sábado, 9 de febrero de 2019

VENEZUELA EN DOS MITADES


La creación «revolucionaria» de la miseria comienza con las expropiaciones de las industrias fundamentales para la creación de riquezas, en favor del estado, y el estado «revolucionario», como nuevo dueño y representante de todo el pueblo es incapaz de hacer funcionar ninguno de los medios de producción.

El Juicio del Rey Salomón. Nikolai Ge (1831-1894)

En el capítulo 3, del libro primero de Los Reyes (3: 16-28), se lee uno de los tantos pasajes impresionantes que tiene la Biblia: El Juicio de Salomón, el hijo de David. Dice la Biblia, que una noche Jehová se le apareció en sueños a Salomón y le dijo: «Pide lo que quisieres que yo te dé», y Salomón respondió: «Dios mío, tú has puesto a tu siervo por rey, y yo soy mozo pequeño, que no sé cómo entrar ni salir. Estoy en medio de tu pueblo, un pueblo grande, que no se puede contar ni numerar por multitud. Da pues a tu siervo, corazón dócil para juzgar a tu pueblo, para discernir entre lo bueno y lo malo». Y Dios, como vio que Salomón no pidió riquezas, longevidad o la muerte de sus enemigos, sino inteligencia para oír juicios, le dio corazón sabio y entendido como no lo hubo nunca antes ni después.

En aquella sazón, dice la Biblia, vinieron dos mujeres ante el rey Salomón para que juzgara: Ambas moraban en la misma casa, habían parido recientemente, y una noche, el hijo recién nacido de una de las dos mujeres murió, pero ambas se disputaban al niño vivo. El rey dijo entonces: «Esta mujer dice que su hijo es el que vive y que el muerto es de la otra, y la otra dice, no, el tuyo es el muerto y el mío el que vive».

¡Traedme un cuchillo! -dijo Salomón-, y partid por medio al niño vivo, y dad la mitad a la una, y la otra mitad a la otra»

Entonces, una de las dos mujeres dijo: ¡Ah, señor mío! dad a esta el niño vivo, y no lo matéis». Mas la otra dijo: «ni a mi ni a ti, partidlo».

Entonces el rey dijo: «Dad a aquella el hijo vivo, y no lo matéis: ella es su madre».

Venezuela vive hoy una situación tan angustiosa como este episodio de la Biblia. Al parecer, la condición humana hace gala de las malas virtudes con demasiada frecuencia desde tiempos inmemoriales. De un lado, un régimen ilegítimo que reclama como suyo al país que ha devastado y que literalmente mata de hambre y enfermedades; y del otro, un concierto de naciones, dispuestas a ayudar con lo necesario para que ese pueblo sobreviva.

Según la narrativa de los revolucionarios chavistas -comunistas, izquierdistas, anticapitalistas, progresistas, socialistas del siglo XXI, o como se quieran denominar-, su lucha tiene como objetivo la total soberanía e independencia de los pueblos, sobre todo impedir que el «imperialismo yanqui» succione sus riquezas. Pero, lo que en la realidad sucede, es que quienes succionan las riquezas de todos los países «revolucionarios» son los mecanismos económicos que ponen en marcha los «revolucionarios», son los sistemas improductivos los que devastan sus economías, son los sistemas que compran lealtades a cualquier precio, incluso al precio de quebrar la economía.

La creación «revolucionaria» de la miseria comienza con las expropiaciones de las industrias fundamentales para la creación de riquezas, en favor del estado, y el estado «revolucionario», como nuevo dueño y representante de todo el pueblo es incapaz de hacer funcionar ninguno de los medios de producción. Es entonces cuando los «revolucionarios», en una alucinante narrativa, acusan al «imperialismo yanqui» de fraguar campañas internacionales contra los «revolucionarios», es entonces cuando los «revolucionarios» rechazan la ayuda humanitaria.


Juan Guaidó ha solicitado la ayuda humanitaria para que los venezolanos puedan vivir y Nicolás Maduro no la acepta, él y los chavistas prefieren la muerte del país antes que perder el poder. No es necesario pedirle a Dios sabiduría ni ser Salomón para entender quien es quien en este trágico escenario, en el que se han perdido tantas vidas y riquezas como en cualquier guerra.

Estos «revolucionarios» enarbolan ideologías perversas que pretenden hacer creer a sus adeptos que el objetivo de sus acciones es impedir que «los imperialistas» se apropien de las riquezas de sus pueblos; sin embargo, estos «revolucionarios» son incapaces de crear riquezas suficientes para distribuir entre sus pueblos, y de esta manera, como el perro del hortelano, prefieren que sus pueblos mueran, aunque claro, tomando las providencias necesarias para enriquecer a los más «revolucionarios».    

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