Un suceso sin precedentes en
Santo Domingo
El pasado 25 de julio, en la
Sala Carlos Piantini del Teatro Nacional Eduardo Brito, en Santo Domingo, tuvo
lugar un concierto sin precedentes: Debutó la Joven Filarmónica, bajo la
conducción del Maestro Benjamin Zander y actuó como solista el contrabajista
Edicson Ruiz.
El programa estuvo integrado por la obertura de la ópera Los
Maestros Cantores, de Wagner; el Concierto en Mi bemol Mayor, para contrabajo
y orquesta, de C. D. Von Ditterdorf y la Sinfonía No. 9 en mi menor, Op. 95
“Desde el Nuevo Mundo”, de A. Dvorak.
El hecho de que coincidan en
un escenario dominicano el director B. Zander, con el contrabajista Edicson
Ruiz, es de por si algo estimable, pero si además, ese concierto es el
resultado de muchas horas de trabajo con más de sesenta jóvenes dominicanos
estudiantes de música, ese valor agregado convierte al evento en algo inusitado
en nuestro país.
Convocado por la Fundación
Sinfonía, tuvo lugar entre los días 17 y 23 de julio un campamento orquestal en
el que participó un sólido y completo equipo de profesores, apoyando así la
labor del ensamble. Y como los resultados finales son los que cuentan, a juzgar
por el concierto inaugural, este primer campamento debe quedar como un buen
comienzo de una labor que se deberá continuar por siempre, para que en los
próximos años la música sinfónica se convierta finalmente en una actividad
relevante en la sociedad dominicana.
Los niveles artísticos
conseguidos fueron loables, pero mucho más meritorio ha sido lo que este
concierto significó para cada uno de los jóvenes músicos que participaron en
él, porque trabajar arduamente con uno de los directores más importantes del
mundo y acompañar a un joven solista que destaca también entre los más
reconocidos en todo el orbe, es un gran estímulo y compromiso.
El repertorio, aunque
conocido, demanda mucho trabajo de todos los instrumentistas y he ahí uno de
los grandes aciertos del Maestro Zander, gran conocedor de la pedagogía
musical. El balance en el repertorio y la calidad de las interpretaciones fue
loable en general, pero quizás, si tuviera que separar una obra del repertorio,
esa sería el concierto para contrabajo -que fue un estreno nacional aunque no
se anotó en el programa-. Destacaría esta obra porque el trabajo del conjunto
de cámara que acompañó a Ruiz, lo hizo con una gran flexibilidad en el
tratamiento de los matices, acompañando al solista con gran musicalidad, y,
aunque según algunos comentarios el balance no fue satisfactorio en toda la
sala, en la segunda fila sonaba perfectamente.
La posibilidad de ver
directamente el trabajo de Edicson debió ser recibido por el público con mayor
calidez, pero la poca costumbre de escuchar obras para contrabajo y orquesta
quizás impidió, con los pocos aplausos, que el Maestro Ruiz nos ofreciera al
menos un ancore.
El final de la fiesta
comenzó con Barras y Estrellas, de John Philip Sousa, seguidamente Caña Brava, en
arreglo de Jorge Taveras; y Compadre
Pedro Juan. Hubo bailada y todo, hubo fiesta, el conjunto estaba feliz,
feliz con el trabajo, duro y constructivo, esperanzador, y hubo lágrimas cuando
el final final cerró el espectáculo.
Ojalá, esas ilusiones
sembradas durante estos días de julio en todos esos jóvenes músicos dominicanos
se mantenga, que esos conocimientos los puedan emplear con júbilo cuando sean profesionales, que puedan integrar orquestas sinfónicas
respetadas y respetables, aquí o en cualquier lugar del mundo, ojalá que al
llegar a la adultés cada uno de ellos tenga la posibilidad de ocupar un atril
con el optimismo que lo hicieron en este concierto inaugural.