Nacido en la ciudad de Puerto Plata, el 30 de enero de 1901, Ramón Díaz tomó sus primeras clases de teoría y solfeo con el profesor José Ovidio García, en Santiago de los Caballeros, donde había emigrado en 1917. Aprendió a tocar el fagot de manera autodidacta y llegó a integrar la agrupación que dirigía el propio José Ovidio y que se conoció como orquesta Centro Lírico Rafael Emilio Arté. Desde muy temprana edad, su facilidad para crear y enseñar se puso de manifiesto. Ya en 1921 compuso el vals Flor naciente, y en 1922 dirigió la academia de música La Filarmónica, en Salcedo.
Cuando en 1932 Cándido Castellanos creó la Orquesta Sinfónica de Santo Domingo, el Maestro Díaz fue invitado a ocupar un atril, y en 1941, cuando se creó la Orquesta Sinfónica Nacional, se desempañó como primer fagot. Fue también uno de los músicos que formaron la orquesta que acompañaba a las compañías de zarzuelas y operetas que llegaban al país para realizar giras que comenzaban en Puerto Plata y se extendía a Santiago, San Francisco de Macorís, La Vega y otras ciudades.
Como compositor, es autor de criollas, marchas, valses e himnos; entre ellos el himno de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. También escribió una Elegía, un Minuetto y dos Marchas heroicas. Para piano escribió un ciclo de cuatro valses titulado La leyenda de la aldea, y para voz compuso las canciones Plenilunio y Lo inocultable, con textos de Fabio Fiallo y Ramón Emilio Jiménez, respectivamente.
Ramón Díaz fue el primer compositor dominicano en tratar las canciones al estilo del lied europeo, con lo que les dio categoría de canciones de arte. Su obra creadora en general, basada en el empirismo, está cargada de belleza y buen gusto. Como instrumentista, el Maestro Ramón Díaz también llegó a desempeñarse con destreza con el piano y el clarinete, y fungió como organista de las iglesias de Salcedo y San Cristóbal.
El 29 de abril de 1976 falleció en San Cristóbal.
Tomado del libro Los 100 Músicos del Siglo. Elaborado por AGS para la editora Caña Brava en el año 2000.
Ángela Altagracia Carrasco Rodríguez nació en Manzanillo, el 23 de enero de 1951, y desde muy temprana edad pudieron apreciarse en ella notables aptitudes musicales. Junto a su padre y hermanos jugaba a cantar las canciones más conocidas del repertorio latinoamericano y, andando el tiempo, comenzó a conocérsele como una de las voces jóvenes más prometedoras de los años sesenta en Santo Domingo.
En 1972 viajó a Madrid, España, para estudiar decoración y diseño; sin embargo, su fuerte vocación y su gran talento para el espectáculo la llevaron a desempeñarse como presentadora del programa Señoras y Señores, de la Televisión Española. Su desempeño en aquel espacio hizo que el renombrado cantante Camilo Sesto la escogiera para representar la María Magdalena de la puesta en escena de Jesucristo Superestar, obra con la cual el nombre de Ángela Carrasco comenzó a ser conocido por toda la península ibérica. Grabó entonces su primer disco, del cual la canción No, no hay nadie más, llegó hasta los primeros lugares en las listas de popularidad.
A aquellos éxitos le siguieron otros, en una larga cadena que llega hasta nuestros días. En la puesta en escena de My Fair Lady fue Elisa, y piezas como Quererte a ti, Amigo mío cuenta conmigo, Calladas, Mi hombre, Ahora o nunca, y muchas otras, comenzaron a recorrer España y Latinoamérica.
Con Willy Chirino grabó Caribe y con Celia Cruz la pieza “Candela”, con lo cual demostró su capacidad para ir de un género a otro, y así continuó desarrollando su versatilidad, al incursionar en la balada pop con un disco como Boca rosa, y luego en la música caribeña, con su disco Piel canela.
Años después, junto a otro grande de América, Juan Gabriel, cantó la canción Libro abierto. Durante los últimos años de la centuria, se ha desempeñado con gran profesionalismo en el programa televisivo Lluvia de estrellas, que cada semana pasa el canal GEMS desde la Florida.
Tomado del libro Los 100 Músicos del Siglo. Elaborado por AGS para la editora Caña Brava en el año 2000.
Cada
denuncia contra el embargo es una prueba de la ineficacia del sistema, una
prueba de incapacidad para ser autosuficientes como lo fueron los reinos en la
Edad Media.
Sería
demasiada ingenuidad creer que a estas alturas el régimen que se hospeda a la
sombra de la raspadura, en La Habana, tenga capacidad de pago para saldar las deudas
millonarias que mantiene con los miles de inversionistas que expropió en Cuba a
partir de 1959. Pero esto a veces se pierde de vista cuando del embargo se
trata, porque el régimen castrista, con su filosofía de la «guerra a largo
plazo» es capaz de sustentar una narrativa eficaz por su constancia y cumple a
veces el objetivo de engañar, pero sobre todo de confundir y sacar de sus
casillas al más pinto, de quemarle los fusibles al más flemático y de hacer que
en el fuego cruzado alguien termine diciendo: ¡¡¡Pues que le quiten el bloqueo,
qué carajo!!!
Eso es
lo más fácil, lo difícil es desempolvar documentos y descubrir las causas por
las cuales JFK no tuvo alternativa -porque la verdad sea dicha, la narrativa de
los liberales es pura porquería, los capitalistas empeñados en producir se les
va el santo al cielo y los comunistas los hacen pasar sobre carbones hirviendo,
les orinan en la boca, les azotan las nalgas y ellos tan campantes-, pues como
iba diciendo, JFK, con la intención de llamar a la cordura a un irresponsable -quien
terminó por hundir a su país y puso al mundo al borde de la conflagración
atómica-, emitió la Proclamation
3447, de 3 de febrero de 1962, en la que basado en la incompatibilidad de
las acciones de Castro con los principios del sistema interamericano y sus públicas
y peligrosas zalamerías con el comunismo soviético, prohibió el comercio entre Cuba
y los Estados Unidos.
Pero
esta fue la consecuencia de una cascada de leyes revolucionarias que comenzó, mucho
antes del embargo. Entre otras, la primera
Ley de Reforma Agraria promulgada el 17 de mayo de 1959, La Ley
Fundamental de 7 de febrero de 1959, un documento que refrendó olvidándose
de su promesa de cumplir y hacer cumplir la Constitución
del 40 y que, sustituyendo a aquella, utilizó para promulgar todas las
demás leyes hasta 1976.
Mucho
antes de la Proclamation 3447 de 1962, en la que el Presidente de los
Estados Unidos decretó el embargo comercial contra el régimen de Castro, ya Castro
había puesto en vigor una cascada de leyes que demolieron la propiedad privada
en Cuba -la que terminó por ser abolida-, y con ellas resultaron arruinados
cientos de inversionistas extranjeros y miles de cubanos. La Ley No. 851, de 6 de
julio de 1960, la que, haciendo uso de su potestad tribunicia leyó con tanta
furia desde las tribunas, a la sombra del Alma Mater, en la escalinata de la
Universidad de La Habana, que perdió la voz; y las Leyes 890 y
891 de 13 de octubre de 1960.
Todas
estas leyes fueron promulgadas, puestas en vigor y ejecutadas al pie de la
letra mucho antes de que JFK decretara el embargo al régimen de FC. Y fueron
todas las acciones provocadas por estas leyes las que cortaron toda posibilidad
de mantener la estabilidad en la economía cubana, provocaron que los niveles de
producción se desplomaron en una caída libre que dura por seis décadas.
Milicianos interviniendo las oficinas de Shell en La Habana
El
régimen de FC se apoderó de todos los bienes de los inversionistas que durante 50
años y de manera legal habían mantenido sus industrias en Cuba, produciendo los
bienes y servicios que demandaba el mercado y que habían llevado el país de la
hambruna y devastación total que sufrió la isla en los albores del siglo XX a los
altos estándares de vida que exhibía el país en 1958. Fidel Castro despojó de sus
industrias a quienes con su laboriosidad habían construido un país civilizado en
menos de medio siglo. Y no solo se apoderó de ellas sino que las devastó. Todas
esas empresas que habían sido ricas y productivas durante décadas, en «manos
del pueblo» fueron arruinadas, pero peor aún, Él fue incapaz de cumplir con la
promesa de indemnizar a sus dueños, así que resulta absurdo pensar que estos inversionistas,
quienes fueron despojados de sus patrimonios, cooperarían algún día con el
verdugo.
Esta
absurda manera de interpretar la soberanía económica hubiera tenido alguna
posibilidad de triunfo si el dictador hubiera sido capaz, como en los reinos de
la Edad Media, de crear una economía interna autosuficiente, una economía absolutamente
independiente de los inversionistas extranjeros, pero eso no fue así, fue
incapaz de poner a producir los medios de producción que arrebató a los
capitalistas nacionales y extranjeros, fue incapaz de mantener las capacidades
productivas de una nación que en 1958, a pesar de los desórdenes ocasionados
por la insurrección armada comandada por él, exhibía los índices de desarrollo
y calidad de vida más altos del continente.
Ruinas de un central azucarero
Las constantes denuncias contra el embargo no
hacen más que subrayar la incapacidad que ha tenido el sistema autoproclamado socialista,
para crear una economía y una sociedad autosuficiente. Cada
denuncia contra el embargo es una prueba de la ineficacia del sistema, una
prueba de incapacidad para ser autosuficientes como lo fueron los reinos en la
Edad Media.
El
aislamiento que le infligió Fidel Castro a la economía y la sociedad cubana al
promulgar aquella cascada de leyes que según sus dichos tenían como objetivo la
verdadera libertad e independencia de Cuba, no consiguieron más que la ruina de
la economía, y, sobre esas ruinas, la consolidación de su poder vitalicio y del
que pretenden disfrutar sus herederos al trono.
Castro
creó un reino absolutamente dependiente de las dádivas de quienes por intereses
geopolíticos estuvieran interesados en invertir en él, y no en la sociedad
cubana, así que nunca más me van a confundir. Mientras no sea autosuficiente
para producir las riquezas que demanda el mercado, mientras no tome chocolate y
pague lo que debe, ¡¡¡el embargo está bien puesto, qué carajo!!!
El compositor y cantante dominicano Arcadio Franco, más conocido por el sobrenombre de Pipí, nació el 12 de enero de 1912 en Santiago de los Caballeros. Su voz excepcional lo llevó a cantar con una de las más importantes y reputadas agrupaciones que se conocieron en la República Dominicana por los años cuarenta: la Orquesta Presidente Trujillo, que dirigía Luis Alberti.
Franco es autor de piezas antológicas, de obras indispensables para el conocimiento de la música dominicana. Algunas de sus mas famosas fueron los merengues Adios negrita, conocida popularmente como Virgencita del Consuelo y Mensaje, bautizada por el público con el título de Arroyito cristalino. Esta última pieza fue una de las dieciocho que, a bordo del trasatlántico-estudio Argentina, grabó para la Columbia la orquesta de Luis Alberti. En esa época, el legendario director Leopoldo Stokowsky realizaba una gira en la que, al frente de la All American Youth Orchestra, se presentó en algunas ciudades de América y el Caribe. En esas ciudades, además de realizar sus conciertos, iba recolectando, en grabaciones, parte del quehacer musical de esos países. El 13 de septiembre de 1940, anclado en las proximidades del Ozama, el América recibió, por invitación de Stokowsky, a la entonces orquesta Presidente Trujillo, ocasión en la que se realizó un registro que contribuyó de manera decisiva al lanzamiento internacional de la voz de Pipí Franco.
El 16 de febrero de 1978, en San Cristóbal, falleció el ejemplar cantor.
Henry Arturo Ely Rodríguez nació en Santiago de los Caballeros, el 9 de enero de 1939, y comenzó sus estudios de música cantando en el coro José Oviedo García, que dirigía entonces el Maestro Apolinar Bueno. En 1964 viajó a Italia, donde tomó clases de canto con la soprano Inge Caggiano, en la Academia de Santa Cecilia, en Roma. Posteriormente obtuvo una beca para continuar estudios superiores en el Centro de Perfeccionamiento del teatro Massimo de Palermo, de donde se graduó dos años después bajo la tutela de los profesores, Alfani Tellini y Gino Becchi. Por sus magníficas dotes como tenor fue contratado entonces por el propio teatro Massimo para que durante tres años se presentara en las óperas Arlechinatta, Partita a Pugni, Traviata, La Fanciula del West, Pagliacci y otras.
En 1968 viajó a los Estados Unidos para cantar en varios conciertos en la televisión de Cleveland. En 1975 participó en la temporada de ópera que se realizó en el Teatro Nacional de Santo domingo. En 1976 obtuvo dos premios Dorado: uno por Mejor Artista del Año, y otro al Mejor Concierto.
En 1977 cantó en la puesta que el Teatro Nacional de Santo Domingo hizo de las óperas Carmen y Traviata. En 1980 fue galardonado con el Talía de Plata por su participación en Don Pascual. Al año siguiente hizo Il Trovatore, y dos años después fue invitado por la Universidad de Kunbert, en Miami, para realizar un concierto en el cual contó con el acompañamiento del pianista Vicente Grisolía.
En las temporadas de Operas bajo las Estrellas, que se realizaron a finales de los ochenta y que fueron organizadas por el empresario italiano Américo D’Santis, en Roma, Italia, Ely participó en seis de aquellas puestas en escena. En 1992 formó parte del elenco que estrenó en el Teatro Nacional la ópera 1492, de Antonio Braga.
Su maestría vocal ha quedado registrada para la posteridad en varios discos, entre los que se destacan Selecciones de óperas, Hermanas Mirabal, Henry Ely en eterno amor, Mi Quisqueya y otros.
El Maestro Ely es integrante desde 1984 del grupo de Cantantes Líricos de Bellas Artes, colectivo que comenzó a dirigir en 1994.
Por su fructífera labor, se le han otorgado diversos títulos y condecoraciones; entre ellas, el Título Honorífico de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y la Orden de Duarte Sánchez y Mella, la cual le fue conferida por el Presidente de la República.
Tomado del libro Los 100 Músicos del Siglo. Elaborado por AGS para la editora Caña Brava en el año 2000.
Nacida en San Francisco de Macorís el 8 de enero de 1940, Miriam Ariza Morel inició formalmente sus estudios de música en el Conservatorio Nacional de Santo Domingo donde fue alumna aventajada de Mary Siragusa y Manuel Rueda. En 1957 obtuvo en ese prestigioso centro de enseñanza el título de profesora de piano y siete años después, en el Real Conservatorio de Madrid, en España, hizo el curso de Virtuosismo de Piano con el profesor José Cubiles, en el que obtuvo calificaciones de sobresaliente. En el Conservatorio de Música de San Juan de Puerto Rico también realizó estudios superiores de piano con el profesor Jesús María Sanromá y obtuvo óptimos resultados académicos.
Fue además alumna de los profesores Pedro Lerma y Manuel Carra, en Madrid, España, en cursos de prefeccionamiento de repertorio. En 1968, Ariza resultó finalista en el Concurso Internacional de Intérpretes de Música Española para pianistas, realizado en Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias.
Como solista, se ha presentado en Barcelona, Córdoba, Sevilla, Cádiz, San Juan, Ponce, París, New York y muchas otras ciudades. Junto a su esposo, el violinista Jacinto Gimbernard, y al cantante Arístides Incháustegui se presentó en la Maison de L’Amerique Latine, en Radio Televisión Francesa (TF-1), en Radio France y en el Carnigie Hall, de Nueva York.
Sus actuaciones como solista junto a la Orquersta Sinfónica Nacional de la República Dominicana han sido muy aplaudidas y ha estado dirigida por los Maestros Manuel Simó, Jacinto Gimbernard, Carlos Piantini, Rafael Villanueva y Julio de Windt para interpretar obras de Bach, Mozart, Chopin, Schumann, Beethoven y Tchaikovsky.
Cuando la O. S. N. celebró el 40 aniversario de su fundación, la pianista Miriam Ariza interpretó los conciertos cuarto y quinto de Beethoven, y en 1986, para celebrar sus treinta años en el arte, interpretó en el auditorio de Bellas Artes, junto al cantante Arístides Incháustegui, el ciclo de canciones de Schubert Viaje de invierno.
En 1986 obtuvo el premio El Dorado, otorgado a la mejor instrumentista clásica, y en 1987 fue merecedora de un premio Casandra por el mismo concepto.
La Maestra falleció en Santo Domingo, el 2 de febrero de 2014.
Tomado del libro Los 100 Músicos del Siglo. Elaborado por AGS para la editora Caña Brava en el año 2000.
En un lugar remoto, al nordeste de la isla de Santo Domingo, cuando el siglo XX cumplió su primer lustro, nació Eleuterio Brito en cuna humildísima. Uno de cuatro hijos que a tropezones crecieron bajo el peso de las limitaciones económicas, alejados de los medios de trasmisión de la cultura artística y literaria.
No es hasta después de cumplidos los 10 años de edad que Eleuterio, como consecuencia de la separación de sus padres, va a vivir a Puerto Plata. Allí, unos años después, cuando ya ha descubierto el don de su voz prodigiosa, escapa del lado de su madre y comienza a darse a conocer en Santiago de los Caballeros como «el limpiabotas que canta». Finalmente su voz le lleva al encuentro de músicos con reconocido prestigio en la región y canta en el Café Yaque, donde obtiene gran éxito.
Cuando apenas había cumplido 17 años de edad, la capital de la república lo acogió y, después de debutar en el Coney Island, fue contratado para presentarse en el Hotel Fausto, la plaza más codiciada entonces por los artistas del género; en el Trocadero y en el Café Arriete. Su andar por el país ya no se detuvo y, entre serenatas, fiestas y los más diversos empleos, transcurrió su vida hasta que en 1924, con la canción Amar, eso es todo, ganó el primer premio de un concurso que, en Santiago de los Caballeros, patrocinó el jabón Candado. Ese producto, que por la fecha se importaba desde Cuba, realizaba frecuentemente tales eventos, de manera promocional. Salvador Sturla, prestigiosa y autorizada figura, reconoció públicamente el talento de quien muy pronto dejaría de se Eleuterio para inmortalizarse con el nombre de Eduardo Brito.
Para la educación musical del cantante, resultó de gran importancia la amistad que surgió entre éste y el maestro Julio Albreto Hernández quien tutelaba el Cuadro Artístico, un grupo en el que se nuclearon importantes voces que con frecuencia se presentaban en Santiago, San Pedro de Macorís y Santo Domingo.
La gran crisis norteamericana de 1929 no fue causa suficiente para impedir que Eduardo Brito, Rosa Elena Bobadilla (con quien había contraído matrimonio un mes antes) y otros artistas, partieran en diciembre de ese año rumbo a New York, donde se grabaría un gran número de piezas de autores dominicanos.
Brito y su esposa, cumplidos los compromisos que les habían llevado a los Estados Unidos, decidieron no regresar y cumplir con los nuevos contratos que les proponían. El gran salto, el verdadero zenit de la carrera del barítono, llegó en los años posteriores. En 1932 las cualidades del cantante impresionaron gratamente al compositor cubano Eliseo Grenet, quien al frente de su compañía de zarzuelas, estaba de paso por New York con rumbo a Europa; Grenet solicitó entonces a Brito sus servicios y fue así que el público español le conoció, le aplaudió hasta el delirio y lo adoró. Fueron estos los años de máximo esplendor en la carrera del gran barítono, querido por el público que mejor sabía apreciar el dominio vocal de Eduardo.
Durante esos cuatro años fue tanta la bonanza para el divo, que estuvo en condiciones de crear su propia compañía. Y aquel avance sólo pudo ser detenido por la apocalíptia conflagración mundial que tuvo como preludio a la Guerra Civil Española. Después de un cuatrienio de divina claridad, la luz comenzaba a declinar para Eduardo Brito y los años posteriores fueron difíciles.
De España debió salir y, antes de regresar a su patria, en 1937, recorrió algunos países de Europa y actuó en París, Praga, Roma, y otras muchas ciudades. Pero el frenesí que causó su voz allende los mares parece que no se escuchó en la tierra que le vio nacer y, cuando se le debió recibir como al astro que en ese momento era, Brito se encontró con la parquedad hermética de sus paisanos.
Hasta 1944 estuvo girando con frecuencia a Puerto Rico, Cuba, Colombia, Venezuela y Panamá. Su voz se fue perdiendo y su mente descontrolando. Para esa fecha no había cumplido aún los cuarenta años de edad. La vida había transcurrido muy velozmente para él; sus dones naturales le habían hecho trasponer estratos sociales y elevarse muy por encima de la educación que recibió; su capacidad autodidacta lo hizo saltar por sobre su modesta formación académica y su brillante imaginación le proveyó de gran fortuna en las tablas. En la madrugada del 5 de enero de 1946 el singular barítono dejo de existir. Había nacido el 21 de enero de 1905.
Tomado del libro Los 100 Músicos del Siglo. Elaborado por AGS para la editora Caña Brava en el año 2000.