Ayer fue 19 de mayo de 2012,
se cumplieron ciento diecisiete años de la muerte en combate de José Martí, el
Apóstol de Cuba. Y volví a leer lo que escribió Máximo Gómez ese día en su
diario:
El 19, a la Vuelta Grande, en donde
encuentro al General Bartolo Masó con más de 300 jinetes- y a Martí y mis
ayudantes.
Pasamos un rato de verdadero ardor y
espíritu guerrero; ignorando que el enemigo venía marchando por mi rastro […]
Dos horas después, nos batíamos a la
desesperada con una columna de más de 800 hombres, a una legua del campamento,
en Dos Ríos.
Jamás me he visto en lance más
comprometido- y Martí, que no se puso a mi lado, cayó herido o muerto en lugar
donde no se pudo recoger y quedó en poder del enemigo.
Cuando supe eso avancé solo hasta donde
pudiera verlo.
Esta pérdida sensible del amigo, del
compañero y del patriota; la flojera y poco brío de la gente, todo eso abrumó
mi espíritu a tal término, que dejando algunos tiradores sobre un enemigo que
ya de seguro no podía derrotar, me retiré con el alma entristecida.
¡Qué guerra ésta! Pensaba yo por la
noche; que al lado de un instante de ligero placer, aparece otro de amarguísimo
dolor. Ya nos falta el mejor de los compañeros y el alma podemos decir del
levantamiento.
Así demostraba el General
Gómez el respeto y el cariño fraterno ante un hombre con quien había tenido un
fuerte encontronazo en Nueva York, en octubre de 1884. Había sido
verdaderamente fuerte el altercado entre los dos hombres, pero habían muchas y
más grandes cosas que los unían, por eso 1892, cuando Martí lo visitó en “La
Reforma”, en La República Dominicana, Gómez escribió en su diario:
Septiembre 11.- […] Muchos cubanos
prominentes de nuestro Partido, con aparente razón temían que ahora, guardando
yo algún resentimiento de Martí, por su conducta pasada, negase a la Revolución
que él trata de resucitar, mi apoyo moral y todos mis servicios.
No debe ser así, pues Martí viene a
nombre de Cuba, anda predicando los dolores de su Patria, enseña sus cadenas,
pide dinero para comprar armas; y solicita compañeros que le ayuden a libertar,
y como no hay un motivo, uno solo, ¿por qué dudar de la honradez política de
Martí? Yo, sin tener que hacer el menor esfuerzo, sin tener que ahogar en mi
corazón el menor sentimiento de queja contra Martí, me he sentido decididamente
inclinado a ponerme a su lado y acompañarlo en la empresa que acomete.
Así pues Martí ha encontrado mis brazos
abiertos para él, y mi corazón, como siempre, dispuesto para Cuba.
Aquella
desavenencia entre Gómez y Martí, del todo ríspida, quedó registrada también en
el diario del General dominicano:
Agregaré a esto que no faltaba alguien,
como José Martí, que le tenga miedo a la dictadura, i que cuando más dispuesto
lo creía se retiró de mi lado furioso según carta suya insultante, que
conservo; porque no dejándolo yo, inmiscuirse en los asuntos del plan general
de la Revolución, a cargo mío en estos momentos, y deseando enseñarle su papel,
se ha creído que yo pretendo ser un dictador i dando a éste frívolo pretexto,
la gravedad que jamás en si puede tener se ha alejado de mi lado vertiendo
especies que no creo favorezcan a las cosas i a los hombres. He empezado de
nuevo a saborear gotas amargas, pero yo seguiré mi camino sin miedo ni
contemplaciones.
Ambos hombres, ya desde
entonces, debatían acerca del valor de la libertad y la democracia. Para Gómez,
Martí se inmiscuía en sus asuntos, en los que nadie tenía derecho a opinar y
mucho menos a fiscalizar; y para Martí, Gómez estaba en el deber de actuar de
manera transparente y democrática. Y ese ideal de libertad y democracia el
Apóstol lo enunció en la mencionada carta, dirigida al general Gómez con fecha
20 de octubre de 1884:
Un pueblo no se funda,
General, como se manda un campamento:-y cuando en los trabajos preparatorios de
una revolución más delicada y compleja que otra alguna, no se muestra el deseo
sincero de conocer y conciliar todas las labores, voluntades y elementos que
han de hacer posible la lucha armada, mera forma del espíritu de independencia,
sino la intención, bruscamente expresada a cada paso, o mal disimulada, de hacer
servir todos los recursos de fe y de guerra que levante este espíritu a los
propósitos cautelosos y personales de los jefes justamente afamados que se
presentan a capitanear la guerra, ¿qué garantías puede haber de que las
libertades públicas, único objeto digno de lanzar un país a la lucha, sean
mejor respetadas mañana? ¿Qué somos, General?: ¿los servidores heroicos y
modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un
pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo
en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo,
para enseñorearse después de él? ¿La fama que ganaron Uds. en una empresa, la
fama de valor, lealtad y prudencia, van a perderla en otra?-Si la guerra es
posible, y los nobles y legítimos prestigios que vienen de ella, es porque
antes existe, trabajado con mucho dolor, el espíritu que la reclama y hace
necesaria:-y a ese espíritu hay que atender, y a ese espíritu hay que mostrar,
en todo acto público y privado, el más profundo respeto;- porque tal como es
admirable el que da su vida por servir a una gran idea, es abominable el que se
vale de una gran idea para servir a sus esperanzas personales de gloria o de
poder, aunque por ella exponga la vida.—El dar la vida constituye un derecho
cuando se la da desinteresadamente.
Entiendo que Martí tenía
muy claro los peligros que corría la Patria que estaban tratando de fundar, y
no se equivocó, porque aunque el general Gómez nunca estuvo en condiciones ni
en el camino de ser un dictador, muchos otros llegaron, desde 1902 hasta hoy,
para comandar a Cuba como si la isla fuera un regimiento; y ayer, a ciento
diecisiete años de su muerte, José Martí seguía teniendo sobradas razones para
desconfiar.
Fueron grandes aquellos bravon próceres que llevaron a cabo nuestras guerras de independencia, pero muchos derivaron en caudillos, disminuyendo así su estatura histórica. Martí tenía razón en esa disputa por supuesto.
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