Por Roberto Sotolongo
Es lo que se vive en Cienfuegos hoy y en buena parte del
país. Por ello es que utilizo calificativos o adjetivos tales como «plaga
maldita», «mugre», «suciedad», «mar de pringue», «porquería». «cochambre», «peste»,
«inmundicia» y «caos».
Es
a los griegos a quienes le debemos la existencia de este vocablo, empleado comúnmente
para designar lo impredecible, lo indefinido, supuestamente anterior a la ordenación
del cosmos.
Al
respecto se han elaborado diversas cosmogonías, que parten de ver al mundo como
una generalidad amorfa, existente aun antes que los dioses y las fuerzas
elementales, llámense aire, tierra, agua, espacio o vacío.
No
pocos filósofos reflexionaron al respecto, como Tales de Mileto, Anaximandro (ápeiron),
Anaxímenes (aire), Jenófanes (tierra y agua), etc., etc. Más cercanos a
nosotros tenemos a Friedrich Nietzsche, quien habló sobre la distinción entre
el espíritu apolíneo y el espíritu dionisíaco, aseverando que el espíritu
griego originario está conformado por un elemento dionisíaco que concibe el
carácter caótico de la existencia y por un elemento apolíneo, responsable de la
creación de un mundo de formas límpidas. Para él la filosofía constituye la
visión de la lucha entre estos dos opuestos. ¿De qué parte se sitúa Nietzsche?:
de parte de la concepción trágica, caótica del mundo. Por ello arremetió contra
la visión ascética de sacrificio y renuncia del cristianismo.
Volviendo
a las teogonías, es con Ovidio con quien el caos empieza a verse como una «confusión
elemental». Partiendo de aquí el criterio filológico sobre el caos presenta a
este como la hendidura situada entre el cielo y la tierra.
Otras
teogonías posteriores (la del huevo órfico, de la oscuridad, etc., etc.) han
engordado a partir de la de Hesíodo y de «La Metamorfosis» de Ovidio. Tengamos
presente que para el poeta latino el caos significa un bulto sin vida, una masa
cruda y no digerible, informe, sin bordes. Justamente tomando como referencia
este criterio es que se ha llegado hasta la presente concepción de «completo
desorden».
Es
precisamente asumiendo esta visión que empleo el término caos en el texto «La
mugre que nos invade» recientemente compartido. En cualquier diccionario que
revisemos aparece, entre otras, la acepción a la que me refiero. En el Pequeño
Larousse Ilustrado se califica el caos como desorden, confusión; así
también en el Diccionario
Ideológico, sólo que invirtiendo los significados: confusión, desorden.
Es
lo que se vive en Cienfuegos hoy y en buena parte del país. Por ello es que
utilizo calificativos o adjetivos tales como «plaga maldita», «mugre», «suciedad»,
«mar de pringue», «porquería». «cochambre», «peste», «inmundicia» y «caos».
Como habrá podido apreciar, mi mirada crítica hace alusión sólo a una zona de nuestra compleja realidad: el contexto exterior, físico de la vida cotidiana en una ciudad que se deteriora visiblemente. En otras esferas también existe el desorden, la confusión, y si no se le pone freno con urgencia llegará el momento en que presenciemos, como víctimas y victimarios el caos generalizado.
Otros
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José
Martí: El asta contra el hacha.
La
reseña como parte de la crítica literaria.
Roberto Sotolongo (1956) |
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