jueves, 23 de octubre de 2025

EL PRIMER CONCIERTO DE LA ORQUESTA SINFÓNICA NACIONAL DE LA REPÚBLICA DOMINICANA. Una misión al borde de la realidad y la quimera.

Antecedentes y consecuencias

Considerada hoy como la Primera Institución Musical del país, la Orquesta Sinfónica Nacional se presentó por primera vez ante el público dominicano el 23 de octubre de 1941, y «lo hizo con un repertorio exclusivamente a base de obras de los compositores dominicanos»[1]. Entonces, en las páginas del periódico La Opinión, el crítico musical Alfredo Matilla escribió lo siguiente:

La fecha 23 de octubre de 1941 es definitiva para la historia de la música en la República Dominicana. Nadie podrá olvidar que ese día se presentó al público la realidad viva y admirable de la Orquesta Sinfónica Nacional [2].

Pero aquel día, en el que la música sinfónica en Santo Domingo ascendió un peldaño más hacia su inserción en la Cultura Nacional, tuvo sus antecedentes en muchos intentos anteriores. Fueron varias las agrupaciones y los músicos que desde finales del siglo XIX y principios del XX se presentaron con asiduidad en la escena dominicana. Entre aquellas se mencionan el Octeto del Casino de la Juventud, que comenzó su vida artística en 1904 bajo la conducción musical de uno de los más celebrados músicos de la época: el Maestro José de Jesús Ravelo (1876-1951).

Otra agrupación fue el Centro Lírico Rafael Ildefonso Arté, instituido en 1906 en Santiago de los Caballeros, dirigido primero por José Ovidio García (1862-1919) y posteriormente por Juan Francisco García (1892-1974). Esta institución llegó a integrar más de 60 músicos, entre ellos los maestros Carlos García, Roberto Fandike y Sully Bonnelly, y se convirtió en Sociedad de Conciertos.

Ambas agrupaciones dejaron de presentarse en 1922, y aunque durante los próximos años aparecieron y desaparecieron diversos conjuntos, no es hasta la década del treinta que se establece en Santo Domingo otra institución musical que, de manera efectiva, incidió en la conformación de un público capaz de apreciar la música sinfónica.

El 13 de febrero de 1932 se conformó la Orquesta Sinfónica de Santo Domingo, que tuvo entre sus fundadores a Cándido Castellanos, Enrique Mejía Arredondo, Petronio Mejía, Guillermo Jiménez, Julio Alberto Hernández, Ninón Lapeiretta, Enrique de Marchena, Rafael Ignacio, Benjamín Pichardo, Guillermo Piantini y Ernesto Leroux.

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La vida artística de esta orquesta fue relativamente corta, porque las quimeras de aquellos amantes de la música chocaron nuevamente con la real falta de presupuesto para realizar tantos conciertos como hubieran querido sus espíritus; sin embargo, aquella agrupación, estableció las bases ciertas para la formación de los músicos que integrarían después la Orquesta Sinfónica Nacional. Pero además, la Orquesta Sinfónica de Santo Domingo significó un paso más en la conformación institucional para ese tipo de agrupaciones en el país, y fue en una de las sesiones de la Asociación en la que se propuso por primera vez la necesidad de construir un auditorio para ensayos y conciertos.

Entonces, la Sinfónica de Santo Domingo realizaba sus ensayos en la casa No. 115 de la calle 27 de febrero (hoy calle El Conde), donde el Maestro Cándido Castellanos tenía su residencia. Allí, además, tomaban clases los integrantes más jóvenes de la Orquesta, pero los conciertos era necesario realizarlos en otros locales, había que mover a los músicos y el instrumental, lo que por supuesto significaba un trastorno para la institución, porque sumado al gasto en transportación, las condiciones acústicas eran diferentes en cada sitio al que llegaban para presentarse.

Aunque la Orquesta Sinfónica de Santo Domingo había sido fundada como una institución privada por el Maestro español Cándido Castellanos, en varias ocasiones participó en eventos oficiales[3], lo cual sin dudas propició la comprensión de la utilidad que pudiera tener una institución de su tipo para el aparato estatal.

Desde su primer concierto, realizado el 12 de octubre de 1932 en «Casa de España», el ojo del dictador Rafael L. Trujillo les observaba, y en aquella primera presentación «logró la Orquesta Sinfónica de Santo Domingo su primer grupo de buenos instrumentos obsequiados por las autoridades oficiales». Pero también estuvo presente la contribución del sector privado: en un gesto altruista el empresario Juan Bautista Vicini Perdomo cooperó con «un repertorio amplio y magnífico, aportando su costo en la casa Breitkoff und Hartel de Alemania y en Ricordi de Italia».

Pero la Orquesta Sinfónica de Santo Domingo no pudo sobrevivir al medio, y aunque su paso por los escenarios fue relativamente corto, unos nueve años, su experiencia planteó las necesidades que deben cubrirse para que una institución de este tipo se inserte en la sociedad dominicana: hace falta, además de un grupo de hombres soñadores, una realidad material que sustente sus obras.

Entre los criterios disponibles acerca del significado artístico y social de aquella Orquesta Sinfónica de Santo Domingo, uno de los más brillantes es el de Enrique de Marchena Dujarric, quien resumió lo más significativo de aquella epopeya, tejida entre la realidad y la quimera, con estas palabras:

La Orquesta Sinfónica de Santo Domingo […] acompañó por la primera vez a una excelente pianista puertorriqueña, Gilda Andino (Marín), en el estreno en la república del Concierto No. 1 para piano y orquesta de Saint-Saëns, (y) […] no vaciló en acompañar (a) […] Bogumil Sykora, en las Variaciones sobre un tema rococó de Tchaikovsky, […]. Faltaban recursos… […] Pero… también dio alientos al ambiente musical dominicano. La Sinfónica se trasladó al interior y cumplió con una misión cultural importante. Fue además la base para que los compositores cultos dominicanos pudiesen hacer escuchar sus obras, o escribiesen otras…

Pasó con glorias aquella Orquesta Sinfónica de Santo Domingo, la cual constituyó el núcleo de la OSN, […]

Entre todos estos movimientos musicales de principios del siglo XX en la República Dominicana, destacan al menos cuatro figuras: José de Jesús Ravelo (1876-1951), Cándido Castellanos (1871-1947) -quien también fundó la «Sociedad Sinfónica de Santo Domingo, Inc.»[4]-, Julio Alberto Hernández (1900-1999) y Enrique Mejía Arredondo (1901-1951); además, otras agrupaciones como la Orquesta Sinfónica de la Compañía Anónima Tabacalera, radicada en Santiago de los Caballeros[5] y las bandas de música municipales y del ejército[6], que influyeron en la formación de un conglomerado de instrumentistas y compositores, y en la educación de un público capaz de disfrutar la música académica.

Los teatros y la radio

Antigua iglesia de los Jesuítas /
Actual Panteón de la Patria @Fuente Externa
Cuando nació el siglo XX, el teatro más importante en Santo Domingo era el de La Republicana, una sala que se acondicionó desde 1859 en lo que fuera la Iglesia de los Jesuitas, y que hoy alberga el Panteón Nacional, en la calle Las Damas de la Zona Colonial. Allí se presentaron grandes solistas, como el violinista cubano Brindis de Salas quien debutó allí en 1895, pero fundamentalmente por aquella iglesia transformada en teatro pasaron muchas de las compañías itinerantes que llegaban desde Europa para recorrer el Nuevo Mundo, y las que se formaban en Cuba y Puerto Rico.

Según nos dice Américo Cruzado[7]:

A fines de […] 1906, llegó […] una compañía de zarzuelas, la de Vigil, […] (y) debutaron (con) […] la […] zarzuela del maestro Ruperto Chapí, que había sido estrenada en España en el 1882 en el teatro de La Zarzuela, La Tempestad.

Como puede apreciarse, estas compañías traían un amplio repertorio al que no se resistía ningún público, y continúa diciendo Cruzado: «cuando se anunciaba La Tempestad, no dejaba de asistir a la función un solo habitante de San Carlos y San Miguel, público que asistía en pleno». Y no solamente el de la capital, sino el del interior de la isla se beneficiaba de estos eventos pues por lo general estas compañías se desplazaban por las provincias, como lo afirma Cruzado: «Terminada esta larga y feliz temporada (de la Vehi en la capital), partieron de gira hacia el interior, desde donde volvieron meses después».

Esas compañías de teatro musical resultaron también de gran provecho para los músicos dominicanos, porque, como nos dice Américo Cruzado en su obra citada, estas no viajaban con la plantilla completa, sino que «traían sus directores de orquesta y algunos músicos, entre ellos su primer violín (y) […] (eran completadas) con músicos criollos competentes».

Fue con la prestigiosa compañía de Adelina Vehi con la que llegó al país el Maestro Cándido Castellanos, de quien Carlos Piantini nos dice en sus Memorias lo siguiente:

Yo tocaba en los segundos violines de la Orquesta Sinfónica de Santo Domingo, que dirigía el Maestro Enrique Mejía Arredondo, y ensayábamos en la tienda de instrumentos de don Cándido Castellanos, uno de los fundadores de la agrupación y con quien yo tomaba clases.

Don Cándido fue un gran músico español que llegó en 1908 a la capital dominicana como concertino de una compañía de operetas y se quedó aquí para siempre. En esa época, las compañías de teatro viajaban con algunos músicos principales, y entre ellos, el director y el primer violín. Don Cándido llegó a Santo Domingo con la famosa compañía de Adelina Vehi, y después de hacer la temporada en la capital y culminar una exitosa gira por las más importantes ciudades del país, la compañía se fue y se quedaron dos de sus artistas: Esther Laclaustra, y don Cándido Castellanos. Con él estudié y trabajé las obras que después toqué como solista frente a la Sinfónica. Nos reuníamos a ensayar en su negocio, que también era su casa, en la calle El Conde. Pertenecí a aquella orquesta hasta que en 1941 se fundó la Sinfónica Nacional y todos pasamos a integrarla.

Y según nos dice Arístides Incháustegui:

Cándido Castellanos fue probablemente factor decisivo en el inicio del aprendizaje sistemático de los estudios de violín en la capital. Entre sus numerosos discípulos se destacaron Luis Beltrán, Ernesto Leroux, Víctor B. Pichardo, Petronio Mejía, Luis Cernuda y José Dolores Cerón».

El 13 de febrero de 1932, en su residencia se fundó la Orquesta Sinfónica de Santo Domingo y se formó el patronato que teóricamente debía cubrir los gastos de la orquesta. En la práctica, el gestor, fundador y mantenedor de la primera orquesta sinfónica de la capital fue Cándido Castellanos. […]

A Ramón Díaz, Morito Sánchez, Pepe Echevarría y otros instrumentistas que venían del interior del país se les cubrían los gastos de viaje y hospedaje en la capital, emolumentos que invariablemente eran también solventados por Cándido Castellanos. […]

Este movimiento en La Republicana se mantuvo durante las primeras décadas del siglo XX, y allí el público y los músicos dominicanos conocieron; entre otras, las óperas «TraviataCavalleria RusticanaRigoletto y Payasos»; la zarzuela La verbena de la paloma; y la opereta La Viuda Alegre, de Franz Lehar que en 1909 estrenó Esperanza Iris (1888-1962).

También contribuyeron a la divulgación de la música las radiodifusoras que comenzaron a transmitir programas de conciertos y de música popular; entre ellas, la HIN, H1IX, HIZ, y H1-9B[8].

Cine Olimpia en la calle Palo Hincado, SD
@Fuente Externa

Durante las primeras décadas del siglo abrieron también sus puertas los teatros Independencia (1913), Capitolio (1925), Julia (1932) y Olimpia (1941) y aunque ninguno estaba construido como teatro o sala de conciertos sino como cines para proyectar películas -que eran por entonces la competencia más fuerte que tenía el teatro-, reunían las condiciones elementales para conciertos de pequeñas orquestas y recitales de solistas, y fue en ellos donde continuó lo que sin largas interrupciones había venido sucediendo en la escena dominicana desde los primeros años del siglo XX.

Y como colofón de aquellos sucesos y circunstancias, el 23 de octubre de 1941, apareció en el panorama artístico de la nación la Orquesta Sinfónica Nacional, interpretando un programa a base de obras de compositores dominicanos:

PROGRAMA

Primera parte

I.             Obertura, Luis Mena

II.            Romanza en La, José Dolores Cerón

III.          Scherzo clásico, Juan Francisco García

IV.          Elegía para orquesta, Ramón Díaz

Segunda parte

Sinfonía en La, Enrique Mejía Arredondo

Tranquilo - Allegro con fuoco

Adagio molto – andante

Allegro scherzando

Finale – Allegro vivace

En homenaje al prócer Francisco del Rosario Franco

Tercera parte

I-             Rapsodia Dominicana No.1, Luis A. Rivera

Para piano y orquesta

Piano, señora Elila Mena de Valdez

II-            Scherzo All´Antico, José de Js. Ravelo

III-          Suite Folklórica, Rafael Ignacio

a)    Al son de los atabales

b)    Canción bucólica

c)    Zarambo

ORQUESTA SINFÓNICA NACIONAL

Director: ENRIQUE CASAL CHAPÍ

Todas las obras del programa son primera audición.

La orquestación del Himno Nacional se debe al maestro Luis E. Mena


[1] Todas las citas entrecomilladas han sido tomadas de los tres tomos de memorias de la OSN que se conservan.

[2] Matilla, Alfredo. La Opinión, 27 oct. 1941 pp. 1, 3. 

[3] Ver Listín Diario (LD) 19 dic. 1939 pp. 1, 6

[4] Ver LD 28 dic. 1939 p 2

[5] Ver LD 22 dic. 1939 p 8

[6] Ver LD 23 dic. 1939 p 10

[7] Cruzado, Américo. 1952. El Teatro en Santo Domingo (1905-1929). Santo Domingo: Montalvo.

[8] Ver LD 22 dic. 1939 p 8; 23 dic. 1939 p 4; 29 dic. 1939 p 6.

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A continuación transcribo el artículo que publicó el Listín Diario bajo la firma de Enrique de Marchena Dujarric en la víspera de aquel primer memorable concierto.

Arte Musical: ANTES DEL PRIMER CONCIERTO DE LA ORQUESTA SINFÓNICA NACIONAL (*)

Por Enrique de Marchena

La Orquesta Sinfónica Nacional, en un jalón más del progreso cultural dominicano, aparecerá por la primera vez ante nuestro público dentro de pocas horas. El evento marca una formidable etapa de progreso, a la cual se unen numerosos aspectos –tal vez muchos desconocidos de ese mismo público que esta noche aplaudirá, porque sí, aplaudirá y se sorprenderá- de lo que para el futuro conlleva la primera institución musical-orquestal de la República y de la Isla.

Bajo la batuta eminente, porque tal es el adjetivo que cuadra, del Maestro Enrique Casal Chapí, en cuyas venas corre sangre ilustre en la música de la Raza, nuestros músicos, esta vez en número nunca hasta ahora reunido para tal trabajo de comunidad, han de perfilar un nuevo ambiente, han de abrir nuevas puertas y han de marcar una nueva Era para el arte dominicano, que surge para probar, hasta la saciedad, que la docena de compositores dominicanos destacados hace tiempo, es capaz de producir obras de aliento, de propósitos y de un plan preconcebidamente sinfónico.

Hemos oído la Orquesta Sinfónica Nacional. Ella surgió como necesidad, como imperiosa formación y ella ahora será la columna granítica de un edificio añorado antes por aquel ilustre desaparecido que se llamó Esteban Peña Morel, y además, contribuirá a la educación musical de nuestro pueblo, porque su plan y su funcionamiento se ajustan, supervisada por la Secretaría de Estado de Educación y Bellas Artes, a todo lo que para estos casos es indispensable y lógico.

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Hemos oído ya la Orquesta, repetimos. De aquella titánica labor, contando con el amateurismo y la nobleza de dedicación que perduró casi una década en nuestra pequeña “Orquesta Sinfónica de Santo Domingo”, a la Orquesta Sinfónica Nacional, hay un paso gigantesco, empero, cuán notorio es hoy, para los que sabemos lo que este jalón representa, la obra de antes. De ahí, que la Sinfónica Nacional –reuniendo todos los elementos de antaño- haya surgido con amor, con interés y con ese espíritu de estudio y de sacrificio que toda obra grande conlleva. Teniendo como tiene, la batuta joven, nerviosa y consciente de Enrique Casal Chapí, se ha podido sacar de esa masa -tras ensayos cuidadosos, fraccionarios primero y luego en conjunto-, efectos realísticos, timbre, interpretación, justeza en matices, frase impecable y sobre todo, una disciplina que será sin duda el más preciado orgullo de los sesenta instrumentistas (**) de la institución.

La impresión de un ensayo general fue como el choque del ideal y de la realidad misma; choque espiritual también. Porque la Orquesta Sinfónica Nacional –sobre todo en este programa de obras nacionales, del cual nos ocuparemos después-, se ajusta a una magnífica aspiración, a una vibrante palpitación de Patria y sobre todo, a una visión de alta dominicanidad traducida al través del mantenimiento del organismo que hará posible al correr de los años, la verdadera capacitación de nuestros músicos, la verdadera ruta de los compositores y la segura vía de adelanto de nuestro arte y nuestra cultura musical.

Vamos a contemplar un espectáculo bello. Hoy en la noche, ante todo, el público debe saber que escuchará música dominicana como no la ha soñado, como no la ha imaginado. Y para ello, también ha llegado la hora de abandonar los prejuicios, y de proclamar nuestras conquistas artísticas. Lo único que podemos avanzar es esto: tenemos música, música seria y pensada, música para recorrer con ella el mundo… Eso basta. La Sinfónica hará lo demás.

(*) Listín Diario, 23 de octubre de 1941, p.2 / Tomado de Vida Musical en Santo Domingo, Arístides Incháustegui y Blanca Delgado Malagón, Santo Domingo, D.N. 1998 p.p.: 89-90

(**) El dato no parece ser preciso: En la foto aparecen 57 personas, incluidos Casal Chapí y Mejía Arredondo, quienes no estarían siendo contados como instrumentistas, sino como Directores; además, Carlos Piantini no aparece, que sí debería contar como instrumentista; por tanto, según la foto, había entonces en la OSN-RD 56 músicos -si sumamos a Piantini que no quiso retratarse según me dijo-, y dos Directores. Por otra parte, la lista que aparece en las Memorias registra un total de 57 instrumentistas. Haría falta una investigación más a fondo para esclarecer la cifra exacta de músicos que tocó aquella memorable noche en el Teatro Olimpia. (Nota de AGS)

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