La necesidad de que el
currículo vuelva a tener algún significado
Es urgente que se acabe el espectáculo como civilización y que acabemos de una vez por todas de aceptar, como seres pensantes que somos, que cada cual debe estar en el lugar que se haya ganado a través del mérito de sus obras.
Vargas Llosa, el genial
escritor peruano Vargas Llosa, de ideas clarísimas, estupendas novelas y
artículos macanudos, describió, como nadie que yo haya podido leer, la realidad
de celofán que nos ha rodeado y que por momentos intenta engullirnos, y que
aunque no lo logre del todo, nos magulla constantemente y sus consecuencias nos
hacen sufrir.
Su obra, la obra de Mario
Vargas Llosa, La civilización del espectáculo, es un ensayo que pudiera
quedar como historia de un pasado al que nadie querría volver, quizás eso sea
posible si todos esos predictores -de esos que ahora abundan y se multiplican
como la pandemia y no pretenden derrotar a la muerte, ni sobrevivir en sus palabras
en el futuro, ni seguir fascinando lectores en los tiempos futuros-, sino
que fabrican predicciones, análisis del estado actual del mundo y de los
mejores remedios contra la epidemia como productos «para ser consumidos al
instante y desaparecer, como los bizcochos o el popcorn», si esos
predictores, digo, desaparecieran y dejaran su espacio a las personas que se
han gastado los ojos en los laboratorios, en los cuerpos de guardia de los
hospitales, si esos predictores de buenas intenciones, digo, dejaran el espacio
a quienes han puesto su vida en riesgo para salvar vidas, si esos que son
quienes tienen el conocimiento, digo, ocuparan el espacio que les fue
escamoteado por los que por su popularidad en cualquier espectáculo tienen la
palabra, si esos que no saben de lo que hablan fueran echados, quizás, digo, la
Humanidad tendría una oportunidad de reconstruir una civilización más humana.
Si fuera cierto que seremos
capaces de vencer la pandemia por esa capacidad de resiliencia que tenemos, si
eso fuera cierto, digo, es urgente, para lograrlo, que se pongan al mando
quienes realmente saben del tema, que cada lugar lo ocupe quien se lo haya
ganado por su sabiduría, en ello nos va la vida o al menos la calidad de la
vida futura.
Es urgente que se acabe el
espectáculo como civilización y que acabemos de una vez por todas de aceptar,
como seres pensantes que somos, que cada cual debe estar en el lugar que se
haya ganado a través del mérito de sus obras, que cada cual divulgue lo que ha
estudiado largamente, que los clientes de la política o quienes ganaron fama en
el circo no traten de utilizarla para sustituir a quienes la han ganado en los
laboratorios, en los consultorios y en las guardias médicas.
Es urgente que se acabe el
espectáculo como civilización y quizás, digo yo, esta debacle que es implacable
nos obligará a todos a afinar la puntería y a no olvidar el viejo adagio que
reza: zapatero a tus zapatos. Es inadmisible que se incendie un basurero
en Santo Domingo y el humo inunde la ciudad que sufre una epidemia que ataca ferozmente
las vías respiratorias, es inadmisible que en Santiago de Chile unos delincuentes
hagan desastres en la plaza Baquedano, es deplorable que en Columbus, Ohio, se manifiesten,
sin el menor pudor a la pandemia, contra el confinamiento, es intolerable que
los servicios sanitarios en más de medio mundo hayan sido insuficientes para
enfrentar una situación muy parecida a una guerra biológica. Si en esta no
afinamos estaremos en peligro de extinción y acabaremos de forma espectacular
con una civilización que nos costó miles de años construir.
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