viernes, 5 de junio de 2020

BRINDIS DE SALAS


Por José Marín Varona[1]


Ha muerto un cubano ilustre, un grande del arte, un mago del violín. Y ha muerto en remotas playas, pobre, miserable, lejos de la patria de sus amores, del albergue de sus antepasados. Allá en la República Argentina ha rendido su tributo a la madre Naturaleza el egregio artista que tantas páginas gloriosas escribió para la patria querida y para el arte con su privilegiado arco. Y ha muerto en un hospital el que fue pródigo con los menesterosos, el que puso siempre a contribución su talento y su prestigio artístico para favorecer la indigencia. ¡Qué horas de amargura infinita no habrá pasado en el lecho de dolor ese grande que ha muerto como un mendigo, nostálgico de la embalsamada brisa de su tierra, de los mil afectos aquí esparcidos y recordando; quizás, con el poeta!

Las palmas ¡ay! Las palmas deliciosas
que en las llanuras de mi ardiente patria
nacen del Sol a la sonrisa…

Brindis de Salas, caballero de color, gran artista, de extraordinaria cultura, políglota, elegante y de maneras sumamente distinguidas, nació en la Habana en 2 de agosto de 1852 y ha volado a otras regiones el 2 del actual, a la edad de cincuentiocho (sic) años y diez meses. Comenzó muy joven sus estudios musicales con el excelente profesor de color José Redondo, que le dio muy buenos principios; más tarde recibió lecciones e hizo rápidos progresos con Don José Vander-Gutch, hasta que por último marchó a París y allí los terminó bajo la hábil y severa dirección del célebre Leonard. El año 78, a la terminación de la epopeya gloriosa de los diez años, vino a Cuba ofreciendo conciertos públicos que pusieron de manifiesto los progresos realizados en el extranjero, emprendiendo poco después su vida de nómada portentoso y recogiendo por doquiera que se hacía escuchar nuevos lauros para su corona de artista.


El año 86 volvió a Cuba mereciendo del público y de toda la prensa la más halagüeña acogida. El eminente y llorado crítico musical Serafín Ramírez, escribió con tal motivo en la brillante revista La Habana Elegante (domingo 23 de mayo de 1896) de Hernández Miyares: «Increíble parece el cambio que se ha operado en Brindis de Salas en los últimos años que ha pasado en Europa estudiando grandes modelos». Su ejecución, su estilo y hasta su modo de ser han variado por completo y de una manera tan favorable que apenas puede creerse que este Brindis sea el mismo que nos visitó hace ocho años. Y no quiero expresar con esto que entonces no fuera un gran artista, no; quiero decir únicamente que después de este tiempo ha hecho progresos que hablan muy alto de su talento, de su amor y entusiasmo por el arte que tantos triunfos le han proporcionado. Entre las cualidades que le adornan sobresalen, a nuestro juicio, una fuerza de arco extraordinaria y estilo apasionado. Su ejecución es brillante y hasta diabólica en muchos casos y se comprende que así sea, porque como su mano izquierda ha llegado materialmente a identificarse con el instrumento, como que posee además un tono hermoso, un arco potente y flexible a la vez, y sobre todo esto tiene una feliz organización; una imaginación vivaz y un carácter enérgico, claro está que hace cuanto se le antoja, dando a su ejecución, como el célebre Olle Bull, una importancia deslumbradora.

Su última visita a Cuba fue en el año de 1900, ofreciendo conciertos en el teatro Albisu, en los cuales secundábale su íntimo e inseparable amigo el profesor Miguel González Gómez (El Músico Viejo). Como en las veces anteriores fue aclamado, obteniendo de toda la prensa los más calurosos y favorables juicios.

Brindis de Salas, conocido generalmente por el «Príncipe de las octavas» a causa de la perfección con que vencía y dominaba esta extraordinaria dificultan del violín y conocido también por «El Paganini Negro», recorrió triunfalmente el mundo, gozó fama universal y obtuvo premios y condecoraciones de la mayor parte de los soberanos europeos. En Haití fue favorecido con el cargo de Director del Conservatorio de Música de la capital de aquella República; pero su carácter inquieto y aventurero no podía avenirse con la tranquilidad y la calma de tan resonante cargo y volvióse muy pronto a Europa.

Descanse en paz el glorioso artista que paseó triunfalmente por el mundo con su arte exquisito y genial, el nombre de esta patria tan pequeña pos sus dimensiones, como grande por los hombres ilustres que ha producido. J. Marín Varona.

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[1] Tomado íntegramente de la revista Bohemia de 11 de junio de 1911


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