sábado, 1 de diciembre de 2018

RENACE UN TEMPLO (*)

En el cumpleaños 90 del Teatro Auditórium de La Habana

Advertencia del autor: Este artículo lo escribí en 1999 con la última dosis de optimismo que me quedaba en este rubro, lo publiqué en Santo Domingo en el extinto periódico El Siglo, y lo reedito íntegramente hoy día 1 de diciembre de 2018, en la víspera del cumpleaños 90 del templo de la música cubana, «porque la historia de América, de los Incas acá, ha de ser contada al dedillo»

Teatro Auditorium de La Habana, inaugurado el 2 de diciembre de 1928
Durante las primeras décadas del siglo XX, y hasta la década del cincuenta, las ciudades capitales latinoamericanas fueron dejando atrás los polvos provincianos para ir vistiéndose de galas citadinas. Las zonas coloniales, son abandonadas en estampidas casi simultáneas desde el Río Bravo hasta la Patagonia y las pujantes burguesías nacionales, aguijoneadas por las nuevas aspiraciones sociales, políticas y económicas se van creando sus nuevos espacios, su nuevo hábitat.

En este anhelo, ocupa un lugar prominente la silueta del Dictador, tipo muy común en nuestra región y que, tristemente, crece con más profusión que la verdolaga. Porfirio Díaz en México, Carlos Ibáñez en Chile, Leónidas Trujillo en la República Dominicana y Gerardo Machado en Cuba son algunos de tantos padrotes que medran en nuestra Historia.

A ellos, no se les puede omitir en nada, porque todo lo dan y todo lo quitan, en sus manos están las riendas de todo. Las ciudades capitales, son el escenario en el cual discurren los poderes del Estado, y la arquitectura, es la escenografía que los resalta.

En 1925, llegó a la presidencia de la República de Cuba el General Gerardo Machado, quien, partiendo de la consigna de campaña «agua, caminos y escuelas», llegó a convertirse en el «Presidente Constructor» y en el «Mussolini Tropical» al mismo tiempo. Su interés por perpetuar su imagen, lo llevaron a embarcar al Estado en proyectos monumentales de construcción quedando concluidas, en pocos meses, obras como el Capitolio, el Palacio Presidencial y el Presidio Modelo, todas diseñadas en el estilo ecléctico. Estilo, que se mantuvo como la orientación artística dominante durante toda la década y que, en su segunda mitad, Machado impuso como su sello personal a través de las obras que el gobierno ejecutó.

Por supuesto, que el sector privado no fue ajeno a estos empeños de modernizar las ciudades y aparecieron en La Habana construcciones comerciales y para el entretenimiento de un alto valor estético, como el Centro Gallego, de Beleau; el centro comercial la Manzana de Gómez, y el edificio de la Empresa Cubana de Teléfonos proyectados por Morales y Cía., y el Auditórium, de Moenck y Quintana entre otras muchas obras.

Por estos años, la vida musical habanera era intensa y por sus teatros pasaban casi todas las luminarias de entonces. El teatro Martí, mantenía una programación en la que se presentaban a menudo compañías italianas de ópera, compañías de teatro vernáculo y espectáculos de variedades. El Payret vio al divo Caruso en presentaciones que constituyen hoy fuente de leyendas. El teatro Nacional recibió a Rachmaninoff y Stravinski. En 1922 se había fundado la Orquesta Sinfónica de la Habana y dos años después, el español Pedro San Juan fundó la Orquesta Filarmónica.

Mientras todo esto pasaba, un sector de la burguesía criolla fundó, en 1918, la Sociedad Pro-Arte Musical, una institución que inició la loable labor de apoyar el trabajo de los artistas, tan olvidada por la oficialidad. Tal fue el empuje y el prestigio que alcanzó Pro-Arte, que a través de un trabajo eficaz de recaudación obtuvo presupuesto suficiente como para proyectar la construcción de un nuevo teatro en la capital cubana, una sala que pudiera aislarse de los ruidos de la modernidad. Un verdadero auditorio.

María Teresa García, era entonces la presidenta de aquella institución y cuentan que fue ella, con su filantropía, amor a las artes y voluntad diamantina, quien hizo caer todos los obstáculos, hizo que aquel empeño se enrumbara contra todas las marejadas y que en dieciocho meses estuviera construido lo que poco a poco se iría convirtiendo en el templo de la música para propios y ajenos, en la meca a la cual iban los peregrinos desde todas partes a escuchar a Ezio Pinza, a Lily Pons, a Kirsten Flastag o a Lawrence Tibetts.

Programa de mano de un concierto de la Temporada de verano 1956

El Auditórium fue la cede de la Filarmónica y entonces vinieron temporadas de música sinfónica que quedaron grabadas en los anales de la Historia de este continente con la actuación de figuras tan prominentes como S. Prokofiev, Erick Kleiber, Heitor Villa-Lobos o Amadeo Roldán y de solistas de la talla de Arthur Rubinstein, Jacha Heifetz, Andrés Segovia, Yehudi Menuhin o Rostropovich.

La Filarmónica vivió allí, en su casa de Calzada, en el Vedado habanero, por casi treinta años. Aquella catedral, Carpentier nos la pone ante los ojos en su novela El Acoso y con flechazos descriptivos, nos permite ver, oler y sentir «los flecos de la cortina roja», «la gran escalinata», «la reja de la contaduría», «el pandero que adorna, arriba, el marco del escenario» y «las mujeres que llenaban el vestíbulo tratando de permanecer donde un espejo les devolviera la imagen de sus peinados y atuendos». «Más allá de las carnes (está) el parque de columnas», «de plantas abiertas entre las pérgolas».

En 1958, la guerra que dos años atrás se había iniciado en al zona oriental de Cuba, desestabilizó el país de tal modo que el 1 de enero de 1959 el dictador de turno y autor del golpe de estado del 10 de marzo de 1952, Fulgencio Batista, abandonó la mayor de las antillas. Tales acontecimientos provocaron un vuelco total en la vida de la nación. Entre las primeras leyes que el Gobierno Revolucionario refrendó estuvo la que establecía la creación de la Orquesta Sinfónica Nacional, institución musical que, en manos del Estado, surgió como una continuación de la tradición creada por la Filarmónica.

Y allí vivió la OSN, en su casa de Calzada, rebautizada como Teatro Amadeo Roldán, por casi dieciocho años. El último concierto fue el domingo 26 de junio de 1977 a las 5.00 p.m. y se escucharon tres obras: Sexta Sinfonía en si menor, Op.74 Patética, de P. I Tchaikovsky, Concierto para soprano y orquesta, Op.82, de R. Gliere y Rapsodia, de Y. Svetlanov. Esa tarde la directora Verónica Dudarova estuvo en el podio y la soprano española María Remolá fue la solista.

La noche del 30 de junio de 1977, en un acto que horrorizó a todas las mentes sensatas, un cazador de fortuna, lunático o mercenario arrojó una sustancia sobre el tabloncillo de platea y en un rato el templo fue un infierno. Sólo se salvó la planta en L que contenía los archivos, algún que otro instrumento y la bella fachada ecléctica que mereciera en los años de su creación el Premio de la Unión Internacional de arquitectos. Entonces comenzaron veintidós largos años de vida sin asiento para la OSN de Cuba.

En 1981 las autoridades competentes comenzaron los proyectos de reconstrucción y en 1983 se establecieron con la desaparecida República Democrática Alemana los convenios de colaboración que garantizaban los proyectos tecnológicos y el equipamiento, todo lo cual fue cumplido por la R. D. A., pero hasta 1998 gran parte de la construcción no pudo ser ejecutada por razones diversas. No obstante, el colosal teatro Heredia estuvo listo para abrir sus puertas en 1991 con motivo de la realización del V Congreso del Partido Comunista de Cuba; se terminaron también la hermosísima Sala Dolores, sede de la Orquesta Sinfónica de Oriente y la Esteban Salas; las tres instalaciones construidas en Santiago de Cuba. (¡)

El 10 de abril de 1999, comenzó una nueva época en el Teatro Amadeo Roldán: quedó inaugurada oficialmente la sala que albergará a la OSN de Cuba. El programa inaugural estuvo integrado por el Himno de esa nación, interpretado por el Coro Nacional y el acompañamiento de la Orquesta, dirigida por el Maestro Iván del Prado; seguidamente, se escuchó Canción de Gesta, de Leo Brouwer, Tres Pequeños Poemas, de Amadeo Roldán y para finalizar se presentó la Obertura 1812, de P. I. Tchaikosvsky.

La sala, con tecnología de principios de los ochenta, quedó diseñada únicamente para ser usada en actividades de música sinfónica y de cámara. La acústica del lugar, la climatización y el mobiliario servirán de entorno adecuado para los magníficos acontecimientos que allí se sucederán. Allí, volverán a hacerse nuevos grupos de amigos atraídos por el amor al Arte Musical. Allí, llegarán desde todas partes a escuchar a las luminarias del próximo siglo, allí volverá a estar, muy pronto, el templo de la música sinfónica cubana[1]. (Santo Domingo, El Siglo, 15 jun. 1999)



[1] Nada de eso fue posible.

(*) Diecinueve años después de haber publicado este artículo, el Teatro Amadeo Roldán ha vuelto a ser ruinas. El 30 de mayo de 2014, el diario de Internet 14ymedio.com daba la noticia de que el teatro estaba en peligro de derrumbe y el 3 de abril de 2016 que comenzaban las reparaciones. A la fecha, aún no ha vuelto a la vida cultural el otrora templo del arte musical de Cuba.

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