sábado, 5 de enero de 2019

LA CEGUERA SELECTIVA ¿UNA ENFERMEDAD DEL SOCIALISMO?

No se restauran las ciudades completas sino sus monumentos artísticos, arquitectónicos o históricos, porque las casas de familia, esas, en el mundo real, cuando cumplen con su vida útil son demolidas y en su lugar se edifican otras nuevas y modernas, y cuando la demanda lo exige se abren nuevos espacios y se erigen nuevos barrios residenciales.

La tradicional vuelta a la ceiba del Templete. Fuente externa.
Dándole la vuelta a la ceiba del Templete se arremolinaron otra vez el pasado 15 de noviembre cientos de habaneros. La tradición marca que allí, haciendo la noria, se piden deseos que al año siguiente se irán cumpliendo; unos deseos que, a ojos vista, nunca se han cumplido durante los últimos 60 años, porque no creo yo que alguien pudiera pedir que Cuba se convirtiera en la ruina de nación que es hoy.
Sin embargo, dentro de esas ruinas, el Dr. Eusebio Leal, un sagaz historiador, oportuno como pocos, emprendió desde hace muchísimos años la restauración de La Habana. Una restauración selectiva, por supuesto, porque aunque él insinúe lo contrario no puede ser de otra manera, porque no se restauran las ciudades completas sino sus monumentos artísticos, arquitectónicos o históricos, porque las casas de familia, esas, en el mundo real, cuando cumplen con su vida útil son demolidas y en su lugar se edifican otras nuevas y modernas, y cuando la demanda lo exige se abren nuevos espacios y se erigen nuevos barrios residenciales, algo que en Cuba no sucede desde hace seis décadas, porque de eso se ocupan las constructoras de capital privado y eso no forma parte del imaginario del socialismo cubano. Es todo un logro, según informa la fuente citada, que «con el programa de viviendas se verán beneficiadas 700 personas residentes en el Centro Histórico». ¡Dígame usted!
Según Cubadebate, el Historiador, en conferencia de  prensa el pasado día 16 de noviembre, celebrando el advenimiento del aniversario 500 de la fundación de La Habana, dijo que: «es cierto que la ciudad ha sufrido a lo largo de los años el impacto de ciclones, de los profundos cambios sociales y económicos, pero a su vez los daños producidos por la incuria».
Residencial Ciudad Real II, Santo Domingo, RD. Construido
por la Empresa Bisonó en menos de 10 años.
Alberga 5000 familias. ©ags
Y es en esta palabra en la que se me detuvo el texto: incuria. ¿El auditorio que, según la misma fuente, estuvo integrado por la prensa y «los máximos representantes del Partido y el gobierno del territorio», habrá comprendido el significado de la palabra? ¿Habrán entendido que se estaba refiriendo a la negligencia como causal del derrumbe de La Habana?

Da igual, porque el Doctor habló de la cadena, pero no mencionó al mono, no asomó un solo signo que pudiera culpar al sistema y «los máximos representantes del Partido y el gobierno del territorio», porque, zigzagueando en el discurso, ya había dejado claras señales de que el culpable era el ciudadano. 

O por qué si no, abogó por «una educación ciudadana». O por qué puntualizó que los residentes en La Habana deben tener «un comportamiento digno de vivir en esta urbe». Y por qué si no criticó «los maltratos a los espacios públicos», que evidentemente son cometidos por los ciudadanos, como quien dice: «La ciudad se derrumba y ellos cantando». Si el Historiador hubiera dicho que el sistema tal como a sido instaurado no fue capaz de crear riqueza alguna, menos aún conservar las que le cayeron como maná del cielo con las miles de expropiaciones que se hicieron en nombre de la «revolución», no hubiera estado ni siquiera en las noticias, hubiera sido polvo en el viento, pero al pueblo se le puede culpar de todo. Él es dueño de sus silencios y sus cegueras selectivas.

Ruinas de la terminal de ferrocarriles de Cienfuegos. ©ags
Es público y notorio que no existe una Habana ciudad maravilla, esa es otra falacia que profana la inteligencia de quien tenga ojos. Basta caminar por las calles Belascoaín, Habana, Aguacate, San Lázaro, Oquendo, 10 de octubre, Monte, los alrededores del Capitolio, Galiano, Infanta, Carlos III, ver la fachada del cine Pionero en San Lázaro, andar el espacio peatonal de San Rafael o emprender la caminata por la calle Obispo. Basta transitar por la autopista nacional para ver cómo, sin usar un solo explosivo, sin ser agredidos por ninguna nación extranjera, sin haber sufrido los embates de ninguna guerra, Cuba quedó devastada. Basta mirar a un lado y otro para ver miles de hectáreas de tierra sin cultivar, basta estar atentos a la circulación insignificante de camiones comerciales u ómnibus de pasajeros para ver la indigencia de la economía, basta con mirar a miles de cubanos haciendo auto stop con un billete en la mano a todo lo largo de la ocho vías para entender la magnitud de las armas que provocaron tal desastre.

Paisaje urbano. Calle San Francisco, Centro Habana. ©ags
Pero esas mismas armas que demolieron el país provocaron una epidemia que ya es endémica: La ceguera selectiva, una  incapacidad sensorial que imposibilita ver lo obvio, que provoca que un Doctor como Leal no logre ver -o aparente no ver- que es impracticable restaurar las ciudades completas, sino sus monumentos artísticos, arquitectónicos o históricos, porque las casas de familia, esas, en el mundo real, cuando cumplen con su vida útil son demolidas y en su lugar se edifican otras nuevas y modernas, y cuando la demanda lo exige se abren nuevos espacios y se erigen nuevos barrios residenciales, algo que en Cuba no sucede desde hace seis décadas, porque de eso se ocupan las constructoras de capital privado y eso ni siquiera forma parte del imaginario del socialismo cubano.

Pero a pesar de todo, el socialismo le seguirá dando la vuelta a la ceiba cual noria de sangre, y si los perjudicados no se ponen a tiro, si no se acaban de convencer de que  es inminente crear la vacuna para erradicar el cáncer de las dictaduras, todos, desde Alaska hasta la Tierra del Fuego, cantaremos, como Tejedor y Luis, aquello que dice así:

Sombras nada más entre tu vida y mi vida.

  

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