Por Roberto Sotolongo[1]
La reseña crítica no puede dejar de ser noticia y análisis somero de una obra literaria. Si transgrede esos límites deja de serlo para convertirse en otra cosa, en algo de mayor envergadura. Entonces pierde su utilidad y deja de funcionar como tal.
Roberto Sotolongo (1956) ©ags |
Conocemos bien que esta proviene del griego [krinein], que significa juzgar, opinar. Es decir, criticar implica
definir el valor que posee una creación, y no se restringe solo a descubrir los
defectos que en ella existan, sino, además, señalar virtudes. Lo mismo en una
actividad humana que en otra. De ahí que exista una crítica científica, filosófica,
estética, artística, etc.
Ahora bien, aunque este concepto ha evolucionado extraordinariamente hasta
nuestros días, la esencia de su significado se conserva. Del mismo modo podemos
seguir contando con su clasificación tradicional, a saber: en dogmática,
impresionista e histórica. Durante centurias enteras preponderó la crítica dogmática,
en la que el crítico hacía el análisis partiendo de un concepto predeterminado
sobre las categorías de lo bello, el arte y la literatura: los textos que estaban
en correspondencia con ese concepto se consideraban buenos, y los que no, eran reprobados.
Recordemos lo que ocurrió con la tromba poética de Walt Whitman a la vista de sus
contemporáneos norteamericanos.
En cambio, la crítica impresionista expresa el efecto provocado por la obra
en el lector-crítico, impresión que debe enriquecerse y de cierto modo superarse
a través de un análisis concienzudo. Por su parte, la crítica histórica juzga
la obra atendiendo a la época en que se produjo y lo que ella significó en el
momento de ser elaborada. Por cierto, es muy frecuente la interrelación entre
estos dos últimos tipos de crítica. En cuanto a la crítica literaria,
igualmente aparece en la antigüedad con grandes de la talla de Cicerón y
Quintiliano. Y en España, cuna de nuestra lengua, tuvo su desarrollo entre los
siglos XVII y XVIII. Después conocemos nombres como los de Clarín, Menéndez y
Pelayo, Azorín y Emilio Bobadilla «Fray Candi», etc. Sean cuales fueren las
definiciones de la crítica literaria, lo absoluto es que el crítico de este tipo
deviene una especie de intermediario entre la obra y el público, pues en todo
momento emitirá un juicio sobre la primera. De ahí la responsabilidad que
asume, pues si bien toda obra literaria es la transformación en lenguaje y espíritu
de la experiencia del autor, así la crítica de la obra implica la conformación
de la experiencia del lector como crítico.
No hay duda de que en nuestros tiempos tal como en la antigüedad la crítica
literaria «significa apreciación, valoración, juicio, entendimiento» de la obra
literaria, ya sea adversa o favorable a esta, aunque como aceptadamente ha
afirmado Antonio Alatorre «no hay aquí nada por cierto negro ni cien por ciento blanco»[2].
Ciertamente, siempre me gusta poner el ejemplo de los lectores de las novelas
del oeste. Hay quienes se escandalizan ante este tipo de literatura, viéndola
como «la negación misma de la creación literaria». Sin embargo, como librero,
me siento feliz ante la cantidad de lectores de estas novelas, pues en ellos
también se crean emociones y se operan mejorías con dichas lecturas.
Ello es la
mejor prueba de que toda obra literaria tiene valores, y el deber del crítico
es descubrirlos, y no solo señalarle los lunares… Lo triste para mí es esa masa
de no-lectores, esa parte del público que no conoce la apasionante aventura que
significa leer; es necesario insistir que en la crítica literaria se
identifican sujeto y objeto. Por tanto, puede afirmarse que toda crítica
literaria es subjetiva. No existe crítica objetiva. Otra cosa es hablar de la
objetividad del crítico. ¿En qué sentido? En el sentido de que quien ejerza la
crítica debe estar desprovisto de todo sentimiento de simpatía o de antipatía,
ya sea por amistad o enemistad, con el autor, o por la impresión que le causa
la fama de este.
Es decir, la objetividad de la crítica consiste en que el crítico literario
se limite exclusivamente al texto que tiene ante sí. Solo así el crítico
literario podrá llegar a ser un verdadero creador. Y lo será si coparticipa en
el mensaje de la obra objeto de su crítica. Mario Benedetti lo ha llamado «lector
cómplice». Y Norma Pérez Martín ha dicho: «cómplice, no verdugo, ni
contemplador distraído».
Todo lo que hemos expresado hasta aquí puede atribuírsele a lo que se
conoce con el nombre de reseña crítica, teniendo claridad –sobra decirlo– de lo
que ella significa. La reseña crítica no puede dejar de ser noticia y análisis
somero de una obra literaria. Si transgrede esos límites deja de serlo para
convertirse en otra cosa, en algo de mayor envergadura. Entonces pierde su
utilidad y deja de funcionar como tal.
Precisamente la utilidad de la reseña crítica emana de esa noticia
centellante que trasmite sobre determinado texto, noticia que no debe carecer
de un análisis simple, sin profundizar en el tema. Muchas son las funciones que
pudiéramos señalarle a la reseña crítica, pero prefiero enumerar solo estas:
• Orientar el juicio del público sobre la obra literaria, más bien llamar
la atención sobre esta.
• Convertirse en una ayuda para el lector, sean estos críticos o no.
• Restituir la unidad que existe entre literatura y realidad, o sea, entre
la obra objeto de la reseña crítica y la realidad.
• Mediar entre el lector y la obra de manera dinámica, breve y evitando a
toda costa la paráfrasis.
Todas estas funciones redundan en la utilidad inobjetable de la reseña crítica,
utilidad avalada por el fructífero tiempo de su existencia y por tantos grandes
críticos que la han cultivado con esmero, confianza y respeto.
Muchas gracias.
(*) Conferencia dictada por el autor en la Sala Mecenas, de la Biblioteca
Ateneo «Dionisio San Román» de la ciudad de Cienfuegos, el día 31 de marzo del
2008, en el acto de premiación del Concurso Nacional de Reseñas Literarias «Segur»
2008.
[1] Roberto Sotolongo (Aguada de Pasajeros 1956) Es
graduado en Filosofía por la Universidad Lomonósov de Moscú. Narrador, poeta e
investigador. Miembro de la Sociedad Cultural «José Martí». En 1976 Obtuvo el
Premio Nacional de Narrativa. En 1987 obtuvo Primer Premio en el Concurso
Provincial «Raúl Aparicio». Ha publicado cuentos, poemas y artículos en Conceptos, Creación, Revista cultural Ariel y
en el Boletín Literario Mercedes Matamoros.
[2] Teoría de la crítica y el ensayo en Hispanoamérica.
Colectivo de autores. Editorial Academia,
La Habana (p.18)
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