El pasado 18 de septiembre la politóloga Rosario Espinal publicó un artículo titulado La inseguridad de las mujeres, en el que afirma lo siguiente:
«Desde muy jóvenes los varones aprenden a ejercer el poder en la búsqueda de pareja íntima. El varón es quien propone a la mujer. Esto requiera arrojo y energía, voluntad y acción. La hembra debe ser pasiva y receptora de la propuesta».
Como no estoy de acuerdo con esa afirmación decidí dejar mi comentario en su blog, y ahora, ese mismo comentario, con los entalles de lugar, lo subo a este vagón del El Tren de Yaguaramas.
El varón no aprende a ejercer el poder en la pareja, esta es una generalización desafortunada. Estas conductas violentas e impositivas a las que hace referencia la autora, utilizando la palabra poder, han sido condenadas por todas las culturas occidentales, tanto por la iglesia, como por los conglomerados humanos, en los que la conquista de la mujer por parte del hombre -y también viceversa-, se ha convertido en un arte amatorio. No solamente los manuales de conducta y de etiqueta y protocolo, sino también la poesía, la canción y las artes incitan a que el cortejo a la persona que se pretende como pareja íntima se haga de la manera más amorosa posible. El hombre enamorado no es un gladiador en el circo, no lo es en la gran mayoría de los casos en los que se unen en pareja un hombre y una mujer con la intención de procrear, gracias a eso la especie se multiplica y las ciudades, como Santo Domingo, se mantienen súper pobladas.
La violencia, que existe y se trata de colocar en primer plano, no es lo característico de la pareja heterosexual ni de grupos humanos educados y cultos sino la excepción. Aprenden a arrebatar la prenda deseada sin miramientos y utilizando si es necesario la violencia y la extorsión, los varones y las hembras que se han educado en ambientes marginales, así que por supuesto, en países de muy bajo nivel de instrucción, de profunda impunidad y falta de educación, las conductas impropias y violentas deben ser más numerosas.
Pero aquí debo hacer una observación, en la República Dominicana, según las estadísticas oficiales, de los más de mil homicidios anuales que aproximadamente se comenten, solo unas 100 víctimas son mujeres, la diferencia, que es exponencial, son hombres. ONE
Por lo tanto, hacerse a la idea de que la norma es que «los varones aprenden a ejercer el poder en la búsqueda de pareja íntima» es tan relativo, que no resiste una prueba seria. En la actualidad, gracias a todos esos espacios que por sus capacidades han ido ocupando las mujeres, la iniciativa no siempre es del hombre, no siempre el poder económico, que es otra cosa, lo tiene el hombre, así que no es la idea de poder lo que la cultura occidental transmite al varón y la pasividad a la hembra, la norma es el intercambio de señales amatorias para conformar la pareja íntima y procrear.
Demonizar al hombre y a través de él la sexualidad en pareja heterosexual atenta contra la familia, que es el núcleo central de la sociedad, si se agrede a la familia capaz de procrear se desarticula la pieza fundamental de la sociedad, en la que está implicada la perpetuidad de la especie. Aislar la violencia y enfocarla solamente en la que ejerce un hombre contra una mujer es banalizar la tragedia que significa la violencia en todas sus dimensiones, acusar al varón como el único actor en el drama social que provoca la violencia inocula en la pareja heterosexual el veneno del sexo como tabú, idea que nos retrotrae a épocas pasadas en las que imperó el obscurantismo.
Ni el varón es el arma ni la mujer es la diana, porque la violencia no tiene género, afecta a la sociedad en su conjunto y si no se le apunta bien, la tendremos entre nosotros por largo tiempo. El arma ha de ser la sociedad y la diana la violencia en todas sus dimensiones. Ojalá que así sea.