viernes, 8 de agosto de 2014

EL ESPECTÁCULO DE UNA CIVILIZACIÓN SIN PARADIGMAS

Una cosa es democratizar el conocimiento de la cultura artística y literaria; y otra bien distinta, es pretender que las expresiones instintivas, al margen del yugo de las leyes estéticas, tienen por fuerza que suplantar la ética.

Uno de los recuerdos que con más devoción atesoro, es la curiosidad que me causaba ver a mi abuelo sentado ante el televisor escuchando los comentarios de Luis Gómez Wangüemert o los de Mario Kuchilán. Por supuesto, que todos los días a las ocho de la noche había toque de queda en su casa, y hasta mi abuela tenía que hacer mutis a la hora del noticiero, pero los comentarios internacionales de Wangüemert o Kuchilán ponían a mi abuelo en tensión. Quizás mi abuelo imaginaba preguntas  y respuestas -como es posible hacer hoy utilizando las llamadas redes sociales-, ante aquellos análisis. Me parecía entonces, que su atención a lo dicho en la pantalla le impedía verme o escucharme.

No recuerdo que me pidiera alguna vez que lo acompañara en aquellos momentos; sin embargo, su estado me obligó un día a sentarme junto a él y tratar de entender aquello que tanta curiosidad le causaba.

Un día él se fue, pero aquella costumbre de prestar atención, sobre todo a lo desconocido, se me pegó en la sesera, y quizás pude hacerme algunas de las preguntas que él se hacía ante aquellos dos comentaristas de gran fuste. ¿Cómo podría ser cierta la libertad de expresión, como afirmaba el entonces líder de la llamada “revolución” y proclamaban los mismos comentaristas, si ambos, Kuchilán y Wangüemert, eran militantes activos de la ideología oficial y ningún otro análisis en contrario podía acceder a los medios de información? ¿Cómo era posible que quienes pusieran en riesgo sus vidas, Kuchilán y Wangüemert, por una patria con todos y para el bien de todos carecieran de la sensatez suficiente como para darse cuenta de la traición y condenarla?

Acabo de leer “La civilización del espectáculo”, de Mario Vargas Llosa, con la misma atención que mi abuelo veía aquellos comentarios por la televisión cubana durante los primeros años de la segunda mitad del siglo XX, y después de tantas preguntas y respuestas, puedo ver que ese olvidar o no tener ejemplos, paradigmas o caminos ciertos que enrumbar, es la médula de estos tiempos, en los que la Gironda no pretende ascender a las montañas, ni los valles tratan de aproximarse a las altas cumbres, sino donde la fama rápida, fácil y efímera, que enriquece lícitamente, se han convertido en el camino para mantenerse en el pantano y enaltecerlo. Y esta es una opción peligrosa, porque produce poderes desmedidos, muchos más que los adjudicados a los buenos ejemplos, los valores morales y las buenas costumbres. Es peligroso porque la balanza se va de un solo lado, la correlación de fuerzas entre el bien y el mal está descosida.

Los valles han pretendido, por intereses mezquinos de políticos y líderes inescrupulosos, hacernos ver que no existen élites, que en nombre de la igualdad debemos hacernos igualitarios, que en nombre de la libertad debemos hacer el libertinaje y en nombre de la fraternidad destrozarnos unos contra otros.

Eso que desde algunas importantes atalayas con desprecio llaman “élites”, no son más que los compartimientos estancos en los que durante siglos se conservaron, en las diferentes sociedades, las más importantes conquistas de la Humanidad. Sin embargo, como escribe MVL, “El político de nuestros días, si quiere conservar su popularidad, está obligado a dar una atención primordial al gesto, que importa más que sus valores y convicciones”, y los gestos de hoy van contra esas llamadas “élites”, porque supuestamente son la prueba de la “opresión”, cuando en realidad son la luz hacia la que deberíamos andar.

Una cosa es sacar a la luz todo el conocimiento que sobrevive, para que todos seamos iguales ante la oportunidad de acceder a ellos; y otra bien distinta, es fusilar públicamente el valor de sacrificarse personalmente para adquirir esos conocimientos y disfrutar de lo más depurado de las artes y la cultura. Una cosa es democratizar el conocimiento de la cultura artística y literaria; y otra bien distinta, es pretender que las expresiones instintivas, al margen del yugo de las leyes estéticas, tienen por fuerza que suplantar la ética. Una cosa es tener iguales oportunidades para adquirir los conocimientos; y otra bien distinta, es acusar y condenar por  “elitistas” a quienes con su aptitud y actitud aprehendieron lo necesario para ascender a las cumbres del saber.

Es muy común escuchar y leer aquello de “llevar el arte hacia las masas”, es un eslogan que da votos a los políticos y funcionarios que pretenden hacerse con el favor del llamado “pueblo”, y esto lo hacen sin darse cuenta -o quizás con pleno conocimiento de causa-, que con esto no están elevando el pueblo a las cimas del arte, sino todo lo contrario, están limpiando el arte de todas sus cualidades esenciales para ponerlo “a la carta” en la mesa de unos comensales que solamente tienen apetito ante el entretenimiento.

Lo esencial en las obras de los clásicos debería ser aprendido en las escuelas, pero eso no les va a los políticos ni a los líderes prosaicos, porque eso tiene costos que sobrepasan sus intereses personales. Y si esto se ve en los países de larga historia, en los que la Democracia y las ideas de República han calado profundamente, ¿¡cómo será en algunas de nuestras patrias, que por no dejar de olvidar, han olvidado ser  países para convertirse en paisajes!?

Quizás la Humanidad deba vivir un nuevo Renacimiento, esta vez sería un Renacimiento Posmoderno que nos convocaría a volver la mirada hacia el siglo XV. No sé si estaremos a tiempo, pero pensando que la Humanidad ha estado tantas veces al borde de la extinción, y constatando que la tozudez y la casualidad aun nos mantienen sobre el planeta, muy probablemente algún día, el sueño de que los valles se eleven hacia las cumbres se vuelva realidad. Y nunca más la ignorancia pretenda ahogar la Inteligencia Humana. Nunca más se les falte a los mayores, verdaderos recipientes estancos en quienes se conservan los valores más puros de la Humanidad.

Quizás debamos vivir un Renacimiento Posmoderno, para que nunca más se discrimine, acuse y condene a la élite en la que se condensa el saber de nuestras sociedades, donde se preservan los paradigmas sagrados del conocimiento.


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2 comentarios:

  1. Cristóbal Díaz Ayala13/8/14 5:35 p. m.

    Lo que dices es muy cierto, y el peligro hacia donde vamos, muy grande. El prime hombre que se impoena otros, es el que inventa la macana; de ahí en adelante, el ser humano ha ido adelantando (o atrasando) inventando o adaptando armas: la macana, la flecha, el escudo, el caballo o el elefante, el discurso, las naves desde la vela al vapor, la pólvora, las armas de fuego, los tanques, los aviones, los cohetes, la bomba atómica... Pero la próxima arma a conquistar ya está en el candelero: el control total de las comunicaciones: el quie primero logre esto, será el dueño swl munso, sin tirar un tiro. CDA

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  2. Alexis Cánovas Fabelo13/8/14 5:43 p. m.


    Antonio:
    ¡Que triste realidad describes!
    Conocer se ha convertido en estigma.
    Crear en un motivo de desprecio.
    Y si logras ligar ambas características es motivo de burlas.
    ¡Que razón tenía H.G.Wells conb hacer el alerta de "La Maquina del Tiempo", estamos deborados por los Morloks!

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