Una descarga sobre el
derecho a la información
Las
siete llaves con las que se guardan en Cuba las verdades que buena parte del
mundo conoce, ofenden a quienes -al zafarse de aquella película que aparenta no
tener fin-, acceden a la información y descubren que, como dice un sabio músico
cubano: “nadie sabe el pasado que le espera”.
Como los cuentos cubanos se
parecen a los ragas de la india, por aquello de que hay uno para cada ocasión,
y encima de eso improvisar sobre el tema no solamente es permitido sino
herramienta indispensable, pues hice una búsqueda en mi memoria para encontrar
alguno capaz de ilustrar la desinformación añeja de un individuo, en este caso la
desinformación de nosotros los cubanos, y encontré, en ese arsenal de hilaridades
con moraleja, este que viene como anillo al dedo:
“Resulta que un tipo ha sido
detenido por la policía en La Habana, y se le acusa de escándalo público y agresión
a un ciudadano extranjero. Estando ya en la PNR –que así le dicen en la isla a la
estación o destacamento de la policía-, el agresor, junto al agredido describe
a su manera los hechos, mientras un oficial hace como que le escucha y otro
levanta el acta tecleando en una máquina de escribir que se desgañita por falta
de lubricación entre sus metales.
“Ninguno de los dos policías
estaba muy atento a la historia del indisciplinado social, pero hubo un
momento, quizás el verdadero clímax del altercado, en el que la máquina dejó de
sonar y el oficial encargado del caso dejó de leer el periódico o lo que fuera
que estaba leyendo y ambos policías, al unísono, exclamaron:
A lo que el detenido
respondió en una sola ráfaga:
-
He dicho que le caí a piñazos a este gallego
porque ellos vinieron aquí y acabaron con los aborígenes a sangre y fuego.
A lo que el mecanógrafo
respondió:
-
¡Compadre, pero eso sucedió hace quinientos
años!
Así, como quien se enteró
quinientos años después de la violencia con que se realizó la conquista y
colonización de América, nos vamos enterando los cubanos, de tarde en tarde
como aquel que dice, de los horrores y la violencia conque se ha impuesto en
Cuba, durante más de medio siglo, esa aparente calma chicha que se respira en
lo que va quedando de la isla.
Las siete llaves con las que
se guardan en Cuba las verdades que buena parte del mundo conoce, ofenden a
quienes -al zafarse de aquella película que aparenta no tener fin-, acceden a
la información y descubren que, como dice un sabio músico cubano: “nadie sabe
el pasado que le espera”.
No es fácil poder comprender
que mientras el mundo de los 60´s seguía su curso cual si no pasara nada, los
paredones en las fortalezas cubanas amanecían cada día bañados de sangre, y el
representante de Cuba ante las Naciones Unidas reclamaba el derecho a seguir
fusilando, y que hasta hoy, por un disentir, continúa el segar de vidas al por
mayor y al detalle.
Es catártico leer, que Delio
Gómez Ochoa, fiel castrista hasta hoy, guerrillero de la Sierra Maestra y Heroe
de la República Dominicana por su participación en la expedición del 14 de
junio de 1959, que tenía como objetivo instalar una guerrilla en la Cordillera
Central dominicana y derrocar al tirano Leónidas Trujillo, escriba, así como lo
más natural del mundo que:
El secreto de las expediciones
patrióticas a la República Dominicana es un cofre tan seguro que hoy los
cubanos no conocen de aquellos hechos. (“La victoria de los caídos”,
de Delio Gómez Ochoa. Pág. 318, 2ª edición, Santo Domingo, 1998)
Que además, nos cuente su
viaje a Caracas, durante los primeros meses del año 59, donde llevaba la
encomienda de Fidel Castro de recoger un dinero que Rómulo Betancourt le daría
para financiar la expedición antes mencionada y:
[…] entregar un cargamento de unas seis
ametralladoras Thompson e igual cantidad de fusiles Garand […] Las armas se
llevaron a la Embajada de Cuba en Venezuela y luego a sus destinatarios […]”.
(¡¡!!) (Op. cit. Pág. 44)
Y para no contar todo el
libro, ni hacer una crítica literaria o histórica del mismo -porque no es el
objetivo de esta descarga-, me apetece anotar el párrafo en el que Ochoa reproduce
la intervención ante la asamblea de la OEA del entonces Canciller cubano Raúl
Roa.
Roa afirmó que la denuncia contra Cuba y Venezuela se
esperaba. “Toda esa acusación es falsa” –señaló-. Acto seguido Roa dijo tener
pruebas concretas de que Santo Domingo preparaba bombardeos contra las ciudades
de Santiago de Cuba y Maracaibo. Argumentó el Jefe de la diplomacia de mi país,
que el Tratado de Río no podía invocarse, pues solo procedía para casos de una
democracia en peligro. “Un régimen que provoca exiliados debe lógicamente
esperar esta reacción –señaló, y agregó- … ello demuestra que en Santo Domingo
existe una dictadura”. (Op. cit. Pág. 155)
Desestabiliza a cualquiera
aquella réplica a la acusación que se les había hecho en la OEA a los gobiernos
de Caracas y La Habana por su intervensión en las expediciones que
desembarcaron en la República Dominicana y en Haití –esta segunda expedición
casi borrada de la historia, pero muy bien documentada por Delio en este
libro-.
Ofende leer este párrafo -en
el que Roa miente al negar un evento más que probado, y en el que además define
los rasgos que caracterizan a una dictadura-, y comprobar que los castristas
ven la paja en el ojo ajeno, que los muertos y los soldados del castrismo son
“mártires y héroes internacionalistas” y sus contrarios “mercenarios
imperialistas”. (¡¡¡!!!)
La historia contemporánea de
Cuba está por escribirse, o quizás por reescribirse, y tendrá que ser a la luz
de la verdad, de las verdades que deberán salir de documentos y textos
testimoniales que marcan pautas y que deberían estar en las librerías de toda
Cuba; entre ellos, “Operación Estrella”, de Melvin Mañón; “Caamaño, la última
esperanza armada”, de Manuel Matos Moquete; “Juicio a Fidel”, de Melvin Mañón y
Juan Benemelis; “Fidel y Raúl, mis hermanos”. Memorias de Juanita Castro,
contadas a María Antonieta Colins; el rarísimo análisis crítico con un enfoque marxista
que aparece en un título casi desconocido: “Cuba, la paradoja de los 2000´s”,
de José Guzmán; “Vida, aventuras y desastres de un hombre llamado Castro”, de
Carlos Franqui; “El furor y el delirio”, de Jorge Masetti; “Adiós Muchachos.
Una memoria de la revolución sandinista”, de Sergio Ramírez; y muchísimos
otros, incluidas las versiones oficiales de cada época, las ediciones príncipes
de, por ejemplo, el “Diario del Che en Bolivia”, y sus posteriores ediciones,
la edición príncipe de “La Historia me absolverá”, y las ediciones posteriores,
y todo, absolutamente todo lo que documente el acontecer durante este último
medio siglo.
Habrá para ello que hacer
saltar esas siete llaves metafóricas que guardan millones de documentos en los
archivos de la DGI, el Comité Central y en las miles de libretas de anotaciones
del ex Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, y en los diarios de
campaña de cientos de “internacionalistas”.
Los cubanos tenemos, como
todos los seres del planeta, derecho a los derechos y entre todos esos derechos
el de la plena información. No debe estar muy lejano el día en que los cubanos
de la isla puedan acceder a ella libremente y que no tengan que
esperar quinientos años para conocer lo que ha sucedido a su alrededor, que no
tengan que conocer en la vejez lo que pasó a dos palmos de su casa durante su
juventud, que todos podamos estar al tanto del presente lo suficientemente bien
como para saber el pasado que nos espera. Ojalá que así sea pronto.
(*)
Según testimonios de algunos amigos, esta frase se la han escuchado decir al
cantante y compositor cubano Pedro Luis Ferrer.
Gracias Antonio, su articulo me parecio sumamente interesante, y ni que decir de la historia del que queria matar a los espanoles como paralelo. Magnifico, muy verdad aunque sea triste, pues ya somos muchos lo que no estaremos aqui para entonces. Carinos, Mariana
ResponderEliminar