(Este artículo lo publiqué hace algunos años, pero por causas que aún no descubro se quedó fuera de este blog; sin embargo, como forma parte de la cotidianidad, debe ser recordado, así que ahí se los dejo)
En pleno siglo XXI el cólera cabalga de nuevo en la República Dominicana y según los poco confiables dichos oficiales, se originó en Haití, de allá viene a paso lento y arrasador. Pero sea cierto o no, da lo mismo donde se haya localizado el primer caso de la fatal enfermedad, la realidad es que en la República Dominicana de hoy, con todos los avances de la industria química a la plena disposición de todos, la insalubridad compite con la del siglo XXVII, cuando Boukman, Mackandal, Louverture y Dessalines, para abolir la esclavitud e independizarse de Francia, destruyeron la más pujante colonia del nuevo mundo.
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Desde entonces Haití se fue convirtiendo en uno de los países más pobres del mundo. Del lado oeste de la isla La Española nunca más volvió a existir un país viable, no volvió a existir un líder capaz. No lo fueron ninguno, ni aquellos que en 1791 ordenaron degollinas sin fin, ni este Preval inepto para administrar los multimillonarios fondos de ayuda que le llovieron desde el terremoto del pasado febrero.
Pero del lado oriental las cosas no anduvieron mucho mejor, y si nos atenemos al tema del encabezado, la insalubridad ha sido una constante hasta hoy, cuando los adelantos de la ciencia y la técnica están al alcance de la gran mayoría de los ciudadanos.
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Durante los últimos veinte años escuché a todos los síndicos del Distrito Nacional asegurar en sus consignas de campaña que podrían solucionar el problema de la “recogida de basura en la Ciudad Primada de América” y acabarían con los “apagones” (¡!), pero ninguno resolvió ni una ni otra cosa y los niveles de insalubridad de Santo Domingo, una de las más emblemáticas ciudades del Nuevo Mundo, compite fácilmente con los índices de insalubridad anteriores a la revolución industrial, cuando fueron inventados los principales productos para la higiene personal.
Cuando no es el dengue, es un ciclón, cuando no la amebiasis o el cólera, el caso es que nada es prevenible cuando la indolencia se empoza en las manos de los líderes políticos y para colmo en los de la llamada sociedad civil. Todas las catástrofes que afectan la salud de los Humanos pasa por los hábitos de higiene y en eso no existen en nuestro país ni las más mínimas normas de conducta y las leyes al respecto se violan olímpicamente.
Los alimentos se expenden por cualquiera, en cualquier lugar y sin observar ni las más mínimas normas de salubridad, y nos los comemos con las manos enchumbadas de las mil y una enfermedades, incluida el cólera. Las aguas negras se mezclan con las de consumo humano, la atención médica es deficiente y los laboratorios no cuentan con la rapidez necesaria para hacer frente a enfermedades en las que, como en el caso del cólera, el paciente puede morir al tercer día de presentarse los primero síntomas.
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Todo es politizado al oriente de La Española, los voceros oficiales de todos los partidos que tienen acceso a los medios lo hacen. Quienes están en el poder ocultan y minimizan el alcance tanto de un ciclón como de una epidemia, y la oposición arremete con todo lo contrario aunque ni unos ni otros hagan algo por mejorar la salubridad de todos. La ciudad se derrumba y ellos cantando, como dice la canción, la ciudad es un caldo de cultivo para cualquier pandemia.
Las intenciones de poner coto a las inconductas se ven frustradas, nadie tiene la capacidad de hacer valer la ley y sacar de las calles -y a veces de lujosos locales-, a quienes con la mala manipulación de los alimentos ponen en riesgo las vidas humanas, nadie tiene lo necesario para hacer valer el Estado de Derecho, pero eso sí, si se les califica de indolentes y lo más justo, si se califica al Estado como un Estado Fallido, pues allá va el coro de Tirios y Troyanos a poner el grito en el cielo, donde todos, absolutamente todos, corremos el riesgo de estar antes de tiempo si seguimos llevando el cólera de nuestras manos a la boca.
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