jueves, 16 de agosto de 2018

LA RESEÑA COMO PARTE DE LA CRÍTICA LITERARIA (*)


Por Roberto Sotolongo[1]

La reseña crítica no puede dejar de ser noticia y análisis somero de una obra literaria. Si transgrede esos límites deja de serlo para convertirse en otra cosa, en algo de mayor envergadura. Entonces pierde su utilidad y deja de funcionar como tal.

Roberto Sotolongo (1956) ©ags
Como sabemos todos los que hoy ocupamos un espacio aquí, el problema de la crítica es antiquísimo, al igual que el de la propia literatura. Y pudiéramos –no lo haremos, por supuesto– evocar nombres como el del crítico que fue Aristóteles, o el de otros, seguidores o no, innovadores o no. Pero creo una obligación de mi parte atenerme al origen de la palabra crítica.

Conocemos bien que esta proviene del griego [krinein], que significa juzgar, opinar. Es decir, criticar implica definir el valor que posee una creación, y no se restringe solo a descubrir los defectos que en ella existan, sino, además, señalar virtudes. Lo mismo en una actividad humana que en otra. De ahí que exista una crítica científica, filosófica, estética, artística, etc.

Ahora bien, aunque este concepto ha evolucionado extraordinariamente hasta nuestros días, la esencia de su significado se conserva. Del mismo modo podemos seguir contando con su clasificación tradicional, a saber: en dogmática, impresionista e histórica. Durante centurias enteras preponderó la crítica dogmática, en la que el crítico hacía el análisis partiendo de un concepto predeterminado sobre las categorías de lo bello, el arte y la literatura: los textos que estaban en correspondencia con ese concepto se consideraban buenos, y los que no, eran reprobados. Recordemos lo que ocurrió con la tromba poética de Walt Whitman a la vista de sus contemporáneos norteamericanos.

En cambio, la crítica impresionista expresa el efecto provocado por la obra en el lector-crítico, impresión que debe enriquecerse y de cierto modo superarse a través de un análisis concienzudo. Por su parte, la crítica histórica juzga la obra atendiendo a la época en que se produjo y lo que ella significó en el momento de ser elaborada. Por cierto, es muy frecuente la interrelación entre estos dos últimos tipos de crítica. En cuanto a la crítica literaria, igualmente aparece en la antigüedad con grandes de la talla de Cicerón y Quintiliano. Y en España, cuna de nuestra lengua, tuvo su desarrollo entre los siglos XVII y XVIII. Después conocemos nombres como los de Clarín, Menéndez y Pelayo, Azorín y Emilio Bobadilla «Fray Candi», etc. Sean cuales fueren las definiciones de la crítica literaria, lo absoluto es que el crítico de este tipo deviene una especie de intermediario entre la obra y el público, pues en todo momento emitirá un juicio sobre la primera. De ahí la responsabilidad que asume, pues si bien toda obra literaria es la transformación en lenguaje y espíritu de la experiencia del autor, así la crítica de la obra implica la conformación de la experiencia del lector como crítico.

No hay duda de que en nuestros tiempos tal como en la antigüedad la crítica literaria «significa apreciación, valoración, juicio, entendimiento» de la obra literaria, ya sea adversa o favorable a esta, aunque como aceptadamente ha afirmado Antonio Alatorre «no hay aquí nada por cierto negro ni cien por ciento blanco»[2]. Ciertamente, siempre me gusta poner el ejemplo de los lectores de las novelas del oeste. Hay quienes se escandalizan ante este tipo de literatura, viéndola como «la negación misma de la creación literaria». Sin embargo, como librero, me siento feliz ante la cantidad de lectores de estas novelas, pues en ellos también se crean emociones y se operan mejorías con dichas lecturas. 

Ello es la mejor prueba de que toda obra literaria tiene valores, y el deber del crítico es descubrirlos, y no solo señalarle los lunares… Lo triste para mí es esa masa de no-lectores, esa parte del público que no conoce la apasionante aventura que significa leer; es necesario insistir que en la crítica literaria se identifican sujeto y objeto. Por tanto, puede afirmarse que toda crítica literaria es subjetiva. No existe crítica objetiva. Otra cosa es hablar de la objetividad del crítico. ¿En qué sentido? En el sentido de que quien ejerza la crítica debe estar desprovisto de todo sentimiento de simpatía o de antipatía, ya sea por amistad o enemistad, con el autor, o por la impresión que le causa la fama de este.

Es decir, la objetividad de la crítica consiste en que el crítico literario se limite exclusivamente al texto que tiene ante sí. Solo así el crítico literario podrá llegar a ser un verdadero creador. Y lo será si coparticipa en el mensaje de la obra objeto de su crítica. Mario Benedetti lo ha llamado «lector cómplice». Y Norma Pérez Martín ha dicho: «cómplice, no verdugo, ni contemplador distraído».

Todo lo que hemos expresado hasta aquí puede atribuírsele a lo que se conoce con el nombre de reseña crítica, teniendo claridad –sobra decirlo– de lo que ella significa. La reseña crítica no puede dejar de ser noticia y análisis somero de una obra literaria. Si transgrede esos límites deja de serlo para convertirse en otra cosa, en algo de mayor envergadura. Entonces pierde su utilidad y deja de funcionar como tal.

Precisamente la utilidad de la reseña crítica emana de esa noticia centellante que trasmite sobre determinado texto, noticia que no debe carecer de un análisis simple, sin profundizar en el tema. Muchas son las funciones que pudiéramos señalarle a la reseña crítica, pero prefiero enumerar solo estas:

• Orientar el juicio del público sobre la obra literaria, más bien llamar la atención sobre esta.

• Convertirse en una ayuda para el lector, sean estos críticos o no.

• Restituir la unidad que existe entre literatura y realidad, o sea, entre la obra objeto de la reseña crítica y la realidad.

• Mediar entre el lector y la obra de manera dinámica, breve y evitando a toda costa la paráfrasis.

Todas estas funciones redundan en la utilidad inobjetable de la reseña crítica, utilidad avalada por el fructífero tiempo de su existencia y por tantos grandes críticos que la han cultivado con esmero, confianza y respeto.

Muchas gracias.

(*) Conferencia dictada por el autor en la Sala Mecenas, de la Biblioteca Ateneo «Dionisio San Román» de la ciudad de Cienfuegos, el día 31 de marzo del 2008, en el acto de premiación del Concurso Nacional de Reseñas Literarias «Segur» 2008.



[1] Roberto Sotolongo (Aguada de Pasajeros 1956) Es graduado en Filosofía por la Universidad Lomonósov de Moscú. Narrador, poeta e investigador. Miembro de la Sociedad Cultural «José Martí». En 1976 Obtuvo el Premio Nacional de Narrativa. En 1987 obtuvo Primer Premio en el Concurso Provincial «Raúl Aparicio». Ha publicado cuentos, poemas y artículos en Conceptos, Creación, Revista cultural Ariel y en el Boletín Literario Mercedes Matamoros.

[2] Teoría de la crítica y el ensayo en Hispanoamérica. Colectivo de autores. Editorial Academia, La Habana (p.18)

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