda hacerse evidente
para cualquier persona no enterada en música, solo por el simple hecho de reconocer
la diferencia entre las estructuras poéticas de las décimas empleadas por
Joseíto y las cuartetas de los versos de Martí utilizadas por Orbón.
Un
testigo presencial de la adecuación de los versos martianos, la creación de la
melodía y el empleo del estribillo en la versión realizada por Orbón fue su entrañable
amigo, el poeta y ensayista Cintio Vitier, quien plasmó su testimonio sobre
aquel hecho ocurrido en la casa de Julián en 1958: “Una noche […] él nos dijo
que había descubierto cómo se podían cantar los versos de La Guantanamera, y aquella noche la tocó
por primera vez en Cuba”4. Este acontecimiento lo refirió también como una
“experiencia inolvidable, verdadera iluminación poética”5 en su libro Lo cubano
en la poesía. Fue por ello que la interpretación de esa canción se hizo habitual
en los asiduos encuentros de amigos en el hogar de Julián, al que todos
denominaban “el palacio Orbón”, en los que participaban los integrantes del
grupo Orígenes y otras amistades. Todas esas reuniones terminaron a partir de
entonces “con un gran coro loco cantando La Guantanamera
[…]6.
El
desconocimiento de la creación orboniana en Cuba es una de las consecuencias de
la censura política tras su exilio. Orbón nunca regresó a nuestro suelo, en la
isla su nombre y su obra musical, sus ensayos y puntos de vista musicológicos
fueron borrados de la historia y como consecuencia resultan desconocidos para
varias generaciones de músicos y estudiosos cubanos, así como para la población
en general. Sin embargo, su obra, como un relevante exponente de la música
cubana, constituye sin duda alguna, a más de dos décadas de su fallecimiento,
uno de los más grandes enigmas en cuanto a su real trascendencia.
Las
composiciones de Julián Orbón creadas tras su salida de Cuba estuvieron
permeadas por una constante sensación de desarraigo, incrementada aún más a
partir de su residencia definitiva en los Estados Unidos, país al que nunca
pudo adaptarse. Julián cayó en una gran crisis creativa que solo le permitió
concluir algunas pocas obras antes de su fallecimiento. El período de mayor
fecundidad de su no extenso catálogo había ocurrido durante su residencia en la
isla. En relación con esto, su sobrino, el guitarrista español Armando Orbón,
comentó durante una visita a La Habana: “… el exilio lo marcó de una forma
absoluta y definitiva. Toda su música posterior se volvió más desquerida, como
si no aceptara la pérdida, y que se me perdone la redundancia, del paraíso
perdido que era para él Cuba”7.
No
fue hasta la década de 1990, ya desaparecido Julián, que uno de sus más fieles
amigos, Cintio Vitier, pudo convertirse en su principal promotor. No obstante
la destacada presencia internacional de la música de Orbón durante la segunda
mitad del siglo XX, en Cuba tuvieron que transcurrir muchos años para que fuese
quebrantado el total silencio que se le había impuesto a su producción musical.
Esto se logró gracias al denuedo de Vitier y a la participación posterior de
artistas e intelectuales cubanos.
Durante
la conmemoración del cincuentenario del Grupo Orígenes en 1994 fue estrenado su
Cuarteto de Cuerdas por el cuarteto Brindis de Salas, y en 1997 tuvo también su
premier en Cuba las Tres versiones sinfónicas, interpretadas por la Orquesta
Sinfónica Nacional bajo la dirección de Iván del Prado.
A
finales de la década de 1990 se develó una placa conmemorativa como homenaje a
Orbón, en la fachada del edificio donde radicó el último de los tres locales habaneros
del antiguo Conservatorio Orbón, sito en Calzada Nro. 1010, entre las calles 10
y 12, en el Vedado; lugar en el que también vivió Julián por un corto tiempo y
donde acontecieron algunas de las primeras reuniones con sus amistades. El
reconocimiento fue auspiciado por Ión de la Riva, en aquel momento consejero
cultural de la embajada de España en Cuba, con el apoyo de Cintio Vitier y Fina
García Marruz.
A
inicios del año 2000 se gestó en Cuba un proyecto discográfico, dirigido y
concebido por el pianista y compositor Ulises Hernández, para la Casa
discográfica Producciones Colibrí del Instituto Cubano de la Música, que
estaría integrado por varios CD, cuyos objetivos irían dirigidos a rescatar,
grabar y difundir la música de todos los integrantes, sin excepción, del Grupo
de Renovación Musical. En el año 2013, algún tiempo después de haberse iniciado
la serie y tras la edición de varios de sus discos, se realizó la grabación del
CD Grupo de Renovación. Julián Orbón, primer fonograma dedicado por un sello
discográfico cubano a la creación musical de ese compositor.
Todas
las obras fueron grabadas por jóvenes intérpretes cubanos. El disco se inicia
con la última composición de Orbón, un ciclo de piezas para voz y piano escrito
en Nueva York en el año 1987 y cuya partitura se obtuvo gracias a la
colaboración del músico e investigador avilesino José María Chema Martínez Sánchez,
uno de los principales promotores de la obra y personalidad de Orbón en
Asturias, quien la enviara a la autora del presente escrito con ese propósito. La
composición en cuestión se titula Libro de Cantares (De un Cancionero
Asturiano) y fue interpretada por la soprano Bárbara Llanes y la pianista Ana
Gabriela Fernández de Velazco. Prosigue el CD con Toccata (1943) para piano,
ejecutada por Fidel Leal, y concluye con las Tres versiones sinfónicas,
interpretadas bajo la dirección de José Méndez por la Orquesta Sinfónica del
Instituto Superior de Arte, adscrita al Liceo Mozartiano de La Habana y a la
Oficina del Historiador de la Ciudad.
No
solo por las excelentes interpretaciones de los músicos cubanos, sino también
por el elevado nivel artístico de las obras de Julián Orbón, ese disco compacto
fue nominado al Premio Cubadisco en la categoría Música de Concierto, en el año
2014, y obtuvo el máximo galardón. No obstante, hasta el presente el CD no ha
sido producido y aún no se oferta en el mercado nacional ni internacional, lo
cual representa otra deuda pendiente con esta gloria de la música de Cuba y de
Asturias que fue Julián Orbón.
Notas:
1
Pacheco Valera, Irina. (2013-06-29). “Una aproximación al Conservatorio Orbón
desde la memoria pedagógica musical”.
2 Ardévol, José. “Algunos
aspectos del trabajo de música en el CNC”. En Introducción a la música (1966).
Instituto Cubano del Libro, La Habana, p.193. El escrito en cuestión formaba parte
del Informe que José Ardévol, como Presidente de la Comisión Nacional de Música
y Director General de Música del Consejo Nacional de Cultura (CNC), dirigió al
Director de esa institución el 22 de noviembre de 1961.
3 Ver Gómez Sotolongo, Antonio
“Tientos y diferencias de la Guantanamera compuesta por Julián Orbón.
Política cultural de la Revolución Cubana de 1959”, en Cuadernos de Música,
Artes Visuales, Artes Escénicas, núm. 2, Bogotá, Colombia, Pontificia
Universidad Javeriana, abril-septiembre, 2006, pp. 146-175. Ese estudio,
realizado por Gómez Sotolongo, músico cubano residente en República Dominicana,
demuestra a partir del análisis musical exhaustivo, cómo la obra que todos
conocemos como La Guantanamera pertenece a Julián Orbón y no a Joseíto
Fernández.
4 Picart Baluja, Gina. “Julián
Orbón, la música inocente”. Revista Clave año 3 no. 1, Instituto Cubano
de la Música, La Habana, 2001, p. 46.
5 Vitier, Cintio. Lo cubano
en la poesía. Instituto del Libro, La Habana, 1970, p. 251.
6 Entrevista a Cintio Vitier
en: Picart Baluja, Gina “Julián Orbón, la música inocente”. Ob. Cit. p. 46.
7 Entrevista a Armando Orbón
en Picart Baluja, Gina “Julián Orbón, la música inocente”. Ob. Cit., p. 48.
Este artículo ha sido tomado
de la revista Espacio
Laical Año 12 Nro. 2, 2016
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